Hubo un tiempo
en el que podía creerse que, en Francia, antes o después, existiría un gobierno
formado por el Front National (hoy Ressemblament National, a partir de ahora
FN-RN) que pondría coto a la inoperancia del centro-derecha y a la locura de la
izquierda. Y esto, hasta las pasadas elecciones regionales y cantonales en las
que se daba por supuesto que el FN-RN sería el primer o el segundo partido y
gobernaría en tres regiones. Eso sería la mejor pre-campaña para la primera
vuelta de las elecciones presidenciales de 2022. Pero todo eso se ha hundido
ante la realidad. Vamos a tratar de explicar qué ha ocurrido y, sobre todo, por
qué ha ocurrido. Vamos a tratar de explicar lo que ha ocurrido y las
consecuencias que pueden desprenderse en clave europea en esta serie de cuatro
artículos.
introducción
UNA COSA ES
UNA "CORRECCIÓN DE DERECHAS" Y OTRA UNA "ALTERNATIVA AL SISTEMA"
Desde que se
inició la estrategia de “desdiabolización” inaugurada por Marina Le Pen,
tras sustituir a su padre, se tenía la presunción de que el FN-RN, después de
conquistar a un electorado “popular”, iría incorporando al electorado moderado
de centro-derecha, especialmente ahora, cuando en Francia, ya casi nadie
-incluso amplios sectores de la izquierda- que la inmigración masiva es un
riesgo que la República no podrá soportar durante mucho tiempo.
Los
profesionales del antifascismo alertaban: “¡cuidado! ¡la estrategia de
Marina Le Pen, como la de Hitler, consiste en vencer a la democracia con la
democracia!”. No era, ni remotamente así. Las convicciones
democráticas de Marina Le Pen existen y son las propias de los conservadores de
todos los tiempos. Es una opción tan digna como cualquier otra y tan limitada
como las demás, porque, a fin de cuentas, lo que no ha captado es que ya no queda
nada para conservar o que merezca ser conservado. El signo de los tiempos es la
pérdida de las identidades, la mutación tecnológica, la desvalorización de lo
humano, el hundimiento de todas las estructuras (religión, nación, soberanía,
familia) que apuntalaban ese mundo que los conservadores intentan mantener en
pie y que hoy viven sus últimos estertores y nunca más recobrarán su brillo de
otras épocas.
Durante mucho
tiempo, nosotros mismos pensábamos que un partido político -como todo partido,
por definición, electoralista- en una primera fase debería mostrar un aspecto
radicalizado, para incorporar a la fracción de las masas más harta de la
dejadez de los partidos convencionales y, en una segunda fase, para ampliar su
base, debería moderar su discurso. Ahora hemos visto que esa estrategia es
errónea: a medida que el hartazgo de las masas va aumentando, lo que exige
la situación, no es eso, sino todo lo contrario: radicalizar cada vez más el
discurso (no en el sentido de actitudes violentas o viscerales, sino el de
ATACAR LOS PROBLEMAS EN LAS RAÍCES, NO EN SUS MANIFESTACIONES ÚLTIMAS) y,
sobre todo, decir claramente: NO QUEREMOS LA SUSTITUCIÓN DE UN PARTIDO POR
OTRO, QUEREMOS HACER TABULA RASA, QUEREMOS, VERDADERAMENTE, QUE LAS
COSAS CAMBIEN Y, PARA QUE CAMBIEN, ES NECESARIO CAMBIAR, ANTE TODO, LAS REGLAS
DEL JUEGO.
Pero esto
implica tener el valor para reconocer algo que todos ocultan (y que, a fin de
cuentas es la única “conspiración” que, en nuestros días, merece tal nombre): el
sistema ha fracasado.
La democracia
numérica es inviable porque el electorado ya no es capaz ni siquiera de
reconocer cuáles son sus problemas y mucho menos quién puede aportarle
soluciones; la post-verdad, el aluvión diario fake-news, las noticias
incompletas en donde faltan los datos esenciales para poder interpretarlas, los
tópicos ultraprogresistas, etc, todo ello, hace muy difícil que el electorado
sea capaz de medir las consecuencias de su voto. Además, los medios de
manipulación de masas (convencionales y digitales, así como las redes sociales),
tienen tal impacto que los resultados electorales están, de partida, falseados,
orientar el voto es hoy tan fácil como guiar un rebaño. Y, en este caso, el
pastor es un suicida, que incita al propio rebaño a precipitarse por el
acantilado.
POR OTRA PARTE,
LAS REDES DE CORRUPCION CREADAS AL CALOR DE LA PARTIDOCRACIA SON TAN TUPIDAS
QUE EXISTE ENTRE TODOS LOS PARTIDOS UNA “OMERTÀ” QUE EXCLUYE DE SU “SANTA
ALIANZA” A TODA DISIDENCIA. Hoy, más que nunca, debería interpretarse la pieza
teatral de Eugene Ionesco, El Rinoceronte: “puesto que no es pecado
ser rinoceronte, puesto que todos los son, seámoslo también”. Tal es la
visión de cualquier persona que, una vez elegida, entra en los mecanismos de la
política y hace, justo lo que todos, si no es que ha saltado al ruedo político,
precisamente para tratar de beneficiarse de esta corrupción-impunidad que hoy supone
el principal imán para dedicarse a la política.
Incluso, todo
esto no importaría mucho si el “sistema” político-económico-social funcionara:
PERO ES QUE ESTÁ DEJANDO DE FUNCIONAR O, LO QUE ES AUN PEOR, CADA DÍA MUESTRA
SEÑALES CRECIENTES DE PARÁLISIS. Éstas se han acelerado visiblemente con la
crisis COVID.
Un discurso que
reconociera todo esto, unido a un activismo “misional” callejero, a la
construcción de redes sociales propias, a medios digitales de masas, con la
PERSPECTIVA DE PREPARAR ESTRUCTURAS NUEVAS PARA CUANDO EL SISTEMA COLAPSE, sí
podría movilizar a franjas de ciudadanos cada vez más airados y “desafectos”.
Pero ¿para qué sirve un partido como el FN-RN (y el resto de émulos de la
derecha nacional europea) que solamente aspira a introducir algunas reformas
obvias en la legislación, pero que, por activa y por pasiva, reconoce, una y
otra vez, que no va a tocar nada esencial (esto es, nada de lo que ya ha
mostrado su fracaso y su inadecuación)?
Marina Le Pen,
al igual que casi todos los partidos de la “derecha nacional” europea, no
aspiran, ni proponen un nuevo sistema de relaciones internacionales, una
reforma radical de la Unión Europea, en lo económico oscilan entre el liberalismo
clásico y, en ocasiones, incluso, el neo-liberalismo, no aluden a una reducción
del poder de los partidos y de un aumento del poder de organismos corporativos
especializados, ni siquiera quieren ser una partido diferente al resto de
partidos, sino un partido más, en competencia con el resto y que, como ellos,
aspira a gestionar un poder emanado de una ordenación jurídico-institucional
que hace tiempo ha dejado de funcionar. Puede entenderse porque esas son las
condiciones impuestas por la lógica del sistema, y si se pretende una política
de “inserción parlamentaria”, aceptar esas reglas es condición sine qua non.
Pero esto no debe hacernos olvidar que gestionar la sociedad del siglo
XXI con los principios y organismos del siglo XVIII RESULTA COMPLETAMENTE
INVIABLE.
Por parte, después
de dos décadas de que la “derecha nacional” fuera inflando su electorado, la
burbuja ha dejado de crecer y, ahora, remite. No ha estallado, pero
pierde fuelle. La cuestión es entender el por qué, justo en el momento en el
que el sistema demuestra más fallas, la única alternativa a los partidos
clásicos, empieza a retroceder. Existen múltiples causas, pero la primera de
todas ellas es que no se puede pedir a un electorado que vote, elección tras
elección, por una sigla que siempre está -y siempre estará- en la oposición
porque, los sistemas a dos vueltas están diseñados para lograr la alternancia
entre los partidos que los han fundado, centro-derecha y centro-izquierda,
excluyendo al tercero en discordia, en este caso al FN-RN.
Como veremos más
adelante, otro de los problemas del FN-RN es que un gran porcentaje de sus
votos procede del “electorado popular”, esto es, de grupos sociales que
afrontan problemas reales y ocupan en la pirámide social los puestos más
vulnerables. Estos sectores se ven cada vez más presionados por la realidad
y no se pueden permitir el lujo de esperar décadas a que la sigla a la que
voten esté en condiciones de realizar pequeñas reformas, ¡POR QUE CADA VEZ
MÁS RESULTA EVIDENTE QUE LO NECESARIO SON GRANDES REFORMAS! ¡REFORMAS EN
PROFUNDIDAD Y YA!
Esta es la gran
diferencia entre Marina Le Pen y el Hitler de 1929-1933: la primera dice “no
Os preocupéis, quiero llegar al poder por vía democrática y gestionar
democráticamente el poder”. Mientras que el segundo decía “quiero llegar
al poder por vía democrática y cambiar las reglas del juego”. Una gran
parte del electorado, empieza a pensar, aquí y ahora, que ya no basta con
cambiar el partido en el poder, sino que se precisa urgentemente una reforma de
arriba abajo. Y esto es algo que ningún partido de la “derecha nacional” está
en condiciones de ofrecer, ni quiere proponer, aquí y ahora (ni siquiera es
consciente de su necesidad), ni de reconocer que nos encontramos en un “fin de
ciclo” en el que ya resulta imposible apuntalar un edificio que hace aguas
por todas partes y que amenaza con desplomarse interiormente.
Porque este
sistema no se va hundir por acción de yihadistas, ni de pandemias, ni de
revolucionarios fascistas ni bolcheviques, ni de terroristas racistas y
antisemitas, sino por simple desplome interior y por suma de incoherencias y
por la rigidez de sus organismos envejecidos, rígidos y esclerotizados,
gestionados por ambiciosos sin escrúpulos elegidos por votantes sin cualificación
ni siquiera para entender lo que conviene a sus intereses. Reformar algo así
resulta imposible: la observación de la evolución de nuestras sociedades
desde el principio del milenio y especialmente desde la crisis de 2007-2011,
demuestra que el sistema mundial ha entrado en una fase de inestabilidad.
El ciclo iniciado en 1763 con la “revolución americana”, que prosiguió en 1789
con la “revolución francesa”, tuvo su secuencia natural en 1917 con la
“revolución bolchevique”, su proceso de rectificación en mayo de 1968 y sus
últimos estertores en nuestros días, siempre bajo el eslogan de “libertad,
igualdad, fraternidad”, toca a su fin. Dentro de este contexto:
- cualquier pequeña corrección (como las propuestas por la derecha nacional) o resulta inviable o, de aplicarse, podría instalar el caos en el interior del sistema,
- de la misma forma que la negativa a aplicar correcciones (por parte del centro-derecha y del centro-izquierda) aumenta, día a día, su rigidez y esclerosis.
- las reformas planteadas por el ultraprogresismo que insisten en lo más irrelevante y peregrino (ideologías de género, eutanasia, veganismo, papeles para todos, etc, propuestas “estrella” de la izquierda) responden más bien a psicologías averiadas que a necesidades reales y, desde luego, no salvarán al sistema de su desplome, sino que, más bien la acelerarán.
Hoy el sistema
se mantiene solamente en el “espectáculo”. Y, de la misma forma, que el Imperio
Romano quebró cuando el “panen et circenses” se hizo única política
imperial, ahora, el “espectáculo”, esto es, la reducción de cualquier actividad
social e iniciativa política, a la única dimensión circense para fascinación de
masas cada vez más aborregadas. Marina Le Pen y el FN-RN forman parte, les
guste o no, del “espectáculo”; no son, desde luego, los tramoyistas, ni tienen
posibilidades de escribir el guion, pero sí de protagonizar algún esqueche…