Los mitos son necesarios en política y han estado siempre
presentes como acompañamiento necesario para las figuras políticas y para los
grandes momentos históricos. Hoy más que nunca. ¿Por qué? Porque las masas quieren votar a mitos: el mito es
algo que se asume por su fuerza irracional. Y en la democracia todo es
irracional, salvo la ley del número: 49 premios Nobel pierden siempre ante
51 violadores, con lo que quiero decir que la
irracionalidad de las masas es siempre superior a la racionalidad. Lo dijo
Gustav Le Bon hace más de un siglo: “El nivel medio de inteligencia de una masa
no se sitúa en su media aritmética sino en los niveles más bajos de sus
elementos”. Tenía razón en eso como en tantos otros problemas
planteados en su Psicología de las
Muchedumbres. El problema viene cuando,
no solamente se mitifica a una clase política presente carente por completo de
otros valores aparte del de la ambición, sino que se mitifica la historia, la
actualidad, la cultura. Y eso es lo que le pasa a la versión oficial que la
Gencat da de sí misma y de todo lo que rodea al proyecto independentista.
Me quejo de que, desde que Bernat Metge escribió en 1399 “Lo somni” (El Sueño), algunos parece vivir de sueños y no tienen
la menor intención de despertar.
Macià era un
abuelo que fue de fracaso en fracaso hasta que lo momificaron. Ni siquiera se
salió con la suya. Proclamó la independencia el 14 de abril de 1931, cuando lo
que tocaba era proclamar la República y fue
el primero en considerar que el “Estatuto de Autonomía” no era un punto de
llegada sino la salida de una carrera cuya etapa siguiente era la independencia.
Se ha mitificado a Macià como el “patriarca”, el Dios Padre del independentismo. Desde que se autoexilió en los
primeros momentos de la Dictadura no dejó de pifiarla una tras otra. Su
proyecto más loco fue invadir Cataluña con 200 “guerrilleros” de los que más de
la mitad eran anarquistas italianos. A eso se le llamó “la heroica gesta de
Prats de Molló”, todos acabaron en la cárcel. Antes se había ido a Moscú
buscando dinero para una quimérica insurrección. El Komintern le dijo que “faltaba
preparación” y él dale que te pego, hasta acabar en la prisión parisina de La
Santé. Como presidente de la Generalitat
fue el caos personificado: no supo qué hacer cuando la CNT le montó una
insurrección en El Vallés, se deshizo de los socialdemócratas de ERC (el grupo L’Opinió), se le cayeron varios
gobiernos entre las manos en apenas unos meses, tuvo que hacer frente a una
huelga general y cada vez eran más los que decían que estaba gagá. Al morir se
le mitificó y se quiso hacer de su corazón una reliquia laica. Y lo más
sorprendente: a su cadáver, no solamente se le extrajo el corazón sino que su
cadáver sufrió un proceso de momificación a la egipcia. Es lo que cuenta
Elisabet de l’Isard en su novela Catalonian
Fake – El corazón de Macià y es lo que ocurrió en realidad.
Políticamente, Macià era un extrávico que no veía más allá de la independencia.
A pesar de ser militar de carrera, fue incapaz de establecer una estrategia
realista. Por eso la mitificación era la única posibilidad de que evitar que su
figura no fuera vista como una anomalía histórica.
Su sucesor, Luis Companys, no era mucho mejor. Las distintas
biografías que corren sobre él, todas más o menos favorables, lo pintan como
maniaco depresivo, con problemas psicológicos de todo tipo, inestabilidad
mental, ni siquiera era separatista sino más bien federalista, se apoyo en los
separatistas para ascender, luego en la CNT-FAI cuando estalló la guerra y más
tarde en el PSUC y en los comisarios soviéticos después de mayo de 1937. Enric
Vila (historiador catalanista) en La
veritat no necesita mártirs se pregunta si Companys estaba
capacitado para gobernar Cataluña y si no era, más bien, un enfermo mental y
una ruina física. Y se pregunta porqué todos los que lo conocieron, terminaron
odiándolo y sugiriendo sus carencias y vicios, pero ninguno tuvo arrestos para
enumerarlos, a pesar de que pesaron como una losa en la Cataluña de 1933-1939.
En esta biografía se muestra a un personaje desgraciado y caótico, irresponsable,
ególatra y averiado desde muchos puntos de vista. Había razones más que
suficientes para fusilarlo (9.000 asesinados en Cataluña en el verano del 36
era motivo más que suficiente, incluso alguno, fusilado por orden directa suya
sin juicio y tirado el cadáver en la tapia de un cementerio: es el famoso
“Caso Revertés”… para colmo, el tal Revertés era amigo suyo, un tarambana
achorizado y había sido recomendado por su mujer). Tras su consejo de guerra,
algunos miembros del gobierno de Franco se inclinaban por el perdón: su gestión
había sido tan caótica y lamentable que fusilarlo solamente podía convertirlo
en mito como así ocurrió.
Ha resultado mucho
más difícil mitificar a Tarradellas o a Pujol. Maragall es el equivalente a
Companys de la democracia y Montilla el Irla de la misma época: un ilustre
desconocido, gris y grisáceo, sin relieves ni matices. ¿Puigdemont? Un
descarriado de pueblo, aprendiz de pastelero, con el COU aprobado por los
pelos, unidimensional: mientras pensaba en la independencia su gobierno se
endeudó la friolera de 2.000 millones con proveedores. Y en cuanto a Torra, un
cero a la izquierda, un presidente troglodítico.
Y yo me pregunto: De los presidentes de la Generalitat
restaurada solamente los dos primeros, por su lejanía, han podido ser
mitificados (Macià como Dios Padre y Companys como Mártir sacrificado), con el
resto no había forma. Así que han optado
por mitificar toda la historia de Cataluña y hacerla a su medida. El mito
evita percibir la realidad cotidiana ¿El resultado? Con dos generaciones de críos salidos de las escuelas de la
Generalitat, estos mitos se han convertido en dogmas históricos intocables.
De hecho, una de las muestras de que Cataluña es España es que su sistema
educativo está tan quebrado como el del resto del Estado (un poco más quizás,
si tenemos en cuenta que aquí la tasa de inmigración es mayor y que esto se
refleja en un mayor nivel de caos en las escuelas). Y eso es lo que ha impedido
que el mito se haya transmitido a la totalidad de las últimas generaciones.
Eso, claro, y que aún queda una minoría que piensa, razona, juzga, valora y
tiene opinión propia. Me quejo de que estos son una minoría tanto en España
como en Cataluña. El resto comen mitos
que son como el fastfood de la historia, un producto para consumo de masas.