“Esto no es vida…”, se oye decir con frecuencia. Las antesalas de los psicólogos están cada vez más repletas de pacientes. Se calcula que en apenas 20 años el 40% de la población mundial se verá afectada por trastornos psicológicos. La psicología es una de las profesiones de futuro que absorberán más profesionales. No es complicado: se trata de aprender a escuchar (o aprender a simular que se escucha) y recetar alguna pastilla.
En la raíz del problema, reside el fenómeno de que el ser humano
moderno no “vive”, sino que “soporta la vida”, la experimenta como un
sufrimiento y la privación de algo que es incapaz de definir. Las distintas
formas de “positivismo” le han amputado la posibilidad de una “vida superior”.
Y le han dicho que morirá. Le cuesta aceptarlo. Y, para colmo, la marcha de
las últimas décadas de civilización ha roto los vínculos orgánicos que unían el
Yo al mundo que le rodea. Hubo un tiempo en el que “vivir” y tener una vida que
pudiera llamarse “plena”, implicaba ser consciente de que esa existencia se
desarrollaba en un marco orgánico y “ordenado”. Desde hace unas décadas, nuestro
tiempo ha demostrado su capacidad “entrópica”, esto es, la posibilidad de renunciar
al Orden y arrojarse en brazos del Caos.
Tal como ocurrió cuando Nietzsche decretó la “muerte de Dios”, el ser
humano se ha visto solo, aislado, sin vínculos con nada de lo que le rodea. Es
el nihilismo que aparece en el corazón como un agujero negro que nada (ni el
consumo, ni el hedonismo, ni el entertaintment) es capaz de llenar. Es dudoso
que el resultado de todo esto se le pueda considerar "vida". Por eso
decíamos que el hombre moderno no vive, sino que soporta la vida. Un repaso
rápido, nos lleva a aislar y reconocer nueve “rupturas” con los lazos orgánicos
que, en una sociedad “normal”, “ordenada” y “tradicional”, constituían soportes
de lo humano:
1. LA RUPTURA DEL HOMBRE CONSIGO MISMO
El hombre moderno ignora cuál es su verdadera naturaleza: apenas sabe
nada importante de sí mismo. Conoce sólo sus instintos (atenuados) y sus
necesidades cotidianas y contingentes y al actuar en función de ellas termina
convencido de que no es nada más que un tubo digestivo que es preciso alimentar
y satisfacer en unas pocas necesidades más de ocio y placer, que la evolución
de los aspectos culturales de nuestra civilización nos indica que revisten cada
vez formas más vulgares, groseras y primitivas.
Pero el hombre es algo más que un paquete biológico con necesidades
animales. Cualquier antropología tradicional implica una concepción más
completa y realista: el hombre es cuerpo físico, pero también flujo mental (que
puede controlar o mediante el cual puede ser controlado) y finalmente, late en
él una chispa sobrenatural que hace de él algo diferente al resto de la
naturaleza y que es precisamente lo que le une al Todo.
Una concepción reduccionista -utilitarista, si se quiere- hace del hombre
un cuerpo, hecho de materia, que es preciso mantener y una mente atraída por
las necesidades de esa misma materia que hay que satisfacer en lo que pida: el
eje de la vida se desplaza de un polo trascendente (la concepción del hombre
como un ser integrado en la naturaleza, pero al mismo tiempo radicalmente
diferente a la misma, es decir, una vida orientada a satisfacerlos aspectos
trascendentes) a un polo contingente (la vida como búsqueda del hedonismo más
elemental y menos exigente).
2. LA RUPTURA DEL HOMBRE CON LA NATURALEZA
Una concepción materialista y economicista de la vida, debía
repercutir, antes o después, en la naturaleza: la optimización de los
beneficios, las leyes del mercado, la rentabilidad de cualquier acción, la
productividad a todo trance, debían finalmente, agredir a la naturaleza. Los
tiempos en los que el hombre tenía conciencia de que, en su parte contingente,
formaba parte de esa misma naturaleza, han quedado atrás hace mucho.
La sobreexplotación de la naturaleza, los problemas del medio
ambiente, las catástrofes derivadas de formas primitivas de aplicación de la
energía nuclear o los accidentes en los transportes de petróleo, los
experimentos genéticos descabellados, todo ello, no son sino pruebas
fehacientes del enfrentamiento del hombre con la naturaleza. Una lucha titánica
en la que el hombre -como el Titán mitológico- siempre tiene las de perder.
Una vida integrada del hombre en relación a la naturaleza implica la
utilización racional de los recursos que ésta ofrece; una ruptura, en cambio,
implica sobreexplotación, agresión y conflicto. A estas alturas es imposible
seguir compartiendo actitudes "progresistas" según las cuales el
progreso científico irá compensando y corrigiendo el deterioro del entorno
ecológico. Más aún: el encarrilamiento actual del progreso científico supone,
día a día, una ruptura mayor del hombre con la naturaleza. Hablar de “progreso
sostenible” es inconsecuente: no hay progreso continuado posible, por
“sostenible” que sea, en un planeta de recursos limitados.
La carrera entre una ciencia que deteriora el medio y otra ciencia que
intenta paliar este deterioro prosigue frenética y sin cesar, con un resultado
problemático al final del camino. Por otra parte, no se trata solamente de las
cuestiones “ecológicas”. La ecología aparece cuando el ser humano deja de “sentir”
la naturaleza como algo animado que habla en un lenguaje que éste ya no puede
entender. La ecología actual es, antes bien, el producto del deseo de
supervivencia, esto es, del miedo a la muerte. Y, por tanto, puede ser
entendida como otra “cobertura al nihilismo”, estimulado y acrecentado por la
Agenda 2030.
3. RUPTURA DEL HOMBRE CON SUS SEMEJANTES
Las sociedades modernas son profundamente insolidarias. El fenómeno no
es nuevo. Desde que se definieron las relaciones entre los hombres como
"homo homine lupus", estaban sentadas las bases para la aparición
de un hiperindividualismo y para la abolición de los lazos de solidaridad,
incluso para la desaparición de la esfera de “lo comunitario”.
Fenómenos posteriores como el nacionalismo (que aparece con la
revolución francesa, siendo en la práctica el individualismo de los pueblos),
el racismo (que se afirma a lo largo del siglo XIX a partir del colonialismo
anglosajón), el individualismo (para el cual el hombre es una unidad atómica
separada de otras idénticas a él y necesariamente enfrentada), unido a la
acumulación de capital y al afán de lucro y de usura, se fueron radicalizando a
lo largo del siglo XIX y XX y hoy no dan pie a ningún optimismo.
El repliegue individualista que registran las sociedades modernas, en
las que nadie está dispuesto a sacrificarse por nada y ningún valor es
defendido fuera de los estrictamente economicistas, hacen de la sociedad algo
profundamente fracturado, roto y en crisis irreversible.
4. RUPTURA DEL HOMBRE CON LA MUJER Y LA SEXUALIDAD
Sería injusto afirmar que la concepción tradicional de la pareja ha
entrado en crisis; lo que está en crisis es la concepción burguesa de las
relaciones hombre-mujer: la sumisión fálica de la mujer al hombre, ha sido
sustituida por el igualitarismo a ultranza y en todos los órdenes. Pero la
alternativa no está ahí; si la sociedad burguesa rompió la complementariedad
hombre-mujer, lo que siguió después, no fue un "ir a más", sino un
descender un peldaño: el de la reducción de la feminidad al tipo de varón,
integrándose progresivamente en todas las actividades de éste, como si esto
fuera una conquista, cuando en realidad lo que implicaba era llegar a las
últimas consecuencias de una sociedad machista, la integración de la mujer en
el modelo "macho". Pero esto supuso olvidar muchas cosas. Basta mirar
a nuestro alrededor para percibir que la feminización del varón, se completa en
nuestros días con la virilización de la mujer. Tal es el “plan” de los
“ingenieros sociales”, la última elucubración y el producto final de una locura
que ni siquiera es consciente de los desequilibrios psicológicos y sociales que
está generando que tiene su expresión extrema en los “estudios de género” y en
las concepción de “nuevos modelos familiares” (cuando la “familia” puede ser
cualquier tipo de relación es que la familia pasa a ser nada).
En primer lugar, este planteamiento ignora la importancia de la
sexualidad en la vida humana. Existe atracción sexual en tanto que existe
polaridad entre los dos sexos. Polaridad implica atracción: más fuerte es la
polaridad, más fuerte es la atracción, más atenuada está, más débil es el
vínculo erótico. Un mundo en el que los dos sexos tienden a igualar sus performances
es un mundo sin polaridad, luego un mundo en el que la tensión erótica se ha
relajado o desviado.
Cuando se reconoce que una sociedad nunca ha sido tan libre y
permisiva desde el punto de vista sexual como hoy y nunca se han dado a hombres
y mujeres tantas posibilidades de gozar, hace falta añadir que, precisamente,
nunca como hoy han existido tantas psicopatías y disfunciones sexuales (y,
desde edades tempranas, lo que índice a las claras el fracaso de la “educación
sexual”).
La integración de la mujer en el mercado de trabajo (como trabajadora
alienada y consumidora integrada), su incorporación a trabajos ingratos y
desfeminizantes, su equiparación al varón, solamente puede ser considerada como
una “conquista” por mentes abyectas y deformadas, nunca por cerebros sanos y
objetivos.
5. RUPTURA DEL HOMBRE CON SUS HIJOS
La aceleración de los ritmos de la historia ha hecho prácticamente
imposible la comunicación generacional. Las jóvenes generaciones lo ignoran
casi todo de sus padres y lo que estos pueden transmitirles ya ha periclitado o
carece de valor.
En este contexto el papel educador de los padres (en el supuesto de
que estuvieran en condiciones y supieran educar a los hijos) se ha difuminado:
los padres, delegando en el Estado y en su "educación obligatoria" la
formación de sus hijos, han renunciado a aportarles algo de sí mismos, confiando
en los buenos oficios de las escuelas públicas o de los colegios privados.
Pero la educación es algo más que cinco horas de clase al día. La
educación global implica convivencia, transmisión continua, y, sobre todo,
ejemplo. El papel del padre de familia se ha devaluado: ha dejado de ser,
ejemplo, educador y orientador de sus hijos, para pasar a ser la persona que
trae dinero a casa, en hogares en los que la mujer hace otro tanto y los niños
nacen y crecen con el “chupete electrónico” (Tablet, teléfono móvil, videojuegos,
plasma, streamings), desinteresados completamente del mundo de los padres.
No es de extrañar que el impulso vital que hace que una sociedad se
prolongue en sus hijos, haya disminuido en Occidente y la pirámide de población
se invierta. ¿Para qué tener hijos? Desde el punto de vista económico, son
ruinosos; y este es el único punto de vista que hoy cuenta, el economicista.
6. RUPTURA DEL HOMBRE CON LA "RES PUBLICA"
Occidente entero, el Primer Mundo, vive regímenes de democracia
formal. En la práctica, estos regímenes no son otra cosa que partitocracias
tuteladas por una oligarquía económica. La libertad de expresión ("se
puede decir todo, pero no sirve para nada") es una ilusión formal. Las
elecciones "democráticas", no solo se celebran ante una indiferencia
cada vez mayor, sino que además las opciones en liza han sido uniformizadas en
función del "realismo" y del "posibilismo": derechas e
izquierdas liman sus aristas y se convierten en confusos conglomerados de “centro”.
Los “estadistas” han desaparecido. El político actual, ni siquiera tiene
carisma, es un producto de marketing publicitario como una leche pasteurizada o
una crema de cacao. En lugar de elegirlo en el super, se elige mediante el
ritual electoral.
Hoy, “democracia”, en Occidente, supone elegir cada cuatro años, a
unos sujetos con los cuales no existe la más mínima relación, divorciados
completamente de sus electores, impuestos por las cúpulas de los partidos (esto
es, por los grupos de presión a los que sirven), y cuya tarea se limita a apretar
un botón siguiendo las consignas de su jefe de grupo parlamentario. No tienen
iniciativa propia, ni autonomía de decisión, ni vínculos con los problemas
reales de sus electores. De hecho, les repugna cualquier relación con estos:
apenas buscan mejorar su situación personal por el camino de la política. Para
conquistar el favor de la población, deberán mentirles, les halagarán, dirán lo
que esperan oír de ellos, para, ya elegidos, luego centrarse en la mejora de su
situación. No es raro que las cualidades que se requieren para ser político hoy
en día pertenezcan, sin excepción, al cuadro clínico propio de los psicópatas.
Así ha sido en todas las democracias y tampoco esto cambiará en el siglo XXI.
Para colmo, la pared que separa la vida política de la económica es
tan fina como un papel de fumar: los grandes negocios se realizan al abrigo del
poder que, frecuentemente es cortejado por mafias corruptas y corruptoras. Esta
degeneración de la vida pública aumenta, día a día, la separación entre el país
real y el país legal. Por lo demás, puede intuirse la repercusión que tiene en
la sociedad el mal ejemplo de unas instituciones corruptas sobre una sociedad
presionada por necesidades economicistas: es el "aquí vale todo" que
vivimos. La economía dirige a la política, el poder económico al poder
político, las necesidades del rendimiento máximo del capital se traducen en
decisiones políticas y, a la postre, en la misma política aplicada, en lo
esencial, por todos los partidos, se reclamen de derechas, de centro o de
izquierdas...
La separación de poderes, base del liberalismo democrático, es mera
entelequia; la representatividad de las instituciones es más que cuestionable
en tanto que los electores no reciben suficiente información (sino consignas y mensajes
publicitarios) a la hora de votar. Por lo demás, todos hemos asumido la
normalidad de que los partidos traicionen el voto de los electores y hagan todo
lo contrario de lo que han prometido...
En estas condiciones el hombre moderno no participa de la vida
pública. Esta ha sido usurpada y acaparada por una clique de políticos tan
corruptos como incapaces para los que la gestión del poder por el poder y de
éste para obtener un mayor beneficio personal, es la única norma y objetivo.
7. RUPTURA DEL HOMBRE CON LO TRASCENDENTE
Entendemos por trascendencia el impulso del hombre hacia el
conocimiento de lo que está por encima de él. La trascendencia forma parte de
la naturaleza humana, tanto como su aspecto biológico o su flujo mental. El
marco a través del cual el hombre pudo vivir en el pasado la trascendencia, no
era únicamente el religioso; buena parte de las técnicas de ascesis no están
necesariamente ligados a ninguna forma religiosa concreta. Estas técnicas
forman parte del esoterismo, que se sitúa en un plano distinto a la mera
religiosidad exotérica. Si ésta tiende a la “salvación”, la otra aspira a la
“liberación”.
En Occidente, la Iglesia Católica, renunciando a cualquier forma de
esoterismo, poniendo el énfasis solo la fe y en el culto ritual, ha sido uno de
los responsables de la ruptura del hombre con la trascendencia. El esoterismo
implica la posibilidad de tener directamente la experiencia de lo Absoluto. La
Iglesia, hace pasar tal experiencia a través del sacerdote y de la fe, no de
una ascesis interior, presente solamente en formas minoritarias y marginales
dentro del cristianismo para el que el elemento emotivo y sentimental sigue
siendo el vector principal.
El resultado ha sido, no solo la disolución progresiva de los lazos
del hombre con lo trascendente -lo que se operó en una primera fase- sino la
desviación posterior del impulso hacia la trascendencia. Esta desviación se
operó en dos direcciones diferentes: de un lado con la aparición de ideologías
político-sociales que implicaban la aceptación de dogmas, ritos, culto,
sacerdotes, escritos sagrados, etc. (el marxismo en primer lugar), y de otro,
la proliferación de sectas seudo-religiosas, cultos exóticos, ocultismo de
distintos pelajes, etc. que han constituido lo que podemos llamar
"supermercado espiritual". Finalmente, en el marco occidental, esta
panorámica se terminó con el papado de Benedicto XVI que, en rigor, debería ser
considerado el “último papa”, a la vista de que su sucesor no es más que un
triste servidor de la corrección política que gobierna sobre un “imperio
mundial” en vías de desaparición en el que, históricamente, ha sido su centro
geopolítico: Europa.
8. RUPTURA DEL HOMBRE CON LA ECONOMIA
La economía ha pasado, en el decurso de los siglos, de ser un
accesorio para facilitar la vida social, a dirigir la totalidad de las
actividades humanas. El hombre ha dejado de utilizar la economía para su
beneficio y se ha convertido en una pieza más del complicado engranaje de
producción y consumo.
La economía en las sociedades tradicionales estaba situada en el nivel
que le correspondía: junto a la función productiva. Ahora bien, al convertirse
la burguesía en clase social preeminente, impuso sus valores a la totalidad de
la sociedad y los convirtió en hegemónicos: afán de lucro y usura, leyes del
mercado, de la oferta y la demanda, etc. La economía es la ciencia que trata de
ordenar, interpretar y encarrilar todos estos elementos.
Pero el burgués utilizaba un arma peligrosa para alcanzar sus fines:
el capital. Poco a poco, la acumulación de capital se ha ido concentrando en
cada vez menos manos y ha terminado cobrado vida propia: la economía se ha
vuelto omnipresente, rige los destinos de los hombres y de las naciones, dirige
la política e impone sus leyes en todos los campos de actividad humana y
millones de hombres sufren las oscilaciones de un sistema económico que ya
nadie controla y que solamente es comparable a un toro desbocado que no se sabe
hacia dónde orientará sus próximos movimientos, ni que destruirá primero.
Ya hemos dicho que la economía, para servir a la realización de sus
leyes objetivas, ha terminado por agredir, de un lado al hombre, de otro a la
naturaleza; pero esto no es todo. En los últimos 200 años se han ido
produciendo crisis coyunturales en el sistema económico capitalista, que, mejor
o peor, se corregían mediante ajustes técnicos; pero hoy, un examen
pormenorizado de la actual crisis económica demuestra que no es coyuntural,
sino estructural: pero la reforma de las estructuras económicas, pasa por el
rompimiento de las leyes del capital y éste hoy, es hegemónico e inamovible y
camina hacia sus últimas consecuencias lógicas: máxima acumulación de bienes,
optimización de los costos de producción, regímenes de oligopolio, etc. con sus
secuelas sociales: alienación del trabajo, legiones de parados, desfase entre
la oferta de consumo y las posibilidades reales de consumir, marginación de
sectores cada vez mayores de la población, etc. Finalmente, el intento de
estructurar una economía globalizada se ha saldado con una inestabilidad
creciente de todo el sistema y un tránsito de la economía de producción a la
economía financiera y especulativa. La Cuarta Revolución Industrial arrojará al
paro a millones de seres humanos, sin otra esperanza que el “salario social”.
Las luchas entre el capital acumulado en las dos primeras revoluciones
industriales de un lado y las procedentes de las dos últimas, generarán tensiones
insuperables en el interior del sistema mundial, roto, finalmente, desde el
inicio del conflicto ucraniano.
9. RUPTURA DEL HOMBRE CON EL SABER
A partir del triunfo de las nociones mecanicistas de la ciencia, se
operó un cambio sustancial en ésta: el saber dejó de ser algo universal y se
fragmentó en especializaciones horizontes progresivamente más estrechos. La
educación integral de los científicos se olvidó y la ciencia se convirtió en
una búsqueda ciega y sin conciencia, en la que el desprecio más profundo por la
dignidad humana, por la seguridad del entorno ecológico y por la calidad de
vida, se utilizó en beneficio de los intereses de los consorcios inversores.
El saber -al igual que la economía- ha pasado de ser un instrumento en
manos del hombre, a convertirse en una cadena de hierro que marca su
esclavitud. Hoy sabemos que la idea del progreso indefinido es engañosa y que
los avances técnicos solo mejoran la vida en sus aspectos más superficiales,
sino banales. Incluso cabe decir que muestran el signo de los tiempos, el zeitgeist
de una época. No puede extrañar, como hemos dicho antes, que las fortunas de
Silicon Valley inviertan de manera preferencial es investigar las posibilidades
de “prolongar la vida”, incluso de alcanzar la “vida eterna”.
Ahora bien, dado el proceso economicista de las sociedades modernas,
el saber -que en otro tiempo abarcaba ramas muy diferentes del pensamiento
humano- ha quedado reducido al saber científico y éste, a su vez, al saber
utilitarista: solo merece ser investigado aquello de lo que puede derivar un
beneficio, sin importar cualquier otra consideración ética o moral, ni siquiera
sus repercusiones sociales: los espectaculares avances en biotecnologías o en
robótica, son significativos a este
respecto.
Dado que las humanidades no tienen hoy un “valor añadido” evidente, tienden
a ser desterradas de la enseñanza y desvalorizadas por las nuevas generaciones.
Idiomas como el latín y el griego, cuyo aprendizaje no suponía un alarde de
erudición, sino un instrumento para comprender el significado de las palabras y
la génesis de las ideas, desaparecen de los programas de bachillerato. La
memoria -ese "músculo" a desarrollar- es estigmatizada por una
pedagogía "progresista" y su práctica -que todas las civilizaciones
tradicionales han colocado en el centro de su sistema pedagógico- borrada
literalmente de los nuevos planes de estudio. El resultado son niños que
utilizan constantemente la calculadora para sumar cantidades mínimas y que
ignoran todo sobre el origen de su cultura y su pasado. El empobrecimiento
humanístico de un saber así concebido, es tan evidente como dramático.
SOLDAR LAS RUPTURAS: PARA QUE HAYA VIDA ANTES DE LA MUERTE
De todas estas rupturas emana una psicopatología social que afecta a
las sociedades en tanto que tales y a los individuos aislados en tanto que
miembros de unas sociedades en crisis.
Evola tenía razón en 1962 al comparar la marcha actual de la
civilización con una bola de nieve que cae por una ladera arrastrándolo todo y
a velocidad progresiva. Parece como si a lo largo de los últimos doscientos
años la historia se hubiera acelerado adquiriendo la forma de una curva asindótica
en la que las fechas son el eje de ordenadas y los progresivos niveles de
desintegración están representados por el eje de abscisas. Pues bien, la
existencia del hombre antes de la muerte, se desenvuelve en ese marco
espectral. Hoy, el proceso de decadencia está incomparablemente más avanzado
que hace 60 años, cuando Evola escribió aquellas inspiradas páginas. Estamos en
la fase final de un ciclo de civilización.
No podemos “arreglar el mundo”. Este mundo y el “sistema” que lo rige
es demasiado complejo para poder ser modificado por individuos, movimientos o
países aislados. El proceso de desintegración, parece imparable y todo induce a
pensar que seguirá hasta sus últimas consecuencias. Como máximo se podría esperar que determinadas opciones consiguieran
ralentizar los pasos hacia el abismo, pero la humanidad ya está encarrilada en
esa dirección y, de la misma forma que, el pequeño cayac que es arrastrado por
una corriente indómita al final de la cual se encuentra una cascada imposible
de evitar, apenas logrará retrasar unas décimas de segundo la fatal caída por
el vacío, así mismo los esfuerzos públicos y la actividad militante de
individuos o de movimientos, sinceros y que perciban la gravedad de la crisis,
son dignos de recibir nuestra atención y apoyo, no debemos, sin embargo,
hacernos ilusiones.
Augurar el colapso de nuestra civilización no es un “mito
inmovilizante”, más bien supone un estímulo para la acción, sólo que orientada
en una dirección diametralmente opuesta a la que, hasta hace poco, se estimaba
posible: más que orientadas a éxitos políticos y a acceder a organismos
democráticos, a conquistar un espacio político, quienes son conscientes de la
gravedad de la crisis, deben reconocer la imposibilidad de elegir opciones
dentro del “sistema”, algo que podía percibirse desde los tiempos de la Guerra
Fría: ¿existían posibilidades de elegir entre el ocupante soviético de Europa
Oriental y el ocupante americano de Europa Occidental? ¿cuál de las dos
opciones era mejor? ¿Y hoy? ¿existe alguna diferencia entre la globalización
tal como se percibe desde China o desde los Estados Unidos? ¿políticas
conservadoras o políticas progresistas? ¿mercado liberal globalizado o Estado
liberal al servicio de la globalización?
Resulta imposible pronunciarse ante estas disyuntivas. Y lo que es
peor: no sirve de nada. Porque el sistema funciona independientemente de la
voluntad de los humanos. Es un mecanismo ciego que no tiene nadie al frente del
timón, no obedece a planes de control mental,
a conspiraciones de iluminados, ni a la voluntad de sectas secretas. Es un
mecanismo monstruoso que ya ha adquirido vida propia y que camina
inexorablemente hacia sus consecuencias últimas.
En estas circunstancias los éxitos políticos puntuales solamente
serían el precedente de nuevos y mayores desequilibrios. Incluso, aunque en una
zona geográfica fuera posible restablecer un principio de Orden y de Autoridad,
el inevitable desplome interior hacia el que camina el sistema mundial,
convertiría ese espacio en una ciudadela sometida al asalto constante de
fuerzas mucho mayores en número.
Es preciso, por tanto, establecer un orden de prioridades:
1) Recuperar nuestra vida. En una palabra: ser consciente de que
hay una vida antes que la muerte y vivirla en plenitud, satisfechos de nuestro
paso por el mundo. Para ello, además de ser conscientes de lo que supone
vivir, deberemos seguir alguna práctica de meditación y ascesis que adiestre
nuestro espíritu, lo serene, y nos proporcione, en la medida de lo posible, la
certidumbre de estar despiertos en un mundo de las sombras de los que duermen.
2) Convertirnos en islas de claridad en un mundo rodeado de
tinieblas. Lo que significa, renunciar a las ambigüedades, ser radicales
apuntando a las raíces de los problemas, ser ejemplos de vida e integridad: ni
bajar la cabeza, ni pedir perdón por ser quienes somos y por denunciar lo que
denunciamos.
3) Organizarse hoy para poder estar presentes en la reconstrucción
del mañana. No podemos aspirar a victorias inmediatas, ni al
“cortoplacismo”, tampoco a triunfos efímeros que no puedan apuntalarse una vez
alcanzados. Debemos trabajar ante la perspectiva del derrumbe -a medio plazo-
de todo el sistema mundial, preparar las ideas-fuerza, los argumentos y,
especialmente, a las élites que estarán en condiciones de reconstruir un modelo
de sociedad tras el desplome interior del sistema mundial. Estamos hablando de
“élites organizadas” en la clandestinidad, sin tratar de salir a la luz pública,
lo que implicaría ser barridas en las actuales circunstancias.
Es imposible ir más allá y establecer objetivos situados más allá de
estas exigencias. Sabemos que el desplome se producirá y será una “tormenta
perfecta” global (lo que Guillaume Faye llamaba “convergencia de catástrofes” y
el Foro de Davos calificaba como “policrisis”), pero no estamos en condiciones
de establecer, a partir de ese momento de crisis, cómo se desarrollarán los
acontecimientos, ni los plazos en los que se prolongarán los momentos críticos.
Por eso es importante tomar como piedra angular a la persona y a los que se
identifican en un mismo criterio ante lo que está ocurriendo.
El primer objetivo es, pues, vivir la vida, intensamente, sin tiempos
muertos. Pero una vida "rota" no es vida, tal como a la que nos ha
contenido el sistema mundial en esta fase de civilización, es un sucedáneo de
vida. Frente a las nueve rupturas y desintegraciones que hemos definido, no
queda más que una vía: recuperar el sentido -etimológico- de lo religioso. La
palabra religión procede del latín, "religare", volver a unir.
En sánscrito, la palabra "yoga", deriva igualmente de "yug",
(raíz que, por derivación directa a dado origen a la palabra latina "yugo",
unión) cuyo sentido es idéntico. Al hablar de "religión" nos estamos
refiriendo no a dogmáticas concretas, ni a cultos o fes particulares, sino a la
recuperación de una sabiduría capaz de reintegrar los distintos aspectos de la
vida del hombre en una totalidad holística, en un conjunto unitario. Eso y solo
eso, puede ser considerado como “verdadera vida”.
Solo así la vida recuperará un sentido. Solo así, podremos decir que vale la pena vivir la vida y más aún, que existe una vida antes de la muerte... al menos una vida digna de tal nombre.