La UE, consciente del riesgo de
que candidaturas euroescépticas vayan triunfando en los distintos Estados
nacionales que la componen (de momento, ya gobiernan en Polonia), ha iniciado
una actividad vigilante y represiva contra aquellos países que adopten medidas “anti-europeas”.
El primero que intentan hacer pasar bajo las horcas caudinas de la UE es al
gobierno polaco.
Desde su llegada al poder en
2015, los conservadores polacos han adoptado tres medidas que no gustan a la
UE: la anulación de los nombramientos de jueces del Supremo realizados por el
anterior gobierno, la modificación del sistema de votación para elegir estos
magistrados y el acortamiento del mandato de su presidente. Está claro que todas estas medidas tienen como
objetivo final la aprobación más fácil de las leyes propuestas por el partido
en el poder (Ley y Justicia)… tal como ocurre en cualquier otro país de la UE,
en especial en España. Sin embargo, lo que hace que el gobierno polaco sea
objeto de sanciones económicas es su carácter euro-escéptico y nacionalista.
No es la primera vez que en el
último año se han producido sanciones contra este sector político:
anteriormente, el gobierno húngaro de Víktor Orban fue también acusado y expedientado
por realizar reformas constitucionales contrarias a la UE con la excusa de que
tales reformas “crearían inseguridad jurídica para ciudadanos y empresas”. Las
sanciones pueden llegar hasta a desposeer a los países de su derecho a voto en
las instituciones europeas.
Estas medidas confirman que la UE
se configura cada vez más como un organismo sectorial e la globalización cuya
función de fondo más importante es restar soberanía a los Estados Nacionales
para trasladarla a una estructura burocrático-administativa que nadie ha
elegido y que se encarga reprimir cualquier iniciativa que no vaya a favor de
sus intereses. A diferencia de Austría o Hungría, considerados como “pequeños
países”, Polonia es junto a España, un país de “tamaño medio” con más peso en
las instituciones europeas. Lo que ocurra en Polonia puede tener mucha más
repercusión a escala europea. Y lo que ha ocurrido es ya inevitable: un gobierno
euro-escéptico y nacionalista se sienta en Varsovia y está dispuesto a
recuperar las parcelas de soberanía nacional perdidas.