Hace unos días, entre las brumas del Douro camino del
Atlantico, iba reflexionando sobre lo que significaba Vox para la ultra. No
esperaba que los tres folios sirvieran para mucho y en redes sociales han sido
recibidos con escuetos “yo votaré Vox” o “marditos prosionistas”, que, era
justamente lo que esperaba. De todas formas, servidor, una vez más se queda con
la satisfacción de decir en voz alta, lo que iba barruntando meninges adentro.
La reflexión de hoy va por parecidos derroteros y precede a otras quejas que
iba acumulando (que si la maldita radiología en los aeropuertos, que si los
freakys transgénero, que si las llamadas publicitarias, quejas y más quejas que
hoy deberán esperar unos días). Porque hoy me
quejo de que uno de los fracasos de la ultra en estos 40 años se haya debido a
su incapacidad para vislumbrar estrategias fuera del “modelo partido”. Y no
es el único que estaba a su disposición.
Me retrotraigo a la transición y en dos momentos, el
referéndum para la ley de reforma política y el subsiguiente referéndum
constitucional. Entonces había partidos ultras (básicamente Fuerza Nueva y
FE-JONS, pero también media docena de grupos, algunos situados claramente en la
derecha nacional a medio camino entre este sector y la derecha liberal)
suficientes como para haber armado unas campañas mucho más sólidas. Y conste
que estamos hablando de un momento en el que la ultra movía a unas cuantas
decenas de miles de militantes y tenía a su favor el hecho de que Franco hacia
dos días que había muerto y, por tanto, el franquismo todavía conservaba fuerza
inercial. Pues bien, en aquellas dos
ocasiones, por lo que recuerdo, cada partido fue a su bola e intentó armar
campañas propias con argumentos poco sólidos y, desde luego, que demostraban
una inadecuación (que luego se ha ido agravando con el paso del tiempo).
Fuerza Nueva incluso tronaba con que estas reformas
supondrían la llegada del divorcio a España… Y los falangistas, como siempre,
sin apenas base obrera, hablaban en nombre de los obreros. A nadie se le ocurrió que un “Comité por el NO a la reforma” o un “Comité
por OTRA REFORMA”, hubiera podido aunar esfuerzos y multiplicar u optimizar el
resultado de las iniciativas. Solamente El
Alcázar se erigió, gracias a algunos milloncejos puesto por Giron de
Velasco, fundamentalmente, en alma de la campaña. Pero allí habían ido a parar
los restos de la red de prensa franquista que, desde finales de los 50 estaban
en franca pérdida de lectores: más que periodistas eran funcionarios con poca iniciativa y finalmente
estaban solamente preocupados por la pervivencia de sus trabajos (lo que,
incluso, puede comprender, a costa de reconocer que El Alcázar estuvo mal gestionado y peor dirigido y que, siempre, a
la hora de la verdad, tiró por la tangente, beneficiando más al PP que a F/N o
FE-JONS).
Por lo que recuerdo, la campaña que movió El Alcázar se hizo con los mismos parámetros que la campaña de los “25
años de paz” que el régimen movió en 1964, incluso con las mismas concepciones
gráficas. Recuerdo cuando vi aquellos carteles
amontonados desordenadamente en un almacén en Barcelona: se me cayó,
literalmente, el alma a los pies. Aquello era tan malo que daba náuseas pegarlo en
las paredes. Y, sin embargo, los pegamos a miles, seleccionando los menos desenfocados. Pero, la campaña, en sí misma, fue ridícula.
Otro ejemplo. Debió ser hacia 2006 ó 2007. Yo defendía el
que en las últimas elecciones europeas, los resultados ultras habían sido
ridículos, pero que quedaba claro que existían tres sectores: el católico,
el histórico y el identitario y que las
organizaciones de cada sector podían y debían colaborar. ¿Las siglas? E2000,
Frente Nacional y MSR. Y se formó un “tripartito” que pronto se convirtió en el
rosario de la autora. Durante esos meses, Christian Ruiz presentó por su cuenta
un proyecto de campaña unitaria contra los abusos de la banca. Era una
iniciativa muy buena porque permitía montar un “comité ad hoc” centrado
solamente sobre ese tema (en el que coincidía toda la sociedad española). Pero
había un problema: nadie en nuestro ambiente había actuado así y muy pocos sabíamos lo que suponía cambiar el chip del “modo partido”, al "modo comité". Uno de los grupos llegó a apropiarse del documento
elaborado por Christian y utilizarlo como propio. Es lo que tienen las sectillas.
Nunca he visto
colaborar a distintos grupos ultras en una misma campaña y bajo la “fórmula
comité”. Ni en la transición, cuando pudo haber un “comité contra la ley de
reforma política”, o un “comité por otra constitución” o, simplemente, por el “no
a la constitución”, o un “comité por la libertad de los militares presos” (en
el caso Galaxia), o un “comité unitario contra el terrorismo político”, o un “comité
contra la entrada de España en la OTAN”, o un “comité para un mejor acuerdo con
la UE”, o un “comité contra la corrupción”, o, etc, etc, etc. Incluso en un
tema como el aborto, nadie entre los ultras pensó en llevarla a cabo en “modo
comité”. Cada partido pensaba que asumir determinado tema le iba a reportar
buenos beneficios, a pesar de que carecía de medios, de cuadros suficientes y
de inteligencia política para popularizarlo. Hoy, por ejemplo, un Comité Contra
la Inmigración Masiva generaría más simpatías que las que genera cada uno de
los partidos que enarbolan esta consigna.
La fórmula de estos
comités es la siguiente: activistas de distintos grupos colaboran en una
campaña concreta, se fijan consignas, timmings, acciones tácticas, términos y
plazos en los que se realizará la campaña. Estas campañas serán lo más abiertas
posible, procurando que participen en ella gentes de otros partidos y, sobre
todo, de la sociedad civil. No las lleva adelante un partido concreto, sino “ciudadanos
unidos por un interés concreto” (el tema de la campaña); son campañas que no están vinculadas a un
sector político, pero en cuyo interior “trabajan” políticamente los militantes
de ese sector.
Está claro que trabajando así, con la “fórmula comité”, se
hubiera logrado:
- disimular la endeblez numérica creciente, la multiplicidad y la dispersión de los partidos de extrema-derecha.
- dar objetivos concretos a sus militantes y, por tanto, educarlos políticamente: en otras palabras, HACER POLITICA, en lugar de practicar “pequeña política de partido”.
- acercarse a sectores sociales que, en principio, rechazaban participar en luchas políticas y mucho más al lado de partidos ultras minúsculos.
- generar el que la militancia mirara hacia adelante, en lugar de discutir eternamente sobre doctrinas periclitadas y mal formuladas (que si yo voto a Vox, que la “izquierda nacional” es la hostia, que si mi partido es lo más revolucionario del mundo, a mí no me cambies ni una coma de los 27 puntos, y así sucesivamente).
- constituir la base para adquirir “fuerza social” (es decir, presencia en la sociedad), foguear cuadros en asambleas, reuniones, debates, en los que, para conducirlos, es necesario dominar temas específicos (los que han sido la excusa para dar vida al comité).
- movilizar “notables” e intelectuales que pueden estar puntualmente de acuerdo con las propuestas de un comité en concreto.
¿Todo esto para qué?
Para saltar los altos
muros de los grupos ultras, su mala imagen (que les ha acompañado siempre desde
las profundidades de la transición), las reservas que sectores situados
extramuros de esos sectores pudieran tener y, finalmente, crear una corriente
de opinión, tener presencia en los medios, y hacer converger a los distintos
comités en un “frente nacional”, junto a partidos, asociaciones culturales,
hogares sociales, etc.
Tal es, en síntesis, lo esencial de la “fórmula comité” que,
quizás hoy aún pudiera ponerse en práctica en algunas zonas y que constituyen
en ciencia política lo esencial de lo que se llama “estructuras paralelas
unitarias” (siendo las “estructuras horizontales”, la división geográfica de
los partidos y las “estructuras verticales”, los organismos de mando de esos
partidos). Pero ¿a quién le interesaba en la ultra la técnica política? Unos se
limitaban a copiar lo que había sido la Falange histórica (sin advertir que
aquello fue otra época y con otros líderes), otros tomaban una parte del
franquismo (el nacional-catolicismo) por la totalidad del franquismo (que fue también
falangismo, fue tecnocracia, fue conservadurismo), otros éramos demasiado
jóvenes para saber bien lo que hacíamos y cuando lo supimos, nos encontramos ya
con un ambiente anquilosado, periclitado y sin vida (por mucho que cada año se
incorporaran unas cuentas decenas de jóvenes que sustituían a los que habían desaparecido
y eso daba sensación de que se “avanzaba”). Pero hoy, estoy persuadido de que
en zonas en las que existe una mínima presencia (Corredor del Henares,
Valencia, Cataluña) sería mucho más rentable políticamente actuar como “comité
de defensa contra el independentismo catalán en Valencia”, “comité de
solidaridad con los españoles necesitados”, “comités de acción contra el
independentismo”.
¿Y esto cómo se hace?
Muy simple:
- meterse en la cabeza que se trata de iniciativas “transversales”; no se trata de atraer el voto a un partido, sino de generar movilizaciones en torno a un tema popular o de alto consenso.
- militantes que saben lo que hacen y que son capaces de establecer unos puntos mínimos, amplios pero concretos, sobre los objetivos del comité.
- búsqueda de notables que apoyen la iniciativa (intelectuales, juristas, profesionales). ruedas de prensa, presentaciones, movilizaciones, acciones tácticas, charlas en barrios, presencia mediática… Todo centrado sobre el monotema que ha dado vida al comité. Eso es el “modo comité”.
Uno funcionarán, otras lo harán a medio gas y otros quedarán
como proyecto frustrado. Pero los que
funcionen, generarán el que sus promotores empiecen a ser conocidos por la
opinión pública, no como miembros de partidos minúsculos e inexistentes a poco
que se descuiden, sino como miembros de comités con cierta fuerza e iniciativa.
Lo que pueda ocurrir a partir de ahí ya excede las intenciones de estos párrafos.
Normalmente, lo que debería ocurrir es que en períodos electorales, estos
comités llamaran a votar a determinadas opciones en cuyas listas están
incorporados candidatos procedentes de los mismos y las temáticas propios de
cada uno de ellos. Pero, a la vista de la endeblez de los partidos de
extrema-derecha actuales, lo normal sería que una lista electoral “transversal”
se formara con gentes representativas de todos estos comités, para dejar atrás
el “modo partido”.
Algunos verán esto demasiado complicado. Y, sin embargo, es más simple y realista que obstinarse en
darse una y otra vez con la misma piedra y siempre, desde 1976 con la misma
fórmula, el “modo partido”. Si cuarenta años no han bastado para comprobar
el fracaso de este concepto, las opciones son: o agonizar eternamente pensando
que la llegada de 5 militantes y la salida de 3 es un gran éxito, o votar a Vox como la gran esperanza blanca o a Podemos, votar a Ciudadanos o pensar que vendrá Anguita y dirá las verdades
del barquero o esperar que Verstrynge diga por allí…
La “fórmula partido” está muerta. Incluso “plataforma por
Cataluña”, cuando tuvo éxito, se debió a que daba la sensación de ser algo muy
diferente a un partido político: tenía el aspecto de una “plataforma cívica”.