martes, 25 de septiembre de 2018

365 QUEJIOS (148) – LA FEALDAD DE LA SAGRADA FAMILIA DE GAUDI


Iba del aeropuerto a mi domicilio habitual, cuando, de repente, me doy cuenta de que a mi izquierda la Sagrada Familia esta casi, como quien dice, terminada. En un lustro lo más, estará todo el pescado vendido y la inversión empezará a rendir sus frutos. Recuerdo que, de pequeño, mi padre –gaudiniano de estricta observancia al que mi tesis sobre el arquitecto hubiera llenado de espanto- me explicaba que probablemente tardaría en terminarse un siglo. En realidad habrá tardado 60 años más. En total algo más de un siglo y cuarto. No está mal para un “templo expiatorio” (y Barcelona tiene dos, este y el del Tibidabo). Cuando mi padre me transmitía sus sensaciones sobre la Sagrada Familia de Gaudí, tan solo estaba construido el ábside y el pórtico del Nacimiento. Desde el primer día que lo vi, sus cuatro torres me fascinaron. Era como un intento de alzarse hasta el cielo, casi titánicamente. Hoy, cuando esas torres fueron duplicadas en las otras cuatro del Pórtico de la Pasión y cuando el cimborrio central está a la altura de estas torres y sigue subiendo, el conjunto me parece de un kitsch y de una fealdad casi extrema. A una ciudad cada vez más afeada, corresponde un templo que, en sí mismo, es la expiación y el ecce homo paradigmático de eso en lo que se ha convertido la Ciudad Condal. ¿Qué de qué me quejo? ¿De qué me voy a quejar? De que la Sagrada Familia haya tirado adelante, en lugar de dejarla como cuando la vi por primera vez en 1958…

Recuerdo aquellas cuatro torres y aquel ábside extraño y oscuro. Lo poco que se había construido estaba cubierto de una gruesa capa de carbonilla, apenas se veían los colores de los remates de las torres y, si subías por la escalinata de caracol, a la altura de los machones del ábside, empezaba a verse una ciudad gris, pero trabajadora e, incluso, alegre por mucho que no hubiera ni libertades políticas y el sindicalismo fuera único y obligatorio. En aquel tiempo, tener un teléfono era casi un lujo y un vehículo suponía ser un privilegiado. Aún no se había iniciado la era del 600. Un compañero de clase, a los seis años, alardeaba de que su padre era “millonario”: tenía ¡un millón de pesetas! Que era, justo lo que costaba un piso al lado del Turo Park. La hipoteca no existía. Se podía pagar con letras de cambio. Ruiz Zafón tiene en sus obras nostalgia por la Barcelona de los ochenta. Suele aludir a la “ciudad que fue y ya no es”. El pobre Zafón se hubiera suicidado de huber conocido la Barcelona de los 50 y 60. El Paralelo ya había decaído, pero seguía siendo el Paralelo y las amplias terrazas del Café Español, delante del Cinerama, acogían cada día a cientos de barceloneses que podían tomarse unas cervezas y unas tapitas. Los domingos, la Gran Vía (o Avenida de José Antonio) estaba rebosando de terrazas y de familias que consumían vermut y calamarcitos o las almejas de rigor a precios populares. El Ensanche daba la sensación de no estar terminado; solo había vecinos, colmados y lecherías; y en los bajos y entresuelos, quizás, alguna oficina. Era una ciudad para vivir y para pasear. A medida de lo humano. De todo eso ya no queda ni rastro.

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Gaudí y la Sagrada Familia eran el emblema de Barcelona: ascendente, vertical, en pie, trabajando, luchando y teniendo esperanzas en el futuro y, mientras, viviendo un presente, quizás gris, sin tecnologías y sin mucho lustre, pero con alegría y, sobre todo, con una dimensión humana. Luego, la Sagrada Familia creció y creció y creció todavía un poco más. Se diría que el crecimiento del Templo Expiatorio estaba en razón directa a la hipertrofia de la ciudad y a su fealdad.

Porque la Sagrada Familia es fea. Y eso que todavía no se ha concluido la parte mas horrible del Templo: la fachada principal que casi es de juzgado de guardia. Entiendo perfectamente que la hayan dejado para el final. Cuando los barceloneses la vean terminada, muchos pedirán el derribo del lugar, pero ya será irremediable: el destrozo estético se habrá consumado. ¿Qué por qué es fea? Lo resumo: el ábside es gótico, la facha del nacimiento gaudiniana (esto es, excéntrica y, como diría Dali, “comestible”), parte de la decoración es modernista, la fachada de la Pasión es subiratiana y casi cubista, los remates de las torres son surrealistas y la cripta ni siquiera es de Gaudí, el interior quiere reproducir la naturaleza pero sólo logra ser un bosque petrificado al que los vitrales dan una coloraina a lo Disneyworld. Sin olvidar que las sacristías de los ángulos parecerán coliflores cuando estén terminadas y las Escuelas de la Sagrada Familia, con su tejado alabeado, uno de los mejores y significativos trabajos de Gaudí, quedan empequeñecidas e infravaloradas.

Les contaré dos anécdotas. Mejor tres. La primera que el propio escultor de la Sagrada Familia, Antoni Subirats me confesó que el templo no le gustaba y que, desde luego, no era lo mejor de Gaudí. Con estas mismas palabras. Lo segundo que, acompañando a Subirats por los subterráneos solitarios del templo, cuando ya habían cerrado la visita turística, apenas hablamos: al menos los subterráneos son silenciosos, el volumen absorbe los ruidos y el estilo es monocromático y sereno… pero son los subterráneos. La tercera, que un grupo de la RAI vino a entrevistarme para que les hablara del templo y tras acabar, uno de los cámaras me preguntó si me gustaba o no: le dije que no, que, simplemente, me parecía horrible. Todo el equipo se sintió liberado para expresar su opinión que, en el fondo era la misma que la mía.

La fealdad de la Sagrada Familia resume y es el paradigma de la decadencia barcelonesa. Es así se simple y así de sencillo. Puestos a elegir entre Templos Expiatorios, me quedo con el del Tibidabo. Sí, ya lo sé: es más convencional, pero, a fin de cuentas, no tiene tanta complicación, ni ha costado tanto construirlo. Desde cincuenta años antes de nacer, ya existía y estaba como lo vemos ahora: viendo la ciudad desde las alturas. Y es que hay que alejarse algo de Barcelona y elevarse sobre ella, para verla con su verdadero rostro. Lo dicho, me quejo de que la Sagrada Familia sea tan decadente y pretenciosa como la Barcelona que le rodea.