El segundo texto integrado en el pequeño volumen Ética Aria fue luego integrado, casi con las mismas palabras en Cabalgar el Tigre, con el mismo título en el parágrafo. Es un texto polémico que resultará incomprensible e inaceptable para algunos. Defiende la legitimidad del suicidio en algunas circunstancias. Además, claro está, de como sacrificio por un ideal superior, Evola lo defiende como actitud de quien se siente completamente distanciado del mundo e indiferente a él. Sus argumentos dejan la puerta abierta a la posibilidad del suicidio y a aceptarlo como vía.
II
EL DERECHO SOBRE LA VIDA
Queremos
tratar aquí, brevemente, no sobre el derecho sobre la vida en general, sino sobre
el derecho sobre la misma vida, según la trasposición de la antigua fórmula ius vitaes necisque, que equivaldría a
la potestad de aceptar la existencia humana o bien de ponerle fin.
Vamos a considerar este problema desde el
punto de vista puramente espiritual, por tanto nos situaremos más allá de las consideraciones
de carácter social. Debe pues entenderse esta responsabilidad frente a uno
mismo, en lugar de restringirla a los estrechos horizontes de la vida
individual, considerando el sentido general de la propia existencia terrestre y
superterrestre. Nuestras consideraciones se mantendrán igualmente alejadas de
cualquier referencia de carácter devocional, da un plano condicionado y poco
iluminado, al que habitualmente se alude. Aspiramos a mantenernos fieles a
criterios propios de un realismo de carácter superior.
El punto de vista de Séneca
Sobre tal plano, la forma más severa y
viril en la que se ha afirmado el derecho absoluto a disponer de la propia
vida, ha sido afirmado por al estoicismo, especialmente en las formulaciones de
Séneca. En los puntos de vista de esa filosofía se percibe –a ojos de muchos-
un espíritu típico, no solo romano, sino también ario-romano, aun cuanto se vea
limitado por cierto entumecimiento y exasperación.
Para entender el alcance del punto de vista
de Séneca -y, en. general, la esencia de las ideas que aquí queremos exponer-
hace falta condenar cualquier justificación del derecho a quitarse la vida, en casos
en los que intervenga un motivo pasional. El hombre que se suicida impulsado
por un sentimiento pasional es digno de ser condenado y despreciado. Es un
vancido, un derrotado. Su acto de suicidio solamente atestigua su pasividad, su
incapacidad para afirmarse y responder a los impulsos de la vida sensitiva, por
encima de la cual es preciso situarse para poder considerarse verdaderamente
hombre.. No vale la pena, pues, dedicar ninguna línea a estos casos.
La justificación de Séneca del derecho a suicidar,
en cambio, es interesante, porque se sitúa, decididamente, de allá de ese plano.
La visión general de la vida de Séneca y el estoicismo romano se basa en la
idea de que la vida es una lucha y una prueba. Según Séneca, el hombre
verdadero está por encima de los mismos dioses porque estos, por naturaleza, no
están expuestos a la adversidad y la desgracias, mientras que el ser humano si
está expuesta a ellas y, por tanto, tiene el poder de triunfar. Infeliz no es
quien ha conocido la desgracia y el dolor, nos dice Séneca, porque no ha tenido
ocasión de experimentar y de conocer su propia fuerza. A los hombres les ha
sido concedido algo más que estar exento de males; se le ha dado la fuerza para
triunfar sobre ellos. Y las personas más golpeadas por el destino deben ser
consideradas como las más dignas, de la misma forma que durante las batallas,
se encomienda la defensa de las posiciones más expuestas y difíciles y las
misiones más peligrosas a los elementos más fuertes y calificados, mientras que
los menos osados, atrevidos y fuertes, los menos fuerte, son destinados a la
retaguardia.
Ahora, cerca de a la más precisa
afirmación de una parecida visión viril y combativa de la vida Séneca justifica
el matarse. La justificación la pone en boca de la divinidad en De providentia, VI, 7-9, cuando escribe que
dice no sólo se ha concedido al hombre verdadero, al sabio, una fuerza más
fuerte que cualquier contingencia, sino que se le ha dado la posibilidad de
abandonar el terreno de juego cuando lo desea: la vía de "salida" está
siempre abierta, pater exitus. "Cuando no queráis combatir, siempre os
es posible la retirada. Nada os ha sido dado más fácil que morir."
Enseñanzas arias
La expresión “si pugnare no vultis, licet fugere”, aludía a la muerte voluntaria
que el sabio tenía derecho a darse a mismo, en el espíritu del texto no debe
ser entendida como una cobardía, en tanto que fuga. No se trata de apartarse de
la vida porque uno no se siente lo bastante fuerte como para afrontarla como
prueba. Implica, por el contrario, decir bata a un juego, cuyo sentido ya no se
comparte, tras haber demostrado así mismo tener la capacidad para superar
pruebas similaresparecidas. Se trata de una “separación de la vida” fría, casi
podríamos decir “olímpica”, realizada por quien no se ha dejado dominar por los
elementos que han ido apareciendo en su vida.
En las antiguas tradiciones arias se
encuentran justificaciones para "salir" voluntariamente de la vida
terrenal, con evidentes afinidades a la vía del estoicismo romano. Allí donde
se ha renunciado a la vida en nombre de la vida misma, es decir cuando algo nos
impide gozar o encontrar satisfacción (una carencia, una situación personal
desesperada, un desengaño, un fracaso) el suicio es condenado sin paliativos.
En tales casos, este acto no significa una “liberación”, sino justo lo
contrario: la forma más extrema, aunque bajo la apariencia de un rechazo, de
apego a la vida, de dependencia de la vida y de los "deseos". Ningún
"más allá" espera a quien utiliza tal violencia contra sí mismo; la
ley de una existencia sin “luz”, de paz y de estabilidad, se reafirmará una vez
en torno a quien haya optado por esta vía.
Tendría, en cambio, derecho a poner fin a
la vida terrenal quien permaneciera en una situación de distanciamiento y
separación frente a la vida, hasta el punto de que le daría igual vivir o
no-vivir. En esos casos, se podría plantear la pregunta de qué es lo que
movería a una persona en tal coyuntura interior a asumir la iniciativa del
suicidio. Tanto más por el hecho de que quien ha alcanzado tal estado de perfección
interior no ha cogido también. en uno alguna medida el sentido superpersonale
de su existencia en tierra, sintiendo, en igual tiempo, que el conjunto de esta
misma existencia no está sino un breve tránsito, un episodío, el aparecer por
una fecha misión o prueba particular, un viaje durante las horas "por la
noche", como dicen los Orientales. Advertir un aburrimiento absoluto, una
impaciencia o una intolerancia ante el paso del tiempo y lo que todavía tenemos
por adelante ¿acaso no sería un resto humano, una debilidad, algo que todavía no
“resuelto" y todavía no aplacado por el sentido de la eternidad, o, al
menos, por las "grandes distancias" no-terrenales y no-temporales?
¿Es “mía” la vida?
Dicho esto, hay otra consideración de
principio que es posible realizar. Se puede tener realmente derecho solo sobre aquello
que nos pertenece. El derecho a dar fin a la propia vida está condicionado por
lo tanto a que esta vida pueda ser verdaderamente “mía”. Y hablando de
"vida", no podemos reducirla solamente al cuerpo, el organismo fisico-psíquico
sobre el que, generalmente, se juzga que
se tiene el derecho de poner término a su duración; ni se tiene que excluir la
misma vida de los sentimientos y las sensaciones.
Ahora, en términos absolutos, ¿puede
decirse que, verdaderamente, todo eso es "mío" o se refiere a
"yo mismo"?. Aquí cada cual se forja sus propias ilusiones que, sin
embargo, un instante de reflexión basta para disipar. Un texto de la tradición
aria, sitúa el problema de modo muy tangible en foirma de diálogo. El sabio pregunta:
“¿Tiene un soberano poder para ejecutar,
exiliar o amnistiar a quién quiera en su reino"? -"Ciertamente". "Que piensas entonces sobre esto: ¿el
cuerpo soy yo mismo? O también, qué dices: La sensación soy yo mismo, la
percepción soy yo mismo, puede realizarte este deseo: Así debe ser mi sensación
o percepción, así no debe ser?” La respuesta del interrogatoria debe ser
por fuerza negativa. No se puede hablar de "mi cuerpo" o de "mi
vida", porque entonces debería tratarse de cosas sobre las que no tengo
poder, mientras que, de hecho, tal poder o es nulo, o bien mínimo. No es el
principio y la causa de "nuestra" vida, aquello que nosotros
recibimos, síno que en las antiguas tradiciones aires todo esto es considerado como
un "préstamo" que va parejo al deber restituir a otro tal vida,
engendrando a un hijo. De aquí que el primogénito fuera llamado "el hijo
del deber."
Por lo demás. allá dónde la vida fuera de
nuestra propiedad, debería ser posible separarse de la existencia terrenal a
través de un puro acto del espíritu o la voluntad, sin acciones violentos
esteriores, algo imposible para la casi totalidad de los hombres, porque sólo
algunas tradiciones antiguas consideraron la posibilidad de una
"salida" de este tipo en figuras absolutamente excpcionales. Suicidándose
y matando al cuerpo físico, se ejerce por tanto violencia sobre algo que no
puede decirse que sea nuestro, algo que no depende de nosotros mismos: algo sobre
lo que no puede decirse que tengamos, en derecho, jus vitae necisque: menos incluso que sobre los propios hijos, que,
al menos, han sido engendrados por nosotros.
Aquí sin embargo puede presentarse una
objeción. Puede decirse que, precisamente porque no hemos querido ni creado
nuestra vida, no estamos obligados a aceptar o conservar en todos los casos este
“préstamo” o “regalo” y, por tanto, en un momento determinado tenemos el
derecho a ponerle fin. Para aceptar este razonamiento. naturalmente, deberemos
presuponer que se ha realizado la condición ya señalada, es decir, que se ha
operado un distanciamiento con la vida misma, capaz de demotrarse a sí mismo
con pruebas positivas y no con simples palabras o sugestiones. De otra forma, considerar
la vida como algo extraño que se puede conservar o devolver a quién sin nuestro
consentimiento, nos la ha dado, sería una simple ficción mental. Así pues,
seguimos, en el terreno aplicable solo a casos excepcionales.
Pruebas de reacción sobre el destino
La solución de la dificultad está
condicionada por los puntos de vista que derivan de la visión general del
mundo. La mayor parte de los occidentales
modernos, a causa de la religión predominante, se han acostumbrado a considerar
el nacimiento físico como el principio de su vida. Para ellos el problema,
naturalmente, es bastante grave, porque allí dónde el nacimiento, y por tanto
la vida terrenal, no son consideradas como efecto de una causa o de una
confluencia de circunstancias externas, el nacimiento queda vinculado
únicamente a la voluntad divina.
Tanto en un caso como en el otro, la
voluntad propia no juega ningún papel, por lo que, allí dónde no se sea lo
suficientemente devoto para aceptar la vida por amor de Dios, con resignación y
obediencia, se puede aparecer siempre la actitud de quien reivindica la misma
libertad frente a lo que él no ha deseado.
Pero el examen de la mayor parte de las
más antiguas tradiciones indo europeos no coinciden conm este punto de vista. Afirmaban,
inicialmente, una preexistencia con respecto a la vida terrenal y una relación
de causa y efecto -a veces incluso de elección-, entre la fuerza preexistente al
nacimiento físico y la misma vida. Ésta, en tal caso, no pudiendo ser atribuida
a una voluntad exterior y humana del individuo, va a representar un orden
penetrado por un determinado sentido, algo que tiene su significado para el Yo,
como una serie de experiencias importantes no en sí mismos, sino respecto a
nuestra realización. En una palabra, entonces aquí abajo, la vida ya no es más
una casualidad, sino que más bien puede considerarse como algo a aceptar o
rechazar según mi libre albedrío, ni como una realidad que se impone, frente a la
que solamente puede permanecerse pasivo, bien con una resignación obtusa o manifestando
una constante resistencia. Surge en cambio la sensación de que la vida terrenal
es algo, sobre lo que nosotros, antes de ser seres terrenales, nos hemos, por
así decirlo, "comprometido" y, en cierta medida, implicado, incluso
como en una aventura o como en una misión o una elección, asumiendo los
aspectos problemáticos y trágicos de la misma.
Es difícil que esta superioridad o, también,
sencillamente aquel distanciamiento frente a la vida, que permitiría arrojarla,
no se acompañe, como ya hemos señalado, a un sentido a la existencia; el cual,
en muy pocos casos, induciría a comprender la decisión de “acabar” con ella. Todos
sabemos que antes o después el fin vendrá, por lo tanto, la actitud más sabia
frente a las contingencias sería descubrir el sentido oculto, la parte que
tiene en el todo, que en el fondo -según el punto de vista señalado- se basa en
nosotros y está contenido en nuestro deseo de trascendencial. Y allí dónde
fuera sincera y decisiva nuestra impaciencia ante lo eterno, por conocer la
existencia más allá de la terrenal, daría sentido a la frase de una mística
española: “en tan alta vida espero, que muero
porqué no muero”; a partir de ese momento, se concibe la vida como prueba,
en lugar de interrumpirla con una invervención directa y violenta. Mediante las
intervenciones heroicas en un conflicto bélico, o en las ascensiones en alta
montaña, o en exploraciones y misiones arriesgadas, hay miles de posibilidades
para interrogar a la vida sobre el “destino” y obtener respuestas sobre las
razones profundas para proseguir aquí una vida humana.
Publicado en la sección “Diorama mensile”
de la revista “Il Regime Fascista”, 17 de mayo de 1942.
(c) Fundazione Julius Evola.
(c) Edizioni Il Settimo Sigillo
(c) Por la traducción en lengua española:
Ernesto Milà - infokrisis