INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

lunes, 26 de julio de 2021

Julius Evola: Textos sobre el estilo de la Tradición (1) ROSTROS DEL HEROISMO

 

Debí traducir este texto en 1993. Lo coloqué posteriormente en la Biblioteca Evoliana (albergada en el servidor “Blogia” que un buen día se puso en venta, nadie lo compró y sus propietarios lo abandonaron a su suerte) y, desde entonces, no han faltado espavilados que lo han buitreado una y otra vez, cobrando por el trabajo de Evola y por mi trabajo como traductor. No tengo muy claro si algunos de ellos estaban interesados en la difusión del pensamiento evoliano o en sacar unos cuantos dólares o euros de beneficio (porque el buitreo se ha dado, de este y de otros textos que también traduje e integré en la Biblioteca Evoliana) personal. En cualquiera de los dos casos, no hubiera estado de más que pidieran permiso para publicarlo, o al Centro de Estudios Evolianos o al traductor. Así que en los próximos días publicaré, “pro bono”, estos textos y otros que van en la misma línea de Julius Evola. En estos textos, Evola define un ESTILO que está por encima del lugar y del tiempo.

  

Introducción (Biblioteca Evolaliana)

En 1982, el Centro de Estudios Evolianos de Génova publicó en el nº 3 de sus “Quaderni Evola”, tres artículos escritos en 1942 y 1943. Diez años después, las Edizioni Settimo Sigillo reprodujeron estos texto en un pequeño cuaderno titulado “Ética Aria”. Los tres artículos son “Rostros del Heroismo”, “El derecho sobre la vida” y “Fidelidad a la propia naturaleza”. Las ideas contenidas en estos artículos fueron desarrolladas posteriormente en “Cabalgar el Tigre”

I

ROSTROS DEL HEROISMO

Un punto sobre el que a menudo hemos aludido y que en una investigación acerca de la "raza interior" tiene su importancia, se relaciona con el hecho de que, además del morir y del combatir, debe considerarse un "estilo" diferenciado, una diferente aptitud y un diferente sentido propio a la lucha y al sacrificio heroico. Más bien, generalmente, se puede hablar, aquí, de una escala, que varia según los casos, para medir el valor de la vida humana. 

Precisamente los hechos de esta guerra [el texto fue escrito durante la II Guerra Mundial] revelan, a este respecto, contrastes que desearíamos ilustras brevemente. Nos limitaremos esencialmente a los casos límite, representados, respectivamente, por Rusia y el Japón. 

Subpersonalidad bolchevique 

Qué la conducta de guerra de la Rusia soviética no tenga ni lo más mínímo en cuenta la vida humana y la personalidad, es algo que ya conocemos. Los bolcheviques reducen sus combatientes a un verdadero "material humano", en el sentido más brutal de esta siniestra expresión que se ha convertido en habitual en cierta literatura militar: un material, por el que no se tiene que tener ningún respeto y que, por lo tanto, no hay que titubear a la hora de sacrificarlo de la forma más despiadada dondequiera que haga falta mínimamente. Por lo general, tal como ya se ha resaltado, el ruso siempre ha sabido ir con facilidad al encuentro de la muerte por una especie de innato y oscuro fatalismo; desde hace tiempo la vida humana siempre ha tenido un bajo precio en Rusia. Pero la utilización actual del soldado ruso como "carne de cañón" también es una consecuencia lógica de la concepción bolchevique, que nutre el desprecio más radical por el valor de la personalidad y afirma querer liberar al individuo de las supersticiones y "prejuicios burgueses", es decir, el “yo” y “lo mío”, intendo reducirlo a miembro mecanizado de un conjunto colectivo, lo único que se considera vital e importante. 

Sobre esta base se perfila la posibilidad de una forma, que nosotros diríamos "telúrica" y subpersonal del sacrificio y del heroísmo: es el rasgo del hombre colectivo omnipotente y sin rostro. La muerte sobre el campo de batalla del hombre bolchevizado representa para esta vía la fase extrema del proceso de despersonalización y destrucción de cada valor cualitativo y personal, que se encuentra en la base del ideal bolchevique de "civilización". Así puede realizarse verdaderamente lo que, en un libro tristemente famoso, Erich Maria Remarque dio como significado total de la guerra: la trágica irrelevancia del individuo en el hecho bélico, en el cual los puros instintos, las fuerzas elementales desatadas, empujadas subpersonales toman ventaja sobre cualquier valor e ideal. Más bien, este dramatismo tampoco se experimenta, por que el sentido de la personalidad ya se ha agotado y cada horizonte superior está previamente cerrado; la colectivización, también del espíritu, ya ha hundido sus raíces en una nueva generación de fanáticos, educada según el verbo de Lenin y Stalin. Se tiene así un forma precisa, casi incomprensible para nuestra mentalidad europea, de predisposición para morir y sacrificarse, e incluso hasta una siniestra alegría por la destrucción propia y ajena.  

La mística japonesa del combate 

Algunos episodios recientes de la guerra japonesa han hecho conocer un "estilo" del morir, que, sin embargo, tiene similitudes con el del hombre bolchevique, para testimoniar, en apariencia, el mismo desprecio por el valor del individuo y, generalmente, de la personalidad. Se sabe, en efecto, que aviadores japoneses que se han precipitado sobre el blanco, deliberadamente, con su carga de bombas, o de “hombres mina” predestinados a morir en su acción. E incluso parece que en Japón se haya sido organizado desde hace tiempo un cuerpo con estos "voluntarios" de la muerte [NdA: el autor alude a los “kamikazes”]. De nuevo, nos encontramos ante algo poco comprensible para la mentalidad occidental. Sin embargo, si intentamos penetrar en el sentido más íntimo de esta forma extrema de heroísmo, encontramos valores que representan la perfecta antítesis con el "heroísmo telúrico" y sin luz del hombre bolchevique. 

En el caso japonés, las premisas, en efecto, son de carácter rigurosamente religioso, e incluso diríamos mejor ascético y místico. Esto no hay que entenderlo en el sentido más conocido y exterior,  es decir, con la idea, de que en Japón la idea religiosa y la idea imperial son una sola y misma idea, y  que el servicio al emperador, se identifica con un servicio divino y el sacrificarse por el Tenno y por el Estado tiene el mismo valor que el sacrificio de un misionero o un mártir, pero en sentido absolutamente activo y combativo. Todo esto es cierto y forma parte de los aspectos de la idea político religiosa japonesa: sin embargo la última y más exacta referencia debe de ser buscada  en un nivel superior, esto es en la visión del mundo y de la vida propia del budismo y sobre todo en la escuela Zen, que ha sido definida justamente como la "relígión" del samurai, es decir de la casta específicamente guerrero japonesa. 

Tal visión del mundo y de la vida aspira esencialmente a desplazar el sentimiento de uno mismo sobre un plano transcendente, y relativiza el sentido y la realidad del individuo y de su vida terrenal. 

Primer punto: el sentimiento de “venir de lejos". La vida terrenal no es sino un episodio, no empieza ni acaba aquí, tiene causas remotas, es la tensión de una fuerza que se proyectará de otras formas, hasta la liberación suprema. Segundo punto: en relación a eso, se niega la realidad del yo, del yo simplemente humano. La "persona" vuelve a tener el sentido que este término tuvo originariamente en latín, donde equivalía a “máscara” de actores. es decir un determinado modo de aparecer, una forma de “manifestación”... Según el Zen, es decir según la religión del samurai, existe algo inaprensible e indomable en la vida, algo infinito, susceptible de asumir infinitas formas, y que simbólicamente se designa como çûnya, es decir "vacío", opuesto a todo aquello que es materialmente consistente y vinculado a una forma. 

Sobre tal base se perfila el sentido de un tipo de heroísmo que puede llamarse en rigor "suprapersonale", en oposición al bolchevique de naturaleza "subpersonal". Se puede tomar la propia vida y arrojarla, con una intensidad extrema, en la certeza de una existencia eterna y la indestructibilidad que, no habiendo tenido principio, tampoco puede tener un fin. Lo que puede parecer extremo para alguna mentalidad occidental, resulta aquí natural, claro y evidente. No se puede hablar tampoco de tragedia sino en un sentido opuesto al que del bolchevismo: no se puede hablar de tragedia a causa de la irrelevancia del individuo y por la posesión de un sentido y de una fuerza que, en la vida, va de allá de la vida. Es un heroísmo, que casi podríamos llamar "olímpico." 

Y aquí, de paso, remarcamos la diletante banalidad de quienes han tratado de demostrar, con cuatro renglones, el carácter deletereo que similares puntos de vista -directamente opuestos a quienes suponemos que la existencia terrenal sea única e irrevocable- tendría para la idea de Estado y de servicio al Estado. El Japón representa el más fragante desmentido para semejantes elucubraciones;  la vehemencia con que, junto a nosotros [NdA: en la época Japón era aliado de Italia en el Pacto Tripartito], Japón conduce una lucha heroica y victoriosa, demuestra sin embargo, el enorme potencial guerrero y espiritual que procede de un sentimiento experimentado de la transcendencia y de la suprapersonalidad como el que hemos aludido.

La "devotio" romana 

Aquí conviene subrayar que, si en el occidente moderno se reconocen los valores de la persona, ello conduce también a una acentuación, casi supersticiosa, de la importancia de la vida terrenal, que luego, al “democratizarse”, dió lugar a los famosos "derechos" del hombre y a una serie de supersticiones sociales, democráticas y humanitarias. Cómo contrapartida de este aspecto en absoluto positivo, se ha tendido a otorgar un similar énfasis a la concepción "trágica" -por no decir "prometeica"- algo que, asimismo, equivale a una caída de nivel. 

Debemos, contrariamente a esto, recordar los ideales "olímpicos" de nuestras más antiguas y auténticas tradiciones; así podremos comprender que nuestro heroísmo aristocrático, libre de pasión, se sitúa justo en seres en los que el centro de su vida se sitúa verdaderamente sobre de un plano superior, desde el que se lanzan, más allá de cada tragedia, de cada vínculo, de cada angustia, como fuerzas irresistibles. 

Conviene realizar una breve reevocación histórica. Aunque las antiguas tradiciones romanas sean poco conocidas, presentan rasgos similares a aquellos ue suponen el don heroico a fondo perdido de la misma persona en nombre del Estado y de los objetivos de la victoria, que hemos visto también aparecer en la mística japonesa del combate. Aludimos al llamado rito de la “devotio”. Las bases de este rito son, naturalmente, sagradas. En él está también presente el sentimiento general del hombre tradicional, de que fuerzas invisibles están actuando tras el mundo visible y que el hombre, a su vez, puede influir sobre de ellas. 

Según el antiguo ritual romano del “devotio”, un guerrero y, sobre todo, un Jefe, puede facilitar la victoria a través de un misterioso desencadenamiento de fuerzas desencadenadas por el sacrificio deliberado de su persona, realizándose con la voluntad de no salir vivo de la experiencia. Se recuerda la ejecución de este ritual por parte del cónsul Decio en la guerra contra los latinos el 340 A.C., al igual que su repetición -exaltada por Cicerón (Fin. 11, 19, 61; Tusc. 1, 37, 39)- de parte de otros dos representantes de la misma familia. El ritual tuvo un preciso ceremonial suyo que atestigua la perfecta conciencia y lucidez de esta ofrenda heroica sacrificial. Según el orden jerárquico, fueron invocadas inicialmente las divinidades olímpicas del Estado romano, Jano, Júpiter, Quirino; luego el dios de la guerra, Pater Mars; luego los dioses indigetas, "dioses que tenéis potencia sobre los héroes y sobre los enemigos"; en nombre del sacrificio que se propone de cumplir, se invocó "conceder fuerza y victoria al pueblo romano de los Quiriti y de arrollar con terror, susto y muerte a los enemigos de nuestro pueblo" (cfr. Livío, VIII, 9). Propuestas por el pontifex, las palabras de esta fórmula son pronunciadas por el guerrero, revestido por la praetesta, con un pie sobre de una jabalina. Después de qué  se lanzase al combate para morir. 

La transformación del sentido de la palabra devotio es, así mismo, significativa. Aplicada originariamente a este orden de ideas, es decir a una acción heroica, sacrificial y evocadora, en el Bajo Imperio significó la simple fidelidad del ciudadano y hasta el esmero en el pago de la hacienda (devotio rei annonariae). Según las palabras de Bouché Lequerq, al final, "al ser reemplazado el César por el Dios cristiano, “devotio” pasó a significar simple religiosidad, la fe dispuesta para todos los sacrificios y, más tarde, una posterior degeneración de la expresión, convirtió a la “devotio” en “devoción”, en el sentido actual de la palabra, es decir una preocupación constante por la salvación, afirmada en una práctica minuciosa y recta del culto." 

En la antigua “devotio” romana tenemos pues signos bien precisas de un mística consciente del heroísmo y del sacrificio, próxima a una estrecha conexión entre el sentimiento de una realidad sobrenatural y suprahumana y la lucha y la dedicación en nombre del propio Jefe, del justo Estado y de la misma raza. No faltan testimonios acerca de un sentimiento "olímpico" del combate y de la victoria en nuestras antiguas tradiciones. De eso, nos hemos ocupado extensamente en otro lugar [NdA: especialmente en “Rivolta contro il mondo moderno”]. Sólo recordamos ahora que en la ceremonia del triunfo el “duce” victorioso asumía en Roma las insignias del dios olímpico, expresando la verdadera fuerza que en él determinaba la victoria; recordaremos también que más allá del César mortal, la romaniddad veneró al César como un "vencedor peremne", es decir como una especie de fuerza suprapersonal de las destinos del Imperio. 

Así, si en los tiempos posteriores han prevalecido otras experiencias, las tradiciones más antiguas nos demuestran que el ideal de un heroísmo "olímpico" también ha sido un ideal nuestro, que también nuestra gente ha conocido la ofrenda absoluta, la consumición de toda una existencia en una fuerza arrojada contra el enemigo hasta el límite de evocación de fuerzas abisales; una victoria, por fin, que transfigura y propicia participaciones en potencias suprapersonales. Así también sobre la base de nuestro legado ancestral se perfilan puntos de referencia en radical oposición al heroísmo subpersonal y colectivista que hemos indicado al principio, y también a cada visión trágica e irracional, que ignora aquello que es más fuerte que el fuego y el hierro, que la muerte y la vida. 

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Publicado en la sección “Diorama mensile” de la revista “Il Regime Fascista”, 19 de abril de 1942.

(c) Fundazione Julius Evola.
(c) Edizioni Il Settimo Sigillo
(c) Por la traducción en lengua española: Ernesto Milà - infokrisis