domingo, 8 de septiembre de 2024

UN ARTÍCULO DE 2005 SOBRE LOS CASTELLERS QUE DRAMÁTICAMENTE VUELVE A ESTAR DE ACTUALIDAD

Reproduzco lo esencial de un artículo que escribí en 2005, amplié en 2009 y ahora, casi veinte años después, vuelvo a recuperar precedido de esta nota introductiva. El artículo, por cierto, fue reproducido, acompañado de todo tipo de apóstrofes, insultos, en no menos de una veintena de webs indepes. 

Mi familia procede del Penedés con árbol genealógico desde el siglo XV. Hay Milás por Sant Pere de Ribes, Sitges, Vilanova, Vilafranca, Olivella, es la tierra de mi infancia. En Vilafranca vi los primeros castells durante los años del franquismo. Me gustaron, tanto como las subastas de pescado de la lonja del pueblo, El Peixerot de entonces, la luz del faro, o la fiesta mayor de Sitges, la Iglesia del Vinyet en la que se casaron mis padres, la residencia de Los Camilos o la riera de Zafra (como estaba rotulado entonces) que se cruzaba camino de Sant Pere y la subida de la calle del Pí con su exuberante pino que pendía sobre la calzada, el pa amb tomaquet i pernil -con un pan, un tomate y un jamón, ya imposibles de encontrar-que cada tarde nos preparaba la tieta en casa de la abuela, etc. Los que son de la zona saben de qué estoy hablando.

De todo aquello no queda casi nada. Lo de hoy son reminiscencias que tienen poco que ver con el pasado de medio siglo atrás. He vuelto a pensar en aquellos castellers de entonces y en lo que escribí en 2005 (con unas referencias y personajes políticos y siglas completamente olvidados, en tanto que olvidables por su mediocridad), a causa de Mia, una niña que fue de lo alto del castell que su colla trataba de elevar en Vilafranca directamente a la UCI. El castell del que ella formaba parte, se derrumbó. La niña cayó de una altura más que respetable y fue operada en el hospital de San Juan de Dios de Barcelona. En Cataluña apenas se ha hablado del episodio. Estos accidentes en Cataluña se pasan de soslayo. La niña, por cierto, tenía, según unos medios, 7 años y según otros 8. Ni siquiera era “enxaneta”, sino “aixecadora”. La diferencia capital entre uno y otro es que, la “aixecadora” se sube arriba de todo, se agacha, ayuda como puede a la “enxaneta” a que suba y pase por encime de ella, levantando la mano (“fer l’aleta”). A partir de ese momento, el castell se ha consumado “peti qui peti”. Fue en ese momento, cuando el castell se desplomó y la “aixecadora” cayó mal. Estaban intentando levantar un castillo de nueve pisos (“un quatre de nou net”) la máxima altura. Se descargó por primera vez en 1981, así que es relativamente reciente y es el que más accidentes con resultados graves ha cosechado.

Por cierto que uno de los que presenciaron el accidente que costó heridas graves a Mía, fue el ministro de “cultura”, Ernest Urtasun, ese adversario declarado de las corridas de toros. Urtasun no balbuceó ninguna declaración y, desde luego, su especialidad, no parecer la defensa de la infancia.

Dos clips de un documental elaborado en 2006 por el alemán Gereon Wetzel del que extraemos dos clips que han corrido como la pólvora en el último reducto de libertad de expresión ("X" ex Twiter):

Escena de una colla: una madre y su hija, castellanoparlantes, hay una niña, al parecer no quiere “subir”. La madre le dice “si no sube, no le van a dar nada”. De lo que se trata es de que la niña “suba”. La madre parece de origen gitano, en cualquier caso, de “condicion humilde”. El Debate que reprodujo este clip añadió: “exresponsables de collas explican que, al menos en la época en la que se rodó el documental, muchos de los niños que participaban en estas construcciones eran hijos de inmigrantes que «han necesitado favores para comer, para trabajar, y la colla se los ha podido dar haciendo eso». Reconocen, en cualquier caso, de que se trata de un «tema delicado»”.

No estaría de más que los organismos de protección de la infancia se preguntaran (y preguntaran) porqué abundan “enxanetas” de origen africano, qué les lleva a adherirse a sumarse a la “colla” y que piensan esos niños de subir a nueve metros de altura y, a cambio de qué, sus padres se permiten, lo que padres catalanes jamás dejarían hacer a sus hijos...

CLIP 1

https://twitter.com/i/status/1829916226916622576

Conversación entre castellers en el curso de una cena. Todos están de acuerdo en que hay que “maltratar” a la niña que tenían como “enxaneta” para convencerla de que suba. Y lo más curioso es que cuando, se refieren a las palabras de la niña, lo hacen en castellano… en una Cataluña modelada por la gencat que, visiblemente, discrimina a los castellanoparlamentes. Lo que implica que no son “de la terra”. El sistema de “convencimiento” al que aluden los comensales se basa en aislar a la niña, incluso maltratarla, ignorarla, nada de tratarlo con cariño, con intención de convencimiento, sino ante todo, hostilidad, todo para que corone el castillo. Uno dice “cuanto más tratas de convencerlos, menos suben”, otra “eres una arpía que no subes”, “cuantas más veces diga que no quiere subir, más vas a subir”. Todo con unos caracoles a la catalana…

CLIP 2

https://twitter.com/i/status/1829917154847645885

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Nadie puede decir que se trata de un fake: el mensaje es que ningún padre catalán quiere que su hijo de 9 años se suba a lo alto de un castells de 9 metros de altura y, las collas, tienen que recurrir a inmigrantes o a familias necesitadas a las que prestan, presumiblemente, algún tipo de compensación económica o laboral, a cambio de que el hijo -que, habitualmente, no quiere subir, se resiste o, simplemente, tiene miedo o lo más frecuente: aquello le trae al fresco- siga las órdenes del “cap de colla”. Las imágenes del documental y, sobre todo, los testimonios de los castellers zampando caracoles a la catalana, son suficientemente ilustrativos y descarnados, muestra de aquello en lo que se ha convertido la Cataluña nacionalista e independentista. Lamentablemente, no he encontrado la totalidad del documental de Gereon Wetzel

Esto era lo que decíamos en 2005 (cuando las corridas de toros estaban próximas a ser prohibidas en Cataluña).

¿HABRÍA QUE PROHIBIR LOS TOROS O LOS CASTELLERS?

15 de abril de 2005

Las plañideras de ERC y los comedores de forraje de ICV-EUiA-de-los-ferrocarriles-de-la-generalitat, han presentado casi medio millón de firmas contra las “corridas de toros”. Hace unos años, la tribu urbana dirigida por el hoy diputado de ERC, entonces dirigente de las JERC, Puigcercós, se entretuvo impunemente en desatornillar los paneles del “toro de Osborne” de toda Catalunya. En más de una ocasión, cuando el gran panel cayó sobre los sembrados, los propios agricultores catalanes, con espardenyas y faixa, corrieron a barretinazos a los “intrépidos” púberes de Ángel Colom i Colom, justo antes de fundirse la VISA-Platino del partido y ausentarse sin dejar señas.

A las plañideras de ERC, en el fondo, les trae al fresco la “fiesta brava”, el toro y la integridad del torero. Lo que ocurre es que la fiesta se identifica con España y ellos son catalanistas e independentistas, así pues, todo lo que huela a España, por catalán que sea, debe ser zaherido, arrojado al estercolero y denostado como bárbaro. El problema no es que no les “gusten” las corridas de toros, es que no les gusta como producto de su fe política. El problema es que las corridas de toros son tan catalanas como españolas. Pequeño detalle que se les había escapado a estos “figuras” del pensamiento catalán.

Que sepamos –y no somos especialistas en corridas de toros- hubo plazas de toros en Barcelona desde el siglo XVII. Famosa fue, desde luego, la construida por el maestro de obras Fontseré a principios del siglo XIX, en el emplazamiento hasta hace poco ocupado por la Estación de Cercanías, en las inmediaciones del barrio de la Barceloneta. En aquel tiempo, era el lugar más céntrico de Barcelona y por eso se construyó allí. Esa plaza fue famosa, porque, a lo largo de todo el siglo XIX, se multiplicaron las corridas de toros con amplia asistencia de un público al que le gustaba jalear a los toreros nacidos en la tierra. Desde esa plaza, una tarde de julio de 1835, ante la mansedumbre de los toros y el calor bochornoso y húmedo de la tarde, se inició la bullanga que sumió en incendios y destrucciones a la parte baja de la ciudad. Más tarde se construyó la plaza de toros de las Arenas anexa al recinto de la Exposición Internacional de 1928 y la Plaza de Toros Monumental que aún existe y contra la que apuntan sus baterías los independentistas y ecolocos.

Cuando ERC te dice cómo debes divertirte

Los amigos de los animales tienen todo el derecho para manifestarse a favor del sufrimiento del toro. Harían mejor, desde luego, en experimentar el mismo dolor de un feto cuando se le arranca del claustro materno, pero, en fin, esta es otra historia. Tienen también derecho a manifestar su disconformidad, en el fondo, este es un país democrático y libre en donde cada cual tiene derecho a manifestar su opinión, por ridícula que sea.

Y, sobre todo, tienen el derecho, si no les gustan las corridas de toros, a no ir. Lo que no tienen el derecho es a prohibir la fiesta nacional, los correbous y los símbolos de España, en esta zona de España que se llama Catalunya. ERC, como antes CiU, nos dicta la lengua en la que imperiosamente debemos hablar, nos dice lo que debemos amar y rechazar, nos da una versión de la historia que, más que historia, es historieta, pero, que nos diga cómo debemos divertirnos o dejar de divertirnos es abusivo incluso para un independentista. Estamos hablando de ocio.

Hoy te dicen como debes divertirte, mañana terminarán imponiendo el menú vegetariano y adorando a la “vaca sagrada” como en la India (y conste que no nos referimos al 3% de mordida a la que tanto veneran y a la que tanto deben todos los que de la Generalitat viven y han vivido, vividores que les dicen…).

El período dorado de la “fiesta nacional” en Catalunya

Serafín Marín ha triunfado. Es el torero de moda en este momento. Serafín Marín es catalán. Nació en Montcada i Reixac y es socio del Club Taurino de Sabadell. El otro domingo salió a hombros de la Monumental. En su cabeza lucía orgulloso una tradicional barretina catalana. Serafín Marín, de hecho, estaba escupiendo, sin hacerlo, a la cara de ERC y de los comedores de forraje de ICA-EUiA-de-los-ferrocarriles-de-la-generalitat. Se considera “torero catalán”. Es una figura de la fiesta. Una estrella ascendente. Para él, la “fiesta nacional” es tan catalana como española. Se merece, oreja y rabo. Y no nos referimos ni a la oreja de Carod-Rovira, ni al rabillo de Puigcercós. Nadie del PP, le aconsejó ponerse la barretina. Se la puso por el mismo motivo que se hacen todas las cosas en el arte del toreo: por instinto. En ERC, ese día, no daban crédito: “¿torero y catalán?”… Pues si. Un periodista le pregunta a Serafín: “¿Qué votaste en las últimas elecciones?”, y él responde: “En blanco, a los socialistas ni en pintura, vamos”. Un diez, para Serafín Marín.

Por cierto, “Finito”, el otro diestro que toreó con él, es también catalán. Finito es de Sabadell. Otro que siempre se ha manifestado español. Como antaño lo fue Joaquín Bernadó. Gran figura, fue éste Bernadó. Como “Chamaco”. O José Carlos Lima, discípulo de Palomo Linares y del propio Bernadó, afincado en Castelldefels. Y tantos otros.

Sólo un ignorante (o un panoli, o una mezcla de ambos, esto es, un independentista) puede ignorar que los toreros catalanes han sido tan figuras como los que han nacido en las otras “Españas”. Y los aplausos catalanes han sido tan buenos como los aplausos de la Maestranza o de Vistalegre. A diferencia de la tontería independentista que está específicamente ligada a una forma de psiquismo extraviado y contradictorio. Y es que, en Catalunya, además de contra el 5% de mordida, hay muchas cosas para protestar. ¿Han oído hablar de los “castellers”, por ejemplo?

Más alto, más ligero… más leñazos

Desde hace una década los encuentros de castellers se obstinan en batir sus propios records, como si los catalanes de antes, fueran sólo una banda de mindundis, esmirriados, sin fuerza para levantar “castells” de más de ocho pisos y ahora, a los “veinticinco años de Generalitat” hayan creado una superraza catalana más fuerte, más alta y con un vigor más demostrado. En realidad, no es así, es justamente lo contrario.

Se levantan “castells” más altos porque los pisos superiores están formados por niños cada vez más pequeños. Más altos, sí, pero porque pesan menos. Mientras que las bases del “castell” están formadas por tipos cuadrados y enfajados, a partir del segundo nivel, estamos hablando de chicos y chicas adolescentes que apenas superar los 40 kilos y en torno a 20, los últimos pisos y los sufridos “enxaneta” y “aixecador”.

¿Qué ocurre? Frecuentemente, algo dramático. Hemos visto, personalmente, a los niños que “coronan” el “castell”, llorar mientras subían, porque no querían subir más alto. Les intimidaban los gritos del “cap de colla”, el público que gritaba todo tipo de frases, no siempre agradables de oír, ver cómo cambia el panorama a medida que se va ascendiendo por los pisos del “castell”, o las increpaciones del propio padre, de estricta observancia nacionalista, etc. Repito: hemos visto, y no un caso ni dos, a pobres críos, llorar, dudar y echarse atrás, a media ascensión, porque estaban literalmente asustados de afrontar lo que les quedaba para coronar un “castell”.

Es, sorprendente, que las asociaciones protectoras de la infancia, los defensores del menor y toda la patulea preocupada por los derechos humanos, los de las focas, los de la mosca de la patata y, por supuesto, los que sienten como propio (sin duda por lo cornúpetas que son y parecen) el “sufrimiento” del toro en el ruedo, se callen bochornosamente ante el riesgo, el miedo y los leñazos que sufren los “enxanetas” que coronan los “castells” tradicionales de Catalunya. Porque leñazos, haberlos, haylos.

Los “castells” son una encomiable costumbre, relativamente tradicional, no excesivamente antigua, aparecida en algunas comarcas de Tarragona que luego, con la aparición del nacionalismo, se exportó al resto del Principado a efectos de reforzar una identidad difusa y un rasgo diferencial forzado… reservada, hasta hace poco, para hombres fuertes y recios, “fadrins” hechos de vigor de la tierra y de la “carn d'olla”. Sin embargo, hemos visto como se incluían chicas y adolescentes, no tanto por integrarlos en la fiesta, ni mucho menos por el prurito de la igualdad sexual, como para romper records de manera fraudulenta y abusiva.

Pero a pesar de los “estudios estructurales”, con cierta frecuencia, los “castells”, “fan llenya”, esto es, se derrumban (dicen que en un 3% de los casos, así que yo debo de ser una anomalía porque los he visto caer en demasiadas ocasiones). El instante del derrumbe de un “castell” es fácilmente previsible: primero, se abren un poco por los pisos centrales, luego empiezan a temblar, poco después tiemblan más y, a partir de ahí, ya están todos preparando la caída durante unos interminables segundos. Porque la caída, finalmente, se produce. ¡Y qué caídas!

Llama la atención que el Canal 33 K-33, que inevitablemente suponen el acompañamiento de la “temporada de castellers”, sirve siempre las imágenes de las caídas, pues, no en vano, dan cierto morbo a la competición (en estos concursos se suelen resolver y poner de manifiesto las tradicionales rivalidades entre poblaciones catalanas vecinas y, los de una villa, celebran jubilosos, el leñazo de los castellers de la población rival), pero jamás, y somos tajantes, jamás, sirven los planos medios en las que podrían percibirse las expresiones de dolor, de miedo y de tensión angustiosa, que se producen justo cuando todos los cuerpos han tocado tierra o han caído sobre alguien…

Es evidente, que los operadores y realizadores de Canal 33, no actúan por su cuenta, evitando las escenas de dolor, las luxaciones de músculos, las roturas de huesos (costillas, clavículas, brazos, vértebras, etc.), es evidente que siguen las consignas del “censor” y del “comisario político”, que siempre, inevitablemente, actúa en los medios de comunicación catalanes y que, en este terreno, tiende a demostrar que los “castelles” es una actividad inocua, festiva, lúdica, sin ningún tipo de riesgo y en el que todos sus participantes, gozan, incluso cuando caen de 8 metros de altura. La “solidaridad catalana”, el “hacer país”, que simbolizan perfectamente los brazos extendidos que sostienen a la base del “castell” y que constituyen el único amortiguador, es una muestra de esta actividad, en la que se opera el milagro de que nadie caído de 8 metros de altura, sufre el más mínimo daño.

Y daños, haberlos, haylos.

¿Una diversión inocua?

Quien diga que los “castellers” son una costumbre inocua, inofensiva e inocente, miente como un bellaco. Ya hemos dicho que –a pesar de que las cámaras de Canal 33 huyan de los accidentes, eviten incluso dar imágenes de las expresiones de dolor y de las roturas de clavículas y brazos que se producen al "fer llenya"– estos se producen con frecuencia. Abundan los “castells que fan llenya” (castillos que se caen) y las luxaciones y roturas de huesos. En ocasiones son dramáticas. Porque, como mínimo un “casteller”, se ha roto la columna vertebral y ha terminado con las cervicales pulverizadas, desde entonces, acude a las concentraciones en silla de ruedas

Por no hablar de Mariona Galindo, de 12 años, murió como consecuencia de un traumatismo craneoencefálico que sufrió el pasado 23 de julio de 2006 al caerse de un castell de nueve pisos durante la fiesta mayor de Mataró. El accidente se produjo cuando el grupo estaba a punto de coronar la torre. No tardó en estallar la polémica sobre el posible peligro de los castells. En los últimos 150 años, sólo había habido dos casos de accidentes mortales de castellers. O al menos eso es lo dice la Generalitat.

Está claro que cualquier deporte implica un riesgo y que, cuando un adulto, acepta subirse encima de otros cinco, y arriesgarse a descender a plomo, para que le caigan encima otros cuatro pisos… está en su derecho democrático de partirse la crisma, cuando guste y como guste. Pero, habría mucho que hablar sobre si un menor, impulsado por sus padres, por sus hermanos, no muy convencido o convencido del todo, puede subir a más de diez metros de altura para mayor gloria de su “colla castellera” y del departamento de traumatología del hospital más próximo.

Resulta curioso que quienes se preocupan tanto por la salud del toro de lidia, les traiga al fresco, la salud de los “enxanetas” que coronan las torres. Los "niños de la Generalitat" son mayores de edad para asistir a unos festejos como actores activos a más de 10 metros de altura, pero tienen prohibido ver los toros desde la barrera. Dos pesos, dos medidas y una sola estupidez.

Prueba de la peligrosidad de esta actividad, es que las “collas castelleras” cubren la salud de sus miembros con un seguro no precisamente barato. El ayuntamiento de Vila-Seca, por cierto, acordó hace poco la concesión de una subvención de 175.000 pesetas a la “colla castellera” de la localidad para cubrir parte del seguro en caso de accidente. Y no hay que negar que las aseguradoras si que saben valorar sus riesgos...