viernes, 16 de julio de 2021

"Memoria histórica": TÁNGER: ÚNICO FRUTO IMPERIAL. LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA DE LA 'CIUDAD LIBRE' EN 1940 (1 de 3)

 

Pocos días después de la derrota de Francia en junio de 1940, contingentes del ejército español ocuparon la Zona Libre de Tánger sin disparar un solo tiro. Aquello pareció ser –y se presentó así- como el punto de arranque de la reconstrucción del imperio español, conquista a la que deberían seguir otras muchas expuestas en el libro Reivindicaciones de España. Sin embargo aquella ocupación duró pocos años y, obviamente, no supuso el pistoletazo de salida de nada y mucho menos de una imposible expansión imperial que borrara la amargura de 1898. Pero, en cualquier caso, el episodio nos sirve para repasar la política magrebí del III Reich y las reservas de Franco ante la misma.

Así se llegó a 1939… 

Rápida historia del “Protectorado Español de Marruecos” [1]

En 1898, la pérdida de Cuba y Filipinas, más que una merma de las posibilidades económicas de nuestro Imperio (que había terminado por ser caro y proporcionar pocos beneficios) supuso un trauma nacional que, además, llegaba en el momento en el que el prestigio de un país se medía por su posesión de territorios coloniales. No es raro que fuera a partir de entonces cuando los distintos gobiernos españoles recordaran que tenían posesiones en el Norte de África e intentaran ampliarlas en un intento de practicar la misma política colonial que las otras grandes naciones europeas.

La presencia española en el Norte de África se remonta a 1497 cuando Pedro de Estipiñán  conquistó Melilla (abandonada y destruida por las luchas entre los reinos de Fez y Tropecan) y luego Orán en 1509 que se mantuvo española durante 200 años. Durante el reinado de Carlos IV, Godoy, ante la posibilidad de que se perdieran las colonias de América, planteó la posibilidad e sublevar por cuenta de España a las tribus del Rif para enfrentarlas al sultán y para realizar este plan envió al aventurero barcelonés Domingo Badía (a) “Alí Bey”. Carlos IV se opuso al plan que quedó sin efecto cuando el aventurero ya se encontraba en Rabat.

A lo largo del siglo XIX varias potencias europeas se interesaron por Marruecos: Francia (para ampliar y asegurar su territorio argelino), Gran Bretaña (para controlar el estrecho de Gibraltar) y Alemania (para dificultar la posición de sus adversarios y ganar un eslabón en África al haber llegado tarde al arranque de los imperios). Incluso EEUU manifestó cierto interés por la zona. Y, por supuesto España que entre 1859 y 1860 cuando estalló la primera guerra con Marruecos. En efecto, dese 1860, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla eran atacadas constantemente por grupos marroquíes que tras realizar sus saqueos se retiraban a territorio marroquí. En 1859 se atacó a un destacamento español y el presidente O’Donnell exigió al sultán una reparación y castigo de los culpables. Con el beneplácito de Francia e Inglaterra, España declaró la guerra al sultán de Marruecos. En España hubo fervor popular especialmente en Cataluña y el País Vasco, afluyeron miles de voluntarios carlistas y se pudo organizar un cuerpo expedicionario de 36.000 hombres, con 40 navíos y 75 cañones con el objetivo de tomar Tetuán y ocupar el puerto de Tánger. Tetuán cayó el 6 de febrero. Reforzado el ejército con 10.000 voluntarios más en su mayoría vascos, los marroquíes fueron derrotados en Wad-Ras. En el tratado de paz España recibía la franja de Ifni, ampliaba los territorios en torno a Ceuta y Melilla y recibía una indemnización por parte de Marruecos a cambio de la cual se devolvería Tetuán [2]. En el curso de esta guerra destacó la figura de Prim inmortalizada en el famoso cuadro La Batalla de Tetuán [3].

La siguiente fase del conflicto no tardó en estallar y fue lo que se llamó la Primera Guerra del Rif (o “Guerra de Margallo” por el general en jefe que dirigió las operaciones) prolongándose entre 1893 y 1894. Las operaciones se dirigieron contra las tribus cabileñas que rodeaban Melilla y que eran una fuente constante de conflictos. El conflicto estalló cuando comenzaron las obras para fortificar las ciudades. Los cabileños secuestraron a seis comerciantes españoles a lo que siguió el asedio de Melilla por 6.000 miembros procedentes de 39 cabilas que atacaron a la pequeña guarnición de 400 soldados españoles. El ataque fue rechazado pero un cañonazo español destrozó una mezquita lo que provocó la insurrección general de las tribus cabileñas. Los líderes religiosos proclamaron la yihad y movilizaron 20.000 rebeldes de a pie y 5.000 a caballo. El Sultán, aun reconociendo que España tenía razón y que había sido agredida, no hizo nada para evitar la yihad. Resultaron destruidos varios fuertes españoles y sus guarniciones aniquiladas. La contraofensiva organizada por Margallo terminó en desastre que costó la vida al propio general. En esta operación destacó por primera vez un joven oficial, Miguel Primo de Rivera que recibiría la Laureada de San Fernando y el ascenso a capitán [4]. Sucesivas contraofensivas lograron reconquistar los fuertes perdidos pero no fueron suficientes para romper el cerco de Melilla. La flota española bombardeó constantemente las posiciones rifeñas obligándolos a pedir la paz [5]. España solicitó algunos territorios al sultán  y Francia abrió las negociaciones para lo que luego sería el Tratado de Fez firmado en 1912 que dividía a Marruecos en dos partes, una parte España y otra para Francia.

Antes de que se firmara el Tratado, en 1909 se produjo otro conflicto conocido como la Guerra de Melilla con el desastre del Barranco del Lobo. En este conflicto emergió la figura de Abd-el-Krim. Una vez más, Francia e Inglaterra se consideraban parte interesada en Marruecos. Ambos países habían firmado una “Entente cordial” en virtud de la cual se reconocía que Marruecos era zona de influencia de Francia, obligando al sultán a reconocer este acuerdo. Pero la zona del Rif, poblada por tribus disidentes no se consideraba implicada y siempre había mantenido una postura disidente ante el sultán.  La zona, de lengua bereber, se conocía como Bied es-Siba (País del Desgobierno). Sus habitantes no reconocían ningún tratado que les implicara y que estuviera firmado por el sultán con potencias europeas. En 1907 se descubrió plomo argentífero en la zona que era explotado por una empresa propiedad de la familia del Conde de Romanones, del Vizconde de Güell y del Marqués de Comillas [6]. La empresa obtuvo permiso para construir una vía férrea que condujera el mineral hasta Melilla. En 1907 fueron asesinados unos europeos en Marrakesh y Casablanca obligando a Francia a desembarcar tropas en la zona y a España a enviar un cañonero y un contingente armado. Finalmente, en 1908, los cabileños se sublevaron y hostigaron a los trabajadores de la empresa minera haciendo imposible la construcción del tren minero. Los propietarios de la compañía minera presionaron a Antonio Maura, presidente del gobierno español, para que enviara tropas a la zona… o de lo contrario pedirían protección a las tropas francesas estacionadas en Argelia lo que hubiera acabado con la influencia española en la zona. Maura accedió.  

El 9 de julio de 1909 resultaron tiroteados trece trabajadores españoles de las minas muriendo cuatro de ellos en el episodio que constituyó el casus belli para desencadenar el conflicto. El 10 de julio, Maura decretó la movilización general movilizando a los reservistas de los cuyos de 1902 a 1907, muchos de los cuales eran padres de familia casados. Estallaron protestas y en Barcelona se produjeron los sucesos de la “semana trágica” entre el 26 de julio y el 1 de agosto de 1909 justo cuando las cabilas hostigaban Melilla desde el monte Gurugú  y habían vencido en el Barranco del Lobo. Desalojarlos de la zona implicó ocho días de combates, tiempo durante el cual el ferrocarril estuvo detenido. En los combates sucesivos, el ejército español ocupó Nador, Zeluan y, finalmente el Gurugú extendiendo la zona bajo control español y cuya pertenencia a España fue reconocida por el tratado internacional de 1912. La guerra había costado a España 2.235 bajas de los 358 eran muertos.

Pero la parte más dura y prolongada del conflicto se prolongaría entre 1911 y 1926 en lo que constituyó la “segunda guerra del Rif”, “guarra de Marruecos” o “guerra de África”. El Tratado de 1912 había establecido el “protectorado español” en Marruecos. Francia había realizado esta concesión, mediante el Tratado de Fez [7] aceptando que España administrara la zona más pobre y conflictiva del país, simplemente para poder contar con ella en caso de insurrección y conflicto.

Unos meses antes de la firma del Tratado de Fez, se produjo una nueva insurrección en el Rif liderada por un tal El Mizzian [8] que se extendió a otras zonas, tanto en la parte francesa como española. España construyó una red de 400 “blocaos” (pequeños fortines en zonas elevadas) para garantizar la seguridad de la zona (y cuyo punto débil era el suministro de agua lo que posibilitaba frecuentes emboscadas a los convoyes de aprovisionamiento). La rebelión fue liquidada con poco derramamiento de sangre, sin embargo cuando la zona estaba pacificada, nuevamente estalló otra sublevación cuya cabeza visible era Mohammed Adb al Karim al-Jatabbi (“Abdelkrim”). El 1 de junio de 1921, una unidad de policía indígena deserta y se une a los rebeles llevándose una batería española y generando una oleada de desmoralización entre las tropas españolas. El propio campamento de Annual resultó asediado, cayendo en manos rifeñas el 21 de julio. Solamente once de los 350 miembros de la guarnición sobrevivió. De ahí las bandas rifeñas sitiaron Annual. Las tropas españolas, mal preparadas y sin material adecuado, no estuvieron en condiciones de afrontar el mito creado en torno a “Abdelkim” y huyeron a la desbandada: 13.000 soldados fueron perseguidos por 3.000 rifeños. En los días siguientes se produjeron innumerables masacres. Aun hoy se ignora el número de bajas entre las tropas españolas y las cifras oscilan entre 7.875 y 10.265 muertos o desaparecidos y 1.100 prisioneros. El “desastre de Annual” dará nacimiento a la efímera República del Rif.

Lo más evidente desde la “semana trágica” de 1909 y con las derrotas en cadena de 1921, era que el ejército de reclutas carecía de preparación y moral para afrontar la guerra de guerrillas cabileña. Para paliar esta ineficacia de las tropas españolas se creó la Legión Española[9] a imagen de la francesa. Las experiencias bélicas de esos años figuraron entre las primeras que sirvieron para elaborar la doctrina de la guerra de guerrillas que tanta importancia tendría en las décadas siguientes hasta las últimas décadas del siglo XX.

Los rebeldes fueron arrinconando a las tropas españolas y comprimiendo el territorio bajo su control: cayeron Xauén y Tetuán y solamente el mantenimiento de las posiciones en Melilla permitió el lanzamiento de contraofensivas. Esta situación propició la sublevación del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, cuyo primer objetivo fue concluir la guerra. A pesar de que España recuperara entre septiembre de 1921 y enero de 1922 la mayor parte del territorio perdido (observando que los rebeldes ni siquiera habían enterrado los cadáveres de los soldados españoles muertos) los ataques prosiguieron durante todo el año 1924 y no habían conseguido estabilizar el control sobre los territorios salvo en Ceuta, Melilla, Larache y Arcila. El ataque de puestos francesas en 1925 fue el casus Balli para que Francia los atacara utilizando, entre otras, armas químicas (gas mostaza). El 8 de septiembre de 1925 se produjo el desembarco español en la bahía de Alhucemas que propiciaría el final de tan prolongado conflicto. El general José Sanjurjo dirigió la operación en la que participaron las tropas de la legión y donde Francisco Franco fue ascendido a general de brigada [10]. En total, 100.000 soldados españoles y 325.000 franceses fueron necesarios para pacificar el territorio definitivamente (lo que ocurrió en 1927).

Esta guerra ocasionó una ruptura interior en la sociedad española: la legislación de la época admitía que los jóvenes que pagaran cierta cantidad se vieran libres del servicio militar (lo que obviamente perjudicaba a los hijos de las clases más modestas). Para colmo, la pobreza del territorio hacía incomprensible a la población el que el gobierno estuviera tan interesado en mantener una zona pobre, atrasada y extremadamente hostil. A nadie se le escapaba que eran los intereses mineros de Romanones, Güell y Comillas y su defensa lo que estaba detrás de la guerra. Era un acicate para la lucha de clases y para estimular las protestas de los partidos y sindicatos de izquierda (tal como se vio a partir de la Semana Trágica de 1909).

El Protectorado Español de Marruecos, entró a partir de 1937 en un período de languidez, con pocos sobresaltos. Solamente en 1931 los notables marroquíes pidieron al gobierno español (presidido en la época por Alcalá-Zamora) que reconociera la igualdad de derechos de los trabajadores españoles con los marroquíes. Nada se hizo en esa dirección. Es inevitable reconocer que las guerras de Marruecos, especialmente la Segunda guerra del Rif, erosionaron la imagen de la monarquía y fueron una de las causas finales de la pérdida de apoyo a los partidos de la Restauración y, finalmente, uno de los elementos que contribuyeron al advenimiento de la República. En cuanto a ésta, el único cambio que aportó fue el reconocimiento extemporáneo de la nacionalidad española a los judíos residente en el Protectorado. En julio de 1936, la zona estaba protegida por unidades de la legión y de regulares [11] y fue de allí de donde partió el impulso inicial del alzamiento que daría lugar a la guerra civil.

La participación marroquí en la Guerra Civil

Es importante analizar la participación de contingentes marroquíes durante la Guerra Civil española dado que, por un lado fue masiva y que por otro, se explica por las condiciones de pobreza y atraso secular que reinaban en la zona del Protectorado. Así mismo es inevitable hacerlo toda vez que es la etapa intermedia que enlaza los distintos conflictos “africanos” de España con la Segunda Mundial y con la eclosión de lo que hemos llamado “período imperial” del franquismo [12].

En el arranque de la Guerra Civil, Franco consiguió poner al Ejército de África de su parte. Este ejército, a diferencia del que estaba acantonado en la Península, era profesional, compuesto por unidades de la Legión Española, Tropas Regulares, Tiradores de Ifni y harkas (unidades compuestas por moros, dirigidas por un caid al servicio de un oficial español; duraban lo que duraba la campaña). Ya en la primera fase del conflicto se percibió la superioridad de las unidades profesionales sobre las de leva. Hay que recordar que en esa fase, los frentes solamente lograron estabilizarse cuando la República contó con la presencia de Brigadas Internacionales, es decir de combatientes movilizados por la Internacional Comunista, con un alto grado de preparación ideológica y técnica. Es cierto que algunos nacionalistas marroquíes eran contrarios, inicialmente, a la participación de voluntarios moros en el conflicto. Sin embargo, casi inmediatamente, gracias a la persuasión de los oficiales africanistas (especialmente del general Beigdeber) pronto se convencieron de que eso favorecería una próxima independencia de Marruecos [13]. En torno a 100.000 voluntarios respondieron a esta llamada. La eficacia de los moros en la Guerra Civil fue recompensada simbólicamente por Franco dotándose de una Guardia Mora.

Para reclutar con facilidad a los combatientes marroquíes se acudió a la ya por entonces manida idea de la “guerra santa”: los Republicanos eran ateos y querían eliminar a cualquier dios: tanto a Jehová, como a Alá o al Dios de los cristianos. La mayoría procedían del Rif o de Tánger y se les recompensó con la nacionalidad o bien con pensiones de excombatientes. Hacia el año 2005 todavía quedaban 4.800 de estos pensionistas.

La mayoría de la oficialidad franquista se había curtido militarmente en África (Mola, Goded, Sanjurjo, Varela, Orgaz, Queipo, Saliquet, etc.). Las guerras del Rif sirvieron para que los africanistas aumentaran la cohesión vincular entre sus miembros y constituyeran un ejército dentro del ejército. Por otra parte, la política de la República en el Protectorado había sido mediocre (literalmente, las colonias africanas estuvieron olvidadas por completo entre 1931 y 1936) y existía una amplia “desafección” de la población marroquí hacia las autoridades republicanas que posibilitaba el hecho de que vieran a quienes se sublevaran contra el gobierno a unos aliados potenciales a los que era lícito ayudar en vistas a una futura independencia. Una vez iniciado el conflicto, la República fue incapaz de cortar el flujo aero-naval por el Estrecho a pesar de disponer de mayores recursos en estas armas y posibilitó el que en pocas semanas, las avanzadas legionarias pudieran conquistar Badajoz y Toledo y alcanzar las puertas de Madrid.

Los motivos por los que un número tan alto de voluntarios se sumó al Ejército de Franco son diversos, pero el primero de todos fue sin duda la pobreza existente en la zona del Rif con un 90% de parados en zonas rurales y un 60% en zonas urbanas. En 1936 la sequía se prolongaba durante cuatro años y la paga, unida a la prima de alistamiento, constituyeron el principal atractivo para la mayoría de voluntarios. Por otra parte, el propio sultán apoyó el reclutamiento a la vista de la decepción que había constituido para él la actuación republicana. Beigdeber concedió a los nacionalistas una práctica libertad de prensa [14], puso en libertad a los líderes independentistas encarcelados y, por supuesto, se les prometió una futura independencia. Franco, precisaba que el “santuario” marroquí estuviera tranquilo durante todo el conflicto y para conseguirlo aceptó cualquier concesión. La posibilidad de zafarse de la pobreza y de la crisis integrándose en el ejército franquista fue, con todo, el factor más habitual –sino el único- en el reclutamiento de voluntarios marroquíes.

No existe unanimidad sobre cuántos marroquíes lucharon con Franco. Las cifras oscilan entre 62.271 y 100.000 (50.000 de los cuales se habrían reclutado antes de abril de 1937). Es indudable que esta participación –fuera cual fuera su número- contribuyó decisivamente a la victoria de Franco. Pronto, las tropas moras fueron colocadas en vanguardia en los lugares más peligrosos, no tanto por su eficacia en combate, como por el terror que inspiraban entre los reclutas republicanos. A pesar de que los oficiales franquistas limitaron los excesos de los contingentes moros, lo cierto es que se cometieron degüellos, mutilaciones y matanzas, según la tradición combatiente de los cabileños, que ya se había evidenciado dramáticamente durante las guerras del Rif.

El final de la guerra civil coincidió con el aumento de la tensión internacional, pero también con la paz llegó la hora de plantearse la coronación de los proyectos “imperiales” que proponían los falangistas. Existía una tendencia en el seno del partido único de FET y de las JONS que reivindicaba un imperio para España siguiendo los pasos del fascismo italiano. Poco a poco esta tendencia fue cobrando forma y cristalizó en el libro Reivindicaciones de España [15], que supone la exposición de las aspiraciones razonadas de sus redactores para llegar a reconstruir un imperio colonial. Los medios africanistas militares eran a este respecto mucho más prudentes y nunca se plantearon nada más que reivindicaciones destinadas a garantizar las seguridad de los territorios bajo control español para lo cual era necesario ampliarlos, especialmente en Marruecos. En efecto, esta segunda tendencia, a excepción de Gibraltar, se hacían a expensas de los territorios franceses en el norte de África (Marruecos y la zona argelina del “oranesado”, colonizada fundamentalmente por españoles), así como en los territorios circundantes al Río de Oro (Sáhara español) y una ampliación de los territorios situados en torno a la Guinea Española.

Hay que distinguir pues en la óptica del régimen franquista de la época dos actitudes diferenciadas: la que hemos llamado “imperial” y aquello otra más moderada que llamaremos “irredentista”: el primero era una actitud coyuntural impuesta por la hegemonía falangista dentro de los primeros gobiernos de Franco, mientras que el irredentismo era un fenómeno histórico que siempre había propuesto la revisión de las fronteras en el sur del Protectorado Español de Marruecos. Mucho más moderado el irredentismo estaba presente en la política española desde que se redactaron los acuerdos de 1902 que configuraron los límites de la zona española.


[1] Los datos de esta parte del estudio han sido tomados de distintas obras accesibles al público: especialmente de El poder militar en la España contemporánea hasta la guerra civil, Gabriel Cardona, Editorial Siglo XXI, Madrid 1983, El Magreb: Del Colonialismo al Islamismo, Antoni Segura, Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona 1994 (con una cronología muy completa en pág. 340 y sigs.) y La guerra en la historia, Salustiano Moreta Velayo, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca 1999 (especialmente el capítulo España y las guerras de África, anexo de Francesc Bonamusa, pág. 187 y sigs.).

[2] El tratado estipulaba concretamente que 1) España ampliaba “a perpetuidad” los territorios de Ceuta y Melilla, 2) Marruecos se comprometía a que cesaran las incursiones, 3) las Chafarinas se incorporaban a España, 4) Marruecos indemnizaba a España con 100 millones de pesetas, 5) Tetuán quedaba bajo administración española hasta que se pagara esa cifra, y 6) España recibía Sidi Ifni para establecer una factoría pesquera.

[3] Existen dos interpretaciones del mismo tema: el cuadro de Mariano Fortuny titulado La Batalla de Tetuán, encargado por la Diputación de Barcelona en 1862 y el cuadro pintado por Salvador Dalí, interpretación del anterior en el espíritu surrealista propio del pintor de Cadaqués, pintado en 1862.

[4] Los adversarios de Primo de Rivera harían circular la versión falaz y sin fundamento de que el gobernador Margallo había muerto a causa de un disparo que le propinó a quemarropa el propio Primo de Rivera. La investigación posterior que le otorgó la Laureada de San Fernando dejó claro lo incoherente y malintencionado de esta versión y el origen cabileño del disparo fatal.

[5] Las crónicas cuentan que por primera vez en la historia se utilizaron reflectores luminosos para iluminar las posiciones que estaban bombardeando. Lo cierto es que en el curso de estos bombardeos perecieron 500 rebeldes marroquíes.

[6] Sobre la Compañía Española de minas del Rif, cfr. Doctor Jordi Nadal: La industrialització i el desenvolupament ..., Volumen 2,  editado por Albert Carreras y Miquel Gutiérrez. Artículo: La Nacionalización de la Compañía del Rif, Pablo Díaz Morlan y Antonio Escudero, Universidad de Alicante, pág. 891 y sigs. Universitat de Barcelona, Barcelona 1999; Revista de Historia Industrial, nº 9, Universitat de Barcelona. Departament d'Història i Institucions Econòmiques, Barcelona 1966, pág. 164 y sigs. Y Los españoles ante las campañas de Marruecos, André Bachoud, Espasa-Calpe, Madrid 1988, especialmente pág. 266 y sigs.

[7] Tratado de Fez, acuerdo firmado el 30 de marzo de 1922 por el cual el sultán Abdelhafid cedía la soberanía de su país a Francia, convirtiendo el territorio en “protectorado”. Alemania reconocía que Marruecos era zona de influencia española y francesa a cambio de recibir territorios en el Congo (hasta ese momento bajo administración francesa). España recibió una franja costera en el norte de Marruecos que se convirtió en “Protectorado Español” y que representaba el 5% del territorio marroquí, unos 20.000 km2. Se reconocía, así mismo, la concesión de las minas de hierro de Uixan a la compañía de Romanones-Güell-Comillas. El tratado fue rechazado por Abd-el-Krim y condujo a la guerra del Rif.

[8] Descendiente de un familiar de Mahoma por vía de su hija Fátima Az-Zahra, esposa de Ali ibn Abi Tálib, el cuarto califa; líder rifeño y  caid. Se sabe poco de su vida, pero fue él quien lideró la insurrección en protesta por la construcción de la línea férrea desde las minas hasta Melilla. Luego, herido, se acogió a la protección española haciéndose pasar por El Roqui (o Pretendiente) en lucha contra el sultán Abd-el-Aziz que gobernó como si fuera un reino independiente el nordeste marroquí de 1902 a 1909 con apoyo de las cábilas. El Roqui había prometido liberar la zona de franceses y españoles. El Roqui, de verdadero nombre Yilali Mohamed el-Yusfi ez-Zerhuni, había sido apresado por los franceses en 1909. Arrojado a una jaula de leones, murió despedazado. El Mizzian, haciéndose pasar por él generó confusión entre los cabileños y permaneció en Melilla durante tres años. Su hijo, Mohamed ben Mizzian fue uno de los generales de Franco durante la guerra civil española y luego resultó nombrado capital general de La Coruña antes de la independencia de Marruecos.

[9] Fundada en 1920 por el comandante de infantería Millán-Astray como proyecto personal suyo. Milán-Astray había observado la incapacidad de los reclutas de leva para afrontar el conflicto de Marruecos. Se necesitaban soldados profesionales aguerridos y perfectamente entrenados, algo que no podía hacerse con los reclutas. Era preciso dotarles de un “espirt de corps” que los transformara en una unidad eficiente y aguerrida. Tras la guerra del Rif actuaron en la represión contra los mineros asturianos en 1934 y fueron la punta de lanza de la sublevación franquista de julio de 1936.

[10] El general Eisenhower que dirigiría luego el desembarco aliado en Normandía (junio de 1944) estudio las tácticas utilizadas en esta operación que ha pasado a la historia como la primera operación aeronaval de la historia.

[11] En 1911 se crearon grupo de Regulares con personal indígena y encuadrada por oficiales españoles. Cada unidad se llamaba Tabor y tenía las dimensiones de un batallón con cuatro compañías y un escuadrón de caballería. La creación de estas unidades se debió a la protesta de la opinión pública española ante el envío de reclutas mal preparados y sin moral de combate a la zona que, además, desconocían el terreno y las costumbres del Rif. Existieron precedentes (la Compañía de Moros Mogataces de Orán, la Milicia Voluntaria de Ceuta y los Tiradores del Rif). Se trataba de tropas especializadas en el combate de vanguardia, emboscadas, desembarcos y acción en montaña. Sus mandos debían conocer las costumbres rifeñas y las tácticas utilizadas por los rebeldes. Dirigidas por el general Dámaso Berenguer (que sustituyó a Primo de Rivera al frente del gobierno en 1931) pasaron a llamarse Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla. A partir de 1914 se ampliaron y se crearon cuatro grupos: Regulares de Tetuán, Regulares de Melilla, Regulares de Ceuta y Regulares de Larache y tras el desastre de Annual, los Regulares de Alhucemas que participaron como punta de lanza en el desembarco en la bahía de dicho nombre.

[12] Este período imperial se prolonga desde el 1 de abril de 1939 (fecha del final de la guerra), hasta el 3 de septiembre de 1942 (fecha del relevo de Ramón Serrano Suñer al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores), período en el cual las ideas de Falange Española fueron hegemónicas. Después de la batalla de Stalingrado (prolongada desde el 23 de agosto de 1942 hasta el de de febrero de 1943) Franco entendió que el Eje no podía ganar la guerra e imprimió un giro al régimen: la fuerza hegemónica con posterioridad al período “falangista imperial” dejó de ser la Falange, para pasar a ser los grupos católicos. El régimen entró así en la segunda fase de su desarrollo que se prolongaría desde 1942 hasta la firma de los acuerdos de cooperación con los EEUU (1953) y que puede ser llamada en rigor “período nacional-católico”.

[13] Begdeber recibió a los líderes nacionalistas, amnistió a los presos políticos (algunos condenados a muerte) y trató de utilizar los sentimientos religiosos (el buque Marqués de Comillas fue rebautizado Mogreb al-Aqsa” y utilizado para llevar peregrinos a La Meca (en su primer viaje fue atacado por la aviación republicana aumentando el sentimiento favorable a Franco de los religiosos marroquíes). El 27 de enero de 1937 se celebró un gran mitin nacionalista en el Teatro Español de Tetuán. Los oradores invitaron a España a luchar por un Marruecos libre y unido. Hubo mítines conjuntos entre falangistas y nacionalistas marroquíes. Se reservó el 75% de las plazas de funcionarios del Protectorado a marroquíes. Mientras eso ocurría, en la parte francesa y en Argelia se producían violentos incidentes generados por nacionalistas argelinos y marroquíes. (Datos tomados de La Espada del Islam, Carlos Caballero, García Hispán Editor, Alicante 1990, Apéndice V, págs. 245-252).

[14] “Beigdeber abrió la mano con los cuatro partidos nacionalistas existentes, financió sus períodos y les dio una cierta libertad de prensa, siempre orientada a atacar a Francia, que era mucho más represiva en su trato con el nacionalismo marroquí” (La Gran Tentación. Franco, el Imperio Colonial y el proyecto de intervención española en la Segunda Guerra Mundial de Manuel Ros Agudo, Editorial Styria, Barcelona 2008, pág. 46). El propio Beigdeber reconoció en diciembre de 1939 un informe a la Dirección General de Marruecos y Colonias en el que decía: “Reconozco que yo he trabajado con pasión en el nacionalismo puesto que tengo verdadera fé en él. Soy un convencido de que España debe tender a la independencia total e integral de Marruecos y decirlo públicamente como aspiración nacional” (op. cit., pág. 46-47)

[15] Reivindicaciones de España, Fernando María Castiella y José Maria de Areilza, Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1941. Reivindicaciones de España está dividido en ocho capítulos y unas palabras previas a modo de introducción. Cada uno de los capítulos está dedicado a una “reivindicación” concreta: Gibraltar, el Oranesado, África Ecuatorial, Marruecos (dos capítulos, el segundo haciendo especial mención a la ciudad libre de Tánger) y el dedicado al “África Occidental Española” que alude a los territorios de Ifni (cuya ampliación se pide) y del Río del Oro. La obra fue publicada en agosto de 1941 en un clima de “euforia imperial” que contrastaba con la miseria dominante en un país que acababa de salir de tres años de guerra civil.