Lo he leído en La
Vanguardia (y no me he frotado los ojos porque era La Vanguardia, el
portavoz, en otro tiempo, de la burguesía catalana, antes, del franquismo, aún
antes del ideal republicano y, antes todavía, fiel hasta el destronamiento a
Alfonso XIII y así sucesivamente, siendo ahora un medio extraño, ecléctico que
satisface, sobre todo, fiel a su tradición, a quien lo subsidia. Si en tiempo
de los romanos hubiera existido prensa, La Vanguardia hubiera sido
partidaria de Indíbil y Mandonio, hasta que las legiones romanas le hubieran ofrecido unos denarios). Y la La Vanguardia -bien es cierto que, en un lugar
discreto- publica hoy un artículo titulado “Propuestas para ampliar el uso del
catalán”, subtitulado “Siete lingüistas lanzas 57 recomendaciones viables
e imaginativas para combatir el pesimismo”. El artículo viene presidido
por la foto de los siete lingüistas. Tienen pinta de buena gente, y no me cabe
la menor duda de que se han esforzado en mostrar bonhomía y candor, pero su
encomiable labor de apostolado en favor de la lengua regional, es una causa tan
perdida como la que los oficiales japoneses que querían seguir la guerra tras
Hiroshima y Nagasaki.
Si hay una
batalla perdida es la de las lenguas minoritarias (y el catalán lo es, incluso
en la propia Cataluña y tras 40 años de presión lingüística por parte del
gobierno autonómico). Es cierto que un porcentaje muy alto dice en las
estadísticas que “lo entiende”; pero lo que cuenta no es quien lo “entiende”,
sino quien lo “habla”. Y ahí los resultados de las estadísticas si que
inducen al “pesimismo” del que habla el artículo: “El catalán no pasa por su
mejor momento”, es la primera frase. Y tiene toda la razón: lo malo de la
lengua “oficial” en Cataluña es que lo “oficializa” una institución, la gencat, que, en la práctica, es el "gobierno de los independentistas", para el que los
no-independentistas son los enemigos a abatir. Cuando más claro resulta
este axioma, más gente se inhibe de expresarse en catalán, por puro rechazo a la política oficial que lo esponsoriza.
Lo he repetido
muchas veces: soy oriundo de la comarca del Penedés. Mi padre hablaba, pensaba, y
escribía en su lengua vernácula, con ocho apellidos catalanes, y su esposa otro
tanto, nuestro árbol genealógico se remonta al siglo XV. No es tampoco la
primera vez que he contado que, cuando él y su primera esposa, se vieron
obligados a emprender a pie el camino del Pirineo huyendo de las masacres
anarquistas consentidas, sino jaleadas, por Companys (mi padre era apolítico, pero también empresario),
al cruzar el puente internacional de Irún, recién conquistado por las tropas de
Franco, un oficial del Ejército Español se dirigió a él y le espetó el
consabido: “Haga el favor de hablar en cristiano”. Lo más dramático del
caso es que mi padre, en tanto que era de más edad, iba al frente de un grupo de
jóvenes en su misma situación que sí tenían criterios políticos: eran carlistas
y varios de ellos, integrados en el Tercio de Montserrat, murieron en Codo
durante la batalla del Ebro Todos tenían los ocho apellidos catalanes. Por tanto, no diré que no existiera en la zona
nacional y, especialmente, en los años de guerra y en la primera postguerra,
cierta animosidad hacia el catalán, comprensible a causa de las masacres que
tuvieron lugar en el territorio de la “Generalitat”, especialmente en los
primeros meses de la guerra civil… (pero no solo entonces, sino hasta la última
hora de la retirada republicana de Cataluña). De cimos "animosidad", hablar de "persecución" es más discutible y supondría olvidar que, en
1940 ya se publicaban libros en catalán con pie de imprenta
legal y con los dineros de La Caixa, si bien eran de temáticas devotas o
escritos por autores como Verdaguer bien vistos por el nuevo régimen.
Puedo atestiguar, además, que, yo mismo, de pequeño, había oído hablar en el “poble” (Sant Pere de Ribes, Sitges, Olivella, del Mas Milá de la Crivillera), muchísimo más catalán que en la actualidad. Sinceramente, no recuerdo que el catalán en los años 60 estuviera “reprimido”, ni siquiera “deprimido” como sigue diciendo el artículo de La Vanguardia que jalea a los “7 lingüistas” (incluso recuerdo en los Escolapios de Balmes una clase a la semana en catalán desde 1967).
Lo que ocurrió durante el franquismo es que el catalán no era
una lengua ni oficial, ni subvencionada y las lenguas resisten, no porque se
les inserte fondos -que en grandísima medida van a parar a bolsillos de
espabilados, frecuentemente los mismos que reclaman “subvenciones a la lengua”-
sino porque muestran VITALIDAD SOCIAL. El catalán la tuvo durante el
franquismo y por eso sobrevivió a pesar de no estar subvencionada. Hoy ya no
la tiene. ¿Quién lo ha matado?
Sería mucho
decir que la gencat es la única responsable. Tiene, por su puesto, una gran
parte de responsabilidad al haber utilizado el recurso del “doble lenguaje”:
digo una cosa –“cooficialidad entre castellano y catalán”-, pero interpreto
otra –“cooficialidad para el resto del Estado, pero en Cataluña monolingüismo”-
y así ha ocurrido que una parte de la sociedad catalana se ha DISOCIADO de
la gencat. Yo, por ejemplo, considero a este organismo como algo que no
tiene nada que ver conmigo, es cosa de los indepes (y de los trepas y, por
supuesto de los trepas-indepes, que no faltan ni son pocos) y nada más que de ellos (por resumir). Y el
50% del electorado también parece haberlo entendido así en las últimas elecciones,
absteniéndose de votar: en otras palabras, hoy gobierna Cataluña el 52% del
50%. La gencat es, hoy, cosa de indepes y gobierna con un 26% de respaldo
popular. Y las imposiciones lingüísticas y no-lingüísticas, realizadas a golpe
de decretos desde plaza Sant Jaume, hacen que muchos hayamos terminado por
desinteresarnos por completo de cualquier decisión del “govern” y de cualquier
debate o ley de su “parlamentet”.
Y luego está, por supuesto, el que Cataluña tenga en estos momentos un 25% de población procedente del Tercer Mundo. La culpa no es del franquismo, sino del pujolismo que, a partir de finales de los 80 empezó a promover la entrada de marroquíes. De nada sirve que TV3 saque de tanto en tanto a un negro, un árabe o un panchito, hablando catalán. La imagen engaña a quien quiere ser engañado: se les enseña obligatoriamente catalán en las escuelas, pero no lo utilizan fuera de las aulas. La inmigración no se ha integrado, ha buscado subvenciones y ha entendido que las conseguía más rápidamente rellenando impresos en catalán. Nada más. La gencat hace lo que puede para integrarlos -la última medida ha sido el nombramiento de Dyangani Ose, mujer de raza negra, como nueva directora del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) entre cuyos méritos figura el hacer sido directora de la Bienal de Lubumbashi (la antigua Elisabetville, República Democrática del Congo) y el haber estudiado Historia del Arte en la Universidad Autónoma de BCN- pero lo cierto es que hoy existe “paz étnica” en Cataluña gracias al régimen de subvenciones y subsidios recibidos por la emigración, y a la ocultación sistemática de noticias que puedan generar “xenofobia y racismo” (ocupaciones, robos, detenciones, agresiones, asesinatos, violencia de género, menas). Pero integrarse, lo que se dice integrarse, no: la inmigración en Cataluña sigue haciendo rancho a parte y hablando sus lenguas de origen, llevando sus ropas y sus velos y frecuentando solamente las ventanillas de los subsidios en donde suelen expresarse en castellano y rellenar el impreso en catalán. ¿Cómo un musulmán iba a estar interesado en hablar catalán, si su religión le indica que el árabe, la lengua hablada por Alá a Mahoma, es una lengua sagrada? La gencat se siente incapaz de elevar el catalán a ese rango.
Ahora, en 2021,
cuando llevamos ya 30 años de inmigración masiva, viene el llanto y el crujir
de dientes por aquella mala decisión de Pujol: los inmigrantes tiran para
abajo el uso del catalán en las estadísticas. ¿Sólo los inmigrantes? En
absoluto, los jóvenes son los que menos hablan catalán en Cataluña. Los jóvenes
de aquí, no los naturalizados, ni los llegados de otras partes del Estado.
Los “7
lingüistas” a los que La Vanguardia (único medio de importancia que les
da cuartelillo), proponen una serie de “57 recomendaciones”, huyendo,
como dicen, de la “sociolingüística lacrimosa”. Las medidas intentan ser
“simpáticas”, “amables”, “desdramatizadas”, “jocundiosas”, esto es, realizadas
con “animus iocandi”. La pena es que desde la muerte del humorista
Eugenio -el de “saben aquel que dice…”- Cataluña, hoy no es tierra en
donde haya florecido un humor de carcajada hasta el dolor de barriga (incluso
los telediarios de TV3, es curioso, pero muestran sólo a locutoras de aspecto
avinagrado y tristón, y es significativo que la revista de humor El Jueves,
como ante El Papus, las revistas de humor editadas en Cataluña, se
redacta en castellano). El nacionalismo sospecha de las carcajadas y tiene la certeza de que, algunas, puyas van contra él y contra lo que considera más sagrado.
Bajo el
nacionalismo indepe, como máximo, Cataluña se ha convertido en tierra de
ironías (que ni el ironizado advierte, a veces). No es que el catalán no
ría: es que el independentismo nunca ha sido hábil en la explotación del humor. El nacionalismo siempre ha sido un quejío, un lamento, el
victimismo personificado, el aullido solitario bajo la luna llena del lobito que no ha advertido que el momento histórico de creación de nacionalidades concluyó en el XIX.
Algunas de las medidas que nos proponen estos lingüístas son curiosas: “campaña por los apellidos bien escritos” (yo, por ejemplo, debería escribir, “Milà”, en lugar de “Milá” como hago y si no lo hago es porque no me sale de donde intuyen), o que el médico que nos atienda lo haga en catalán y lo rechacemos si habla castellano (una idea “genial” a estas alturas de desintegración del sistema sanitario y, seguramente, para agravarla un poco más) o que “los políticos sólo se expresen en catalán” (y aunque lo hicieran ¿quién escucha a un político? ¡Como si se quiere expresar en tagalo!). ¿”Realizar un Congreso Internacional de la Lengua Catalana en 2026”? (he sido testigo en la Universitat Catalana d’Estiu de que catalanoparlantes de uno y otro lado de la frontera, y no digamos del Algher, a veces recurrían a palabros franceses, castellanos e italianos, si quieren ser entendidos por el interlocutor, u optar por utilizar el inglés). ¿”Crear un diccionario catalán coloquial”? (ahora resulta que el “catalán oficial” tiene poco que ver con el “catalán coloquial”, ¿nos han vendido con la inmersión y a través del Avui y de TV3 un catalán que no se habla y que no tiene nada que ver con el de la calle?) y en cuanto a “concluir una Historia de la Llengua Catalana”, el catalán es una lengua que merece, desde luego, ser estudiado en profundidad. Rovira Virgili ya dijo en el primer volumen de su Historia de Catalunya que existen “nueve variedades dialectales” en tan pocos kilómetros cuadrados; la unificación realizada por Pompeu con sargentos de carpintería ha creado un catalán artificial en el que lo esencial es diferenciarse del castellano, alejarse de él y evitar que siga figurando como lengua hispano-romance. Desde Pau Clarís, a los indepes, les va más lo francés, pero, incluso ellos son incapaces de seguir sosteniendo, como hicieron los primeros nacionalistas del XIX que es una lengua "franco-romance".
Otras medidas a
tener en cuenta: “recuperar el ‘digui’ en lugar del ‘¿si’?”
o “pasar 21 días proponiéndose solamente hablar catalán”, son propuestas
que apoyamos sinceramente gracias a nuestra educación Zen: cualquier acto para
fijar la atención y mantenerse alerta para vivir el aquí y el ahora, es una
buena medida. Lo hacen los judíos los sabbats, andando solo cierto
número de pasos, lo hace el meditador budista preguntándose de continuo “me
llamo fulanito de tal y estoy aquí y ahora” o bien me propongo no tocar la
pantalla del móvil durante solamente un minuto cada dos horas…
Aluden también a medidas
imposibles: “subvencionar la traducción de videojuegos en catalán”. El
mercado del videojuego va dirigido a miles de millones de jóvenes y, por tanto,
tiende a utilizar las lenguas más difundidas: inglés, castellano, chino, ruso...,
el catalán es endeble por el número de los que lo hablan y por su bajísima tasa
de natalidad). Por otra parte, ya hemos visto el resultado de doblar películas
al catalán: hace unos años, la audiencia de estas películas era del 3% y no
creo que haya mejorado. Y en cuanto a la propuesta de hacer un “festival de
la canción en catalán” o un “reality show” en la lengua de Pompeu,
también parecen algo alejadas de la realidad. Los “festivales de la canción”
son de otra época (queda a modo de arcaísmo vintage el de Eurovision) y los realitys
es la expresión de la cutrez a despecho del idioma en el que se vehiculicen.
Estas son las
propuestas que nos han llegado a través de La Vanguardia. Debe ser un scoop
porque otros medios de prensa no se hacen eco de las “57 medidas”. Me temo
que los redactores de La Vanguardia han elegido sólo las menos
ridículas, las menos conflictivas, o las menos cursis, de todas informas
intentaremos hacernos con el documento completo.
La existencia
del catalán peligra: esa es la triste realidad. Está vinculado directamente a
la gencat, a sus subvenciones y a su legislación exclusivista sobre su uso. Y no es, precisamente, una institución que goce de gran prestigio
fuera del ámbito independentista y nacionalista. Es, en la práctica, el
gobierno de una parte de Cataluña contra el resto de Cataluña. Y lo que es todavía peor:
DURANTE LA VIGENCIA DE LA GENCAT SE HA PRODUCIDO LA MAYOR PÉRDIDA DE IDENTIDAD
DE CATALUÑA EN TODA SU HISTORIA. Y esta pérdida de identidad prosigue de
manera acelerada…
De hecho, hoy ya no está muy claro ni lo que es Cataluña, ni sus límites, ni su bandera, ni la fisonomía de sus habitantes, ni su comida (la carn d'olla o las seques amb butifarra, el pa amb tomaquet i pernil, la xatonada, el suquet de peix y demás, languidecen ante pizzas, macperros, tacos, kebabs, rollitos, ramen y demás), ni su lengua (porque la “oficial” y exclusiva es el catalán, pero la “real” es el castellano, el catalán, el árabe, el suajili, etc, etc, etc).
Claro está que la gencat solamente mantiene reservas ante el castellano. Incomprensible sobre todo si tenemos en cuenta el aumento de los niveles de utilización del castellano en todo el mundo. Bloquear la enseñanza del castellano en Cataluña es un golpe demoledor para estudiantes o gentes nacidas aquí que, en algún momento de sus vidas, quieran trasladarse a otras universidades o ejercer su profesión en otras latitudes.
Si la imposición
lingüística realizada hasta ahora por la gencat ha demostrado no servir para
preservar la identidad catalana, ni aumentar los índices de utilización del
catalán, el sentido común dice que habría que tirar en dirección opuesta. Y, en
dirección opuesta está el bilingüísmo y las dos líneas de enseñanza: en catalán
o en castellano. Esa sería la mejor medida para mostrar el nivel de vitalidad
del catalán.
Propuesta imposible, porque, para Pau Vidal, uno de los siete lingüistas padres de las 57 medidas que comentamos: “los defensores del bilingüismo son ‘enemigos’”. Para él, los que defienden la coexistencia del catalán y del castellano son “fascistas” (ver). Lo dicho “buena gente”, muy “simpa” y muy enrollados, estos de las 57 propuestas. Para ellos, las políticas erróneas son las que hay que seguir hasta el final… Adelante, pues, ya nos veremos al final del camino.