miércoles, 22 de marzo de 2023

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: DEJAD QUE EL NINOT ARDA SOLO

Reconozco que no perdí ni un solo minuto en seguir la moción de censura presentada por Vox a través de Ramón Tamames. Mi simpatía por él y por la vida, pero se sabía como iba a terminar. El viejo profesor de economía no sería elegido presidente y Sánchez, después de explayarse en lo bien que lo va haciendo, daría la orden a sus diputados y a los de ese ente en putrefacción que es Podemos, para que apretaran el botón del NO. En cuanto a lo que podía decir Tamames, es, probablemente lo que diría cualquier persona con un mínimo de sensibilidad política, con ojos y visión, con entendimiento y sea capaz de entender la situación actual. Lo dicho: no valía la pena perder ni dos minutos en seguir el espectáculo. Opté por ver una película de género negro español que recomiendo a todos: Muerte al amanecer, de José María Forn, estrenada en 1959. Aquellos eran espectáculos y no los que nos regala el parlamento.

Vaya por delante que considero que Pedro Sánchez es, no solamente el peor presidente que hemos elegido los españoles, sino el personaje más desaprensivo que aparece diariamente en los medios de comunicación, incluso por delante de Jorge Javier Vázquez. Pero su ciclo termina irremisiblemente. Habrá nuevas elecciones y a la vuelta de año y pico, Sánchez será historia, se dedicará a disfrutar de los réditos obtenidos en esta etapa, aparecerán escándalos protagonizados por su entorno, y seguiremos discutiendo durante muchos si habrá conseguido superar a Zapatero en el ranking de personaje más nefasto en la política española.

La moción de censura de Vox me sugiere cuatro reflexiones.

1) No era ni siquiera necesario presentarla.

2) De presentarla, debería haber sido Abascal quien la defendiera.

3) Cuando un presidente se encuentra políticamente desahuciado hay que dejarlo caer, como fruta madura.

4) Pensar que algún problema puede resolverse en el parlamento, es pensar en un mundo sin gravedad.

1) MOCIÓN RAZONABLE PERO INÚTIL

¿Recuerdan el chiste aquel de “me gusta jugar y perder”, “¿y cuándo ganas?”, “debe ser la hostia”? Presentar una moción de censura cuando se sabe, de antemano, que la votación está perdida, es un brindis al sol. Vox lo sabía y decidió que lo mejor era presentar la moción para erosionar al presidente y promocionar la propia sigla. Y es que, en democracia, nada se hace sino es para erosionar el contrario y beneficiarse políticamente. El día a día político desde principios de año ha estado marcado, por este orden: 1) por la ley del “si solo es si”, 2) por la ley trans de la que se empiezan a conocer los efectos más caricaturescos, 3) por el escándalo “del Tito Bernie”. A lo que, en breve, se añadirán los efectos caóticos de la “ley de mascotas”, que promete ser de la misma catadura que las anteriores promovidas por Podemos.

Sin olvidar que la inflación “subyacente” que percibe el ciudadano de a pie en su cesta de la compra o a la hora de repostar, no es la que indican las cifras oficiales. Y lo dice alguien que cada año guarda los tickets de compra: de febrero de 2022 a febrero de 2023, el gasto en alimentación ha aumentado del orden de un 30%. Los alimentos se han encarecido. Los supers retornan al viejo sistema ya ensayado en la crisis 2007-2011 de reducir el peso de los productos, bajar la calidad y mantener el precio o subirlo imperceptiblemente. Es una mala señal. Y no hay forma de que el ciudadano piense, cada vez que entra en un super o en un badulaque, que las cosas van pero que muy mal.

Políticamente, no es bueno que nada distraiga al ciudadano del desbarajuste legislativo que se produce cada vez que el parlamento escupe una ley, ni que se olvide de la inflación, efecto directo de muchos factores encadenados, el primero de todos, es la ausencia de una política económica digna de tal nombre y de las consecuencias económicas de políticas internacionales erráticas o seguidistas con respecto a las consignas emanadas por el Pentágono. Y una moción de censura, distrae la atención de los ciudadanos: da al gobierno, la oportunidad de echar balones fuera, explicarse, justificarse, presentar su gestión como brillante.

2) ABASCAL DEBIÓ DEFENDER LA MOCIÓN

La aventura política de Tamames se encuentra en su estación término. Se inició en el Partido Comunista de España; se habló incluso de él como sustituyo del verdugo de Paracuellos, Carrillo. Pero lo vio claro: el comunismo terminó cuando los intelectuales empezaron a criticarlo. Optó por ponerse al margen. Y, con el paso de los años, el demócrata representante de la Junta Democrática, pasó al otro extremo del arco político. Sigue siendo un demócrata, incluso es posible que siga teniendo una sensibilidad social de izquierdas, pero está a la derecha de la derecha en sus críticas al pedrosanchismo. Como economista -y es bueno, desde luego, mucho mejor que Sánchez- sabe lo que hay y sabe que estamos al final del camino, donde ya solamente puede haber perspectivas sombrías, gobierne quien gobierne. Pero Abascal, es el futuro para Vox. Es su líder máximo, su gran timonel, su ayatola. Debería haber sido él quien presentara la moción, si es que ésta -naturalmente- hubiera resultados imprescindible (que no lo era).

¿Por qué no lo ha hecho? Quizás para sacar como ariete a un hombre procedente de izquierda que podría tener como efecto el convencer a antiguos electores de izquierdas que el futuro ya no está en esa banda del espectro. Quizás para evitar salir erosionado si las cosas se torcían durante la moción. Quizás por falta de seguridad ante un choque directa con Sánchez. Vaya usted a saber. Un error y un menoscabo a su liderazgo.

Voz debería contentarse con mantener una cuota de votos que le permita disponer de una cómoda situación parlamentaria en la próxima legislatura. Feijóo terminará requiriendo el “apoyo exterior” de Vox si quiere gobernar, salvo que, en su miopía, se sume al “cordón sanitario” frente a Vox que piden algunos “demócratas”. Pero, lo más probable, dadas las actuales encuestas de intención de voto, es que Feijóo necesite los votos de Vox. Los tendrá, claro, pero la cuestión es que, a diferencia de Rajoy que, a fin de cuentas era un tipo ingenioso, imaginativo, maniobrero y gallego, en el mejor sentido de la palabra, Feijóo, en sus declaraciones públicas, resulta soso, poco imaginativo, cambia de opinión como de traje: no olvidar que entró en el cargo proponiendo un acuerdo con el PSOE y excluyendo a Vox, para, pocas semanas después, seguir proponiendo ese acuerdo con el PSOE, pero liberado del “peso del pedrosanchismo”; sostener que su primera opción de pacto era el PSOE y, finalmente, tras los despechos, beligerancia y traiciones de Sánchez y el silencio de los barones socialistas, aceptar que gobernaría en minoría apoyado por los votos de Vox “sin comprometerse”. No olvidemos tampoco que Feijóo fue el genio que propuso, mientras era presidente de la comunidad autónoma gallega, la vacunación OBLIGATORIA. Ese es Feijóo.

Lo más probable es que llegue al poder y que decepcione. En primer lugar, a su propio partido. En segundo lugar, a la sociedad. Finalmente, obtenga solamente la aceptación de los centros de poder que gobiernan hoy en Occidente: las big-tech, las corporaciones, las empresas de inversiones y, por supuesto, al Pentágono. Pero, parece improbable que Feijóo sea capaz -incluso que tenga la intención- de resolver los disparates realizados en estos últimos años. No se ve tampoco cómo podría resolver la quiebra del sistema educativo, la caída de calidad de los servicios públicos, empezando por la sanidad, restablecer la racionalidad en el tema de la inmigración masiva, resolver los problemas de delincuencia y orden público, restablecer una política exterior en el Magreb, vencer la corrupción generalizada en todos los niveles de la administración e, incluso, en el deporte, disminuir la deuda, generar confianza en los inversores, etc, etc, etc. Feijóo es, sin duda, el primer presidente del gobierno español del que podrá esculpirse un epitafio antes de que jure el cargo: “Núñez Feijóo, llegó, decepcionó, rompió su propio partido”.

Porque esa es la ocasión que debe esperar Vox: no fiarse de mociones de censura, no fiarse en la posibilidad de crecer electoralmente poco a poco, sino aprovechar el momento en el que el PP entre en crisis interior -lo que inevitablemente ocurrirá entre seis meses y un año después de llegar al poder- y empiece a cundir el desánimo, especialmente entre los “peperos” que no figuran en las listas de ministros o entre los elegidos por Feijóo. Ayuso estará allí para encabezar una oposición interior. Vox debe de ser capaz y estar en condiciones de tender puentes a la derecha del PP. Debe procurar, más que ganar votos o afiliación, estimular la ruptura en el interior del PP y, a partir de ahí, “sumar”: si bien no es probable que Ayuso termine ingresando en Vox, si sería mucho más lógico asistir a la construcción de un nuevo partido o de un “frente de la derecha” que aislara a lo que quedase del PP después del paso de Feijóo por la presidencia del gobierno.

3) DEJAR CAER EL NINOT QUE LA FALLA YA ESTÁ PLANTADA

En 2003 vimos como los marines entraban alegremente en Bagdad y derribaban la estatua de Saddam Hussein. Fue una escenificación inútil: Saddam Hussein estaba políticamente muerto desde el momento en el que decidió aceptar euros a cambio de su petróleo. A pesar de que su estatua siguiera hoy enhiesta en la entrada de Bagdad, ya no habría rastro de él, ni de su régimen. Y esto me recuerda lo ocurrido con la moción de Tamames. ¿Para qué tratar de derribar la estatua de Pedro Sánchez si, él mismo, poco a poco, está entrando, con paso firme y decidido, en el basurero de la historia? Creo que con una cerrada oposición parlamentaria a los disparates legislativos de PSOE/UP, creo que, con estimular continuas movilizaciones en la calle, creo que, con campañas de concienciación, con la utilización de medios de comunicación, ganando a la sociedad civil, se podría garantizar “el día después”, cuando el pedrosanchismo sea historia.

Podemos intuir cuáles van a ser las medidas del PSOE para mantenerse precariamente en el poder en este próximo ciclo electoral que comienza en un par de meses: comprar el voto mediante más y más subsidios y subvenciones, crear nuevos votos favorables nacionalizando a inmigrantes, a nietos de republicanos, a sefarditas. Sin olvidar, por supuesto, las artimañas habituales: difusión de bulos, mentiras, difusión del miedo a la derechona, compra al peso de carne de tertulianos, fraude en los votos por correo, etc, etc. Y, aun así, seguiría dominando en la calle el mismo sentimiento que se escucha hoy en todos los rincones: “todo está más caro, cada vez hay más corrupción”.

Vox haría bien en multiplicar en estos momentos su actividad a nivel de calle: la moción de Tamames ha suscitado poco entusiasmo en la opinión pública, llega cuando la “política” ocupa un interés muy secundario entre los españoles, no pueden pensarse que, después de décadas de ineficiencia del parlamento, lo que allí se debata tenga algún impacto directo en la opinión pública. Vox tiene que formar cuadros, reconocer que no todo lo que tiene es aceptable, que han ido a parar allí muchos residuos y mediocridades de experiencias anteriores y que debe de forjar una línea política y, sobre todo, una estrategia y un modelo que proponer a los españoles. Sabemos que se opone al pedrosanchismo y eso está bien. Nos dicen que son “fachas”, “ultras”, “trogloditas”, “antifeministas”, “excluyentes” y demás adjetivos tan ligeramente utilizados por la progresía. De ser ciertos, son buenas bases de partida… Pero hace falta hablar un lenguaje y tocar unas temáticas capaces de interesar a la gente joven preocupada por su futuro. En los próximos 10 años, la sociedad va a cambiar como no lo ha hecho en el último siglo: sería bueno que Vox presentara una alternativa a la Agenda 2030, que hablara claro sobre los problemas que plantea este proyecto globalista y mundialista. Y, falta mucho por hacer en esa dirección. De hecho, apenas hay aporte alguno en la web de Vox sobre la materia.

4) LOS PROBLEMAS NUNCA SE RESUELVEN EN LOS PARLAMENTOS

Pero, además, Vox -y, de hecho, toda la derecha populista europea- deberían de pensar que la política y la solución de los problemas presentes y los que aparecerán en el futuro, ya no puede depender de parlamentos inoperantes, situados a espaldas de la sociedad. Si nos fijamos en que las instituciones más desprestigiadas en España son los partidos políticos y los sindicatos, seguidos por el parlamento, nos daremos cuenta del drama de este país: sus instancia representativas no son consideradas como tales por la mayoría de la población.

La ruptura entre la “España real” y la “España oficial”, nunca ha sido tan patente como ahora. Y esto solamente puede resolverse mediante una reforma constitucional en profundidad. Así pues, basta ya de repetir el mantra de “que se cumpla la constitución”… Mejor sería reconocer que la constitución nació en circunstancias muy complicadas, fue un acuerdo entre distintas clases políticas con un interés de homologación a los estándares europeos traídos en el furgón de los vencedores en 1945, y que ya desde la época de Felipe González eran perceptibles sus puntos débiles y sus carencias: en materia de vertebración del Estado, en materia de división de poderes, en materia de representación, sin olvidar que el “garantismo” de nuestro sistema judicial, avalado por la constitución, no está ahí para garantizar los derechos del “choro” o del “robagallinas”, sino de una clase política que, cada vez se muestra más desaprensiva, cleptomaníaca y depredadora.

No; hay que acabar con todo esto. Y el primer paso consiste en reconocer que nuestro sistema constitucional debe ser reformado. No se trata de cambiar de gobierno, no se trata de ganar unos pocos votos, no se trata de tratar de derribar la estatua vacía de Pedro Sánchez, ni siquiera de asegurarse una presencia en un futuro gobierno de Feijóo. Se trata de reformar todas las estructuras de este país, después de haber mostrado la capacidad suficiente para elaborar una alternativa y de tener el valor para aplicarla.

No voy a ser yo quien anime a votar a Vox en las próximas elecciones. Solamente diré que, después de haber votado a la derecha azulada pepera, después de haber transitado por el voto de la izquierda socialdemócrata, de la izquierda socialista-ecologista, de la izquierda “indignada” primero e “inclusiva” después, tras haber votado a cada una de las variedades taxonómicas de nacionalismo, independentismo y regionalismo… cuando ya se han visto desfilar a todas estas opciones, va siendo hora de que el elector sea consciente de que la única opción que no ha experimentado sea el voto a Vox, más que nada, para probar algo diferente. 

Por que Vox ¿es diferente? ¿o es más de lo mismo? Sinceramente, espero que lo primera sea lo cierto.