lunes, 13 de marzo de 2023

Los textos de Evola sobre Europa: PREFACIO. Así están las cosas, aquí y ahora...


Resumen del prefacio que abre el Cuaderno Evoliano nº V, dedicado a EUROPA UNA. Dicho cuaderno, publicado en 1979 por la Fundación Julius Evola, prorrogado por Gianfranco de Turris y, posteriormente, reeditado en 1996, precisaba de una "puesta al día". Sabemos que este cuaderno disipará algunos entusiasmos europeístas que, nosotros mismos, vivimos desde los años 60 hasta no hace mucho. Pero sabemos también que el realismo es la actitud más consecuente en nuestro días, algo que frecuentemente habíamos olvidado. Siempre, la mejor actitud es "la cabeza en el cielo y los pies en la tierra". La selección de textos que realizó la Fundación Julius Evola muestra la mejor y más coherente actitud ante el "problema europeo". Ni es tan fácil, ni es tan claro como hemos creíamos. Los hechos le han dado la razón. El Cuaderno estará a disposición del público a partir del 15 de marzo de 2023 en Amazon


EUROPA UNA

FORMA Y PRESUPUESTOS

Los textos de Julius Evola sobre Europa


PREFACIO

El deseo de muchos de nosotros era que Europa hubiera podido existir como unidad creativa y viva, autónoma e independiente, liberada del nuevo orden mundial y del poder de la plutocracia; pero Europa ha revalidado lo que ya intuíamos que era antes del inicio del conflicto ucraniano: un enano sumiso a las decisiones del Pentágono, una entidad completamente descoyuntada, demostrando que casi ochenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial, territorio colonial de los EEUU.

En el período que medió entre la creación del euro y la crisis económica de 2007-2011, todavía podían albergarse esperanzas en que los dirigentes europeos tendrían la ambición de dar un paso al frente y constituirse como un polo autónomo en un mundo multipolar. Hoy, esto ya ha quedado muy atrás. Europa, todo el continente, sin excepciones, hoy, en 2023, no es más que la “línea del frente” del belicismo anglosajón que ve, obsesivamente, en Rusia, a su “enemigo principal”. A ello contribuye el dogmatismo geopolítico del Pentágono, reavivado a final del milenio por la obra de Zbigniew Brzezinsky, El Gran Tablero Mundial. Ya hemos realizado una crítica a la geopolítica[1] y no es el caso volverla a repetir aquí.

Esa obsesión y lo que conlleva -el enfrentamiento directo con Rusia, cada vez más “caliente” al organizar en el “área de influencia rusa” la “revolución naranja” de 2004-2005 y, posteriormente, el “Euromaidán” en 2013-2014- es lo que ha impulsado al Pentágono y al complejo militar-petrolero-industrial a generar las condiciones objetivas necesarias para el inicio del conflicto ucraniano, resultado directo del dogmatismo geopolítico inspirado en Brzezinsky. ¿Es esa la política internacional de EEUU? Solo una parte. Nos explicamos.

El error que suele cometerse al examinar las actitudes del gobierno de los EEUU en política exterior radica en considerar que el poder en aquel país es “uno”. Se tiene tendencia pensar que el poder en aquel país, o bien radica en el “despacho oval” de la Casa Blanca o bien en las oficinas de los plutócratas de Nueva York, los “diosecillos de las finanzas” que ponen y deponen presidentes a su antojo. De hecho, no es así: en EEUU, en este momento, existen distintos centros de poder y distintas políticas divergentes entre sí. Una de ellas es la que busca el enfrentamiento con Rusia, cuyo “inspirador intelectual” sigue siendo la obra del ya fallecido Brzezinsky: interesados por la exportación y fabricación de armamento y tecnología militar por una lado y petróleo y energía, por otro. Pero hay otros vectores, igualmente importantes. Tres, en realidad.

Por una parte, el bloque tecnológico, provisto de una ideología religiosa “transhumanista”, que precisa un mundo globalizado para extender sus redes a todo el planeta. Es el “dinero nuevo”, las mayores acumulaciones de capital realizadas a partir de empresas de alto valor añadido que precisan poca inversión en relación a los beneficios económicos obtenidos y mucho menos personal que las empresas convencionales, pero con unos niveles de cualificación técnica muy superiores. Son las “big-tech”, propietarias de las nuevas tecnologías y que, por eso mismo, creen que les corresponderá dictar las reglas del juego a las clases políticas dentro del marco de la Cuarta Revolución Industrial. Este sector, desde el inicio del conflicto ucraniano, ha visto, horrorizado, como se diluye el “mundo globalizado” y como emergen dos mundos diferentes y contrapuestos: el mundo tecnológico de Silicon Valley y el mundo tecnológico asiático. “Su” globalización ha perdido las posibilidades de operar sobre más del 50% de la población mundial. Esto, explica, por sí mismo, la “crisis de las big-tech” iniciada desde mediados de 2022 y que la reciente quiebra del Banco de Silicon Valley ha confirmado.

Por otra parte, existe el “bloque del comercio mundial y de la logística”, formado por grandes empresas que viven del import-export. Hasta ahora y desde principios de los años 90, cuando empezaron a percibirse los primeros efectos de la deslocalización, estas empresas que habían trasladado sus plantas de producción a Asia y al Sudeste Asiático, vinculadas a empresas de logística y a navieras, tenían su gran negocio en el comercio mundial y en el tránsito de mercancías. Básicamente, su negocio era producir en los lugares de más bajos costes laborales, distribuir mediante propias redes logísticas y vender en los países con más elevados niveles de consumo. Para ello necesitaban un mundo regido por los principios neo-liberales extendidos a todos rincones, lo más “desregulado” posible. A partir del año 2000 -cuando las estadísticas macroeconómicas constataron el irresistible ascenso de la República Popular China- estas empresas se obstinaron en mantener esa política. Sufrieron un primer impacto, cuando la llegada del presidente Donald Trump a la Casa Blanca, intentó reactivar la “economía real” de los EEUU -esto es, la economía industrial- restableciendo aranceles para algunos productos procedentes del extranjero. Se trata de un sector que está viendo como la intensificación de las sanciones de los EEUU a Rusia, está acelerando que el eje de la economía mundial se vaya desplazando de Asia-Pacífico, a los tres países que encabezan a los “países BRICS” (Rusia, India y China, “países BIC”).

Y todavía queda un tercer sector, el financiero que, por una parte, ve en el conflicto ucraniano una posibilidad para obtener beneficios, tanto de la guerra como de la reconstrucción que seguirá (en el caso de que Zelensky logre sobrevivir al conflicto). Pero este sector tiene, así mismo, terror en que esta “guerra caliente” desemboque en una “guerra económica” de la que se perciben los primeros síntomas y que los EEUU no pueden ganar. En efecto, las compras masivas de oro que está realizando desde 2005 la República Popular China, han aumentado en estos últimos meses, percibiéndose en los mercados que también Rusia está empleando sus excedentes en adquirir toneladas de oro de todo el mundo. Hasta ahora, los economistas occidentales, despreciaban estos movimientos -absurdos para ellos, en la medida en la que, desde 1972, el presidente Nixon había eliminado el oro como respaldo del dólar a causa de los altos costes de la guerra del Vietnam y de la necesidad que implicaba imprimir más dólares por encima de las reservas de oro almacenadas en Fort Knox-, pero en los últimos meses se va aclarando la intención de esta iniciativa ruso-china. La crisis de las criptomonedas en 2022, ha demostrado a las claras que la idea de una moneda digital, aupada en la tecnología blockchain era excelente, pero que el mal uso especulativo, la había convertido en un pozo sin fondos y en un terreno apto solo para estafadores, aventureros económicos e inversores obsesionados con beneficios rápidos.

Además, desde hace décadas, no existía ninguna duda de que el dólar estaba sobreevaluado (entre un 40 y un 60%) en relación a su valor real y eso era lo que permitía a la economía norteamericana ser el país más endeudado del mundo. En efecto, en 2021, la deuda pública de los EEUU fue de 24.894.852 millones de euros, el 128,13% del PIB de aquel país. Si el dólar, en estas circunstancias, mantiene su fortaleza es por un doble motivo: de un lado por la presencia de bases americanas en medio mundo, que garantizar la “fidelidad” de los “Estados vasallos” (los “imperios” no tienen “aliados”, sólo “vasallos”): de otro, porque el dólar es la moneda de cambio mundial (todo aquel que, hasta ahora, ha intentado realizar intercambios comerciales utilizando otras monedas, ha terminado siendo considerado como “el enemigo” y puesto en el índice de los gobiernos a destruir: Saddam Hussein, Muhamar El Gadafi).

Pero, ahora el dólar se enfrenta a un enemigo mucha más difícil de abatir: la posibilidad de que los “países BIC”, generen una divisa propia que utilicen para sus intercambios comerciales y, al mismo tiempo, una criptomoneda avalada con las reservas de oro acumuladas durante dos décadas. Esto supondría, la quiebra del poder económico de los EEUU y la certificación del final de sus sueños de hegemonía mundial, situándole en plena quiebra económica ante la imposibilidad de afrontar el pago de su impagable deuda. Y esta es la perspectiva que aterra, especialmente, al sector financiero-especulativo que correría el riesgo de ver cómo se desmoronaban sus gigantescas acumulaciones de dólares y veían vedados sus accesos a la nueva criptomoneda generada por los “países BIC”.

El gran problema y la gran incertidumbre del año 2023, es cómo estos distintos centros de poder de los EEUU pueden responder ante una perspectiva de crisis y pérdida de la hegemonía mundial. Porque, tras la caída del Muro de Berlín y tras la Guerra de Kuwait, el presidente George Busch, proclamó que su país se había convertido en la “única potencia hegemónica”, custodio y garante del “nuevo orden mundial”. Más de 30 años después, los EEUU ven que aquel diseño se les ha terminado escapando de las manos: Rusia se ha reconstruido, China se ha convertido en la gran potencia económica mundial, estos dos países, junto a la India, se han alineado en un frente único (acelerado por el estallido del conflicto ucraniano)… El “nuevo orden mundial”, cuya sombra se percibe, ya no es el diseñado por el presidente Bush tras la “Operación Tormenta del Desierto”: y los EEUU quieren “ese orden” y no otro, especialmente el complejo militar-petrolero-industrial, las big-tech, las empresas globalizadas y deslocalizadas, y la telaraña financiero-especulativa. Cualquier otra situación mundial perjudicaría a sus intereses (en tanto que los limitaría a una parte del mundo, no ha a la totalidad del globo).

A partir de aquí, las posibilidades son solamente tres:

- los EEUU aceptarán un repliegue hacia el interior, al aislacionismo de otros tiempos, tratarán de reconstruir sus infraestructuras y su sistema industrial y aceptarán ser una “pata” en un mundo multipolar. Tal sería la “línea Trump”. Sin duda, la más razonable.

- los EEUU persistirán en sus intentos de mantener la hegemonía mundial tratando de erosionar a los otros competidores, desatando conflictos localizados que los vayan desgastando y debilitando, mientras la producción bélica y las inversiones en la reconstrucción de las zonas destruidas, reactivan la economía norteamericana. La posibilidad más peligrosa.

- los EEUU sufren un desplome interior a causa de sus conflictos de carácter social (entre ricos y pobres) y étnico (ninguno de los cuales ha perdido sus señas de identidad), conflictos entre Estados (Norte contra Sur, “cinturón de la Biblia” contra “cosmopolitismo neoyorkino-californiano”, diferencias de PIB entre las distintas zonas del país) o bien, conflictos entre distintos centros de poder económico (y, por tanto, entre distintos tratamientos de las políticas exteriores e interiores). Sin duda, la posibilidad más saludable.

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Tal es la situación en la primavera de 2023. ¿Qué tiene que ver todo esto con el tema de Europa, de la unidad europea y con Julius Evola? Mucho.

Evola escribió páginas inspiradas sobre estas temáticas que quedan recogidas en las páginas que siguen. Hace falta leerlas con detenimiento para advertir que, una vez más, no se equivocaba. Los textos reunidos en este cuaderno abarcan desde 1934, Nacionalismo y colectivismo (texto revisado por Evola en 1969) hasta Europa una: forma y presupuestos (escrito en 1953 y revisado en 1972). Se trata de textos fundamentales en la obra de Evola, no son, en absoluto, divagaciones sobre problemas del momento. Entre ambos, la Fondazione Julius Evola, situó en este cuaderno tres textos sobre la temática europea, escritos antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial: El problema “europeo” en el Congreso “Volta” (1932), Elementos de la idea europea (1940) y Sobre los presupuestos espirituales y estructurales de la unidad europea (1951), finalizando con un Apéndice sobre El estado patológico de la Europa Contemporánea (1955).

Cabe decir que, conocíamos algunos de estos textos desde los años 70 y que utilizamos uno en concreto para construir nuestra aportación a la obra Thule, la cultura de la otra europea, en el capítulo dedicado a Jean Thiriart (que fue la excusa para que el fallecido Cuadrado Costa, nos respondiera sin entender el fondo de la cuestión). Nadie podía dudar que Evola era “europeísta” y que estaba por una unidad europea; pero nunca se forjó falsas esperanzas. Para que Europa pudiera ser “una”, faltaba la idea superior necesaria para su construcción: la idea Imperial y esta no podía ser, como aspiraba Thiriart, una “voluntad geopolítica de poder” avalada por un activismo europeísta frenético promovido por un “movimiento europeo integrado”. La tesis de Thiriart era una adaptación del castrismo “foquista” de los años 60: para que estalle un proceso revolucionario, según esta tesis, no es necesario que estén presentes “condiciones objetivas”, la propia existencia del “foco guerrillero” tiende a crear esas condiciones y a arrastrar a las masas con su entusiasmo, valor y ardor activista. La tesis supuso la destrucción de toda una generación de guerrilleros iberoamericanos, inmolados en aquella locura colectiva (que llegó también a la Europa de los años 70 y principios de los 80).

La crítica que hace Evola, tanto a Thiriart como a Ulick Varenge (Francis Parker Yockey) es ponderada, pero resulta demoledora. Es cierto que está mucho más próximo a Varenge que a Thiriart, pero utilizando las tesis de Varenge sobre Spengler, logra demostrar lo que, seguramente, ni el propio Evola, hubiera querido que fuera cierto: que vivimos un período de “Civilización”, no de “Cultura” y que una “idea Imperial” solamente aparece en períodos de “Cultura”. De ahí que la construcción europea que es posible en estos períodos solamente pueda corresponder a criterios económico-sociales, geopolíticos o a intereses nacionales, pero no a los que inspiran y crean verdaderos “Imperios”: valores y principios de orden superior encarnados en élites que marcan los destinos de los pueblos.

Por eso, la construcción de Europa, asumido por el “Tratado de Roma” que dará vida, posteriormente al Mercado Común Europeo, luego a la Comunidad Económica Europea y, finalmente, a la Unión Europea, no podrán alcanzar nunca una “Europa Unida” bajo el signo del Imperium. Fueron y serán construcciones humanas, temporales, sometidas a los vaivenes de la política y de la economía internacional, construidas en el aire y que ni siquiera serán apoyadas por las masas. Eso es, exactamente, lo que ha ocurrido con la UE. Hoy lo constatamos; Evola lo había previsto desde los años 50.

Gianfranco de Turris, publicó una introducción al texto que presentamos en este cuaderno: “Julius Evola – Europa Una: forma y presupuestos – Segunda Edición Ampliada – Cuadernos de Textos Evolianos nº 10”. La primera edición es de 1979, la segunda -sobre la que hemos realizado la presente traducción- data de 1996. Vale la pena añadir algo a esta presentación que termina cuando todavía se ignoraban los resultados del Tratado de Maastrich y la evolución futura de la Unión Europea y de sus posteriores ampliaciones.

Si hasta los años 80, la Comunidad Económica Europea era considerada por unos como “la Europa de los tecnócratas” y por otros menos piadosos como “la Europa de los tenderos”, a partir de Maastrich existió la posibilidad de que pasara, de ser un “espacio común” a una “federación nacional” estable. Pero Europa era muy diversa y los nacionalismos distaban mucho de haberse extinguido. No fue posible aprobar una “constitución europea” (aprobada acríticamente en países como España en donde el referéndum convocado no suscitó el más mínimo interés y resultó aprobada… por menos del 50% del censo electoral; y rechazada masivamente por Francia y Holanda) y, desde entonces, se ha cumplido lo que Evola preveía desde los años 50, cuando todavía no existía el Parlamento Europeo: que la futura institución se ha convertido en una especie de fotocopia ampliada de los errores y las conductas corruptas e incapaces de los parlamentos nacionales.

Hoy, la “Unión Europea”, ni es “unión”, ni es “europea”.

No es “unión” porque las tensiones entre los distintos países, las desconfianzas e, incluso las artimañas que algunos países utilizaron a la hora de negociar los “tratados de adhesión” (fue Margaret la Tatcher la que en sus memorias se sorprende de que el gobierno de Felipe González firmara el tratado de adhesión de España, que implicaba la liquidación de nuestra industria pesada, en lo que se convirtió en la lamentable “reconversión industrial”, y ni siquiera garantizara la expansión de nuestro espacio agrícola) y asegurar su hegemonía central sobre las “naciones periféricas”, generaron maniobras en sentido contrario (el intento de Aznar de constituir una “alianza de países intermedios” de la UE -España y Polonia-, frente al eje franco-alemán, especialmente en los momentos en los que el Pentágono estaba preparando la guerra de Irak), mientras que los nuevos socios llegaban con los bolsillos vacíos, atraídos por la posibilidad de que la UE financiara su reconstrucción tras el período socialista, hicieron de la “Unión” un conjunto heteróclito e inestable de intereses que, incluso, poco a poco, fue abandonando el atractivo que inicialmente tuvo: a fin de cuentas, la “Europa de los tecnócratas” garantizaba planificación, eficiencia y rigor… La “Europa de los pedigüeños” estimulaba solo la corrupción, el despilfarro y la irresponsabilidad de las clases políticas de los países periféricos e incluso del eje franco-alemán.

Cuando se inició el proceso de globalización, la Unión Europea aceptó ser una “pata” -la “pata europea” de un sistema económico mundial globalizado. Permitió que industrias y capitales marcharan de Europa para instalarse en las zonas asiáticas y operar en mejores condiciones de rentabilidad. Y, al mismo tiempo, se plegó a las imposiciones de los centros de “poder mundialista” (fundamentalmente la ONU y la UNESCO), aceptando a decenas de millones de inmigrantes que, tras ser presentados como “salvadores de Europa”, han terminado siendo un lastre económico y un elemento de atomización e inestabilidad social, que augura un futuro extraordinariamente complicado, especialmente en Europa Occidental. Por todo ello, la “Unión Europea”, tampoco es “europea”: es un espacio en el que la “ideología woke”, la inmigración masiva, la pérdida de identidad, especialmente en Europa Occidental, han alcanzado un ritmo vertiginoso, muy superior incluso a su foco originario, el mundo anglosajón.

Hay que sentir admiración ante algunas líneas de Evola que ya había previsto algo de todo esto. Incluso el Evola de los años 40 no se mostraba excesivamente optimista respecto al futuro, en el momento en el que las armas sonreían a las naciones del Eje. Veía las limitaciones del proyecto en el excesivo nacionalismo de los promotores. Porque, a fin de cuentas, el nacionalismo, ese producto del liberalismo económico, generado inicialmente por las burguesías industriales, ese “individualismo de las naciones”, era irreconciliable con la construcción de una Europa Imperial. Salvo que se asumiera las naciones de Imperium y de Autoritas en el sentido clásico, emanadas ambas de una concepción metafísica que no tenía nada que ver con el demos. Y ese era el problema: que en una época crepuscular de “civilización”, ni siquiera los regímenes fascistas hubieran podido prescindir de los elementos que los habían llevado al poder: nacionalismo, populismo, apoyo de las masas, en definitiva.

Evola veía ya en los años 30 que el “mito de Europa” solamente podía sostenerse recuperando la temática imperial en tres momentos de la historia del continente: el Imperio Romano, la Edad Media gibelina y la Santa Alianza de Metternich en el siglo XIX. Fuera de esas referencias, todo lo demás eran ilusiones, falsificaciones históricas construidas sobre el vacío o esperanzas en acciones voluntaristas sin bases sólidas.

La esperanza evoliana en aquella época radicaba en que el “Eje” terminara asumiendo la idea del Sacro Imperio Romano-Germánico tal como había sido concebido por los Hohenstaufen o bien llevar hasta el final la idea del Imperio Romano que, en el fondo, había sido recuperado por Mussolini. De ahí que Evola trabajara, tanto en Italia como en Alemania: en el entorno de Farinacci, de Giovanni Preziosi y de la Escuela de Mística Fascista, o en la revista La Difesa della Razza, y en los aledaños de la “revolución conservadora” alemana, el Herrenklub, la Europaïsche Revue del príncipe Karl Anton von Roham, una parte de cuyos miembros inspiraban la política exterior del Reich. Y, ni siquiera en esa época, Evola parecía ser excesivamente optimista sobre el futuro del proyecto europeo. El Congreso “Volta” del año 32 demostraría las limitaciones “europeístas” de todos los participantes, sus divergencias; y, aparte de que se sintiera más próximo a unos y más distante de otros, parece evidente que lo consideró una ocasión frustrada de dar un paso al frente al Nuevo Orden Europeo. Y el drama era que, sin esa nueva ordenación continental, Europa terminaría siendo anegada por el “Este” y por el “Oeste” (las dos pinzas de la tenaza que ya denunció en tres ocasiones en textos recogidos en el Cuaderno Evoliano nº 4). Así ocurrió, finalmente.

Después de la guerra, observó con interés las iniciativas neo-fascistas, pero sin excesiva fe en que pudieran desembocan en buenos resultados. Rebate ampliamente las tesis de Thiriart en Europa unidad: forma y presupuestos, especialmente en la revisión realizada en 1972 y, como ya hemos dicho, lleva hasta el final las tesis de Varenge-Yockey en Sobre los presupuestos espirituales y estructurales de la unidad europeo, desmontando el planteamiento spengleriano de este autor.

En el examen de los artículos publicados por Evola en distintos diarios durante la Guerra Fría su planteamiento sigue siendo el mismo. Acepta las tesis del Movimiento Social Italiano y explica que la única diferencia entre el dominio soviético y el norteamericano, radicaba en que el primero supondría la aniquilación completa de cualquier forma de disidencia interior, la desaparición física de sus defensores y la imposibilidad incluso de mantener residuos de resistencia, mientras que la dominación americana dejaba espacio para la libertad de expresión, aunque, en el fondo, aceptaba implícitamente la frase que pronunció Alexander Solzhenitsin a mediados de los años 70: “La única diferencia entre el Este y el Oeste, es que, en el Este no puede decirse nada y en el Oeste, puede decirse todo, aunque no sirva para nada”. Aquí vuelve a plantear la misma problemática en el apéndice, añadido en la segunda edición italiana del presente cuaderno: El estado patológico de la Europa contemporánea, escrito en 1955 y que toma una novela de Arthur Koestler y el libro de Viktor Kravchenko, Yo escogí la libertad, como excusas.

Para Evola, hacía falta ser anticomunista; por supuesto, pero no bastaba con un anticomunismo defensivo, ni bastaba apenas a la “defensa de Occidente”, había que ir más allá. Éste solo podía encontrarse en ideas absolutas, no en el relativismo democrático que solamente era -y sigue siendo- capaz de ofrecer a los pueblos europeos “distracciones”, coberturas al nihilismo; dice Evola: “las masas se distraen, y la farsa de la lucha anticomunista del gobierno constituye una de estas distracciones”. El “anticomunismo positivo”, necesariamente, es también un antiliberalismo “activo”.

Para el Evola de los años 50, otra cosa que no fuera ese “anticomunismo positivo” que solamente podía apoyarse en las ideas de Imperio y Autoridad, y, por tanto, ser también antiliberal, era una falsa solución. Resultaba imposible partir de una “Europa” tan diferente y distintas en todas sus partes, sin existir ni raza, ni religión, ni identidad común. Su alternativa -que él mismo, reconocía como “problemática”- implicaba partir de una “reconstrucción orgánica de Europa” a través de sus partes (los Estados-Nación) y de la construcción de élites en cada uno de tales partes, para que luego, las cúpulas pudieran forjar esa unidad que estaba por encima de las partes: no en vano, las aristocracias medievales tenían una conciencia supranacional de unidad (algo que José Antonio Primo de Rivera ya anotó en sus últimos escritos en prisión[2]).

Ya no se trata, de “crear una unidad europea”, sino de entrar en un nuevo ciclo de Cultura (la Kultur spengleriana), tarea que solamente podía ser asumida por élites, esto es por “nuevas aristocracias”. La concepción jacobina de Europa, enunciada por Jean Thiriart, podía entusiasmar momentáneamente a unos cientos de jóvenes en el continente decididos a quemar unos años de su juventud en la pira del activismo frenético, pero carecía de bases sólidas: era un simple proyecto voluntarista que ni siquiera tenía en cuenta las condiciones objetivas que vivía Europa en la segunda postguerra. La concepción de Varenge, mucho más coherente y anclada en ejemplos históricos, era igualmente inviable por lo que ya hemos dicho.

Quedaba, pues, esperar; hay problemas que no tienen solución Solo queda reconocerlos y asumir las consecuencias: quedaban las catacumbas, no para eternizarse en ellas, sino a la espera del surgimiento de nuevos liderazgos, la afirmación de personalidades dominadoras, y, claro está, para mantener la llama encendida de la Tradición (y de la “transmisión” a nuevas generaciones que la propia idea implica). Medio siglo después del fallecimiento de Julius Evola, estas ideas siguen igualmente en pie y siguen siendo las más coherentes. Hoy, incluso, mucho más que ayer. Por eso hemos decidido traducir, editar y prorrogar este cuaderno.

Ernesto Milá

Barcelona 12 de marzo de 2021


[1] El fascismo y la técnica, E. Milá, Eminves, Amazon, 2023.

[2] Cfr. Aristocracia y aristofobia, incluido en el volumen Papeles póstumos de José Antonio, Miguel Primo de Rivera y Urquijo, Plaza&Janés Editores, Barcelona, 1996, pág. 178-182.