LA JUVENTUD AVENTURERA
El futuro
escritor y político sujeto a polémicas, Ernst Jünger, nació el 29 de marzo de
1895 en Heidelberg. Era el primogénito de una familia de siete hermanos de los
que dos murieron muy jóvenes. El título de Stammhalter
[=hijo primogénito], le colocó en una posición particular en relación a su
padre que, como veremos, hará virar en más de una ocasión, la orientación que
tomaba su destino.
Varios rasgos
marcan la juventud de Jünger. Primeramente, la técnica. Jünger nace en una
familia que, en cierta manera, encarna el progreso y el triunfo de la ciencia.
Su padre, Ernst Georg Jünger fue primeramente químico antes de instalarse como
farmacéutico. Entre sus hermanos, encontramos a Hans Otto [1905-1976] que será
físico y el más joven de la familia, Wolgang [1908-1975] quien se consagrará a
la geografía. En cuanto a su hermano Freidrich Georg [1989-1977], con el cual
compartió la mayor parte de las grandes experiencias de su vida, redactará más
tarde un ensayo titulado La perfección
de la técnica [Die Perfektion der
Technik].
Además de la
técnica, un segundo sello imprime su carácter y su espíritu, a saber, una
acusada tendencia hacia los viajes, un nomadismo tanto espacial como
intelectual. Desde la infancia, siguió las peregrinaciones de su familia a
través de Alemania. Algo distraído y poco asiduo, cambiaba a menudo de escuela.
Sus resultados académicos en el terreno de la literatura no bastaban para
compensar su nulidad en matemáticas. Cuando cumplió quince años, encontró la
evasión leyendo novelas de aventuras de Karl May, Dumas, Verne y Poe. Desde ese
momento era normal que este inveterado soñador se uniera a los Wandervögel [pájaros migrantes], un
movimiento de juventud, inspirado en el romanticismo alemán, que criticaba la
industrialización, proponía un retorno a la tierra y mantenía una actitud a la
vez nacional, popular y pacifista. Con sus compañeros, entre los cuales se
encontraba su hermano tres años menor, Friedrich Georg, recorrieron con la
mochila a la espalda, las llanuras y los bosques alemanes. En aquellos años
publicó sus primeros artículos y poemas en diferentes revistas de Hannover. Hay
que pensar que estas excursiones, en un momento dado ya no le bastaron para
saciar su inagotable necesidad de conocer nuevos horizontes.
En el otoño de
1913, Ernst Jünger huyó de su domicilio familiar para enrolarse en la Legión Extranjera
en Verdún, falseando su fecha de nacimiento. Firmó un contrato por cinco años y
llegó a Marsella antes de embarcarse para Argelia y llegar al cuartel de
instrucción de reclutas de Siddi-bel-Abbes. Su padre no aceptó que su hijo
mayor hubiera desaparecido en Oriente. Obtuvo su repatriación por vía
diplomática, argumentando que era menor. El pater
familias no le reprochó nada. Logró convencer a Jünger de que terminara sus
estudios prometiéndole que le autorizaría a participar en una expedición al Kilimanjaro
cuando obtuviera el titulo. Veinte años más tarde, el autor nos contará sus
desventuras en Juegos africanos
[1936]. Al final de sus estudios descubrió a Nietzsche en cuya filosofía
sostendrá toda su obra escrita.
Marte marcó con
su signo la juventud de Jünger. Desde el 1º de agosto de 1914, se alistó como
voluntario en el ejército. Sin embargo, acabó sus estudios secundarios mediante
un procedimiento acelerado, antes de seguir su formación militar y ser
incorporado al 73º Regimiento de Fusileros, unidad con la cual combatió durante
toda la guerra. Recibió su bautismo de fuego en Champagne, el 27 de diciembre
de 1914. Su primer relato de guerra, Tempestades
de Acero, se abre precisamente con este episodio. Herido una primera vez,
aprovechó su convalecencia para inscribirse en cursos universitarios, entre
otras convalecencias asistió a conferencias de zoología. Su padre le convención
para seguir una formación de oficial.
De regreso al
frente, su valor suscitó pronto la admiración de sus camaradas. Siempre en
vanguardia en los combates, coleccionó un número impresionante de heridas de
las que realiza un extraño inventario al término de Tempestades de Acero: catorce impactos y veinte cicatrices [varios
proyectiles le habían atravesado]. Durante la batalla de Langemarck, salvará a
su hermano Freidrich Goeorg que era oficial en el mismo regimiento [el 29 de
julio de 1917]. Herido por séptima vez, recibió la medalla Pour le Mérite, condecoración que había sido creada por un gigante
de la Historia, Federico III de Prusia y que Hitler, más tare, suprimió. En
condiciones normales esta condecoración no se concedía a simples subtenientes,
sino más bien a oficiales de rango superior. Erwin Rommel mereció igualmente
este insigne honor en aquel conflicto. Ernst Jünger salía pues de las forjas de
la Primera Guerra industrial, aureolado de gloria y con el grado de capitán.
Tras la guerra,
permaneció en la Reichwehr con el
grado inferior, de jefe de sección, merma que sufrió la mayor parte de
oficiales, pues el antiguo ejército guillermino había formado un número
excesivo de oficiales que no podían ser absorbidos por el ejército de cien mil
hombres de la República de Weimar. Sus primeros escritos tras la guerra fueron
un manual de instrucción de infantería y tres artículos de táctica para la Militärwchenblatt, el semanario de la Reichwehr. En estos últimos, insistió en
la necesidad de extraer lecciones del pasado y, en concreto, de la Primera
Guerra Mundial, que había visto el advenimiento de la técnica. Este hecho explica
quizás en parte la evolución del militar hacia el pensador: Jünger
experimentaba la necesidad de reorganizar su experiencia mediante la escritura.
En 1920, se
había instalado en Hannover, cuando Kapp y Lüttwitz intentaron un golpe de
Estado de extrema-derecha. En tanto que oficial, estuvo encargado de las
operaciones de policía –impedir los saqueos, evitar los enfrentamientos o los
linchamientos– pero no participó personalmente en el aplastamiento de la
insurrección. En estas circunstancias, Jünger mostró su respeto a la legalidad
y su escepticismo ante acciones extremistas.
EL SOLDADO ESCRITOR
Aquel mismo año
publicó su primer libro. Como muchos ex combatientes, Ernst Jünger había
escrito puntualmente sus diarios de guerra. Durante los años veinte se publicaron
numerosos relatos bélicos en los que antiguos combatientes narraban sus
experiencias personales; la mayoría apenas sobresalían en aquella grisácea
literatura de trincheras, de la misma manera que hemos olvidado a la mayor
parte de los memorialistas de la época napoleónica. Una vez más, fue el padre
de Ernst quien le persuadió de publicar, por cuenta del autor, sus recuerdo de
guerra. Jünger había encontrado un título de connotaciones modernas, Tempestades de Acero [Stahlgewitter], en los relatos épicos de
los Edda; la expresión que, en su origen, evocaba en su origen de objetos
metálicos, se aplicó al choque de las potencias industriales.
Se conoce la
célebre novela de Remarque, Sin novedad
en el frente, cuyo autor apenas había combatido en las trincheras durante
un cortísimo período y en su obra pretendió denunciar los destrozos de la
guerra. Por el contrario, Tempestades de
acero, que cuenta un suceso inmediato, se distinguía por el tono distante,
impasible y descriptivo que adoptaba su autor. Al igual que un entomólogo que
estudia una batalla entre termitas y hormigas, Jünger observaba de forma
precisa y fría, el horror sin que éste le alcanzase. Por el contrario, este
espectáculo le inspiraba reflexiones poéticas. En el curso de su relato, no
hace nunca referencia a las causas y a los fines del conflicto y aborda, como
una cosa en sí, un acontecimiento que engendra su propio significado. En su
espíritu, se trataba de un enfrentamiento entre el individuo y el Ser de la
guerra, cuyos supervivientes salían transformados, porque habían superado la
prueba.
No existían más
que dos formas de vivir: como víctima dominada por el espíritu de la
esclavitud, o como hombre libre que acepta su destino, que declara el Amor Fati [el amor al destino, NdT].
Como había escrito Nietzsche: “Todo lo
que no me derrumba, me fortalece”. En su espíritu, la guerra no era
solamente una entidad destructora, engendraba en su gran obra una nueva
humanidad, una generación de hombres jóvenes y combativos que no experimentaban
más que desprecio por los valores burgueses. Estos hombres nuevos oponían el
sentido de la acción por la acción al cálculo, las incomodidades a la quietud
del hogar, el gusto por el peligro al sentimiento de seguridad, el desdén hacia
las necesidades materiales al espíritu de lucro, la camaradería a los grupos de
intereses.
El año
siguiente, intensó sin éxito la poesía expresionista y publicó su primer
ensayo, La guerra como experiencia
interior [Der Kampf als inneres
Erlebnis] así como una segunda versión de Tempestades de Acero.
En 1923 abandona
el ejército, a fin de proseguir sus estudios en la Universidad de Leipzig, a la
vez en el terreno de la filosofía y de la entomología, ciencia que le exigió
paciencia y capacidad de observación a las que se había acostumbrado desde su
infancia y que practicó hasta su muerte. Paralelamente, prosiguió la redacción
de obras, que oscilaban entre el relato y el ensayo, sobre la Gran Guerra y sus
consecuencias como El Teniente Sturm
y El Bosquecillo 125. Con la
aparición de Fuego y sangre [Feuer un Blut] en 1925, se convirtió en
un escritor reconocido. Ese mismo año, conoció a Gretha von Jensen con la que
se casaría poco después.
A los treinta
años, Ernst Jünger tenía tras él una vida excepcionalmente rica. Al salir de la
guerra, era un oficial reputado; luego, había adquirido notoriedad literaria
–de la que extraía beneficios suficientes como para satisfacer sus
necesidades–; a pesar de la insistencia de Félix Krüger, uno de los principales
jefes del neovitalismo, había rechazado iniciar una carrera como profesor universitario;
y, finalmente, se había casado. Lo que muchos hombres no logran realizar
durante toda su existencia, Jünger lo había conseguido en sus primeras tres décadas
de existencia.
EL ESCRITOR SOLDADO
Hasta ese
momento, Jünger no se había comprometido en la actividad política. En 1923,
frecuentó durante un tiempo el Cuerpo Franco Rossbach, dirigido por un
anticomunista encarnizado que había intentado atraerlo hacia su órbita a fin de
que representara a su organización. Pero Ernst Jünger no apreciaba de ninguna
manera a estos personajes a los que consideraba como poco recomendables, ni se
interesó por quienes gravitaban en torno a los Cuerpos Francos; en consecuencia,
abandonó la organización. Sin embargo, tenía conciencia de vivir un período
crucial de la historia, tal como atestiguan sus escritos.
En aquella misma
época, escribió un artículo titulado Revolution
und Idee para el Völkischer
Beobachter, diario del Partido Alemán Nacional Socialista de los
Trabajadores (NSDAP), en el que proponía un nacionalismo-revolucionario y la
necesidad de una dictadura. En aquel momento el NSDAP era un grupúsculo
nacionalista entre otros muchos. Lo abandonó pronto para dirigirse hacia la
principal liga de ex combatientes, el Stahlhelm
[casco de acero].
El hecho no
tiene nada de sorprendente en un período en el que todos los movimientos
políticos se entrecruzaban, en busca de una nueva estabilidad. La República de
Weimar era, según la expresión de Palmier, un “lamentable embrollo ideológico”.
Naturalmente, la extrema-derecha racista y el comunismo eran irreconciliables,
pero entre estos dos polos, le resultaba difícil encontrar puntos de
referencia. Las nociones de izquierda y derecha carecen de sentido cuando se
trata de clasificar a la multitud de movimientos que actuaban durante la
República. En el círculo literario que animaba el editor Rowohlt se encontraban
también Bertold Brecht y Joseph Goebbels. Los partidarios de todas las
corrientes políticas se cortejaban, discutían y en ocasiones adoptaban las
ideas de sus “adversarios”.
En septiembre de
1925 dio el primer paso. Un antiguo jefe del Cuerpo Franco crea la revista Die Standarte [El Estandarte], un
suplemento del semanario Der Stahlhelm
[El casco de acero], órgano de la liga de ex combatientes del mismo nombre, que
llegó a contar con un millón de afiliados. La liga fue prohibida en 1922-1923,
para luego adoptar una actitud legalista que
aceptaban difícilmente los jóvenes más radicalizados. Para apaciguarlos,
la dirección creó un suplemento a su revista, en el cual pudieran expresarse
cómodamente. Jünger se asoció a la dirección con Franz Schauwecker, otro
escritor salido del frente. Ernest Jünger publicó entonces la primera versión
de Feuer und Blut en las ediciones
del Stalhelm.
La revista se
desmarcó muy pronto del nacionalismo militarista clásico, rechazando cualquier
recurso a las elecciones, criticando la tesis de “la puñalada por la espalda” y
subrayando que algunos militantes de izquierda habían combatido bien durante la
Primera Guerra Mundial. Todas estas posiciones no fueron del gusto de la
dirección del Stalhehlm, que se
desembarazó del molesto equipo poco después, en marzo de 1926, cuando la
revista dejó de aparecer. Jünger, Schauwecjer, Franke y Klainau fundaron otro
periódico titulado Standarte [sin el
artículo] que fue también impreso por la Frundsberg
Verlag, la editorial de Stalhehlm,
dirigida por Seldte.
En las columnas
de la nueva revista, Jünger llamó a los ex combatientes a unirse para fundar
una “república nacionalista de los trabajadores”. Desde el mes de agosto, el
gobierno prohibió la publicación del periódico durante tres meses porque había
publicado un artículo favorable a los asesinatos de Erzeberger y Rathenau.
Seldte aprovechó la ocasión para despedir a Franke y, en el curso de estos
problemas, Jünger presentó su dimisión. En noviembre de 1926, Jünger y Franke
se asociaron con Wilhelm Wiss para publicar la revista Arminius.
A partir de
1925, sus novelas de guerra tomaron un giro cada vez más político. El bosquecillo 125 y Fuego y Sangre fueron redactados para
resaltar la experiencia de la guerra al servicio del nacionalismo
revolucionario y de la técnica, camino que culminará en El Trabajador. Siguió trabajando en la tercera versión de Tempestades de Acero en el mismo
sentido. En las ediciones ulteriores, retirará aquellos fragmentos muy marcados
por el pathos nacionalista.
El junio de
1927, Ernst Jünger se trasladó a Berlín, donde se encontró con numerosos
intelectuales, entre otros en el círculo que animaba el editor Rowohlt, tales
como el escritor y antiguo miembro de los Cuerpos Francos Ernst von Salomon, el
futuro ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels, el teórico del
derecho y de la política Carl Schmitt, el autor teatral comunista Bertold
Brecht, y el historiador Eduard Meyer. El hecho de que personajes tan diversos
frecuentasen el mismo círculo, muestra hasta qué punto las corrientes
intelectuales se entremezclaron durante la República de Weimar.
En compañía de
su hermano Friedrich Georg, también frecuentó de manera asidua el movimiento
nacional-bolbechique agrupado en torno a Ernst Niekisch y a su revista Widerstand [Resistencia], con la que
Ernst Jünger colaboró regularmente hasta septiembre de 1933. Sobre todo se
vinculó mediante fuertes lazos de amistad con Niekisch y con el ilustrador A.
Paul Weber.
Por otra parte,
se encontró también con el joven Wener Lass [nacido en 1902] que había fundado
con el antiguo jefe de los Cuerpos Francos, Rossbach, la Schulljugend, un movimiento de juventud que intentaba a la vez
renovar el espíritu romántico y aventurero de los Wandervogel, dotándose de una organización comunitaria,
jerarquizada a la manera militar. En 1927, Lass rompió con Rossbach y creó su
propio movimiento de juventud, la Freischar
Schill, del que Jünger se convirtió pronto en el padrino. Además, Jünger y
Lass se asociaron con otro antiguo miembro de los Cuerpos Francos, el capitán
Ehrhardt, para coeditar la revista Der
Vormarsch [La marcha adelante] que aparecería entre octubre de 1927 y marzo
de 1928.
En abril de
1928, su amigo Friedrich Hielscher, escritor nietzscheano anticristiano, le
sucedió a la cabeza de la revista. Este personaje, que Jünger describió como
una curiosa mezcla de racionalismo y de ingenuidad, había combatido en los
Cuerpos Francos y era miembro de la Freischar
Schill. Neopagano, partidario de una Europa de las patrias, trabaja durante
la Segunda Guerra Mundial para la Ahnenerbe.
Acusado de “filosemitismo”, la policía lo arrestó en septiembre de 1944. En
efecto, había organizado una red de resistencia subterránea a partir de 1933.
Debió la vida a la intervención de su amigo Wolfram Sievers, director de la Ahnenerbe. Reconociendo su fidelidad y
amistad, Friedrich Hielscher prestó testimonio a favor de Sievers, durante el
proceso de Nuremberg, aunque no pudo evitar su ejecución.
A continuación,
Jünger y Wernes Lass asumieron la dirección de la revista Die Kommenden [Los que vienen], un semanario creado en 1923, que
ejercía una influencia creciente sobre el movimiento de la juventud bündish atraída por el
nacional-bolchevismo. Los dos camaradas abandonaron la dirección de Die Kommenden en julio de 1931. Por su
parte, Lass creó un órgano para su movimiento de juventud, la Freischar Schill, titulado Der Umrsturz, que se reclamó
abiertamente nacional-bolchevique, hasta su prohibición en febrero de 1933.
Durante todo
este período, Friedrich Georg Jünger escribirá prácticamente en las mismas
revistas que su hermano y redactó artículos para Widerstand, hasta la censura de la revista por el ministerio del
interior del Reich, en diciembre de 1934. Ernst Jünger recogió y protegió a la
madre y al hijo de Niekisch tras su arresto en marzo de 1937.
EL ADIOS A LAS ARMAS
A diferencia de
Lass, Ernst Jünger abandonó la política activa después de 1929. En cinco años,
había escrito quinientos cincuenta artículos polémicos y le pareció que sus
llamamientos apenas habían tenido eco. Había conservado su independencia de
espíritu y declaró más tarde que “las
revistas, son como los autobuses: se les utiliza cuando se tiene necesidad de
ellos, luego uno desciende”. Había llegado a considerar que todos los
movimientos nacionalistas, ya fueran conservadores, nacional-revolucionarios, o
nacional-socialistas, eran “burgueses” y “liberales”, ya que están vueltos
hacia el pasado. A partir de entonces, se consagró principalmente a la
redacción de nuevos libros. Sin embargo, continuó enviando artículos a la
revista Widerstand hasta septiembre
de 1933. Del combate político en comunidad, pasó a la búsqueda interior
solitaria. Tal como lo confió en su Corazón
venturoso: “Hoy, no se puede trabajar
junto a otros por Alemania, es preciso hacerlo en soledad”, esperando que
otros personajes aislados actuaran en el mismo sentido.
A partir de entonces,
Ernest Jünger adoptó una nueva actitud ante la literatura, abandonando la línea
de los relatos de guerra, convencido de haberla agotado. En el curso del año
1927, redactó El Corazón venturoso [Der Abenteuerliche Herz], una
compilación de distintos textos, entre los cuales el lector encuentra tanto
recuerdos de infancia como relatos oníricos o breves historias cuya atmósfera,
a la vez mítica y poética, prefigura la fábula de los Acantilados de Mármol. Estos escritos heteróclitos llevaban nombres
de ciudades [Leipzig…]. El libro marcó una ruptura en la obra de Jünger,
incluso si se encuentran en él todavía algunas huellas de su pasado guerrero y
de su compromiso político. Evidentemente, sus lectores habituales, que
esperaban un nuevo relato de época o una profundización de sus reflexiones
sobre la guerra, rechazó su primera producción literaria en el momento de su
aparición [1929], pero el fracaso no afectó en absoluto al autor.
En 1938, la
segunda versión el Corazón Venturoso
no tuvo más éxito que la primera. Jünger había reescrito completamente su
libro, aunque puede afirmarse que se trata de un texto que evidencia la misma
inspiración. Esta vez, cada fragmento llevaba un título como Nota sobre el color rojo o Robar en sueños.
LA MOVILIZACIÓN TOTAL [1931]
Con La movilización total [Die totale Mobilmachung], Jünger
recuperaba una serie de temas que había abordado en sus últimos artículos. El
ensayo trataba sobre las mutaciones de Europa tras la Primera Guerra Mundial.
La idea de un lazo entre la técnica y algunas formas contemporáneas de
nihilismo, que tratará más en profundidad en El Trabajador, aparece ya en este texto.
Jünger discierne
las consecuencias del progreso técnico que había engendrado la guerra de
materiales y permitido el nacimiento de los primeros Estados totalitarios. De
la convergencia de estos dos nuevos fenómenos, consideraba que estallaría una “guerra
civil mundial”.
Los Estados
habían pasado de la guerra entre gobiernos a la guerra popular. La primera,
típica de las monarquías, no moviliza más que a una parte de los hombres y de
los medios, en vista de objetivos limitados; dicho de otra manera, era una
forma de guerra limitada y razonada. Por el contrario, las guerras de masas son
luchas a muerte, de una violencia sin freno, cuyo fin es la eliminación total del
enemigo. Para movilizar a los pueblos, los gobiernos recurren a los afectos, a
los bajos instintos, a la moral. Abstracción y crueldad crecen
correlativamente.
En aquella
época, Jünger admiraba la planificación soviética, modelo de movilización total
de las energías de un pueblo hacia un fin determinado. Veía en el bolchevismo,
un “comunismo” ascético, a diferencia del “marxismo”, que consideraba dotado de
un sentido hedonista, al estar más interesado por el bienestar material que en
el poder.
EL TRABAJADOR [1932]
Jünger constata
que la técnica invade el mundo y es, por tanto, inútil rechazarla. Por el
contrario, es preciso facilitar su desarrollo para que, del caos que engendra,
surja un mundo nuevo. En los tiempos contemporáneos, nada existe fuera del
trabajo, todo existe por la técnica. Jünger consideraba el maquinismo como un
fenómeno de la Vida, a la inversa de la mayor parte de los neoconservadores que
ven en la técnica una fuerza letal.
La figura del
Trabajador surge en un contexto nihilista. El Trabajador ignora la moral, pero
posee una ética fundada sobre el sacrificio de sí mismo. En efecto, la técnica
no aporta el confort material, sino el poder. Su satisfacción reside en el
trabajo. No pretende la libertad sino el trabajo. Su felicidad se realiza en el
sacrificio, en la guerra o en el trabajo, y el trabajo se convierte, en sí
mismo, en una guerra contra la materia.
El Trabajador ha
renunciado a la felicidad. Se trata de un Titán que explota el planeta y somete
la materia a su voluntad. Dueño de la técnica, mantiene sin embargo un lazo con
las fuerzas elementales que le confieren su poder. En él, queda abolida la
tradicional oposición naturaleza/cultura.
El Trabajador
diseña el nuevo rostro del mundo. En su crisol alquímico, formas desconocidas
hasta ahora, están en gestación. En el resplandor de la fragua, vemos una
civilización futura. El Trabajador reinventa los contornos del universo. Las
llamas de la chimenea se reflejan en el fondo de sus ojos, como si un fuego
interior lo devorase. Bajo el peso de su martillo, el metal ablandado por el
calor, se inclina a su voluntad. Su herramienta se abate con un movimiento
sincopado e ininterrumpido, sobre las barras de hierro. Un titánico estruendo
abole el canto de los pájaros, el susurro del bosque, e incluso el ruido de la
ciudad. De las profundidades de su fábrica surgen los gritos del acero torturado,
el aliento ardiente engendrado por el consumo de carbón, el sudor de los
constructores del universo. En verano, cerca de sus forjas, el aire es tan
caliente que se retuerce, como si pasaran los fantasmas que, como él,
distorsionan la realidad. No le importa que le consideren sacrílego: él quiere
sustituir a los dioses. En ocasiones, se detiene y puede oírse su risa
incontenible, inmensa, profunda y sincera. Por la noche sale de su madriguera
para gritar su desdén por los dioses. Los cielos estrellados lo juzgan con un
aire impasible, sin ninguna condescendencia. Luego reanuda su trabajo
incansable.
La visión de
Jünger desemboca en un imperio universal tecnocrático, sin clases pero
inigualitario. En esta sociedad, sólo se garantiza el derecho al trabajo, el
resto debe conquistarse. El Trabajador no tiene ninguna relación con el
proletariado marxista; su revolución no apunta contra la propiedad privada,
sino más bien contra la cultura burguesa basada en la razón, la moral y el
individualismo. Además, el pensamiento de Jünger niega la noción de “progreso”,
motor del liberalismo tanto como del marxismo. Cuando la técnica irrumpe en el
mundo, no sufre ningún proceso evolutivo, alcanza casi inmediatamente su nivel
de perfección.
Poco después de
la aparición de El Trabajador, Thilo
von Trotha lo atacó violentamente en las columnas del Völkischer Beobachter, el órgano del NSDAP. En su artículo denunció
el intelectualismo abstracto de Jünger, que se alejaba de los hechos
esenciales, a saber, la sangre y el suelo. Llegaba a escribir que Ernest Jünger
se aproximaba a “la zona del tiro en la
nuca”.