Debí traducir
este texto en 1993. Lo coloqué posteriormente en la Biblioteca Evoliana
(albergada en el servidor “Blogia” que un buen día se puso en venta, nadie lo
compró y sus propietarios lo abandonaron a su suerte) y, desde entonces, no han
faltado espavilados que lo han buitreado una y otra vez, cobrando por el
trabajo de Evola y por mi trabajo como traductor. No tengo muy claro si algunos
de ellos estaban interesados en la difusión del pensamiento evoliano o en sacar
unos cuantos dólares o euros de beneficio (porque el buitreo se ha dado, de
este y de otros textos que también traduje e integré en la Biblioteca Evoliana)
personal. En cualquiera de los dos casos, no hubiera estado de más que pidieran
permiso para publicarlo, o al Centro de Estudios Evolianos o al traductor. Así
que en los próximos días publicaré, “pro bono”, estos textos y otros que van en
la misma línea de Julius Evola. En estos textos, Evola define un ESTILO que
está por encima del lugar y del tiempo.
Introducción (Biblioteca Evolaliana)
En 1982, el Centro de Estudios Evolianos de Génova publicó en el nº 3 de sus “Quaderni Evola”, tres artículos escritos en 1942 y 1943. Diez años después, las Edizioni Settimo Sigillo reprodujeron estos texto en un pequeño cuaderno titulado “Ética Aria”. Los tres artículos son “Rostros del Heroismo”, “El derecho sobre la vida” y “Fidelidad a la propia naturaleza”. Las ideas contenidas en estos artículos fueron desarrolladas posteriormente en “Cabalgar el Tigre”.
I
ROSTROS DEL HEROISMO
Un punto sobre el que a menudo hemos aludido
y que en una investigación acerca de la "raza interior" tiene su
importancia, se relaciona con el hecho de que, además del morir y del combatir,
debe considerarse un "estilo" diferenciado, una diferente aptitud y
un diferente sentido propio a la lucha y al sacrificio heroico. Más bien,
generalmente, se puede hablar, aquí, de una escala, que varia según los casos, para
medir el valor de la vida humana.
Precisamente los hechos de esta guerra [el
texto fue escrito durante la II Guerra Mundial] revelan, a este respecto,
contrastes que desearíamos ilustras brevemente. Nos limitaremos esencialmente a
los casos límite, representados, respectivamente, por Rusia y el Japón.
Subpersonalidad bolchevique
Qué la conducta de guerra de la Rusia
soviética no tenga ni lo más mínímo en cuenta la vida humana y la personalidad,
es algo que ya conocemos. Los bolcheviques reducen sus combatientes a un
verdadero "material humano", en el sentido más brutal de esta siniestra
expresión que se ha convertido en habitual en cierta literatura militar: un
material, por el que no se tiene que tener ningún respeto y que, por lo tanto,
no hay que titubear a la hora de sacrificarlo de la forma más despiadada
dondequiera que haga falta mínimamente. Por lo general, tal como ya se ha
resaltado, el ruso siempre ha sabido ir con facilidad al encuentro de la muerte
por una especie de innato y oscuro fatalismo; desde hace tiempo la vida humana siempre
ha tenido un bajo precio en Rusia. Pero la utilización actual del soldado ruso
como "carne de cañón" también es una consecuencia lógica de la
concepción bolchevique, que nutre el desprecio más radical por el valor de la
personalidad y afirma querer liberar al individuo de las supersticiones y "prejuicios
burgueses", es decir, el “yo” y “lo mío”, intendo reducirlo a miembro
mecanizado de un conjunto colectivo, lo único que se considera vital e
importante.
Sobre esta base se perfila la posibilidad
de una forma, que nosotros diríamos "telúrica" y subpersonal del
sacrificio y del heroísmo: es el rasgo del hombre colectivo omnipotente y sin
rostro. La muerte sobre el campo de batalla del hombre bolchevizado representa para
esta vía la fase extrema del proceso de despersonalización y destrucción de
cada valor cualitativo y personal, que se encuentra en la base del ideal
bolchevique de "civilización". Así puede realizarse verdaderamente lo
que, en un libro tristemente famoso, Erich Maria Remarque dio como significado
total de la guerra: la trágica irrelevancia del individuo en el hecho bélico,
en el cual los puros instintos, las fuerzas elementales desatadas, empujadas
subpersonales toman ventaja sobre cualquier valor e ideal. Más bien, este dramatismo
tampoco se experimenta, por que el sentido de la personalidad ya se ha agotado
y cada horizonte superior está previamente cerrado; la colectivización, también
del espíritu, ya ha hundido sus raíces en una nueva generación de fanáticos,
educada según el verbo de Lenin y Stalin. Se tiene así un forma precisa, casi
incomprensible para nuestra mentalidad europea, de predisposición para morir y
sacrificarse, e incluso hasta una siniestra alegría por la destrucción propia y
ajena.
La mística japonesa del combate
Algunos episodios recientes de la guerra
japonesa han hecho conocer un "estilo" del morir, que, sin embargo,
tiene similitudes con el del hombre bolchevique, para testimoniar, en
apariencia, el mismo desprecio por el valor del individuo y, generalmente, de
la personalidad. Se sabe, en efecto, que aviadores japoneses que se han precipitado
sobre el blanco, deliberadamente, con su carga de bombas, o de “hombres mina”
predestinados a morir en su acción. E incluso parece que en Japón se haya sido
organizado desde hace tiempo un cuerpo con estos "voluntarios" de la
muerte [NdA: el autor alude a los “kamikazes”]. De nuevo, nos encontramos ante
algo poco comprensible para la mentalidad occidental. Sin embargo, si intentamos
penetrar en el sentido más íntimo de esta forma extrema de heroísmo, encontramos
valores que representan la perfecta antítesis con el "heroísmo
telúrico" y sin luz del hombre bolchevique.
En el caso japonés, las premisas, en
efecto, son de carácter rigurosamente religioso, e incluso diríamos mejor
ascético y místico. Esto no hay que entenderlo en el sentido más conocido y
exterior, es decir, con la idea, de que
en Japón la idea religiosa y la idea imperial son una sola y misma idea, y que el servicio al emperador, se identifica con
un servicio divino y el sacrificarse por el Tenno y por el Estado tiene el
mismo valor que el sacrificio de un misionero o un mártir, pero en sentido
absolutamente activo y combativo. Todo esto es cierto y forma parte de los
aspectos de la idea político religiosa japonesa: sin embargo la última y más
exacta referencia debe de ser buscada en
un nivel superior, esto es en la visión del mundo y de la vida propia del
budismo y sobre todo en la escuela Zen, que ha sido definida justamente como
la "relígión" del samurai, es decir de la casta específicamente
guerrero japonesa.
Tal visión del mundo y de la vida aspira esencialmente
a desplazar el sentimiento de uno mismo sobre un plano transcendente, y
relativiza el sentido y la realidad del individuo y de su vida terrenal.
Primer punto: el sentimiento de “venir de
lejos". La vida terrenal no es sino un episodio, no empieza ni acaba aquí,
tiene causas remotas, es la tensión de una fuerza que se proyectará de otras formas,
hasta la liberación suprema. Segundo punto: en relación a eso, se niega la
realidad del yo, del yo simplemente humano. La "persona" vuelve a
tener el sentido que este término tuvo originariamente en latín, donde equivalía
a “máscara” de actores. es decir un determinado modo de aparecer, una forma de
“manifestación”... Según el Zen, es decir según la religión del samurai, existe
algo inaprensible e indomable en la vida, algo infinito, susceptible de asumir
infinitas formas, y que simbólicamente se designa como çûnya, es decir "vacío", opuesto a todo aquello que es
materialmente consistente y vinculado a una forma.
Sobre tal base se perfila el sentido de
un tipo de heroísmo que puede llamarse en rigor "suprapersonale", en
oposición al bolchevique de naturaleza "subpersonal". Se puede tomar
la propia vida y arrojarla, con una intensidad extrema, en la certeza de una
existencia eterna y la indestructibilidad que, no habiendo tenido principio,
tampoco puede tener un fin. Lo que puede parecer extremo para alguna mentalidad
occidental, resulta aquí natural, claro y evidente. No se puede hablar tampoco
de tragedia sino en un sentido opuesto al que del bolchevismo: no se puede hablar
de tragedia a causa de la irrelevancia del individuo y por la posesión de un
sentido y de una fuerza que, en la vida, va de allá de la vida. Es un heroísmo,
que casi podríamos llamar "olímpico."
Y aquí, de paso, remarcamos la diletante
banalidad de quienes han tratado de demostrar, con cuatro renglones, el
carácter deletereo que similares puntos de vista -directamente opuestos a quienes
suponemos que la existencia terrenal sea única e irrevocable- tendría para la
idea de Estado y de servicio al Estado. El Japón representa el más fragante desmentido
para semejantes elucubraciones; la
vehemencia con que, junto a nosotros [NdA: en la época Japón era aliado de
Italia en el Pacto Tripartito], Japón conduce una lucha heroica y victoriosa,
demuestra sin embargo, el enorme potencial guerrero y espiritual que procede de
un sentimiento experimentado de la transcendencia y de la suprapersonalidad como el
que hemos aludido.
La "devotio" romana
Aquí conviene subrayar que, si en el
occidente moderno se reconocen los valores de la persona, ello conduce también a
una acentuación, casi supersticiosa, de la importancia de la vida terrenal, que
luego, al “democratizarse”, dió lugar a los famosos "derechos" del
hombre y a una serie de supersticiones sociales, democráticas y humanitarias.
Cómo contrapartida de este aspecto en absoluto positivo, se ha tendido a
otorgar un similar énfasis a la concepción "trágica" -por no decir
"prometeica"- algo que, asimismo, equivale a una caída de nivel.
Debemos, contrariamente a esto, recordar
los ideales "olímpicos" de nuestras más antiguas y auténticas
tradiciones; así podremos comprender que nuestro heroísmo aristocrático, libre
de pasión, se sitúa justo en seres en los que el centro de su vida se sitúa
verdaderamente sobre de un plano superior, desde el que se lanzan, más allá de
cada tragedia, de cada vínculo, de cada angustia, como fuerzas
irresistibles.
Conviene realizar una breve reevocación
histórica. Aunque las antiguas tradiciones romanas sean poco conocidas,
presentan rasgos similares a aquellos ue suponen el don heroico a fondo perdido
de la misma persona en nombre del Estado y de los objetivos de la victoria, que
hemos visto también aparecer en la mística japonesa del combate. Aludimos al
llamado rito de la “devotio”. Las bases de este rito son, naturalmente,
sagradas. En él está también presente el sentimiento general del hombre
tradicional, de que fuerzas invisibles están actuando tras el mundo visible y
que el hombre, a su vez, puede influir sobre de ellas.
Según el antiguo ritual romano del “devotio”,
un guerrero y, sobre todo, un Jefe, puede facilitar la victoria a través de un
misterioso desencadenamiento de fuerzas desencadenadas por el sacrificio
deliberado de su persona, realizándose con la voluntad de no salir vivo de la experiencia.
Se recuerda la ejecución de este ritual por parte del cónsul Decio en la guerra
contra los latinos el 340 A.C., al igual que su repetición -exaltada por
Cicerón (Fin. 11, 19, 61; Tusc. 1, 37, 39)- de parte de otros dos
representantes de la misma familia. El ritual tuvo un preciso ceremonial suyo
que atestigua la perfecta conciencia y lucidez de esta ofrenda heroica sacrificial.
Según el orden jerárquico, fueron invocadas inicialmente las divinidades
olímpicas del Estado romano, Jano, Júpiter, Quirino; luego el dios de la
guerra, Pater Mars; luego los dioses indigetas, "dioses que tenéis potencia
sobre los héroes y sobre los enemigos"; en nombre del sacrificio que se
propone de cumplir, se invocó "conceder fuerza y victoria al pueblo romano
de los Quiriti y de arrollar con terror, susto y muerte a los enemigos de
nuestro pueblo" (cfr. Livío, VIII, 9). Propuestas por el pontifex, las palabras de esta fórmula
son pronunciadas por el guerrero, revestido por la praetesta, con un pie sobre de una jabalina. Después de qué se lanzase al combate para morir.
La transformación del sentido de la palabra
devotio es, así mismo, significativa. Aplicada originariamente a este orden de
ideas, es decir a una acción heroica, sacrificial y evocadora, en el Bajo
Imperio significó la simple fidelidad del ciudadano y hasta el esmero en el
pago de la hacienda (devotio rei
annonariae). Según las palabras de Bouché Lequerq, al final, "al ser reemplazado el César por el
Dios cristiano, “devotio” pasó a significar simple religiosidad, la fe dispuesta
para todos los sacrificios y, más tarde, una posterior degeneración de la
expresión, convirtió a la “devotio” en “devoción”, en el sentido actual de la
palabra, es decir una preocupación constante por la salvación, afirmada en una
práctica minuciosa y recta del culto."
En la antigua “devotio” romana tenemos
pues signos bien precisas de un mística consciente del heroísmo y del
sacrificio, próxima a una estrecha conexión entre el sentimiento de una
realidad sobrenatural y suprahumana y la lucha y la dedicación en nombre del
propio Jefe, del justo Estado y de la misma raza. No faltan testimonios acerca
de un sentimiento "olímpico" del combate y de la victoria en nuestras
antiguas tradiciones. De eso, nos hemos ocupado extensamente en otro lugar
[NdA: especialmente en “Rivolta contro il mondo moderno”]. Sólo recordamos ahora
que en la ceremonia del triunfo el “duce” victorioso asumía en Roma las
insignias del dios olímpico, expresando la verdadera fuerza que en él determinaba
la victoria; recordaremos también que más allá del César mortal, la romaniddad
veneró al César como un "vencedor peremne", es decir como una especie
de fuerza suprapersonal de las destinos del Imperio.
Así, si en los tiempos posteriores han
prevalecido otras experiencias, las tradiciones más antiguas nos demuestran que
el ideal de un heroísmo "olímpico" también ha sido un ideal nuestro,
que también nuestra gente ha conocido la ofrenda absoluta, la consumición de
toda una existencia en una fuerza arrojada contra el enemigo hasta el límite de
evocación de fuerzas abisales; una victoria, por fin, que transfigura y
propicia participaciones en potencias suprapersonales. Así también sobre la
base de nuestro legado ancestral se perfilan puntos de referencia en radical
oposición al heroísmo subpersonal y colectivista que hemos indicado al principio,
y también a cada visión trágica e irracional, que ignora aquello que es más
fuerte que el fuego y el hierro, que la muerte y la vida.
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Publicado en la sección “Diorama mensile”
de la revista “Il Regime Fascista”, 19 de abril de 1942.
(c) Fundazione Julius Evola.
(c) Edizioni Il Settimo Sigillo
(c) Por la traducción en lengua española:
Ernesto Milà - infokrisis