sábado, 25 de febrero de 2023

ESCALADA BÉLICA EN EL “CONFLICTO UCRANIANO” Y EL PRECEDENTE HISTÓRICO

El conflicto ucraniano debe hacernos reflexionar. En EEUU existe una guerra civil en las alturas entre distintos grupos de poder. Si bien existió un acuerdo entre estos grupos para derribar a Donald Trump y colocar en su lugar a un anciano obtuso y con las facultades mentales disminuidas, a partir de ese momento, los intereses del complejo militar-petrolero-industrial, han tomado la iniciativa sobre los consorcios de inversión, la industria pesada, incluso sobre la todopoderosa industria químico-farmacéutica. La visión del grupo predominante en estos momentos es que solamente una guerra puede resolver la situación de la economía norteamericana y evitar que en apenas un lustro la República Popular China se coloque por delante.

Los EEUU, traían la lección bien aprendida, en tanto que anglosajones (porque en EEUU todavía es el grupo étnico anglosajón el que detenta el poder, mientras que la influencia del grupo étnico judío se encuentra, en la actualidad, muy distribuida en distintos sectores con intereses contrapuestos: los intereses de Hollywood no son los mismos que los de las big-tech, ni los de estos idénticos a los consorcios de capital-riesgo, en todos los cuales, existe un predominio de elementos de origen judío; pero ni siquiera en el interior de este grupo étnico existe identidad de intereses, ni de objetivos). Todo ello nos da un cuadro lo suficientemente poliédrico del poder en los EEUU. ¿Y los intereses del pueblo norteamericano? ¿y la tan cacareada “democracia americana”? Ninguno de estos grupos, desde luego, tiene el más mínimo interés por otra cosa que no sea por la defensa de los intereses de sus respectivos “carteles”. Solo existe una única certidumbre que constituye el cemento de todos estos grupos: que el destino de los EEUU está ligado al destino del dólar y que, cualquier amenaza contra el dólar debe ser conjurada lo antes posible, o de lo contrario, entrañará la ruina del “imperio”.


RECORDANDO LO QUE FUE EL IMPERIO BRITÁNICO

Solamente partiendo de estas bases puede entenderse la política norteamericana actual. Y solamente partiendo de los ejemplos históricos heredados de la raza anglosajona se entienden las prácticas actuales de la política exterior norteamericana y hacia dónde van orientadas.

Desde hace 300 años, ha existido una línea constante en la política exterior británica: evitar que pudiera formalizarse un eje París – Berlín – Moscú que impediría al mundo anglosajón poner los pies en la Europa continental. Porque los gobiernos ingleses nunca, absolutamente nunca, se han considerado ni “europeos” ni han querido “formar parte de Europa”. Esta política pudo tener su lógica cuando el Reino Unido era un “imperio”. Fue el primer “imperio comercial”. Nunca extendió sus líneas con intención civilizadora, sino que siempre lo hizo de manera depredadora. Para el Reino Unido -y tal era otra máxima de su política exterior- no existen “amigos o enemigos”, sino “intereses”.

La decadencia del imperio británico ya era palpable desde los años 30. Era la época de los nacionalismos y por todas partes aparecían movimientos de “liberación nacional” con intenciones centrífugas. Cuando Hitler llegó al poder en Alemania y estabilizó su gobierno, especialmente hacia la segunda mitad de los años 30, era frecuente que en los países árabes se gritara en las manifestaciones independentistas: “En el cielo Alá, en la tierra Hitler”. Incluso en la “joya de la corona” los movimientos independentistas estaban divididos entre los beligerantes pro-germanos y los pacifistas de Gandhi. Japón, por su parte, había lanzado también la consigna de “Asia para los asiáticos”. Aquello no podía durar mucho tiempo.

Pero nada de todo esto fue obstáculo para que los ingleses mantuvieran sus posiciones en política exterior: a pesar de los notorios esfuerzos de Hitler -que nunca valoró al Reino Unido como un adversario, sino que hasta 1939 lo consideró como un “posible aliado étnico”- por formar una alianza con este país, Downing Street, a pesar de dudas y vacilaciones, nunca varió su política exterior. Y es ahí en donde un día los historiadores reconocerán la responsabilidad británico en todo lo que ocurrió después (quien hace imposible la paz, quien hace todos los esfuerzos por desencadenar una guerra es responsable de todo lo que ocurre después, incluidas masacres, campos de concentración y bombardeos a ciudades).


LAS LECCIONES BRITÁNICAS SOBRE CÓMO SE PREPARA UNA GUERRA

¿Existían posibilidades de un “eje París – Berlín – Moscú” en 1939? La respuesta no puede ser más que afirmativa: con una Francia que estuvo en crisis desde finales de la década de los 20, con un imperio colonial todavía más deteriorado que el inglés, tenía frontera común con un Reich que se había convertido -tras la incorporación de los Sudetes, después de la remilitarización del Sarre, tras la incorporación de Austria, tras la descomposición de aquel país artificial que fue Checoslovaquia en dos partes que, inmediatamente, solicitaron la “protección” del Reich- en una gigantesca acumulación de poder industrial y de población (90 millones de habitantes). Sin olvidar que, tras los acuerdos económico-políticos con los países de la “Mitteleuropa”, las alianzas con Italia y con la España de Franco, la economía europea se estaba “germanizando”. El Reino Unido vio desde 1935-36 que el Reich se le estaba adelantando en todos los terrenos, incluido el militar, y que en apenas unos años, no haría falta que países como Francia siguieran manteniendo una “democracia”: en apenas un lustro la economía europea, incluida la francesa, giraría en torno a la alemana y, a partir de ahí, ya era preciso reconocer que Londres habría perdido definitivamente la carrera por la hegemonía en Europa.

Solamente una guerra que se librara en territorio europeo y destrozara a las partes, tal como había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, podía detener ese proceso de “germanización” de Europa. Faltaba el “casus belli”. La chispa que lo incendiara todo. Y ahí estaba el nacionalismo polaco. Polonia, creada con fracciones desgajadas del imperio ruso, del imperio austro-húngaro y del Reich guillermino, mantenía la ficción de convertirse en un “imperio”. Los medios de comunicación polacos, en los años 20 y 30, aludieron frecuentemente a esta temática que estaba en el alma del nacionalismo. Ese “imperio” debía llegar desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro, absorber lo que había quedado de Prusia Oriental bajo bandera alemana, parte de Ucrania -sí, de Ucrania-, ampliar su territorio en Silesia y con regiones de Rumania, hasta Moldavia… El problema era que Polonia había pasado el “siglo de los imperialismos”, dividida en “particiones” y, el nacionalismo polaco no quería advertir que, entre dos gigantes, el Reich y la URSS, la mejor opción era un discreto neutralismo.

Otro elemento entró en juego: los servicios de inteligencia británicos y franceses habían colaborado en primera línea en la constitución de un servicio de inteligencia polaco. Estos, incluso, lograron descifrar antes el código de la máquina “Enigma” que trasladaron a los ingleses, en un episodio suficientemente conocido y que demuestra la relación estrecha entre estos servicios. A partir de 1938, los servicios británicos fueron enviando informes adulterados al Estado Mayor polaco en los que aseguraban que el ejército alemán era todavía débil y que no resistiría una guerra prolongada. Dichos informes afirmaban que, el ejército alemán era un mito y que el polaco tenía una mejor capacidad bélica. Estos informes, convenientemente manipulados, llegaron a prensa polaca que, además de llamar a la “limpieza étnica” en los antiguos territorios prusianos en manos de Polonia gracias al Tratado de Versalles, aseguraban que, en quince días de conflicto, el ejército polaco llegaría ¡a Berlín! Durante 1939 las manifestaciones en las calles de las ciudades polacas en las que podía oírse como consigna “¡A Berlín!” fueron tan frecuentes como los actos de violencia contra las comunidades germanas que se encontraban en territorio polaco.

Cuando los ingleses advirtieron que alemanes y soviéticos estaban negociando un pacto -que, en realidad, no era más que una ampliación, extensión y concreción del Tratado de Rapallo- optaron, en primer lugar, por adelantarse (fracasaron en su intento de llegar a un acuerdo con Stalin) y, en segundo lugar, acentuar su apoyo al nacionalismo polaco. Para ello, garantizaron lo que sabían que era imposible: que defenderían la causa polaca. ¿Cuál era esa “causa”? La causa nacionalista, la que quería que Danzig, la antigua capital del Hamsa, la ciudad de los Caballeros Teutónicos, no solamente no se incorporara al Reich, sino que lo hiciera a Polonia y tener las manos libres para practicar la “limpieza étnica”. En una palabra: la locura nacionalista.

Lo que la historia no ha logrado borrar del todo es:

1) el recuerdo de que, hasta última hora, Alemania ofreció negociar a Polonia la “cuestión de Danzig”, ofreciendo generosas contrapartidas.

2) el recuerdo de que los “aliados occidentales” impulsaron a Polonia a la guerra, sabiendo que su defensa era imposible,

3) que el nacionalismo polaco, crecido y amamantado por el Reino Unido, hizo imposible la paz,

4) los asesinatos constantes de campesinos alemanes que ocurrieron a lo largo de 1939, exterminados por extremistas nacionalistas y miembros de las fuerzas armadas polacas, sin que el gobierno polaco moviera ni un solo dedo para impedirlo,

5) el deseo unánime del pueblo de Danzig de incorporarse al Reich.

Poco importa que la historia oficial, desconsidere hoy, en un franco desprecio hacia la verdad, estos cinco elementos. Están ahí, para quien quiera escarbar más allá de la historia escrita por los vencedores y que todavía sigue en vigor solamente porque uno de ellos, los EEUU, siguen existiendo.

Pero este caso, como el lector habrá advertido, tiene un asombroso paralelismo con la “crisis ucraniana”.

LO QUE VA DE POLONIA A UCRANIA Y DEL REINO UNIDO A LOS EEUU
LO QUE VA DE 1939 A 2023

El Imperio Británico es un recuerdo paradójico en la medida en que hoy, las islas británicas están “colonizadas” por ciudadanos procedentes de sus excolonias. Polonia, volvió a ser reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial, y entonces se produjo una absoluta “limpieza étnica” hasta el punto de que Prusia Oriental desapareció por completo. Siguió, primero bajo la dominación soviética y luego, una vez en la OTAN, bajo la dominación americana. Alemania es un país “reunificado”, pero sigue estando “ocupado” (todavía alberga en su territorio 40 bases militares norteamericanas e instalaciones de distintos servicios del Pentágono). La URSS ya no existe, pero Rusia, tras el período de desintegración que siguió al período Gorvachov, ha logrado reconstruirse. El Reino Unido, tras permanecer durante unas décadas con un pie en la Unión Europea y otro pie en su papel de aliado preferencial de los EEUU, optó por el Brexit y por su “espléndido aislamiento”, cada vez mostrándose más como “colonia de los excolonizados”. Ya no es nada más que una isla a la que se les acumulan los problemas internos. El eje de la política anglosajona se ha desplazado a los EEUU. Europa ya no está en el centro del mundo. Ahora los conflictos tienen una dimensión global.

En cuanto a los EEUU, no han advertido que “su” orden mundial, el proclamado al terminar la Guerra de Kuwait que lo consagraba como “única potencia hegemónica global”, está en entredicho. Las cifras indican a las claras que China, le superará en todos los terrenos dentro de esta década. Y lo que es peor para los EEUU: China no está sola. Los “países BRICS”, a pesar de sus diferentes situaciones y ubicaciones, a pesar de los cambios en las políticas interiores de algunos de ellos, están ahí, especialmente el trío formado por China, Rusia e India. La revelación ocurrió en el año 2000, cuando las empresas norteamericanas tuvieron que recurrir a los informáticos de Bangalore (India) para resolver el “efecto 2000”, o cuando Vladimir Putin llegó al poder y atajó con mano de hierro -la única posible ante una crisis- la degradación política, social y económica de Rusia. O, especialmente, cuando los EEUU se dieron cuenta que 15 años de deslocalizaciones empresariales a China y de admisión de estudiantes chinos en las mejores universidades del mundo, habían tenido como resultado una formidable concentración de poder económica, de capital y de tecnología en aquel país.

Y es en esta situación en la que ha estallado el “conflicto ucraniano”. Porque, durante los años de la pandemia la situación económica mostró su verdadero rostro: la retracción del consumo forzado por los confinamientos, retrasó la irrupción de la inflación que ya se intuía en los meses anteriores. Disminuyó el comercio mundial. Se produjo la burbuja de las criptomonedas. Pero nada de todo ello detuvo el crecimiento de la República Popular China, ni el aumento de las exportaciones petroleras de Rusia. Lo más enigmático era que ambos países estaban realizando compras masivas de oro (China había empezado a hacerlo desde principios del milenio). Inicialmente, los EEUU ignoraban ese interés por un metal noble que ellos mismos habían apartado como aval de su moneda, a principios de los años 70, para afrontar los gastos generados por la guerra del Vietnam. En realidad, mientras el dólar siguiera siendo única moneda de cambio mundial, no había porqué preocuparse: su “aval” era esa aceptación y, por supuesto, los “marines” y el poder militar norteamericano presente en todo el mundo.

Cuando un país como el Irak de Saddam Hussein aceptó el euro como moneda para pagar su petróleo, selló su destino. Muhamar El Gadafi en Libia, estudiaba otro tanto, cuando le llegó su fin. Pero, Irak y Libia no eran nada en comparación con la gigantesca acumulación de poder, tecnología, industria, población y poder militar que hoy representan Rusia, China e India. Y ahora se sabe el porqué de las compras masivas de oro: se trata de avalar una nueva moneda de cambio mundial que rivalice con el dólar. Posiblemente se trate de una criptomoneda esponsorizada por estos Estados y, a su vez, avalada por toneladas de oro… Eso supondría el fin del dólar y, por tanto, el colapso de los EEUU (el país más endeudado del mundo).

Esto explica el porqué los EEUU necesita una guerra de desgaste que ponga en funcionamiento su economía a pleno rendimiento, no solo por los beneficios que aporta la industria bélica a las arcas del complejo militar-petrolero-industrial, sino también para generar una oleada de prosperidad en los EEUU que aleje el fantasma de revueltas sociales futuras. Toda guerra, a fin de cuentas, va seguida de la reconstrucción de las zonas destruidas, algo que solamente puede realizar el país que se ha visto libre de las destrucciones. La experiencia adquirida en la Segunda Guerra Mundial pesa mucho en los planes de los centros de poder de los EEUU.

Los EEUU están ocupando en este momento, el papel que ocupó el Reino Unido en los años 30, de la misma manera que el papel de Polonia en aquella época está siendo representado por Ucrania y por el nacionalismo ucraniano. Así mismo, los EEUU han heredado el que fuera eje básico de la política inglesa durante siglos, solo que ligeramente modificado: de lo que se trata es de impedir un eje Europa – Rusia – China. ¿La excusa? “La defensa de las libertades ucranianas”.

Sin embargo, la Ucrania de hoy es como la Polonia de ayer: un país cuyas fronteras fueron configuradas por el estalinismo y que encierra a grupos étnico-lingüísticos que ni se consideran ni quieren ser ucranianos: quieren seguir hablando la lengua que han hablado siempre, quieren seguir con sus costumbres, sus tradiciones y bajo la bandera que siempre han tenido: la rusa. Estas poblaciones ya se pronunciaron en 2014 cuando decidieron configurarse como Repúblicas independientes y pedir su ingreso en la Federación Rusa.

La respuesta ucraniana fue la misma que ejerció el nacionalismo polaco en 1938-39 contra las minorías alemanas presentes en su territorio: hostigamiento, incursiones terroristas, asesinatos sistemáticos, ataques a infraestructuras… Era obligación del Estado Ruso proteger a sus ciudadanos, a los que habían dicho alto y claro que querían seguir siendo rusos en el Donbast, como era obligación del Estado Alemán proteger a los ciudadanos alemanes que siempre habían sido alemanes residentes en territorios que el azar de Versalles declaró “polacos”.

El cálculo era simple: presionar a Rusia adelantando las líneas de la OTAN lo más próximo a los edificios del Kremlin (incumpliendo las promesas realizadas a Gorbachov). Cortar los suministros de petróleo y gas ruso a los países europeos, ofreciendo como alternativas los exportados por los EEUU, incluso dinamitar directamente los gaseoductos que podrían garantizar el suministro de gas ruso a Europa Occidental; y, finalmente, recordar a los “vasallos occidentales” sus obligaciones como “socios” de la OTAN: apoyar a quien ordene el Pentágono y comprometer a Europa en una guerra que solamente es querida -incluso en EEUU- por el complejo militar-petrolero-industrial.

El pobre payaso que gobierna en Kiev, presa de su deseo de supervivencia, entregado a las presiones de la oligarquía mafiosa judía que lo sentó en la presidencia del país, ha recibido la orden de “resistir hasta la victoria final”, a pesar de que, quienes se la han transmitido, como cualquier analista militar sabe, esta “victoria” es imposible. EEUU vuelve a intentar, como hizo el Reino Unido (y los propios EEUU) en la Segunda Guerra Mundial, que el conflicto se vaya ampliando. No lo dudemos: nos encontramos en estos momentos en una etapa de “preparación psicológica” para una ampliación del conflicto ucraniano.

Nuevamente, ha aparecido en escena el nacionalismo polaco y sus reivindicaciones sobre territorios ucranianos. Polonia se ha convertido en el aliado más seguro del complejo petrolero-militar-industrial norteamericano: la base avanzada de su ofensiva contra Rusia. Y Polonia forma parte de la OTAN y de la UE. Cualquier tipo de ataque del que pudiera ser objeto Polonia -real, fortuito o, simplemente, inventado (como ya recurrió Zelensky hace unos meses lanzando un misil sobre territorio polaco que causó la muerte de dos ancianos y atribuyéndolo a Rusia, algo que los propios polacos desmintieron)- implicaría medidas de fuerza de la OTAN.

En las actuales circunstancias, la Unión Europea convertida en escenario de corruptelas y de lobbys, políticamente impotente, con desenfoques económicos y ausencia de política exterior más allá de la dictada en Washington, es un enano menguante; la UE ha cumplido rigurosamente con las sanciones económicas ordenadas desde el Departamento de Estado norteamericano, realizándose un increíble hara-kiri. A partir de ahora cualquier degradación de la situación es posible. Y de nada va a valer gritar “Zelensky no vale una guerra” si los distintos países de Europa siguen teniendo gobiernos y partidos que comen de la mano de los EEUU y si no aparece una actitud de defensa de los intereses europeos frente a los del complejo petrolero-militar-industrial de los EEUU.

Por el momento, el primero objetivo de los EEUU se ha cumplido: la UE queda descartada y anulada de una posible asociación preferencial con su vecino euroasiático.

LA ÚNICA SOLUCIÓN PASA POR LA MESA DE NEGOCIACIONES, 
NO POR LA ESCALADA BÉLICA

Creemos que estos paralelismos son suficientes como para demostrar que los “imperios” en decadencia siempre tratan de superar sus crisis mediatizando a pequeños países, gobernados por élites chauvinistas enloquecidas, a las que les han prometido futuros radiantes y ofrecido garantías imposibles de cumplir.

Tanto en la Segunda Guerra Mundial, como en el conflicto ucraniano lo que está presente es el deseo de que la masa euroasiática viva situaciones de inestabilidad y conflicto, antes con el Reino Unido impidiendo el eje París – Berlín – Moscú y ahora, el complejo petrolero-militar-industrial norteamericano impidiendo el eje UE – Rusia – China.

La gran diferencia estriba en que los medios de destrucción masiva actuales son muy superiores a los que entraron en juego durante la Segunda Guerra Mundial. Está claro que lo que los EEUU buscan es un conflicto “por fases”, una escalada gradual hasta cierto límite, más allá del cual, se transformaría en un conflicto que arrasaría incluso a los EEUU. Para los EEUU, como ayer para el Reino Unido, el conflicto debe darse en Europa continental y tener su centro en la Europa continental.

Para ello cuentan con la fidelidad bovina de los gobiernos europeos y con unos medios de comunicación masas que buscan sobrevivir en la era de transformación digital y saben que solamente pueden hacerlo publicando las órdenes que el Pentágono traslada a los gobiernos nacionales en el marco de la OTAN. ¿Y el “pueblo europeo”? Mudo como nunca, cegado por las operaciones psicológicas emanadas desde Washington, ni siquiera guiado por tuertos, sino por élites políticas cegadas por la apariencia de poder y por sus rentas, incapaces de pensar en el futuro de sus países.

¿Queréis evitar la guerra? Bien, pues tendréis que hacer una “revolución”.

Deberéis desembarazaros de gobiernos incapaces y de sistemas políticos que han demostrado su incapacidad, llevándonos hasta donde nos encontramos hoy. Pensad en el ejemplo histórico. Pensad que la historia la escriben los vencedores y que las “opiniones de los pueblos” se fabrican en laboratorios de operaciones psicológicas. Y luego pensar en vuestra supervivencia y en el futuro de vuestros hijos o de los hijos que os gustaría tener y que el actual ordenamiento del sistema os impide tener. Y cuando votéis en Cádiz o en Narvik, en Helsinki o en Lisboa, ser claros: 

NI UN VOTO A QUIEN NO PROCLAME EN VOZ ALTA: 

¡NO A LA OTAN!
¡NO AL COMPLEJO MILITAR-PETROLERO-INDUSTRIAL!
¡NI UN CARTUCHO, NI UN KILO DE CHATARRA PARA ZELENSKY!
¡SOLO NEGOCIACIONES DE PAZ!
¡NUNCA MORIR POR KIEV NI POR EL PENTÁGONO!