El otro día me decían que uno de mis “camaradas de juventud”
ha evolucionado, corriendo el tiempo, hacia el independentismo; entre el punto
de partida (nacionalismo europeo) y el de llegada (independentismo catalan)
median casi cincuenta años. Otro conocido ha recorrido la misma trayectoria en
apenas cuatro. Sorprendente, pero no tanto, si tenemos en cuenta que otro
conocido pasó del nacionalismo-revolucionario a especializarse en el “timo del
camarada”, pasó recaló en la masonería, y, cabalgando con ella, fue de CDC al
PSC. También conozco otro, aspirante a la jefatura falangista disputándosela a Diego
Márquez y antiguo lugarteniente de la Guardia de Franco de Barcelona, que ahora
es diputado de una obediencia masónica minoritaria. Uno de CEDADE me reprochaba
en los 80 que llevaba el pelo largo, ahora milita en el PSOE. “Han evolucionado”, dirá alguien. Y tendrá
razón. Aunque sería mejor decir que se han ido adaptando a sus predisposiciones
personales y que éstas se han traducido en comportamientos erráticos,
oportunistas y superficiales. Pero no me quejo de eso, sino de que una
naturaleza humana inquieta tiene punto de partida, pero no está claro cuál será
el de llegada. Les explicaré por qué les cuento todas estas peripecias
personales.
Cuando tenía 16 años me empecé a interesar por lo que
consideraba eran “cuestiones ideológicas” (aunque sería mucho más adecuado
llamarlas “concepción del mundo”, siendo la ideología un esquema rígido de
interpretación que, inevitablemente, falla en algún momento). Me leí un resumen
de las Obras Completas de José Antonio y aquello me gustó. Desde
luego, las entendí mejor que una primera lectura del Mi Lucha, resumido y mal
traducido en una edición que databa de la Guerra Civil y de la que solamente me
llamó la atención unas cuentas frases dispersas. El día que Rauti me envió el
catálogo de libros de Ordine Nuovo (hacia 1969), ví la
luz: era un librito de unas cuarenta páginas repleto de títulos y de autores.
Había material suficiente para inspirarse. La mayoría eran libros en italiano.
Julius Evola que parecía ser el inspirador de Ordine Nuovo, no tenía nada
traducido en España (y no sería sino en la transición cuando a Martínez Roca y
a Plaza & Janés se le ocurrió publicar dos de sus obras técnicas). La
primera traducción que se hizo en Madrid de Orientaciones (1975), era
voluntariosa pero deficiente. La leí y debí de leer el original para entender
algo. Otros no tuvieron tanta suerte y esa primera edición les vacunó para
siempre contra Evola. En 1980, me había leído lo esencial de la obra política
de Evola, pero fue en la prisión de La Santé en París en donde, en el verano de
1981, que pasé encerrado donde me leí toda la obra de Evola, incluido la parte
técnica y el Rivolta contro il mondo moderno. Lo traduje para el editor Luis
Cárcamo que perdió el volumen… Por mi cuenta publiqué obras de Evola,
traducidas apresuradamente en los años 80. Por entonces, me consideraba “nacional-revolucionario
y evoliano”. Había aprendido, gracias a Evola, que lo importante es la “objetividad”:
estar lo suficientemente despiertos para ver el mundo tal cual es,
prescindiendo de prismas deformante.
Pero, antes, en junio de 1968 había recibido un grueso
volumen ciclostilado de una publicación francesa, disidente con respecto a las
ideas de “mayo del 68”. Era el número 1 de Nouvelle Ecole, que supuso el origen
de la “Nouvelle Droite”. Cada año Benoist publicaba uno o dos números de esta
revista en las que encontraba ideas, análisis, interpretaciones, caminos
intelectuales, en definitiva. Al tradicionalismo evoliano, sumé la doctrina de
la “Nouvelle Droite”. Pero mi recorrido doctrinal no terminó ahí.
Dado que militaba políticamente y que el paso por el Círculo
Doctrinal José Antonio y el conocer a los que dirigían los círculos supuso una
decepción inmensa que culminó con mi presencia, como uno más, pero muy atento a
lo que se decía, en el Primer Congreso Nacional Sindicalista celebrado en
Madrid en el otoño de 1976, me instaló en los territorios “nacional-revolucionarios”.
Entonces conocí la obra de Jean Thiriart. Me pareció como si las ideas de José
Antonio hubieran sido actualizadas y trasladadas a un plano europeo. Y aquello
me gusto.
Así pues, en 1986,
cuando terminaron mis peripecias por Europa y por la geografía carcelaria
europea, yo experimentaba tres influencias: Julius Evola, la “Nouvelle Droite”
y Jean Thiriart… De las tres tenía un conocimiento razonable y bastante
objetivo. Las tres tenían problemas de adaptación y de encaje: si Benoist había
glosado a Evola, el conjunto de la obra evoliana (y, no digamos, la de René
Guénon) era incompatible con la visión de la “Nouvelle Droite”. Y ésta, por su
parte, encajaba, pero sólo relativamente, con los escritos de Thiriart. ¿A
qué conclusiones podía llegar a finales de los 90? Sencillas…
Primero: la obra de
Evola, en sus aspectos más importantes suponía una “búsqueda interior”, una
especie de manual para el perfecto conocimiento de sí mismo (a través de su
obra técnica). En segundo lugar podía
utilizarse para interpretar a los fascismos históricos… pero sólo una parte.
La otra, todo lo relativo a la “sociedad tradicional” y a la “historia
tradicional”, valían como mitos, como
ideas-fuerza, como sugestiones para el combate… pero eran inaplicables desde el
punto de vista política e incluso entraban en contradicción con cualquier forma
de hacer política. Evola era lo suficientemente inteligente como para
advertirlo y desandó parte de lo andado en Cabalgar el Tigre, un estudio sobre
la decadencia de la modernidad y cómo afrontarla desde el punto de vista
interior. Brillante e ineludible.
Segundo: debió ser hacia finales de los 80 cuando me di cuenta de que los escritos de Benoist y de su grupo tenían un pequeño problema. Nos habían dicho que era necesario prepararse culturalmente para afrontar una batalla contra el marxismo y el liberalismo. Y nos preparamos. Leíamos y leíamos más y más. Comprábamos el Vu de Droite y el volumen de recopilación de los escritos de la Nouvelle droite en sus 10 primeros años. Nos preparábamos para la lucha cultural. Pronto observamos que había en todo ello un exceso de intelectualismo. Pero eso no era lo peor: lo peor era que Benoist parecía ser un entrenador de fútbol que insistiera, una y otra vez, en que había que prepararse, más y más, para un partido… que nunca llegaba (y que sigue sin llegar). Luego, cuando pudimos andar solos, nos dimos cuenta de que el “gramscismo de derechas” era tan inconsistente como inaplicable.
Tercero: conocí a
Thiriart y leí lo que había publicado tras el cierre de Joven Europa. Ni me
fascinó el personaje, ni me interesó su evolución posterior. Thiriart,
además, se preocupaba de ocultar sus fuentes y se había reinventado a sí mismo
tras la guerra. Su obra me llevó al descubrimiento de los “no conformistas”
franceses de los años 30 (de los que él había mamado, pero había evitado por
todos los medios aludir a ellos para dar muestras de “originalidad”). Un
querido amigo francés me lo había dicho: “es
preciso leer sus libros, más que conocerlo a él”. Tenía razón. En 1987 ya no me sentía
nacional-revolucionario y el pensamiento de Thiriart quedó ocupó un espacio en
mi librería, pero nada más. Hoy, su doctrina me parece muy incompleta y creo
que solamente pudo tener éxito en la postguerra entre un neofascismo en el que
no abundaban los doctrinarios, pero se precisaban “revisiones” ideológicas y la de Thiriart era una de las posibles.
Y ahí estaba yo, a finales de los 80, cuestionándome todo en
lo que había creído en años anteriores. Se ve que era el signo de los tiempos,
porque en esa época conocí a Juan Colomar y a su grupo, que habían cerrado el
ciclo que les llevó del falangismo universitario disidente, a la izquierda
revolucionaria, al trotskismo, a la negación del trotskismo, a la negación del
marxismo y a posiciones próximas al punto de partida. Colomar era sobre todo un
excelente analista político y un producto habitual entre las gentes de la “Cuarta
Internacional”. Fanático de los “debates” y de las “revisiones”, él mismo
estaba en un callejón sin salida cuando lo conocí y seguía en el mismo callejón
cuando, a principios de 1991, me distancié. Salvo coincidencias muy globales,
puedo decir que aquella experiencia, como antes la del Círculo José Antonio, me
reportó poco. Nada, en realidad.
Entre principios de 1992 y hasta principios del milenio
permanecí ajeno a todo, trabajando y escribiendo para medios y editoriales
convencionales. Cuando asistí a una charla de presentación de Democracia
Nacional en Barcelona, a poco de su fundación, aquello no me impresionó. Estaba
de acuerdo en que había que “participar” en los procesos electorales, en la
política real y en los debates realmente existentes en la sociedad, pero
aquello no me pareció con garra suficiente para motivarme. Seguía teniendo
relaciones fluidas en el medio ultra, pero no militaba e incluso lo que veía me
parecía poco motivador. Hasta que conocí
personalmente a algunos de los miembros de DN en Barcelona, hubo buen feeling y
me sumé. Coincidió con el inicio de la trayectoria de PxC (y, todavía hay
por ahí algún historiador que discute si fui yo o fue A. Armengol el que convenció
a Anglada para que saliera de Vich y pasara a la política catalana). De lo que
no cabe duda es que el primer documento de PxC, lo elaboré yo mismo en 2001. La
cuestión era que, en ese momento, había
aparcado las cuestiones “doctrinales”. Me volvía a interesar la “política” y
creía que podía construirse un movimiento nuevo, simplemente porque las circunstancias parecían ponerlo a huevo.
Ingenuo de mí.
En 1996 empezó el fenómeno de la inmigración masiva. Tres
años después empecé a regularizar mis contactos con DN. Me interesó su
planteamiento sobre la “autonomía histórica” (el reconocer que un movimiento en
el momento presente no puede ser tributario de ideologías o planteamientos
pasados, sino que debe ser dueño él mismo de su destino). Laureano Luna le dio
forma a algo que era lógico y que, desde Thiriart podía intuirse.
A principios del
milenio, entre 2001 y 2004 pensaba que DN y PxC podían ser las dos patas de un
movimiento político transversal y renovado. Pero DN demostró tener una
conflictividad interna demasiado alta para poder estabilizarse y, a partir, de
2005, fui expulsado del partido, cuando en realidad, ya estaba bastante lejos del
mismo. En cuanto a PxC, nació, creció, creció más, creció un poco más… y
estalló. De 2006 a 2009 participé –sin mucha fe, al menos desde el número
4- en la revista Identidad, que se vendía en kioscos (justo cuando el
mundo de las publicaciones periódicas empezó a entrar en crisis). Yo era un “contratado”,
en absoluto el director. Conocí el medio “identitario”. Pero aquella
iniciativa, a pesar de que la revista empezara tirando 15.000 ejemplares y
alcanzara la inusitada cifra de 34 números, fue, por las características del
que ejercía como director, la revista más clandestina en la que he participado.
Prácticamente no se distribuía en el ambiente, sino que se vendía solamente el
kioscos y, por tanto, pasaba desapercibida. En esa época entré en España 2000. ¿Por qué? Porque vivía en Levante y allí
era lo único que existía. Y, además, una vez estás dentro, haces amistades
con unos o con otros, se suman amigos de antes y, al final, llegas a la
conclusión de que lo que cuenta es eso en definitiva. Escribí los documentos y
manifiestos, textos de los congresos de E2000 en esos años y promoví
acercamientos, primero a Frente Nacional y a la MSR, y luego entre E2000 y PxC,
en lo que se ha llamado, finalmente, Respeto.
¿Y la doctrina? DN, E2000,
PxC, trataban de hacer política, así que la doctrina debía ser algo sumaria y
no era preciso insistir mucho en ello. Pero en 2015, una vez puesto en
marcha Respeto, empecé a dudar de que todo esto sirviera para mucho. La unión
llegaba en un momento en el que PxC, ya no estaba en el mejor momento, sino que
había estallado literalmente. Y en cuanto a E2000, el partido tenía dos
vertientes: Alcalá y Valencia. Mientras los primeros estaban instalados en la “autonomía
histórica”, los segundos seguían teniendo ramalazos del “sector histórico”.
¿Problema? Que los amigos son los amigos y que nunca me ha salido polemizar ni
pelearme con un amigo. Así que, entre esto y las dudas que tenía sobre la
eficacia futura de la nueva federación, opté por irme a casa que es donde siglo…
Fue entonces cuando volvieron a preocuparme las cuestiones
doctrinales. Y la primera pregunta fue ¿porqué
los medios neofascistas están prácticamente extinguidos y prácticamente nada de
su bagaje doctrinal está recogido en las nuevas formaciones políticas que en
toda Europa (salvo en la península ibérica) tienen una cuota electoral no
desdeñable e incluso se encuentran en puertas del poder? La segunda era de
mayor importancia en el terreno personal: ¿en
qué creo y en que me he equivocado? Lo que equivale, finalmente, a
establecer mi actitud actual ante Evola, ante la “Nouvelle Droite” o ante
Thiriart y su matriz no-conformista. Incluso, quedaría una tercera pregunta: ¿qué queda de valor en la doctrina y de la
experiencia de los fascismos históricos?
Me quejo de que no puede contestarse a todo esto en un solo
artículo. Así que tendrán que esperar a que en los próximos días complete estas
reflexiones sobre mi trayectoria