Las elecciones del 26-J no van a
decidir nada esencial, pero si van a marcar el fin de una etapa para el
soberanismo. En principio, las encuestas no son muy favorables a las
candidaturas independentistas y todas indican que pueden descender globalmente
en número de votos, lo que obligará, necesariamente, a las direcciones autistas
de ERC y de CDC a plantear nuevos objetivos. Embarcados en una campaña
electoral de carácter soberanista, ambos partidos se niegan a reconocer que la “hoja
de ruta” del “procés” es papel mojado y ya no puede servir, ni para gobernar la
Generalitat ni como propuesta a negociar con el Estado.
La única combinación surgida del
26-J en la que el soberanismo podría prosperar sería en la hipótesis de un
gobierno de izquierdas formado entre Podemos y el PSOE (que no parece como de
las más verosímiles y que, en cualquier caso, generaría problemas internos en
este último partido, especialmente por la cuestión de la vertebración del
Estado). En cualquier otra combinación, el soberanismo tiene la batalla perdida
de antemano. Si a esto unimos su pérdida de vigor en los últimos meses, las
dificultades internas que están apareciendo en todas las formaciones soberanistas,
especialmente en la ANC y los choques entre CDC-ERC de un lado y CUP de otro, o
incluso entre CUP y ERC, sorprende que este ambiente prosiga de manera obsesiva
con el proyecto independentista cuando éste carece de apoyo popular suficientes
y de base social, tal como han reflejado los resultados electorales.
La única esperanza del
independentismo es ganar para su causa a ese espacio gris e indefinido en la
materia que es En Comú Podem. Parece lógico que los votos perdidos por el
independentismo vayan a parar a esta formación que, en materia de vertebración
nacional, es un conglomerado contradictorio de opiniones. La idea de ERC es
arrastra a En Comú Podem a la opción del RUI (Referéndum unilateral de
independencia). Esta opción se estrellaría ante un gobierno de centro en el
Estado, pero podría imponerse ante un gobierno de izquierdas. De todas formas,
en Cataluña, en estos momentos, la situación del entorno de la izquierda
podemita es particularmente confuso y carece de opinión unificada. Habrá que
esperar al resultado de las elecciones del 26-J para ver hacia dónde se
decantan las posiciones. Y la decantación dependerá de muchos factores,
empezando por los propios resultados de Podemos en el Estado. De momento, la “galaxia
podemos” en Cataluña no tiene opinión unificada en la cuestión del RIU: si
todos están más o menos de acuerdo en que haya una consulta popular sobre la
independencia, difieran sobre el contenido de la pregunta a formular, sobre su
efecto posterior, e incluso sobre si lo que quieren es independencia, federalismo,
autonomía, estado unitario o internacionalismo…
Pero lo que está claro es que el
futuro del independentismo ya no está en las propias manos de los
independentistas, sino de ese “espacio gris” generado en la izquierda.
La derecha y el centro, sin embargo,
están cada vez más reforzadas por la actitud de la patronal catalana que, cada
vez, se muestra públicamente más hostil al soberanismo (e incluso al
nacionalismo catalán). Ayer 13 de junio, Gay de Montellá, presidente del
Fomento del Trabajo ha asegurado que el proceso soberanista “ha ahogado el
catalanismo y alejado inversiones y empresas de Cataluña”. Resaltó, igualmente,
el “cansancio del proceso independentista” concluyendo que “Hace falta
estabilidad política y seguridad jurídica para facilitar las inversiones”. Era
la puntilla que la candidatura de CDC precisaba para empeorar unos resultados
electorales que le serán ampliamente negativos.