martes, 9 de enero de 2024

LAS CULPAS DE LA DERECHA (no todo el desastre nacional actual es culpa del pedrosanchismo)

Desde el interior de España, las personas con un mínimo de sentido común, comprensión de los mecanismos de la política y capacidad crítica, tienen tendencia a ver el gobierno de Pedro Sánchez como un Frankenstein 2.0., una hidra monstruosa de muchas cabezas, mucho más ampliado que el Frankenstein 1.0. de la anterior legislatura que, a fin de cuentas, solamente incluía al PSOE y Podemos (por mucho que podemos distara mucho de ser un partido unitario y que “su momento” ya hubiera pasado).

En aquel primer gobierno de coalición, Sánchez optó por coaligarse con Podemos -aunque todos sus socios de la Internacional Socialista le aconsejaron hacerlo con el PP en una “gran coalición” que siempre había reportado buenos resultados a la socialdemocracia- simplemente porque consideró que Podemos, debilitado, con mínima experiencia política y cuyo programa estaba reducido a una serie de obsesiones de poco calado, era mejor que aliarse con un PP, mucho más grande y que corría el riesgo de realizar el “abrazo del oso” al PSOE. Pero en esta segunda legislatura de Pedro Sánchez todo ha cambiado.

Y la primera muestra de que estamos en otro escenario es que España está partida en dos: la no-España por un lado (esto es nacionalistas y separatistas), la extrema-izquierda polimórfica y babosilla y un PSOE cuya única preocupación es seguir administrando la “caja”; y la “derecha” compuesta por PP y Vox. Ninguna posibilidad de “tercera vía”, ni de “centrismo” realmente existente. Ya nadie alude al “amplio espacio de centro” y, antes bien, la tendencia es a la polarización creciente e irreversible: “derecha frente a izquierda”, “conservadurismo frente a progresismo”. Y es sobre estas dos opciones reales sobre lo que hay que decidir.

Así se ven las cosas desde el interior de España y la visión es justa. Sin embargo, en el curso de una reunión con unos amigos de Costa Rica, tuve ocasión de meditar sobre cómo se ven las cosas desde fuera de España. Lo que preocupa es ¿cómo se ha llegado a esta situación? Hace poco en Houston me formularon la misma cuestión: en ningún país, nadie, mínimamente razonable, quiere llegar a una situación parecida a la española.

En ambos casos, mis interlocutores se sorprendieron por la respuesta que era la que menos imaginaban: en tanto que conservadores, todos ellos consideraban que “el error es cosa de izquierdas y la línea justa lo propio de la derecha”. Y esto puede que sea así en otros países, no lo es, desde luego, en España.

Pedro Sánchez está sentado en La Moncloa simplemente porque la derecha se equivocó en su estrategia o, más bien, porque las dos formaciones de la derecha, tienen como objetivo desde la anterior legislatura ganar más peso político que la otra. Y el resultado es que el beneficiario ha sido Pedro Sánchez y sus nuevos aliados. Digámoslo más claramente: en España gobierna la izquierda y la “no-España”, gracias a los errores de la derecha. Y, lo que es peor, seis meses después de las elecciones generales, esa derecha sigue sin haber rectificado su estrategia.

¿Y cuáles han sido los principales errores de la derecha? Fundamentalmente, tres:

- El primero es no haber pactado un “programa común” ANTES de las elecciones generales de 2023.

- El segundo, no haberse dado cuenta Feijóo que a lo largo de la legislatura anterior se produjo la polarización del país y terminaron las posibilidades de formar una “gran coalición”.

- Y, finalmente, la tercera es haber desconsiderado los aspectos doctrinales de la lucha política, centrándolo todo en la administración del poder política.

Veamos con más detalle estos tres elementos.

Si la derecha hubiera pactado un “programa común” y presentado una sola candidatura, se hubiera beneficiado de los restos generados por la Ley d’Hondt, especialmente en las pequeñas provincias. Esto le hubiera dado los diputados necesarios para obtener mayoría absoluta. Un “programa común” de la derecha es normal -y deseable- en un momento de polarización política, cuando ya no puede estructurarse una opción centrista, ni forma alguna de eclecticismo político.

Sin embargo, tanto en el PP como en Vox, la opinión de sus direcciones antes de las elecciones de 2023, era que gobernaría la derecha, ya sea con mayoría absoluta del PP, o bien en coalición con Vox, o, como mínimo, con el “apoyo crítico” de Vox. Obviamente, el PP trabajaba solamente para obtener la mayoría absoluta, mientras que Vox aspiraba, a tener el número suficiente de votos para hacerse imprescindible para formar gobierno. Ni PP, ni Vox contaban con que las simetrías parlamentarias salidas de las urnas fueran favorables a las locuras psicopáticas de Sánchez y de sus aliados.

Desconfiando de los sondeos del CIS-Tezanos, no fueron capaces de analizar el impacto generado por la llegada masiva de nuevos votantes (especialmente inmigrantes subsidiados) y al aumento de los sectores sociales clientelares amamantados por el PSOE. La convicción en ambas formaciones era que el PSOE lo había hecho tan mal, que los votantes le volverían la espalda. Pero, la derecha olvidó a la “no-España” y despreció a Sumar. Y si bien es cierto que todas estas fuerzas, nacionalistas, independentistas y extrema-izquierda perdieron votos y diputados (y solo el PSOE perdió 30 diputados), podrían haber intuido que toda esta lista de “derrotados” podían constituir, juntos, un gobierno, como así ocurrió.

El segundo motivo es la personalidad de Feijóo: Feijóo entiende solo de “gestión del poder”, pero es un absoluto cero a la izquierda en materia de doctrina política y sus convicciones “ideológicas” son menguadas, generalistas y muy mal definidas; es el primer presidente del PP prácticamente “apolítico”: sus nociones son vagas, prendidas con alfileres y retrasadas entre cinco y diez años respecto a la realidad política.

Durante su permanencia al frente del gobierno autónomo gallego, ya mostró algunos rasgos de incomprensión de la situación. Llamó la atención su interés en imponer el gallego sobre la lengua vehicular de todos los españoles. Estremeció aún más su declaración sobre la “obligatoriedad” de la vacunación durante el COVID (que, finalmente, no se atrevió a aprobar cuando ya surgían dudas sobre la eficacia de las vacunas y cientos de denuncias sobre los efectos secundarios que generaban). Pero, lo realmente terrible fue cuando sustituyó a Casado y en su debut ante los medios de comunicación, sostuvo que su “primera opción de alianzas era el PSOE”… Y esto demuestra que ¡ni Feijóo, ni la cúpula del PP, fue capaz de identificar a principios de 2022, que habíamos entrado en la política de bloques! Incluso durante la campaña electoral de 2023, volvió a insistir en que no pactaría con Vox y que seguía pensando en la posibilidad de pactar con el PSOE. Y esto, que era razonable cuatro años antes, durante la victoria electoral de Pedro Sánchez en noviembre de 2019, ya no lo era cuatro años después, cuando las políticas del Frankenstein 1.0., estaban en el origen de la polarización de la sociedad española que ya era un hecho al salir de la pandemia.

Vayamos a la última causa del desastre de la derecha. Ya, tras las elecciones municipales y autonómicas se percibió claramente que algunos dirigentes del PP -especialmente los que quedaban del “período Casado”- como María Guardiola no tenían absolutamente nada que ver con un programa conservador: eran candidatos que hubiera podido figurar tranquilamente en una lista socialista o, incluso, en Podemos. Aquella primera polémica desatada por la Guardiola que estuvo a punto de impedir la formación de un gobierno en aquella región y de forzar la convocatoria de nuevas elecciones autonómicas, pesó como una losa en la moral de los votantes del PP y desmovilizó a muchos. ¿Votar al PP para seguir soportando trapos multicolores en los ayuntamientos? ¿para seguir subvencionando a los chiringuitos LGTBIQ+? ¿Para seguir acogiendo inmigrantes y a practicar políticas multiculturales? La erosión que sufrió el PP con la “cuestión extremeña” tuvo mucho que ver en el freno al crecimiento del PP y sitúa el punto crítico que afecta, en mayor medida al PP, pero también a Vox.

En general, la tendencia actual es a votar a la derecha, no por identidad con los valores de la derecha, sino por rechazo a la izquierda. Eso hace que el voto de la derecha sea siempre volátil y fluctuante, mientras que el voto de la izquierda es más clientelar: votan a la izquierda, especialmente, inmigrantes nacionalizados y subvencionados y otros grupos sociales beneficiados por las políticas pedrosanchistas (okupas, LGTBIQ+, feministas radicales, animalistas) y, finalmente, profesionales “progresistas”. Esto no ocurre en la derecha que nunca se ha preocupado de la “lucha cultural” y que ha renunciado, en sus campañas electorales, a proponer “valores”, temiendo emanciparse el favor de algunos que estarían dispuestos a votarle como voto más seguro contra el pedrosanchismo.

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El resultado de todos estos errores fue la derrota de la derecha o, si se quiere, una victoria pírrica (porque el PP fue, con mucho, el partido más votado, pero los errores mencionaron acarrearon su derrota final). A medida que se iba materializando la posibilidad de que Sánchez pactara el “gobierno de los derrotados”, el Frankenstein 2.0, la derecha se encontró sin estrategia y optó por recurrir al tacticismo. Tres grandes movilizaciones sucesivas contra la amnistía, movilizaron a no menos de 500.000 personas en cada ocasión, ni más de 1.000.000. El PP optó por la movilización callejera, mientras que Vox se mostró más favorable a la “judicialización” del conflicto (que tan buenos resultados le había dado durante el “procés”).

Pero, tanto si se trata de movilizaciones callejeras como de presentar obstáculos ante los tribunales, en ambos casos, son meras tácticas. Y vale la pena recordar que toda táctica que no está al servicio de una estratégica corre el riesgo de dilapidar esfuerzos. Por el momento, todavía, las dos formaciones de la derecha se han mostrado incapaces de definir una línea estratégica. Y lo que es peor: cada una aspira a debilitar a la otra, robarle votos y superar a la otra.

Mientras las dos fuerzas de la derecha no admitan que sin un PROGRAMA COMÚN es muy posible que tarden mucho en gobernar y, cuando lo hagan, el país se haya convertido en prácticamente ingobernable.

El “programa común” solamente puede basarse en tres puntos:

1) defensa de la unidad del Estado y de la Nación Española,

2) anulación de todas las medidas tomadas por el pedrosanchismo después de las elecciones de 2023 y

3) defensa de la identidad y de la sociedad españoles, de sus valores y rasgos antropológicos ante el mundialismo y la inmigración masiva.

Tal como están las cosas, un programa de este tipo estaría en condiciones de atraer a los sectores de la izquierda que van despertando en las últimas semanas. Sin “programa común”, y con las estrategias clientelares del pedrosanchismo, esta etapa negra-negrísima en la historia de España, puede prolongarse hasta la destrucción completa del Estado, de la Nación y de la Sociedad española.