Ya lo dijimos en una entrega anterior: esta “revolución
industrial”, la cuarta, no es como las de antes. Por mucho que nos Klaus
Schwab, el anciano que dirige el Foro Económico Mundial, por mucho que nos
digan los transhumanistas más extremos como Ray Kurtzweil, por mucho que la ONU
proclame los valores tan loables como quiméricos de la Agenda 2030, lo
cierto es que, a día de hoy, podemos intuir que la irrupción acelerada de las
nuevas tecnologías en nuestras vidas, va a generar traumatismos difícilmente superables.
En efecto, con las tres revoluciones industriales anteriores, la humanidad iba
a tener tiempo suficiente para adaptarse al cambio. Con la cuarta, no solamente
va a ser imposible (ver la crónica
anterior), sino que, además, se trata de una revolución que apunta
contra la línea de flotación de la especie humana. Y no es una
“conspiración”: es lo que sus promotores reconocen y buscan.
¿Qué tienen que ver la cuarta revolución industrial anunciada por
Klaus Schwab, entusiásticamente jaleado por su Foro Económico Mundial, con las
alucinaciones trans-humanistas y con la Agenda 2030 promovida en las esferas de
las Naciones Unidas y de la UNSCO? Respuesta: mucho. De hecho, se trata de la
misma píldora (inevitable aquí acordarnos de la
saga Matrix, cuando al protagonista se le pone ante la tesitura de tomar
la “píldora roja” o la “píldora azul”, la de la “verdad inquietante” o la de la
“ignorancia satisfecha”), solo que con distintos grados de concentración.
HAY DEMASIADO MÉTODO EN LAS LOCURAS TRANSHUMANISTAS DE RAYMOND
KURZWEIL
Si establecemos una gradación entre “locura” y “realismo”,
situaremos en la cúspide a Raymond Kurzweil, sin duda, el promotor más radical
del transhumanismo. No es solamente un judío de
Queens, sino el jefe de ingeniería de Google. Lector empedernido de ciencia
ficción y apasionado de los ordenadores, suele hacer “predicciones” científicas
(de las que algunas, incluso, se cumplen) y ha escrito diversas obras (la más
provocadora de todas La era de las máquinas espirituales (1999) en la
que sostiene que las decisiones de las máquinas en materia de inversiones serán
más seguras que las decisiones humanas. Amplió en 2005 esta tesis, en su libro The
Singularity Is Near: la singularidad es ese momento en el que la máquina
supera a lo humano y toma decisiones.
Kurzweil y los “transhumanistas radicales” ven la “evolución”
darwiniana en una perspectiva mucho más amplia: del universo inanimado se llegó
a la vida no consciente, de ésta a la humanidad (que era materia consciente de
sí misma y de su propia existencia). Darwin llegó
hasta aquí, pero Kurzweil, recuperando los textos de Huxley, Teilhard du
Chardin (véase los artículos organigrama
de las ideologías de la modernidad, publicados en info-krisis) y otros,
“estiró” la interpretación darwiniana y estableció que la humanidad sigue
evolucionando y que nos dirigimos a una “transhumanidad” caracterizada por
la “fusión entre hombre y máquina”, que será solamente un estadio previo para
alcanzar el punto final de la evolución, la “posthumanidad”, en la que habremos
abandonado la biología y seremos una sola máquina inteligente, situada en “la
nube”, una especie de “inteligencia universal”, eterna e intangible…
Desde diciembre de 2012, Google lo contrató como director de
ingeniería, así mismo ha creado varias empresas que han desarrollado sistemas
OCR de reconocimiento de caracteres, de reconocimiento de voz, y empresas de
venta de productos médicos, complementos vitamínicos, medicinas-milagro
(Kurzweil se jacta de alimentarse al día con 250 pastillas diferentes). Es hoy,
el gran gurú del transhumanismo y solamente quedaría preguntarse si los
“dueños” de las nuevas tecnologías más conocidos (los Gates, los Musk, los
Bezos, etc.) comparten sus puntos de vista y hasta qué punto. Kurzweil es, en
cualquier caso, un ingeniero con tendencia a la profecía científica que, hasta
ahora, no siempre se ha cumplido.
El motor de la evolución, en la actualidad, son, para él, las
“nuevas tecnologías” que generarán, por sí mismas, el próximo estadio de la
evolución, caracterizado por “superlongevidad”, “superinteligencia” y
“superbienestar”. Todo esto será el resultado de la ingeniería genética, de la
inteligencia artificial, de la robótica y de la nanotecnología, que confluirían
y nos acercarían a la “singularidad”. Mientras
ésta no llegara lograríamos ampliar la esperanza de vida, conectar el cerebro
al ordenador, y mejorar mediante prótesis e implantes nuestras capacidades
humanas. A partir de la llegada de la “singularidad”, lo humano menguaría y lo
tecnológico crecería.
El planteamiento, ni siquiera es compartido por la totalidad de
tendencias transhumanistas, pero sí es la que cuenta con más interés por parte
del público. Ello se debe a lo provocador de sus planteamientos y, cómo no, a
la ayuda que supone para el director de ingeniería de Google, al algoritmo que
siempre lo sitúa lo suyo en los primeros puestos ante cualquier consulta sobre
transhumanismo.
Ahora bien, el planteamiento de Kurzweil es una síntesis entre
ciencia ficción y conocimiento directo del sector tecnológico: “si la ciencia
ficción lo ha previsto es que la tecnología puede realizarlo”. Hay aquí un
optimismo científico desmesurado, pero también una confusión entre lo que es
“ciencia” (aquello que “puede hacerse”) y “ciencia ficción” (aquello que “puede
imaginarse”). Sin embargo, sus trabajos han sido muy leídos y, desde luego,
son interesantes para comprobar, día a día, los progresos de la técnica (su web
personal, Kurweil – Seguimiento de la
aceleración de la inteligencia, a pesar de ser de pura promoción personal,
da cuenta de todos estos avances tecnológicos).
Sus teorías extremas no tienen gran importancia para el futuro
inmediato. Es discutible que la “singularidad” se produzca algún día. Y resulta
altamente improbable el que la “humanidad” termine siendo sustituida en un día
lejano por una “posthumanidad”. Ahora bien, si se “podan” las tesis de Kurzweil
de su búsqueda de “sensaciones fuertes”, del marketing para la venta de sus
libros, incluso de su confusión entre “ciencia” y “ciencia ficción”, nos queda
un poso de realidad objetiva que indica los avances de las nuevas tecnologías y
cómo pueden influir en la modernidad.
LA OBSESIÓN DE KLAUS SCHWAB: QUE NO SE DESESTABILICE LA
GLOBALIZACIÓN (NI SUS NEGOCIOS)
Pasemos al segundo estadio: El Foro Económico Mundial y su
presidente Klaus Schwab. Schwab, empresario alemán participa habitualmente en
las reuniones del Club Bildelberg, del que es miembro de su “consejo de
administración” y en 1971 fundo el “Foro de Davos” (hoy conocido como Foro
Económico Mundial) con la idea declarada de ser “una organización sin fines de
lucro, dedicada a mejorar la situación del mundo”. En realidad, es un “foro” en
el que se reúnen anualmente empresarios políticos, intelectuales y
comunicadores. En 2004, la misma institución creó el Foro de Jóvenes Líderes
Globales, para menores de 30 años que se convertirán en los “futuros líderes de
la humanidad”… En 2014 publicó un artículo en Foreing Policy sobre “La
cuarta revolución industrial” en la que aludía a los próximos cambios que
se realizarían a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías. Al año siguiente,
publicó el libro La Cuarta Revolución Industrial, que, a diferencia del
artículo, si tuvo (y sigue teniendo) un gran impacto.
Ya hemos aludido a las tesis de Schwab en anteriores artículos
(Véase: Lo
que va de las tres revoluciones industriales a la cuarta y Las
fatalidades del pensamiento liberal-conservador). Schwab es empresario,
ingeniero de formación (titulado en 1965) y luego doctor en economía. Al
leer La Cuarta Revolución Industrial, se percibe claramente que está
hablando de la misma temática que Kurzweil, es posible incluso que conociera su
obra y extrajera de ella algunas “profecías”. Mientras Kurzweil da conferencias
a estudiantes de informática y nuevas tecnologías, de cerebro calenturiento,
Schwab se dirige a foros “cultivados”: empresarios que viven cada día la
realidad de sus negocios, él mismo lo es, que quieren conocer los adelantos
técnicos que podrán incorporar para la mejor gestión de sus empresas, etc.
Por tanto, Schwab ha modificado el discurso de Kurzweil, lo ha amputado de sus
divagaciones solo para amantes freakys de la ciencia ficción, ha eliminado casi
todas las trazas de “optimismo científico” y ha adopta una postura de aparente
objetividad ante los problemas que puede desencadenar la aplicación de las
nuevas tecnologías. Todo esto ha contribuido a convertir su planteamiento en
mucho más digerible que el de Kurzwewil.
Pero donde ambos pensamientos convergen, es cuando Schwab alude
a las “tecnologías convergentes” (ingeniería genética, inteligencia artificial
y nanotecnología), nacidas, en principio por separado y sobre bases muy
distintas, pero que, por su propia dinámica tienden a converger. Kurzweil,
aquí, habría dicho, “convergen para acelerar la evolución de la humanidad”,
pero Schwab se limita a señalar que el ser humano estará cada vez más ligado a
la tecnología y que se producirá una “integración” que contribuirá a desdibujar
la barrera nítida que existe hoy entre lo que es “biológico” y lo que es
“tecnológico” que, a fin de cuentas, es el mismo planteamiento que el de los
transhumanistas.
Shwab se limita a decir que hace falta tener “líderes globales
preparados para afrontar esta nueva situación”. Y
para eso está el Foro de Jóvenes Lideres y los cursos de adoctrinamiento que
imparte. Luego, los recursos económicos, los empresarios de los grandes
consorcios de la información, hacen el resto: aúpan a estos “jóvenes líderes” a
puestos de máxima responsabilidad, desde los que tratan de “rectificar” el
rumbo de sus países, de acuerdo con las orientaciones aprobadas en cada reunión
del Foro Económico Mundial. Justin Trudeau es el arquetipo de estos “jóvenes
líderes globales”…
Dato importante: Schwab y el Foro Económico Mundial se sienten
y se definen como “globalistas”. Y esto, a pesar de la inestabilidad de la
economía mundial globalizada, ya demostrada en la crisis de 2007-2011. Conviene
a sus inversiones y a sus intereses, por tanto, les resulta imposible aceptar
una marcha atrás, por mucho que los beneficiarios de la globalización son pocos
y los damnificados, muchos. Es más, la tendencia actual es a anular las
discusiones sobre economía, priorizando las discusiones sobre nuevas
tecnologías y su impacto social. A pesar de que este tema sea importante, en la
práctica lo que está sirviendo es para relegar el debate económico sobre la
globalización a segundo plano, a causa del mal estado de la economía mundial
globalizada y a los problemas insolubles que tiene por delante (inflación y deuda)
y que pueden estallar desde el momento en el que se haga visible la destrucción
masiva de puestos de trabajo que operará la Cuarta Revolución Industrial en
apenas 2-5 años.
En el mundo de Schwab, las máquinas y la Inteligencia Artificial
tomarán el control de las empresas, adoptarán decisiones a la vista de los
análisis estadísticos y de las demandas de los clientes, optimizarán la
producción sin necesidad de mano de obra, una producción que será distribuido
mediante una logística compuesta por drones y vehículos autónomos. Los beneficios
quedarán maximizados, los riesgos de problemas laborales excluidos, los
beneficiarios de la globalización optimizarán los rendimientos del capital
invertido y el poder estará en manos de sus “jóvenes líderes globales”.
Ante este planteamiento ¿qué puede importar que se desdibuje la
divisoria entre lo humano y lo tecnológico? ¿qué puede importar que las
democracias sean solamente un simulacro de democracias y en las elecciones se
elija a uno o a otro de los “jóvenes líderes globales”? De hecho, quien gobernará,
en el mundo de Schwab seguirán siendo los dueños del capital que, para hacer
viable el mundo de la Cuarta Revolución Industrial deberán realizar programas
comunes con los gobiernos nacionales en los que la privatización de todas las
actividades ofrecerá posibilidades de nuevos y más campos en los que obtener
beneficios. Ya no se trata del “menos Estado y más Mercado”, propio de los
liberales de todos los tiempos, sino de que definitivamente y para siempre, la
política esté subordinada a la economía y los “señores del dinero” sean, sin
posibilidades de enmienda, “señores de la política”, a través de los “jóvenes
líderes globales”. Solo así, podrá establecerse una vía segura hacia la Cuarta
Revolución Industrial.
Pero el planteamiento de Schwab tiene un problema: en la
actualidad existen 193 Estados soberanos en todo el mundo. Cada uno de ellos
tiene sus propias leyes, sus mecanismos representativos, sus procedimientos de
toma de decisión, sus equilibrios (o desequilibrios) políticos internos y sus rasgos
antropológicos y culturales, su pasado, su tradición y su historia. Este es el
mundo que odia Schwab (y que Kurzweil desconsidera). Resulta imposible que un
foro oligárquico en el que se reúnen “señores del dinero”, políticos
seleccionados y el mecanismo de transmisión de orientaciones de unos a otros,
los magnates de la comunicación, esté en condiciones de dictar órdenes y
directivas a cada uno de estos 193 Estados. Actuar sobre cada uno de ellos, en
las condiciones actuales y dada la “volatilidad” del electorado, no garantiza
que la aceptación sobre las tesis de la Cuarta Revolución Industrial y de la
globalización, sea permanente. Puede producirse en cualquier momento, un giro
en algún Estado del que derive un “efecto dominó” que suponga un retroceso. Y mucho más en este momento en el que la inflación parece venir
acompañada de “estanflación” (estancamiento en el crecimiento) y cuando las
protestas sociales ante los desajustes generados por las vanguardias de la
Cuarta Revolución Industrial, no se harán esperar.