La publicación en
inglés del libro de Gordon Duff, Gratness and Controversy, reaviva la
polémica en torno a los jázaros. Hace unos años tradujimos y prologamos un
libro notable, La historia oculta de los falsos Hebreos.
Los Jázaros: Los judíos modernos no descienden de Israel, de
Benjamín H. Freedman, un hombre notable que estuvo situado en la alta política
norteamericana en la primera mitad del siglo XX. Era judío convertido al
catolicismo y su obra había sido olvidada después de 1945, cuando la sombra del
Holocausto se proyectaba sobre toda la humanidad. Era evidente, que un libro
escrito por un judío no podía ser antisemita y, seguramente por eso, su autor
no fue perseguido judicialmente. Sin embargo, el stablishment norteamericano juzgó que cuanto menos se hablase de él, mejor, porque
suscitaba dudas sobre la legitimidad de las reivindicaciones sionistas sobre
Palestina. Así que fue relegado al olvido, hasta que supimos de su existencia y
lo tradujimos para el público de lengua española.
Ahora, el libro de Gordon Duff, reaviva la polémica en torno a los jázaros. Y esto nos induce a reproducir el resumen de la obra publicado en la web The Intel Drop (en la Tercera Parte) y también a hacer unas consideraciones sobre la “cuestión judía” y el conflicto en Oriente Medio (Primera Parte), especialmente a la luz de los escritos de Guillaume Faye (Segunda Parte).
1. EL CONFLICTO
DE ORIENTE MEDIO EN ABRIL DE 2025
El problema que plantean los trabajos de Gordon Duff y de Benjamin Freedman es el siguiente: la mayoría de “judíos” no tienen sangre judía… son judíos de religión (pero no de raza, esto es, no de origen).
El planteamiento no es algo nuevo, sino que el “neosefarditismo” español de la primera mitad del XIX, (que contó con partidarios tan interesantes como Ernesto Giménez Caballero y a Blas Piñar López como su último representante), ya contempló. Ya tratamos esta temática ampliamente en una serie de artículos publicada en Info-krisis en febrero de 2020. Esta tendencia consideraba como “irrecuperables” para la catolicidad, a los judíos “askenazíes” (procedentes de Europa Central y Oriental), mientras que veía a los judíos sefarditas como radicalmente diferentes, muchos de los cuales se convirtieron al cristianismo y renunciaron a su origen, abrazando el catolicismo “con la fe del converso”, no solamente cambiando de religión, sino adoptando opiniones no solo totalmente contrarias a lo que antes pensaban, sino incluso extremas dentro de su nueva religión.
No se trataba de "criptojudíos" o de "marranos" (que se habían visto forzados a convertirse, pero seguía manteniendo su religiosidad originaria en secreto y que prolongaron su existencia hasta el siglo XVIII), sino de conversiones sinceras que aportaron santos al cristianismo tan conocidos como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Juan de Ávila. Incluso en la actualidad, dentro del Estado de Israel existe un "vicario apostólico para la comunidad de católicos de habla hebrea", el presbítero David Neuhaus, del que, en 2009 dependías 4.000 casas de reunión en el Estado de Israel.
A los “neosefarditas españoles les admiraba el que, antes de la fundación del Estado de Israel, algunas comunidades judías instaladas en Turquía conservase cuatrocientos años después su propia lengua (el “ladino”) y se transmitieran de generación en generación las llaves de los hogares de los que habían sido expulsados. El “neosefarditismo” español consideraba a los askenazíes como un verdadero fermento revolucionario y disgregador, pero sostenían la necesidad de integrar en la “hispanidad” a los judíos sefarditas.
Antes de seguir, habrá que hacer una precisión semántica importante: "Hebreo" es todo aquel que tiene ADN judío. "Judío", en cambio, es aquel que sigue la religión mosaica. El primer término, alude a la "identidad racial", el segundo a la "identidad religiosa". Pueden existir, por tanto, judíos que, étnicamente, no sean hebreos y, viceversa, es decir hebreos que hayan renunciado a su identidad religiosa en beneficio de cualquier otra, o bien del ateísmo, el agnosticismo o el indiferentismo. El neosefarditismo sostiene que, los askenazíes son mayoritarios entre estos últimos y, por tanto, tienden a identificarse, integrarse y liderar movimientos revolucionarios y subversivos contra el "orden establecido".
Freedman, por su parte,
sostenía que la inmensa mayoría de judíos no pueden ser considerados como tales
por su raza, sino, más bien, por su religión o por sus costumbres. Explicaba
que proceden del antiguo Imperio Jázaro, situado en el territorio del Cáucaso y
en parte de la Ucrania actual que, en un momento dado, se convirtieron
masivamente al judaísmo, después de oír a predicadores cristianos, a emisarios
mahometanos y a rabinos judíos.
Quisieron formar parte del “pueblo elegido”: se "judaizaron". Luego, cuando se produjeron
corrimientos de pueblos, iniciaron una emigración hacia Europa Central, lo que
explicaría, en primer lugar, la existencia de yidish (una lengua que no tiene
nada que ver con el hebreo, pero es hablada por el judíos askenazíes como rasgo
de identidad, conteniendo, significativamente, una mayoría de elementos eslavos), costumbres antropológicas completamente diferentes a los
sefarditas y el hecho de que existan amplias comunidades en la actual Ucrania,
en Polonía, Hungría y en el área germánica.
Los sionista no hicieron mucho caso de
esta diferenciación entre askenazíes y sefarditas. El fundador del sionismo,
Teodoro Hertz, no estaba impregnado por la religión y tenia ideas completamente
laicas: el movimiento que creó estaba en sintonía con los ideales del XIX,
la época de los nacionalismos y, de hecho, el sionismo, es el “nacionalismo
judío”. El sionismo originario reivindicaba una “patria” para Israel y
despachó la “cuestión jázara”, incluyéndola en la leyenda -y decimos bien: “en
la leyenda”- de las “tribus perdidas” de Israel.
Pero esto, naturalmente, restaba
legitimidad a la reivindicación de Palestina como emplazamiento del futuro
Estado de Israel. Si solo una ínfima minoría de los judíos existentes en el
mundo podía reivindicar el derecho a volver a Palestina, tierra que habían
abandonado en la “diáspora”, esto suponía un débil argumento ante la realidad
de que ¡la mayoría de judíos nunca, ni por sangre ni por religión, tenían nada
que ver con la tierra de Palestina! Benjamin Freedman investigó la cuestión
y redactó su trabajo que supuso el descubrimiento para muchos del “Imperio
Jázaro”, el extraño caso de un pueblo caucásico convertido al judaísmo. Hoy
sabemos, gracias al ADN, que tenía razón. Inapelablemente.
Teodoro Herz, probablemente también
conocía algo del Imperio Jázaro y esto explicaría que, en los primeros pasos
del movimiento sionista no reivindicara con particular énfasis Palestina, sino
que contemplara otras posibilidades, incluso en la Patagonia, aún
reconociendo que para el judaísmo, existía un vínculo sentimental con
Palestina.
¿Supone eso negar, aquí y ahora,
en pleno siglo XXI, el derecho a la existencia del Estado de Israel? No
exactamente. ¿Implica tomar partido por los palestinos en detrimento del Estado
de Israel? Tampoco es eso. Vale la pena realizar una retrospectiva para
entender la situación.
Desde principios del siglo XX, poco a
poco, mediante la compra de terrenos y el establecimiento de colonias, los
judíos fueron asentándose en Palestina. Es una historia bien conocida. Hace ya
un siglo empezaron las hostilidades entre las comunidades palestinas y los
incipientes grupos de colonos judíos. No se llevaban bien. Se produjo la
Declaración Balfour (como pago a los servicios prestados por la prensa judía
norteamericana para facilitar la entrada de EEUU en la Primera Guerra Mundial,
es Freedman quien lo cuenta y debía saberlo porque estaba próximo a las esferas
del poder), luego, la subida al poder de Hitler en Alemania (que, básicamente,
estaba de acuerdo en que la solución a la “cuestión judía” era la que proponía
el sionismo: que los judíos alemanes se marcharan del país hacia su nueva
nación, con o que coincidía, directamente, con los ideales sionistas: disponer
de una nación propia en la que no se sintieran “extranjeros”, ni fueran considerados -como los tenía el antisemitismo alemán a partir de Paul de Lagarde y el francés con Maurras, como "cuerpos ajenos a la nación" e imposibles de integrar), más tarde la
creación del Estado de Israel y una sucesión sin fin de conflictos con grupos
palestinos y países árabes...
Dentro de poco se cumplirá el 80 aniversario de la fundación del Estado de Israel. Hasta 1967, esto es, hasta la Guerra de los Seis días, podía cuestionarse su existencia y sostener que los territorios sobre los que se asentaba habían sido usurpados a sus antiguos propietarios palestinos. Incluso cabía recordar que la mayoría de judíos que se habían asentado allí eran de origen askenazí y, por tanto, tenían poco que ver con Oriente Medio. El inicio de la colonización judía se produjo a partir de 1881, mediante algo tan simple como compra de tierras a árabes y otomanos por parte del Fondo Nacional Judío. Fue así como se establecieron, a partir de 1909, los primeros "kibutz". En ese momento, había llegado a Palestina entre 40 y 45.000 judíos. Posteriormente se produjeron dos oleadas importantes de inmigración judía, después de la Primera Guerra Mundial, generada por la Declaración Balfour y por el estallido de las revoluciones bolcheviques (llegaron otros 50.000 judíos , la mayoría azkenazíes), y tras el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la fundación de un nuevo Estado se preveía inmediata. Finalmente, el 14 de mayo de 1949 se proclamó el Estado de Israel. Al día siguiente, Egipto, Siria, Líbano, Irak y Jordania le declararon la guerra. Fue el inicio de cuatro guerras (1947, 1956, 1967 y 1973) entre Estados árabes e Israel, que se saldaron en los cuatro casos con victorias hebreas.
La convivencia entre judíos y palestinos no había sido buena y, a partir, de 1922 menudearon los choques entre ambas comunidades. La llegada de inmigrantes judíos entre 1917 y 1922 alteró profundamente el equilibrio demográfico en la zona. En 1920 ya habían estallado los primeros choques en Jerusalén entre ambas comunidades y al año siguiente, con mucha más violencia en Jaffa (95 judíos y 64 árabes muertos, y cientos de heridos). Los disturbios se generalizaron en 1929 (con 133 judíos y 116 árabes. A partir de ese momento, se crearon las primeras organizaciones paramilitares judías -la Haganá primero y el Irgum después- que tuvieron gran importancia, no solo en la lucha contra los árabes, sino en la etapa final previa a la independencia, tras la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras: en la actualidad, lo que se llama "conflicto de Oriente Medio" se prolonga durante 105 años, si empezamos a contar a partir de los primeros choques en 1920.
Los hechos consumados (cuatro victorias de Israel sobre los Estados Árabes, un Estado hebreo de 10.000.000 de habitantes, cuando en 1967 era de poco más de 2.000.000, algo más de un 20% de población palestina y un 13% de judíos ultraortodoxos, pertenecientes al Estado de Israel, varias intifadas desde finales de los años 80, una frontera con Líbano en permanente estado de guerra, conflictos entre distintos Estados Árabes y las distintas etapas y cambios que ha sufrido la política internacional) obligan a rectificar los patrones de análisis del "conflicto de Oriente Medio. Pero, sobre todo, es el paso del tiempo -algo más de un siglo- lo que debemos tener presente: cinco generaciones -árabes y hebreas- se han sucedido en ese tiempo y solamente han conocido guerras y combates. No puede extrañar, por tanto, el grado de odio y encono que existe hoy entre las partes. A partir de los años 60, la "resistencia palestina" fue cobrando forma, antes de la guerra de 1967 ya operaba contra el Estado de Israel.
Pero, desde 1967, hasta 2025, han
pasado casi 60 años y en esas décadas han cambiado muchas cosas. Lo primero que
cabe decir es que los palestinos no han sabido defender su causa. Ni ellos,
ni sus aliados árabes. Sin olvidar, naturalmente, que en 1967, los gobiernos
árabes de la región eran laicos y que hoy, en cambio, son islamistas.
Algunos, como Arabia Saudí, se han convertido en el centro irradiador del
wahabismo a todo el mundo. Por no recordar que, Turquía, Arabia Saudí e
Irán, se disputan la primacía en el mundo islámico y que resulta difícil hacer
coincidir a los tres países en cuestiones políticas. Irán es, desde luego,
el que más se ha preocupado por intervenir en Palestina, a través de
las organizaciones creadas en los años 80: Hamas y Hezboláh. Estamos muy
lejos de 1967, cundo Al Fatah y la Organización para la Liberación de
Palestina, eran movimientos políticos laicos: hoy la “resistencia palestina” está
fanatizada por el mensaje islamista radical.
Cuando decimos que los palestinos no han sabido defender su causa nos referimos a que han confundido la “guerra santa” con el terrorismo. Subir a un autobús repleto de civiles en Tel Aviv e inmolarse haciendo estallar una bomba, no tiene nada que ver con una “lucha de liberación” (entre otras cosas, por que un 20% de la población del Estado de Israel es de origen palestino), sino solamente con el terrorismo más ciego e irresponsable. Acuchillar a un policía israelí de guardia en un super, no puede ser una "acción militar", es terrorismo...
Aún estamos intentando entender quién tomó la más estúpida y criminal decisión de todas las que haya adoptado la “resistencia palestina”, el pasado 7 de octubre de 2023, atacando las colonias judías próximas a Gaza cuando se cumplía el medio siglo del inicio de la Guerra del Yom Kipur. El ataque se saldó con el asesinato de 695 civiles israelíes (de los que 36 eran menores de edad), 71 civiles extranjeros, 373 soldados y policías y la toma de 251 rehenes (iniciativa definida por el derecho internacional como “crimen de guerra”). ¿Era una operación meditada? ¿Es que Hamas y la Yihad Islámica -que protagonizaron el ataque- no eran conscientes de que represalia judía sería terrible? ¿Es que se les había escapado el detalle de que Benjamin Netatyahu, antes de dedicarse a la política, era soldado de élite y que para un soldado solamente hay una reacción posible ante un ataque así: la destrucción completa del enemigo? ¿Es que se sentían seguros en sus miles de kilómetros subterráneos y de arsenales situados cerca de escuelas y hospitales e, ingenuamente, pensaban que Israel no iba a atacarlos con bombas que destrozaban los túneles y todo lo que se encontraba en la superficie?
La zona lleva un siglo de conflicto continuo. Parece claro que no queda más camino que la negociación y para negociar es preciso, en primer lugar, tener voluntad de hacerlo y comprender que los ataques terroristas, lejos de favorecer la causa que se defiende, contribuyen a que un país dirigido por un antiguo soldado de élite y que siempre ha tenido preferencia por la “ley del talión” (“ojo por ojo y diente por diente”) no iba a permanecer acobardado. Lo que ha ocurrido después, puede cargarse a hombros de los que desencadenaron aquel primer atraque terrorista.
Sí, claro está que podemos remontarnos
a las “causas primeras” y argumentar que los ataques contra colonos del 7 de octubre de
2023 eran el resultado de un pueblo arrinconado y expulsado de su tierra
natal... o bien, remontarnos al Moisés bíblico para defender que Palestina es
la “tierra prometida”... cada cual, pro-palestino o pro-judío, se quedará en
el tramo histórico que contribuya a justificar su posición. Con lo cual,
deberemos concluir, que no hay solución al conflicto de Oriente Medio: o los
judíos derrotan a los árabes (como han hecho a través de cuatro guerras
árabe-israelíes) o bien los palestinos echan al mar al Estado de Israel (lo que
parece difícil a tenor de las diferencias entre los distintos centros de poder
árabes y dada la protección que EEUU ejerce sobre Israel y a los continuos
errores palestinos). ¿Única solución? La negociación. Y esa piltrafa de la
“Unión Europea” haría bien en tratar de mediar, antes de seguir financiando las
estructuras de un “Estado Palestino” o bien de aceptar inmigrantes palestinos
en su territorio (inmigrantes palestinos que, por lo demás, son rechazados
sistemáticamente por los países árabes vecinos).
Esto nos lleva a otro problema: por increíble que parezca, Gaza, una pequeña franja costera de 6 km de ancho y 360 km de largo, está poblada por casi dos millones de habitantes, siendo la tercera entidad política más densamente poblada del globo (después de Singapur y Hong-Kong, con un crecimiento anual de 2,33% en 2017, una de las más elevadas del mundo). Se suele recordar que Israel tiene bloqueada militarmente a la franja desde 2007... pero se suele olvidar que Egipto también la mantiene bloqueada. La inmigración es la espita de protección de ese termitero. ¿Inmigración? ¿Hacia dónde?
Europa es la tierra de
promisión: 25.000 palestinos viven en Francia, 20.000 en el Reino Unido,
Otros 20.000 en la pequeña Dinamarca, 18.000 en Suecia, y varios miles en
España... Nada comparado con Alemania en donde se han asentado 200.000 gracias
a los “esfuerzos humanitarios” de la Merkel. La facilidad con que se da la
nacionalidad en España, hace que las cifras de palestinos sean mucho más bajas
de lo que la realidad y la lógica imponen: existen palestinos en España desde
1970, como resultado de “nuestra tradicional amistad con los árabes” de la que
alardeara el franquismo; muchos de los que llegaron como estudiantes, se
quedaron luego a vivir aquí y han recibido la nacionalidad española. Pero, en
nuestro país, existe una completa opacidad estadística en la materia y,
probablemente, las cifras estén próximas a las de Suecia.
Resulta incomprensible que Gaza sea
una de las zonas con una de las tasas de reproducción más altas del mundo,
cuando sus habitantes deberían ser conscientes de que -en las actuales
circunstancias- el “creced y multiplicaros” solamente puede generar hijos
traumatizados, arrojados a una existencia insegura y a un futuro de tristeza y
desolación. No podemos olvidar que, si hace 100 años que dura el conflicto
judeo-palestino, ya son cinco generaciones enteras que han nacido y vivido
entre humo de incendios, tableteos de ametralladoras y detonaciones de bombas.
Razones suficientes como para buscar una salida negociada al conflicto.
Cuando se inició la “segunda intifada” (que duró
hasta 2005), se produjeron manifestaciones de solidaridad con Palestina en
diversas ciudades de España... A ellas acudieron, miembros de la
extrema-derecha que suele sostener, por tradición, posiciones antisemitas. Se
sorprendieron porque algo había cambiado en relación a las manifestaciones de
solidaridad con la “primera intifada”: en 1987, las manifestaciones estaban
protagonizados por españoles que se solidarizaban con la causa palestina,
dieciocho años después, en esas mismas manifestaciones, el número de españoles
había disminuido, sustituidos por inmigrantes de origen árabe... entre los que
los pocos miembros de la extrema-derecha, que estaban contra la inmigración masiva
y contra la islamización de Europa se encontraron subsumidos en medio de una
marejada de chilabas, velos islámicas e imprecaciones en árabe...
Hay que ser coherentes. En política, hay que saber elegir entre “amigo y “enemigo” (Carl Schmidt). Y, utilizando una clasificación clásica y romana, entre “enemigo” y “adversario”. O, si se prefiere una clasificación política, entre “enemigo principal” y “enemigo secundario” o bien, coloquialmente, entre “amigos”, “camaradas” y “compañeros de viaje”. No importa el sistema elegido: lo fundamental es no caer en contradicciones. Resulta contradictorio estar contra la inmigración masiva (el problema más grave que tiene Europa en estos momentos, porque, el contingente islámico va creciendo y cada vez tiene más conciencia de su propio poder y de la debilidad de las sociedades europeas para afrontarlo, lo que genera un futuro incierto en el que la guerra civil religiosa-social-étnica es un fantasma cada vez más próximo), pero manifestarse a favor de la causa palestina. Especialmente, en estos momentos en los que el [des]gobierno Sánchez, en cualquier momento, puede declarar puertas abiertas a la inmigración de palestinos procedentes de Gaza... por “razones humanitarias”, claro está.
Estos planteamientos nos llevan a reproducir los argumentos que el fallecido Guillaume Faye, intelectual, inicialmente vinculado a la Nouvelle Droite y luego a los movimientos identitarios, ofreció en varios momentos de su vida sobre el "conflicto de Oriente Medio".
