lunes, 30 de mayo de 2022

CRONICAS DESDE MI RETRETE: LO MÁS PERVERSO DE LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (2)

Ya lo dijimos en una entrega anterior: esta “revolución industrial”, la cuarta, no es como las de antes. Por mucho que nos Klaus Schwab, el anciano que dirige el Foro Económico Mundial, por mucho que nos digan los transhumanistas más extremos como Ray Kurtzweil, por mucho que la ONU proclame los valores tan loables como quiméricos de la Agenda 2030, lo cierto es que, a día de hoy, podemos intuir que la irrupción acelerada de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, va a generar traumatismos difícilmente superables. En efecto, con las tres revoluciones industriales anteriores, la humanidad iba a tener tiempo suficiente para adaptarse al cambio. Con la cuarta, no solamente va a ser imposible (ver la crónica anterior), sino que, además, se trata de una revolución que apunta contra la línea de flotación de la especie humana. Y no es una “conspiración”: es lo que sus promotores reconocen y buscan.

¿Qué tienen que ver la cuarta revolución industrial anunciada por Klaus Schwab, entusiásticamente jaleado por su Foro Económico Mundial, con las alucinaciones trans-humanistas y con la Agenda 2030 promovida en las esferas de las Naciones Unidas y de la UNSCO? Respuesta: mucho. De hecho, se trata de la misma píldora (inevitable aquí acordarnos de la saga Matrix, cuando al protagonista se le pone ante la tesitura de tomar la “píldora roja” o la “píldora azul”, la de la “verdad inquietante” o la de la “ignorancia satisfecha”), solo que con distintos grados de concentración.

HAY DEMASIADO MÉTODO EN LAS LOCURAS TRANSHUMANISTAS DE RAYMOND KURZWEIL

Si establecemos una gradación entre “locura” y “realismo”, situaremos en la cúspide a Raymond Kurzweil, sin duda, el promotor más radical del transhumanismo. No es solamente un judío de Queens, sino el jefe de ingeniería de Google. Lector empedernido de ciencia ficción y apasionado de los ordenadores, suele hacer “predicciones” científicas (de las que algunas, incluso, se cumplen) y ha escrito diversas obras (la más provocadora de todas La era de las máquinas espirituales (1999) en la que sostiene que las decisiones de las máquinas en materia de inversiones serán más seguras que las decisiones humanas. Amplió en 2005 esta tesis, en su libro The Singularity Is Near: la singularidad es ese momento en el que la máquina supera a lo humano y toma decisiones.

Kurzweil y los “transhumanistas radicales” ven la “evolución” darwiniana en una perspectiva mucho más amplia: del universo inanimado se llegó a la vida no consciente, de ésta a la humanidad (que era materia consciente de sí misma y de su propia existencia). Darwin llegó hasta aquí, pero Kurzweil, recuperando los textos de Huxley, Teilhard du Chardin (véase los artículos organigrama de las ideologías de la modernidad, publicados en info-krisis) y otros, “estiró” la interpretación darwiniana y estableció que la humanidad sigue evolucionando y que nos dirigimos a una “transhumanidad” caracterizada por la “fusión entre hombre y máquina”, que será solamente un estadio previo para alcanzar el punto final de la evolución, la “posthumanidad”, en la que habremos abandonado la biología y seremos una sola máquina inteligente, situada en “la nube”, una especie de “inteligencia universal”, eterna e intangible

Desde diciembre de 2012, Google lo contrató como director de ingeniería, así mismo ha creado varias empresas que han desarrollado sistemas OCR de reconocimiento de caracteres, de reconocimiento de voz, y empresas de venta de productos médicos, complementos vitamínicos, medicinas-milagro (Kurzweil se jacta de alimentarse al día con 250 pastillas diferentes). Es hoy, el gran gurú del transhumanismo y solamente quedaría preguntarse si los “dueños” de las nuevas tecnologías más conocidos (los Gates, los Musk, los Bezos, etc.) comparten sus puntos de vista y hasta qué punto. Kurzweil es, en cualquier caso, un ingeniero con tendencia a la profecía científica que, hasta ahora, no siempre se ha cumplido.

El motor de la evolución, en la actualidad, son, para él, las “nuevas tecnologías” que generarán, por sí mismas, el próximo estadio de la evolución, caracterizado por “superlongevidad”, “superinteligencia” y “superbienestar”. Todo esto será el resultado de la ingeniería genética, de la inteligencia artificial, de la robótica y de la nanotecnología, que confluirían y nos acercarían a la “singularidad”. Mientras ésta no llegara lograríamos ampliar la esperanza de vida, conectar el cerebro al ordenador, y mejorar mediante prótesis e implantes nuestras capacidades humanas. A partir de la llegada de la “singularidad”, lo humano menguaría y lo tecnológico crecería.

El planteamiento, ni siquiera es compartido por la totalidad de tendencias transhumanistas, pero sí es la que cuenta con más interés por parte del público. Ello se debe a lo provocador de sus planteamientos y, cómo no, a la ayuda que supone para el director de ingeniería de Google, al algoritmo que siempre lo sitúa lo suyo en los primeros puestos ante cualquier consulta sobre transhumanismo.

Ahora bien, el planteamiento de Kurzweil es una síntesis entre ciencia ficción y conocimiento directo del sector tecnológico: “si la ciencia ficción lo ha previsto es que la tecnología puede realizarlo”. Hay aquí un optimismo científico desmesurado, pero también una confusión entre lo que es “ciencia” (aquello que “puede hacerse”) y “ciencia ficción” (aquello que “puede imaginarse”). Sin embargo, sus trabajos han sido muy leídos y, desde luego, son interesantes para comprobar, día a día, los progresos de la técnica (su web personal, Kurweil – Seguimiento de la aceleración de la inteligencia, a pesar de ser de pura promoción personal, da cuenta de todos estos avances tecnológicos).

Sus teorías extremas no tienen gran importancia para el futuro inmediato. Es discutible que la “singularidad” se produzca algún día. Y resulta altamente improbable el que la “humanidad” termine siendo sustituida en un día lejano por una “posthumanidad”. Ahora bien, si se “podan” las tesis de Kurzweil de su búsqueda de “sensaciones fuertes”, del marketing para la venta de sus libros, incluso de su confusión entre “ciencia” y “ciencia ficción”, nos queda un poso de realidad objetiva que indica los avances de las nuevas tecnologías y cómo pueden influir en la modernidad.

LA OBSESIÓN DE KLAUS SCHWAB: QUE NO SE DESESTABILICE LA GLOBALIZACIÓN (NI SUS NEGOCIOS)

Pasemos al segundo estadio: El Foro Económico Mundial y su presidente Klaus Schwab. Schwab, empresario alemán participa habitualmente en las reuniones del Club Bildelberg, del que es miembro de su “consejo de administración” y en 1971 fundo el “Foro de Davos” (hoy conocido como Foro Económico Mundial) con la idea declarada de ser “una organización sin fines de lucro, dedicada a mejorar la situación del mundo”. En realidad, es un “foro” en el que se reúnen anualmente empresarios políticos, intelectuales y comunicadores. En 2004, la misma institución creó el Foro de Jóvenes Líderes Globales, para menores de 30 años que se convertirán en los “futuros líderes de la humanidad”… En 2014 publicó un artículo en Foreing Policy sobre “La cuarta revolución industrial” en la que aludía a los próximos cambios que se realizarían a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías. Al año siguiente, publicó el libro La Cuarta Revolución Industrial, que, a diferencia del artículo, si tuvo (y sigue teniendo) un gran impacto.

Ya hemos aludido a las tesis de Schwab en anteriores artículos (Véase: Lo que va de las tres revoluciones industriales a la cuarta y Las fatalidades del pensamiento liberal-conservador). Schwab es empresario, ingeniero de formación (titulado en 1965) y luego doctor en economía. Al leer La Cuarta Revolución Industrial, se percibe claramente que está hablando de la misma temática que Kurzweil, es posible incluso que conociera su obra y extrajera de ella algunas “profecías”. Mientras Kurzweil da conferencias a estudiantes de informática y nuevas tecnologías, de cerebro calenturiento, Schwab se dirige a foros “cultivados”: empresarios que viven cada día la realidad de sus negocios, él mismo lo es, que quieren conocer los adelantos técnicos que podrán incorporar para la mejor gestión de sus empresas, etc. Por tanto, Schwab ha modificado el discurso de Kurzweil, lo ha amputado de sus divagaciones solo para amantes freakys de la ciencia ficción, ha eliminado casi todas las trazas de “optimismo científico” y ha adopta una postura de aparente objetividad ante los problemas que puede desencadenar la aplicación de las nuevas tecnologías. Todo esto ha contribuido a convertir su planteamiento en mucho más digerible que el de Kurzwewil.

Pero donde ambos pensamientos convergen, es cuando Schwab alude a las “tecnologías convergentes” (ingeniería genética, inteligencia artificial y nanotecnología), nacidas, en principio por separado y sobre bases muy distintas, pero que, por su propia dinámica tienden a converger. Kurzweil, aquí, habría dicho, “convergen para acelerar la evolución de la humanidad”, pero Schwab se limita a señalar que el ser humano estará cada vez más ligado a la tecnología y que se producirá una “integración” que contribuirá a desdibujar la barrera nítida que existe hoy entre lo que es “biológico” y lo que es “tecnológico” que, a fin de cuentas, es el mismo planteamiento que el de los transhumanistas.

Shwab se limita a decir que hace falta tener “líderes globales preparados para afrontar esta nueva situación”. Y para eso está el Foro de Jóvenes Lideres y los cursos de adoctrinamiento que imparte. Luego, los recursos económicos, los empresarios de los grandes consorcios de la información, hacen el resto: aúpan a estos “jóvenes líderes” a puestos de máxima responsabilidad, desde los que tratan de “rectificar” el rumbo de sus países, de acuerdo con las orientaciones aprobadas en cada reunión del Foro Económico Mundial. Justin Trudeau es el arquetipo de estos “jóvenes líderes globales”

Dato importante: Schwab y el Foro Económico Mundial se sienten y se definen como “globalistas”. Y esto, a pesar de la inestabilidad de la economía mundial globalizada, ya demostrada en la crisis de 2007-2011. Conviene a sus inversiones y a sus intereses, por tanto, les resulta imposible aceptar una marcha atrás, por mucho que los beneficiarios de la globalización son pocos y los damnificados, muchos. Es más, la tendencia actual es a anular las discusiones sobre economía, priorizando las discusiones sobre nuevas tecnologías y su impacto social. A pesar de que este tema sea importante, en la práctica lo que está sirviendo es para relegar el debate económico sobre la globalización a segundo plano, a causa del mal estado de la economía mundial globalizada y a los problemas insolubles que tiene por delante (inflación y deuda) y que pueden estallar desde el momento en el que se haga visible la destrucción masiva de puestos de trabajo que operará la Cuarta Revolución Industrial en apenas 2-5 años.

En el mundo de Schwab, las máquinas y la Inteligencia Artificial tomarán el control de las empresas, adoptarán decisiones a la vista de los análisis estadísticos y de las demandas de los clientes, optimizarán la producción sin necesidad de mano de obra, una producción que será distribuido mediante una logística compuesta por drones y vehículos autónomos. Los beneficios quedarán maximizados, los riesgos de problemas laborales excluidos, los beneficiarios de la globalización optimizarán los rendimientos del capital invertido y el poder estará en manos de sus “jóvenes líderes globales”.

Ante este planteamiento ¿qué puede importar que se desdibuje la divisoria entre lo humano y lo tecnológico? ¿qué puede importar que las democracias sean solamente un simulacro de democracias y en las elecciones se elija a uno o a otro de los “jóvenes líderes globales”? De hecho, quien gobernará, en el mundo de Schwab seguirán siendo los dueños del capital que, para hacer viable el mundo de la Cuarta Revolución Industrial deberán realizar programas comunes con los gobiernos nacionales en los que la privatización de todas las actividades ofrecerá posibilidades de nuevos y más campos en los que obtener beneficios. Ya no se trata del “menos Estado y más Mercado”, propio de los liberales de todos los tiempos, sino de que definitivamente y para siempre, la política esté subordinada a la economía y los “señores del dinero” sean, sin posibilidades de enmienda, “señores de la política”, a través de los “jóvenes líderes globales”. Solo así, podrá establecerse una vía segura hacia la Cuarta Revolución Industrial.

Pero el planteamiento de Schwab tiene un problema: en la actualidad existen 193 Estados soberanos en todo el mundo. Cada uno de ellos tiene sus propias leyes, sus mecanismos representativos, sus procedimientos de toma de decisión, sus equilibrios (o desequilibrios) políticos internos y sus rasgos antropológicos y culturales, su pasado, su tradición y su historia. Este es el mundo que odia Schwab (y que Kurzweil desconsidera). Resulta imposible que un foro oligárquico en el que se reúnen “señores del dinero”, políticos seleccionados y el mecanismo de transmisión de orientaciones de unos a otros, los magnates de la comunicación, esté en condiciones de dictar órdenes y directivas a cada uno de estos 193 Estados. Actuar sobre cada uno de ellos, en las condiciones actuales y dada la “volatilidad” del electorado, no garantiza que la aceptación sobre las tesis de la Cuarta Revolución Industrial y de la globalización, sea permanente. Puede producirse en cualquier momento, un giro en algún Estado del que derive un “efecto dominó” que suponga un retroceso. Y mucho más en este momento en el que la inflación parece venir acompañada de “estanflación” (estancamiento en el crecimiento) y cuando las protestas sociales ante los desajustes generados por las vanguardias de la Cuarta Revolución Industrial, no se harán esperar.