Hará siete u ocho años, Eduard Márquez me comentó que quería escribir una novela ambientada en Barcelona que abarcase
desde el “estado de excepción” de 1969 hasta 1980, con la llegada de Jordi Pujol al Palau de la Generalitat. Doce años. Me preguntó si podía aportar algún dato sobre aquella época. Desde
entonces nos hemos visto con regularidad hablando de lo divino y de lo humano
(incluso de lo infrahumano). A medida que nos íbamos viendo, me comentada lo
que avanzaba, las sorpresas que le iban aportando testimonios de otros que,
como yo, habíamos vivido aquellos años. Hará tres años -si no recuerdo mal- se
embarcó en la consulta de archivos olvidados en instituciones oficiales,
polvorientos, que nadie había abierto desde la transición. A 20 céntimos la
fotocopia. Y recopiló miles. Aquel proyecto no terminó de prosperar. El autor
-según sus propias palabras- sufrió un “bloqueo creativo”. Era normal;
demasiados testimonios, exceso de documentación. Así que anunció un replanteamiento
del proyecto en un acto público en el Teatro Romea.
Para quien no lo conozca, Eduard Márquez, de la quinta del 60,
esto es ocho años más joven que el que suscribe, se dedica a la literatura y a
la enseñanza. Desde 1991 ha ganado fama de buen artesano de la literatura con cinco
novelas, varios premios, dos volúmenes de cuentos breves, algo más de una
decena de libros para niños y dos libros de poesías. Es, pues, un escritor
consolidado que suele escribir en catalán. En su vertiente como pedagogo,
enseña “a escribir” (y doy fe de ello, porque fue capaz de leer algún mamotreto
infumable que yo mismo había escrito y tener la sinceridad de decirme: “por ahí
no vas bien; rectifica esto, anula aquello, recompón lo otro…”, que se resumía
en las palabras ausentes: “no seas un plasta”; en una palabra, me enseñó las reglas
que debe seguir el novelista para que su relato sea coherente, comprensible y
tenga una estructura interior racional).
Lo sorprendente es que, en 1969, Márquez hace todo lo que
no recomienda hacer a sus alumnos. Y si el resultado ha salido una “obra bien
hecha”, no es porque se haya limitado a “romper las reglas”, sino porque ha podido romperlas con un bagaje de lecturas a sus espaldas que le han permitido
componer una obra -digo “componer”, no “escribir”- inédita hasta ahora. Romper cánones es imprescindible para renovar un campo como la
literatura, atascado y saturado. Pero solo puede renovar aquel que domina la
técnica y “tiene oficio”.
La primera sensación que tuve al ojear el libro fue como esas visiones
que tiene la gente que está a punto de cascar, no casca y luego puede contar que por
su mente pasaron, acelerados, sus recuerdos. Esta sensación vino reforzada
por la foto de portada que muestra a un joven corriendo sobre unos adoquines
hoy ya cubiertos por capas y capas de asfalto. La foto era del 69, estaba
tomada en aquel entrañable Paralelo en el que aún quedaban cervecerías, cines y
teatros, fronterizo con aquella entrañable sordidez del barrio Chino a un lado
y al otro las fábricas y la laboriosidad de las gentes del Poble Sec.
Antes decía que Eduard Márquez no ha "escrito" el libro: lo ha “compuesto”; me explicaré. Márquez no ha puesto ni ha quitado nada a lo que unas decenas de testimonios, hemos aportado. Simplemente nos ha obligado a recordar. Inicialmente, fui algo remiso a exprimir esa parte de mi cerebro en el que estaban almacenaron recuerdos y vivencias de un pasado que tiene ya -oh maravilla de maravillas- más de medio siglo. Lo que valía la pena recordar de aquel tiempo ya lo plasmé en las Ultramemorias. Pero, Eduard me puso una pistola en el pecho en forma de grabadora y me obligó a recordar. Presté mi testimonio y ahí está recogido, con una fidelidad extrema, sin alterar ni una palabra, disperso en varios fragmentos.
Es de agradecer que los testimonios sean anónimos. Los
entrevistados tuvimos la posibilidad de aportar lo que vivimos entonces, pequeñas
experiencias que, en sí mismas, y a la vista del más de medio siglo
transcurrido, no eran nada, pero que juntas, componen un fresco de la Barcelona
de 1969. Eduard sumó a los testimonios material documental inédito: informes
policiales, cartas recibidas, cruzadas y enviadas desde el Gobierno Civil a la
policía, desde particulares a instituciones, informes de situación, sobre
detenciones, discursos de Franco, decretos oficiales, sentencias, notas de
prensa… Agregó documentos, artículos, panfletos, que circularon clandestinamente
aquel año. Ordenó todo este material en algo más de 500 páginas, con ritmo,
medida y armonía. No soy yo, ni mi antiguo compañero de clase, o aquel con el
que compartí lonas de campamentos, ni aquellos que estaban en posiciones
políticas diametralmente opuestas a las nuestras: es una voz colectiva la que
emerge de esas páginas y describe un paisaje muy exacto de cómo fue aquella
época y de cómo pensábamos los que entonces éramos jóvenes, teníamos ideales y
estábamos dispuestos a sudar la camiseta por ellos. Por eso era necesario que
los testimonios fueran anónimos.
* * *
Una vez leído el texto, me convencí de que, mi primera impresión
no estaba tan errada: otros testimonios, algunos de conocidos míos y otros de
gente que cuya existencia he sabido a través de la prensa, o testimonios
completamente anónimos, aportaban pinceladas que había olvidado, pero que
completaban mi propia visión; detalles que para mí resultaban insignificantes,
pero que otros retuvieron en sus memorias; textos que no recordaba de revistas
que habían pasado por mis manos; episodios, lugares, referencias, incluso la
existencia del pequeño archivador verde en el que guardaba fichas con las
direcciones de los grupos neofascistas del extranjero y que había olvidado
completamente. Mi vida en 1969 pasó por delante de mis ojos durante las horas
de lectura de esta obra. Pero no era mi vida, era la vida de una generación, de
una época, de un país y de una ciudad.
Hacía falta que alguien tuviera la paciencia franciscana, la
objetividad y la ausencia de prejuicios del aparato de rayos X, la minuciosidad del copista medieval, para recopilar todo
este material y dar a luz un volumen que tiene mucho de naturalismo (todo lo
que se cuenta, ocurrió en realidad), toques de surrealismo (eran los 60 y
algunos informes policiales parecen sacados del cajón de los Hermanos Marx), matices
de esperpento (el “ácido”, la “maría” y la psicodelia había hecho su entrada
triunfal), pinceladas costumbristas y pizcas de humor. Todo ello, entremezclado,
da al volumen ese aroma de realidad poliédrica que buscaba el autor. Todo el
material reunido por Eduard, ayuda a entender una generación que tuvo muchos
matices y distaba mucho de ser homogénea. Esto no se había hecho nunca hasta
ahora.
En 1969, todos los que vivíamos nuestra juventud “sin trabas y sin tiempos muertos”; como decía Drieu en Gilles, "no sabemos lo que hay que hacer, pero lo haremos". Y, sobre todo, teníamos esperanza: esperanza en la llamada de la patria, esperanza en la lucha de clases, esperanza en la capacidad revolucionaria de la clase obrera, esperanza en el “Cristo Obrero” o en el “Cristo Rey”, esperanza en la revolución cultural (cualquiera que fuera), esperanza en la contracultura, en el marxismo-leninismo-pensamiento-mao-tse-tung, en las consignas del partido, en los sermones de Santiago Carrillo y en el "rosario en familia" del Padre Peyton, en la lucha armada, en el neofascismo, en Europa, en el gregoriano o en la Misa Luba, en la llegada de los extraterrestres o en Trotski, o en ambos, en el socialismo, en el nacional-sindicalismo o en el sindicalismo a un lado y el nacionalismo a otro, en pensar que una huelga mejoraría las condiciones de trabajo o que una lucha vecinal era una parte de la lucha por las libertades, en las libertades democráticas o en los mundos generados por el ácido o por un porrito bien servido… De eso, hoy, ya no queda nada. De hecho, ni siquiera quedan los adoquines de la foto de portada. La esperanza se ha volatilizado; aquella ciudad está hoy instalada en “el corazón de las tinieblas”. La caja de Pandora, abierta, sigue repleta de “horrores”, pero desprovista de esperanza. La Ciudad Condal, ya no es la “ciutat cremada”, sino “la ciudad jodida”; o si lo preferís “la ciutat fotuda”.
* * *
En 2023, los que hemos aportado testimonios para componer este
libro, estamos en la “línea del frente”, allí donde se producen más bajas. Me
cuenta Eduard que ya han muerto dos personas cuyos testimonios recoge el libro
(una de ellas, el inolvidable Pau Riba). Dentro de unos años resultará
imposible reconstruir la transición con “fuentes primarias vivas”.
El libro viene en un momento en el que, desde muchos ambientes se
está revisando la “transición”. Nada encaja en la “versión oficial” que se ha
dado de aquellos años: ni empieza con la muerte de Franco, ni termina en
1978 con la aprobación de la constitución. Fue un período mucho más amplio en
el que tanto Adolfo Suárez, como Juan Carlos I, como Carrillo, no fueron en
absoluto los “motores del cambio”, sino que se vieron, como los peces muertos,
arrastrados por una corriente que les trascendía y que eran incapaces de dominar.
Queda todavía mucho por explicar sobre
la “transición”; la suerte es que nos constan varias iniciativas, tanto en
España como en el extranjero, de “revisar” la historia de aquel período. De ahí
la necesidad de que este libro tenga continuidad: que, tras 1969,
aparezca 1970, 1971… y que aparezcan pronto, porque las bajas en
la “línea del frente” crecerán en los próximos años.
No me cabe la menor duda que el trabajo iniciado por Eduard Márquez con 1969,
es un precedente para esta tendencia a la revisión de nuestra historia reciente
(y es que hay que ser muy, pero que muy “revisionista”, para que no te la metan
doblada). Me quedarían muchas cosas por transmitir después de haber leído este
libro de Eduard Márquez, pero evitaré ser un plasta; así que os recomiendo su
lectura en la espera de que os diga tanto como me ha dicho a mi.
1969 – Eduard Márquez – L’Altra Editorial – Barcelona 2022 (edición en catalán)
1969 – Eduard Márquez – Editorial Navona –
Barcelona 2022 (edición en castellano)