Me quejo de que no
viajamos lo suficiente y que, en muchos intentan reconstruir en sus escasos
viajes su estilo de vida en el propio terruño. Vivía en Bolivia con
italianos. Éramos un simpático grupo de franceses, italianos y un español, el
que suscribe. Los italianos se obstinaban cada día en comer pasta, pasta, sólo
pasta y nada más que pasta. Un día, cuando les reproché que la comida era
demasiado monótona, introdujeron una variación: antipasto, es decir, lo que va
delante de la pasta… una simple y jodida ensalada de poco lustre. Y en La Paz
había una carne excelente (aunque mal cortada) y unos platos absolutamente
despiporrantes (empezando por el “pique macho” o las salteñas). Lo mismo me
había pasado con esas mismas compañías en distintas partes del mundo. En
Venezuela, por ejemplo, a lo único que accedían era a comer de postre una
inmensa variedad de frutas tropicales. No me quejo de eso, que considero un
recuerdo de los tiempos en los que la camaradería se vivía con una intensidad
que nunca antes he experimentado (como si el riesgo aumentara la hermandad
entre los iguales), sino de que, ahora, cuando sólo viajo por el placer de
conocer, me encuentro con las mismas actitudes.
Pompeyo, cuenta Plutarco, dio a sus marineros una consigna
cuando éstos se oponían a emprender la ruta hacia Roma a causa del temporal: “Navigare
necesse est, vivere non est necesse”, frase que puede tener algunas
variaciones pero que siempre se traduce como “Navegar es una necesidad, vivir no es necesario”. Vivir puede ser
sinónimo de vegetar. Navegar lo es de conocer mundo. El mundo –incluso si nos
reducimos al mundo que merece ser conocido- es grande, rico y diverso. No es “multiculturalidad”, a lo que un
“noble viajero” puede aspirar, porque, en el fondo no se trata de adoptar una
forma de “relativismo” (indicativo de que no hay una cultura superior a otra) e
igualitarismo (indicativo de que todas las culturas son iguales), sino una
forma de confirmar las propias raíces.
Cuando viajo recuerdo que soy hijo de la Península Ibérica, de
un Estado que hoy se llama Reino de España, ayer se llamó Corona de Aragón y
antes Hispaniae Gotorum y aun antes Hispaniae y mucho antes Iberia, el país del
gran rio, el Ebero. Cuando viajo
recuerdo que pertenezco a la cultura greco-latina, que soy hijo y heredero de
una larga tradición cultural presente en toda Europa y que en cada país, en
cada región, adopta caracteres distintos. Del centro de Lisboa a la Torre
de Belén, existe un monumento levantado en tiempos del Estado Novo en honor de
los bandeirantes (equivalentes a
nuestros conquistadores). Mira al Atlántico, es uno de los monumentos con más
fuerza que conozco y que sintetiza los valores de nuestra raza. (¿O va a
resultar que no se puede mencionar a la raza?). Es una incitación a viajar, una
invitación a abandonar nuestra vida sedentaria, coger los bártulos y emprender
cualquier ruta. Es el recuerdo de que un buen día, terminara la Reconquista,
los pueblos ibéricos se lanzaron a la mar. Portugal llegó más lejos que nadie y
tuvo claro, desde el primer momento, su vocación marinera.
Seguramente la frase de Plutarco atribuida a Gneo Pompeyo,
hubiera quedado como patrimonio de los latinistas de no ser porque Gabriele
D’Anunzio –“il poeta”- lo recupero en 1919 para una empresa heroica: la
conquista de Fiume y Mussolini tituló así su famoso artículo de Il Popolo d’Italia del 1 de junio de
1920. En ambos casos fue tomada para indicar el desprecio hacia las pequeñas necesidades cotidianas y la exaltación de
los grandes ideales y de los estilos heroicos de vida. Caetano Veloso y
Pessoa, ya que estamos en Portugal, también la hicieron suya.
Entrevistado por TV portuguesa, Pérez Reverte decía ayer que
sentía nostalgia de los años 30 en las que las personas creían en lo que
defendían. Citaba a comunistas, fascistas y nacionalsocialistas, equivocados o
no, con razón o sin ella, creían que era posible alumbrar un mundo nuevo en el
que ni se muriera de hambre, ni de aburrimiento, sino que se consumiera la vida
por un ideal. Yo también tengo nostalgia de esos tiempos. La nostalgia es esa herida que mencionaba Jünger al recordar que vivía,
añadiendo que sólo la muerte podía sanar la cicatriz. Yo me curo, viajando.
Antes he mencionado a
los “nobles viajeros”, eran personajes misteriosos de la antigüedad clásica, no
se sabía de dónde venían ni a dónde iban, pero se
distinguían siempre por el “estilo” y por el valor de sus enseñanzas. En la
antigüedad eran sinónimo de “iniciados” (concepto que podría traducirse como
“los que han aprendido a ver el mundo tal como es). En mi viejo blog infokrisis
encontraréis un artículo sobre los “nobles viajeros”. Está escrito en 1982,
cuando todavía vivía en clandestinidad y había regresado a España para partir
de nuevo a Iberoamérica: LOS NOBLES
VIAJEROS DE LA ANTIGÜEDAD. Quizás podáis entender porqué casi todos
tenemos una necesidad irreprimible de viajar y por qué, quienes sentimos esa
necesidad, estamos sintiendo la voz de la raza.
Don Quijote fue uno de
esos “nobles viajeros”:
"Soy caballero. Como tal viviré y moriré si place al Altísimo. Marcho por el sendero estrecho de la Caballería errante, despreciando las riquezas, pero no el honor. He vengado las injurias, he enderezado entuertos y castigado insolencias. No tengo intención que no sea recta y no intento más que hacer el bien a todo el mundo. Un hombre que piensa, un hombre que actúa de esta suerte, ¿merece ser tratado de loco? Os lo pregunto a Vuesas Mercedes"
"Soy caballero. Como tal viviré y moriré si place al Altísimo. Marcho por el sendero estrecho de la Caballería errante, despreciando las riquezas, pero no el honor. He vengado las injurias, he enderezado entuertos y castigado insolencias. No tengo intención que no sea recta y no intento más que hacer el bien a todo el mundo. Un hombre que piensa, un hombre que actúa de esta suerte, ¿merece ser tratado de loco? Os lo pregunto a Vuesas Mercedes"