Desde el final de la Segunda Guerra Mundial se viene hablando de Ovnis.
Y han pasado mas de 80 años. Si existieran inteligencias extraterrestres que se
pasearan como Pedro por su casa por este planeta, ya se habrían manifestado. Pero
mientras no aparezca un hombrecillo verde de ojos negros y achinados, que no
levante más de un metro del suelo, por los estudios de la CNN, no creeré que
existan. Además, sé lo que digo: hará menos de 20 años, una editorial, bastante
impresentable, en encargó realizar una revista sobre… OVNIS. Tenía una vaga
idea de lo que era, pero mientras elaboraba la publicación, me di cuenta de que
todos, absolutamente todos los casos que más ruido habían generado, tenían explicaciones
racionales o eran, simplemente, malentendidos. Y, sin embargo, ahora parece que
el congreso de los EEUU ha admitido que existen los “OVNIS”. Este mito, tiene
una explicación y mucho que ver con la “privatización del espacio exterior” y
con la temática “trans-humanista”.
EL "CASO UMMO" Y EL CONTROL MENTAL
Hagamos un poco de historia. En los años 60 la temática OVNI llegó
a su punto culminante, precisamente en España, cuando estalló en “caso Ummo”.
Todo empezó el lunes 7 de febrero
de 1966. Aluche amaneció conmocionado. Periodistas y curiosos se acercaron al
lugar para preguntar por un supuesto OVNI que la tarde anterior se habría
posado en esa popular barriada madrileña. Los pocos testigos afirmaban “no era
ni un avión ni un helicóptero”, afirmaba el diario El Caso. El hecho concreto e
innegable es que había dos testigos y una porción de terreno chamuscado. Incluso
aparecieron fotos del supuesto OVNI que mostraba en su tripa una especie de
signo similar a una H con una tercera barra vertical. Las fotos se revelaron,
por supuesto, falsas. Y, después de años y más años de circular “informes
ummitas” enviados desde los lugares más alejados del planeta, se supo que todo
había sido un “experimento sociológico”, urdido por José Luis Jordán Peña, el
cual declaró que lo hizo “para estudiar la credulidad del hombre”, añadiendo,
tristemente, “pero se me fue de las manos”.
En los años 90, cuando tuve
ocasión de estudiar lo que había ocurrido con el “caso Ummo” y me pareció que
la versión de Jordán Peña tenía un solo problema: ¿Cómo era posible que una
persona aislada, por iniciativa propia, se embarcara en una operación que
requería mucho tiempo de dedicación? (aparecieron decenas de “informes ummitas”
enviados a redacciones y estudios del fenómeno OVNI desde los lugares más
apartados del planeta) y, sobre todo, una intencionalidad clara: porque si se
trataba de “estudiar la credulidad del hombre”, era algo que ya había realizado
Gustav Le Bon a principios de siglo. Mi interpretación era otra: partiendo de
la base de que era imposible que llegaran extraterrestres a nuestro planeta, el
experimento, lo que demostraba era la velocidad de expansión de un rumor y,
como ese rumor, absolutamente infundado, termina convirtiéndose en creencia y
atrayendo la atención de gentes y estamentos muy diversos. Era algo, en
definitiva, que trascendía con mucho, la iniciativa de Jordán Peña (que falleció
en 2014) y que tenía mucho que ver con las teorías sobre “manipulación
psicológica” de las que venía hablándose desde el principio de la Guerra Fría.
Para un experimento de este
tipo era preciso que se produjera en un país “medio”, ni muy desarrollado, ni
completamente subdesarrollado, como era la España de 1966, que había emprendido
la senda del desarrollo, pero que mantenía todavía atavismos en su estructura y
en sus comportamientos sociales. Era preciso, además, una temática sobre la que
existiera la absoluta certeza de su imposibilidad, pero no completamente
desconocida, sino que estuviera esporádicamente en el candelero de la
actualidad. Luego bastaba con un par de testimonios, unos cuantos artículos en
diarios de gran tirada de la época (el diario Pueblo, dedicó un amplísimo
reportaje a la aparición del OVNI “ummita”), la complicidad de alguna editorial
que publicase libros de gran tirada escritos por “especialistas” y documentos
que fueran llegando mes tras mes desde lugares remotos a los buzones de los
ufólogos más conocidos.
DE LA ECUACION DE DRAKE A LAS REFORMULACIONES DEL FENOMENO OVNI
Hoy, cincuenta años después
del “caso Ummo”, los hombrecillos verdes siguen sin aparecer. Lo que no existe,
es difícil que aparezca. Y no existen, de aparecer se trataría del hallazgo
científico más importante de la historia de la humanidad: no es estamos solos
en el universo. Lamentablemente, en ciencia se dice que “a grandes teorías
corresponden grandes demostraciones” y ésta, simplemente, no existen. En 1961,
un radioastrónomo, Frank Drake, estableció una ecuación para estimar la
cantidad de civilizaciones en nuestra galaxia. La ecuación suele repetirse como
“prueba” de la existencia de civilizaciones capaces de dar muestra de su
existencia en el espacio exterior. Sin embargo, desde el punto de vista científico,
la ecuación es un absurdo: faltan parámetros y la ecuación resulta simplista e
incompleta y ningún científico se la toma en serio. Los mismos parámetros -y
algún otro. Que utilizó Drake, podría ser utilizados justo para demostrar lo
contrario: que no existe vida inteligente fuera del planeta azul. Por lo demás,
la “pruebas” de presencia de OVNIS son escasas: en el caso de Ummo, todo se
reducía a un trozo de hierba quemado…
La endeblez del fenómeno OVNI ha generado que la mayoría de los que lo han tratado de manera entusiasta en su juventud, posteriormente, hayan optado por olvidarlo o, simplemente, derivarlo hacia teorías místicas en unos casos o seudocientíficas relacionadas con la teoría del “multiverso multidimensional” que sería transitado de una capa a otra por estos huidizos viajeros que ya no vendrían del espacio exterior, sino de “planos interiores”. En fin, especulaciones, a menudo ingenuas, infantiles, e incluso interesadas.
Pero la cuestión es que
siguen existiendo canales temáticos que dedican entre un 10 y un 20% de su
programación a la temática OVNI. Sin olvidar que el 7 de mayo de 2022 en el
Congreso de los Estados Unidos se abrió al público, una audiencia del subcomité
de inteligencia contraterrorista, que contó con declaraciones de los dos pesos
pesados del Departamento de Defensa de los EEUU. Así pues, la temática OVNI
vuelve a estar en el candelero mediático y también a aparecer en informaciones
sobre instituciones, en principio, que tienen el marchamo de “seriedad”.
¿A qué se debe ese interés
renovado por una temática sobre la que, en realidad, no hay nada nuevo? No
basta con decir que se está abriendo un “nuevo frente” de distracción, para
atraer la atención de cierto público, mientras se opera el “gran reseteo
mundial”. Es cierto que, la discusión sobre esta temática se convertirá en la
enésima “cobertura al nihilismo” de nuestro tiempo, otra discusión inútil sobre
un tema fatuo y completamente vacío. Pero nuestro tiempo es rico en discusiones
de ese tipo, banales, ignorantes, de muy bajo nivel (que si se han falseado las
votaciones en Eurovisión, que si los rusos asesinan a destajo allí por donde
pasan, que si el fútbol femenino es el fenómeno del futuro, que si los transexuales
pueden participar en competiciones deportivas con el sexo que les plazca, que
si tal o cual merluzo ha alcanzado no sé cuantos millones de likes en no sé que
plataforma digital, etc, etc, etc.). No hace falta estimular otra discusión
absurda: lo absurdo ya sale espontáneamente de las propias bases de nuestras
sociedades.
ALGUNOS DATOS SOBRE LA PRIVATIZACION DE LA CARRERA ESPACIAL
Para entenderlo porqué
retorna esta temática con fuerza, es preciso tener en cuenta algunos datos
significativos. El primero de todos ellos es la “privatización del espacio”. En
efecto, hasta no hace mucho, solamente los agentes estatales eran capaces de
promover “viajes espaciales”. Estos incluían, sobre todo, pues en órbita de satélites
artificiales, pero también telescopios de gran potencia, exploración lunar,
envío de satélites a otros planetas para comprobar su composición y estructura,
etc. Proyectos de este tipo solamente estaban al alcance de las agencias
estatales de muy pocos Estados, sólo de los más poderosos y que aspirasen a la
hegemonía mundial. Porque el espacio exterior, también podía convertirse en un
escenario de pugna entre superpotencias.
Sin embargo, a partir del
inicio del milenio, las grandes fortunas surgidas al calor de las nuevas
tecnologías, lanzaron distintos proyectos para “privatizar” la “conquista del
espacio”. En 2002, Elon Musk, fundó Space Exploration Technologies Corp.,
conocida como SpaceX. El objetivo era “reducir costes de los vuelos
espaciales y viajar a Marte”. Inicialmente, el proyecto no despertó excesivo
interés pero a partir de los primeros lanzamientos de vehículos y de que
empresas de telecomunicaciones confiaran en SpaceX para poner en órbita
sus satélites, el negocio empezó a demostrarse rentable hasta el punto de que
la NASA optó por firmar contratos con SpaceX para realizar tareas que a la
agencia le resultaban excesivamente costosos: desde llevar astronautas a la
Estación Espacial Internacional, hasta lanzamiento de satélites propiedad del
Departamento de Defensa. Incluso los vuelos turísticos al espacio prometen ser
un prometedor campo de actividades de SpaceX.
Esta “privatización de la
conquista del espacio”, no es algo que afecte únicamente a los EEUU. Existen
otras empresas y en otros países. En Europa, por ejemplo, la Agencia Espacial
Europea creó Arianespace, históricamente la “primera compañía de
transporte espacial comercial”. No se trata de una “agencia” de la UE, sino de
una empresa comercial con un accionariado en el que están representadas
financieros de 10 países, junto a entidades científicas y técnicas. Jeff Bezos,
por su parte, ha creado Blue Origin en el 2000, que apuesta por cohetes
reutilizables. El fundador de Amazon ha recordado en muchas ocasiones que,
desde los 18 años, quería construir colonias extraterrestres de 2 a 3 millones
de personas, que estuvieran en órbita. ¿Por qué esa visión? Él mismo lo ha repetido:
“para preservar la Tierra”. El 20 de julio de 2021, Blue Origin lanzó el
cohete espacial New Shepard, con él y otras cuatro personas a bordo. Hay
otros proyectos similares en EEU, pero, incluso en Rusia se ha producido un
fenómeno parecido. El gobierno ruso ha ido disminuyendo su participación en RSC
Energia, una de las empresas estatales que trabajaban en el programa
espacial tripulado ruso, dando entrada a capitales privados. En 1997, el Estado
Ruso dejaba de ser mayoritario en el accionariado de la empresa. Así mismo, se
han producido alianzas entre empresas y los logros han sido comercializados por
terceros. Arianespace se alió con Mitsubitshi y Boeing
para crear la “Alianza de Servicios de Lanzamiento”. Virgin Orbit, por
su parte, ha desarrollado el cohete LauncherOne, centrado en el
lanzamiento de pequeños satélites, vuelos espaciales tripulados de carácter
turístico y pruebas aeroespaciales avanzadas. En todo el mundo existen en la
actualidad una veintena de empresas dedicadas a esta actividad.
CONQUISTA DEL ESPACIO Y TRANSHUMANISMO
No está muy claro que la mayoría de estas empresas vayan a ser rentables a medio plazo. De momento, los costes y gastos superan a los ingresos. Sin embargo, las grandes fortunas surgidas al calor de la revolución tecnológica, siguen apostando por esta actividad. Su temática enlaza perfectamente con el trans-humanismo, creencia oficial en esos medios. Los transhumanistas, sostienen que la evolución de la especia tiende a la fusión entre biología y tecnología.
No son los únicos, Klaus Schwab,
presidente del Foro Económico Mundial, en su libro La Cuarta Revolución Industrial
alude a “tecnologías convergentes” (genética, Inteligencia Artificial, nanotecnología)
nacidas independientemente, pero que tiende a converger. Pues bien, ante la
imposibilidad demostrada por los científicos de que astronautas puedan
colonizar otros planetas (a causa de la radicación solar y la falta de
protección atmosférica, a causa de las consecuencias de la falta de gravedad
para la estructura del cuerpo humano, etc.), los trans-humanistas aluden a la
necesidad de escapar a la “tiranía impuesta por la biología del organismo
humano”. Y es aquí en donde sostienen, como Schwab, la necesidad de “tecnologías
convergentes” que abolan la barrera entre lo humano y lo tecnológico, mediante
síntesis; las soluciones que aportan son dos, o bien la fusión entre partes
humanas y partes mecánicas en “cyborgs”; o bien mediante interfaces que
conecten cerebro y ordenador y permitan “descargar” todo el bagaje mental de un
ser humano, en la “nube” y “recargar” con ella un ordenador. Si esto fuera
posible, no haría falta enviar a un “astronauta” en una misión espacial, sino
que bastaría con encapsular su “partición en la nube” y lanzarlo al espacio
conectado al ordenador de la nave espacial…
El espacio exterior ejerce
una fascinación para los transhumanistas. En su deseo de sustituir al “homo
sapiens” por el “homo deus”, aspiran a que, en el futuro, la humanidad pueda
dirigirse a cualquier planeta y colonizarlo. Además, en otros planetas, se
encontrarán aquellos minerales estratégicos que pueden llegar a faltar en la
Tierra. Por tanto, además de constituir para ellos una obsesión, puede resultar
también un “big business”.
LA FUSIÓN ESTADO-CORPORACIONES, PRESIDIDO POR LA ECONOMÍA
La NASA en los años 60,
tuvo que contar con Hollywood para estimular la carrera espacial. Entonces se
trataba que el público norteamericano aceptara las enormes inversiones que
requería la puesta de un ser humano en la superficie lunar. Para ello, recurrieron
al “espectáculo” y fueron ayudados por directores y escenógrafos
hollywoodienses. El pueblo norteamericano quedó fascinado con la aventura
espacial y aceptó de buen grado los costes económicos. Solamente, cuando los
viajes a la Luna dejaron de interesar a la opinión pública, la NASA cambió de
estrategia y optó por orientarse hacia las lanzaderas espaciales y misiones de
puesta en órbita de satélites, algunos de ellos de interés militar.
Ahora, la rehabilitación de
la conquista del espacio, convertida ya en un negocio privado, e inspirado por
transhumanistas (el núcleo duro del transhumanismo está formado y financiado
por las grandes fortunas de Silicon Valley) precisa que el público vuelva a
sentir la emoción y el interés por el espacio exterior: hace falta encontrar
inversores, vender acciones de la veintena de empresas privadas que se dedican
al sector espacial. Hace falta, en definitiva, crear nuevos mitos o rescatar
antiguos, siempre y cuando tengan que ver con la conquista del espacio, la
inteligencia extraterrestre y los viajes a otros planetas…
Un rasgo de la Cuarta
Revolución Industrial, tal como ha sido descrita por Klaus Schwab, es la fusión
entre iniciativa privada y entes estatales. No es nada nuevo, pero la novedad
que propone el presidente del Foro Económico Mundial, es que, en esta convergencia,
la economía domine a la política, las grandes corporaciones a los Estados. Los
Musk, los Bezos, los Branson, etc, toman el relevo de los Estados en la
dirección de los proyectos espaciales y, por supuesto, tal relevo tendrá consecuencias
directas: la conquista del espacio, ya no será algo que pueda ser considerado
como “patrimonio de la humanidad”, sino, más bien, serán logros empresariales
destinados a aumentar la rentabilidad de una firma.
Esa convergencia de
intereses Estado-Corporaciones, se está manifestando en nuestros días, a pesar
de que suela pasar desapercibida: de ahí la presencia de más y más programas
sobre Ovnis en determinados canales de televisión, de ahí también el que el
Congreso de los EEUU se haya convertido en escenario de polémicas sobre los
OVNIS. Se pretende, simplemente, que estos proyectos transhumanistas encuentren
apoyos, generen simpatías y, consiguientemente, financiación mediante la compra de acciones y entusiasmo contagioso. Se
trata de que la humanidad vuelva a mirar a los cielos, no para esperar la
llegada de un Dios, sino para contemplar los logros de los diosecillos de la tecnología
y admiren sus proyectos, muchos de ellos enloquecidos e inmaduros, fruto del “optimismo
científico” y de la incapacidad para distinguir entre “ciencia pura” y “ciencia
ficción”. Dios está en los cielos y es allí a donde les falta ir a los diosecillos
de las nuevas tecnologías. Pero están en ello…