No hay defensa nacional posible sin una evaluación objetiva de
riesgos y un señalamiento concreto de su procedencia. Cuando se intenta
elaborar un plan de defensa contemplando especialmente las orientaciones
adoptadas por otros países, o por organizaciones internacionales en las que se
participa, ese plan estará viciado de partida. Un defensa nacional, en tanto
que “nacional”, deberá contemplar la protección de los propios intereses.
Porque las relaciones entre Estados se miden en términos de “intereses”. Desde
principios de los años 70, la defensa nacional del Estado Español ha estado
cada vez más hipotecada a intereses que nada tenían que ver con la nación
española.
De hecho, el punto de inflexión lo marcó la renuncia del gobierno
español a dotarse de armas nucleares. Un país con armamento nuclear, por el
mismo hecho de disponer de tecnología suficiente para elaborar ese tipo de
armas, es respetado. De no disponer de armas nucleares, Corea del Norte hace
tiempo que habría sufrido el mismo destino que Afganistán o Iraq. Si Rusia no
dispusiera de armamento nuclear en estos momentos, hace tiempo que su gobierno
habría sido derribado por intervenciones extranjeras o, simplemente, invadido
con cualquier pretexto.
Vale la pena recordar que el proyecto de dotar a España de un
pequeño arsenal nuclear disuasivo partió de Agustín Muñoz Grandes en los años
60. Para su mentalidad estratégica -y estaba en lo cierto- la posesión de un
arsenal nuclear garantizaría la soberanía española ante la OTAN y ante los EEUU
y la defensa de por vida del eje estratégico Baleares – Gibraltar – Canarias.
La guerra de Ifni había demostrado que el material militar enviado por los EEUU
no podía utilizarse contra Marruecos, que, en realidad, era el único país que,
en esos momentos, estaba matando soldados españoles y cuya voracidad
ambicionaba Ceuta, Melilla, las Islas Adyacentes, Canarias, además de Ifni, el
Sahara y la región de Cabo Juby que, efectivamente obtuvo.
Así pues, o España se resignaba a una situación neocolonial o bien
se convertía en una pieza activa del tablero político mundial. En 1969, ya se
habían obtenido algunos gramos de plutonio y el 15 de diciembre de 1973 los
investigadores comunicaron al Estado Mayor que España ya tenía capacidad para
construir tres bombas nucleares de plutonio al año. El 19 de diciembre, los
EEUU fueron informados del plan, en el curso de la entrevista Carrero-Kissinger:
el secretario de Estado de EEUU se negó explícitamente a apoyar a España en
caso de “agresión exterior” (que sólo podía partir de Marruecos por la cuestión
del Sáhara, entonces candente), en respuesta a lo cual, Carrero le informó del
estado del plan nuclear español. Kissinger, visiblemente, contrariado, abandonó
inmediatamente España. Al día siguiente, Carrero Blanco fue asesinado por ETA.
A partir de ese momento, España detuvo el plan, se produjo el abandono del Sáhara
después de cinco años de atentados terroristas por parte del Frente Polisario.
Y se pidió la adhesión a la OTAN. A partir de entonces ya no hubo posibilidades
de una “defensa nacional” eficiente y realista. De hecho, desde entonces el
ejército se ha ido convirtiendo en un cuerpo funcionarial más, que ha actuado
-sufriendo varios cientos de bajas- en el curso de misiones militares en países
completamente desconectados de la defensa de España e, incluso, de la defensa
europea y en donde nada se nos había perdido.
En España, desde la transición, las fuerzas armadas, consideradas
como el orgullo de otros países, fueron presentadas ante la opinión pública
como “golpistas”, “franquistas” y “reaccionarias”. En realidad, lo que ocurría
es que los “valores democráticos” (libertad – igualdad – fraternidad) eran
completamente inversos a los que se enseñan en las academias militares (orden –
autoridad – jerarquía). Esta contradicción se superaba relegando a las fuerzas
armadas a una especie de cuerpo funcionarial cuyas misiones, cada vez más, se
presentaban como “pacifistas” (“repartir bocadillos” y “apagar incendios”).
De poco ha servido que la industria española estuviera en
condiciones de diseñar aviones, vehículos, navíos, y armamento en general que
pudieran ser competitivos, porque los distintos gobiernos han preferido comprar
armamento en EEUU; y, en cuanto a los “proyectos europeos”, han sido muy
limitados en lo que a sistemas militares se refiere.
Para colmo, el tránsito del servicio militar obligatorio al
ejército voluntario, se realizó cometiendo infinidad de errores. Durante más de
un siglo, el Ejército de había convertido en la “escuela de la nación”,
millones de jóvenes que habían llegado a su servicio militar completamente
analfabetos, no solamente habían aprendido a leer y escribir, incluso a andar
con dignidad, sino que, en muchos casos, aprendieron una profesión. Además, se
lograba la intercomunicación y el conocimiento entre las clases sociales. Se
endurecía a la juventud, se le enseñaba que, en la vida, además de tener
iniciativa, siempre, antes o después, hay que cumplir órdenes. Y valores. Para
muchos, su servicio militar fue la gran aventura de su vida, la primera
verdadera aventura. Es cierto que no todos tenían el temple necesario para
vestir el uniforme y, por tanto, el tránsito del servicio militar obligatorio
al ejército profesional tenía cierta justificación. Pero, el gran problema fue,
que mientras se producía esta transformación, la enseñanza había quebrado: ya
no era capaz de formar jóvenes y de proveerlos de valores instrumentales. Los
únicos valores que se enseñan, al ser finalistas, tendieron a “ablandar” a la
juventud y sumirla en un universo de pacifismo, universalismo, buenismo,
igualitarismo y eclecticismo que, finalmente, terminó “ablandando” a la
juventud.
En 1975, el tronco central de las fuerzas armadas formado los
tercios de la Legión, la Brigada Paracaidista, la infantería de marina y la
división acorazada, garantizaban la defensa del territorio contra enemigos
internos y externos. Hoy, la situación es completamente diferente. El ejército
de África estaba considerado como el más preparado del mundo en materia de
guerra del desierto. Hoy, cuando se exige a los gobiernos que “contengan el
gasto público”, la primera partida que se contrae, acaso la única junto con
“investigación”, es la de “defensa”.
A esto hay que unir que un “ejército profesional” debería ser un
ejército voluntario motivado por valores y por el propio carácter guerrero de
sus integrantes. El hecho de que existan caracteres reflexivos, proclives al
estudio y a empleos tranquilos, pero también otros jóvenes cuya sangre del pide
aventura, entrega, esfuerzos, acción, en una palabra, era un buen argumento
contra el servicio militar obligatorio. Pero, el problema fue que las
motivaciones para ingresar en el ejército, incluso para esos jóvenes, eran
pocas: sueldo bajo, tiempo de permanencia corto, ningún tipo de privilegio a la
hora de entrar en cuerpos policiales o de seguridad, nada absolutamente. No es
raro que se retrajeran las incorporaciones, mientras que, como estímulo se
ofrecía a inmigrantes ingresar en filas para adquirir la nacionalidad española.
El resultado ha sido que, en determinadas unidades, que en otro tiempo eran de
élite, existe tropa de todos los orígenes y hay que dudar de que todos tengan
la misma motivación y, por lo tanto, idéntica eficiencia en combate.
Queda el punto del armamento. La industria armamentística es una
industria que arrastra a otros sectores industriales. Siempre, la investigación
en materia militar ha generado aplicaciones civiles y esto hace posible
progreso económico. Tener una fuerte y competitiva industria militar supone
invertir en un sector de altísimo valor añadido. Pero, para eso hace falta que
el gobierno la apoye (y no solo en defensa, sino en exteriores, en enseñanza,
en cultura). España ha demostrado que podía hacerlo, especialmente en materia
de aviación (aviones CASA 295, de los que se han vendido a otros países
192 unidades, CASA 212, de los que se han vendido 477, entrenadores Aviojet
de los que se han construido 143 unidades, etc), en materia de construcción
naval, en vehículos todo terreno o en armamento ligero). En el tardofranquismo,
los proyectos, especialmente en el terreno de la aviación de combate, que se
habilitaron, eran particularmente ambiciosos (especialmente el HA-500
Alacrán, o helicópteros de combate). Se abandonaron en los primeros años de
la transición.
En el momento actual la industria militar española sigue
existiendo… pero está en su mayor parte en manos de empresas extranjeras (CASA
que había englobado a Hispano Aviación, es hoy propiedad de la holandesa
Airbus).
A esto habría que añadir, finalmente, que no siempre los altos cargos
militares son elegidos por su capacidad de mando, su visión estratégica o su
ascendiente sobre la oficialidad y la tropa, sino por criterios exclusivamente
políticos. Durante estos últimos 40 años hemos visto como los distintos
gobiernos de derechas o de izquierdas, situaban a ministros de defensa que
nunca jamás habían tenido la más mínima noción de lo que es “defensa” o eran incapaces
de entender la diferencia entre “estrategia” y “táctica” o la necesidad de
elaborar planes de defensa. Recordamos, por ejemplo, a la malograda ministra
Chacón colocada en el cargo por Zapatero simplemente por el hecho de que una
mujer embarazada pasando revista a las tropas era la garantía de una imagen
distribuida a nivel mundial…
Así pues, cabe preguntarse si, en las actuales circunstancias, existen
posibilidades de “defender la nación”. La realidad es que Marruecos se está
armando a mayor velocidad que España, que está cultivando mucho mejor sus
relaciones con los EEUU y que, en caso de conflicto, hoy, el Pentágono cuenta
más con las bases en Marruecos (el Africom, mando del Pentágono para
África, está allí instalado) que con España que, a fin de cuentas, es miembro
de la OTAN y hará lo que la OTAN le ordene que haga. Y, desde luego, la OTAN no
va a participar en ninguna acción de defensa conjunto frente a Marruecos en
caso de crisis.
En la actualidad, el peligro soviético no existe. Por lo tanto,
nuestra presencia en la OTAN es ociosa; lo que sí existe es un riesgo de
conflicto con Marruecos (que existirá mientras en el Salón del Trono del
Palacio de Rabat siga mostrándose un tapiz con los límites del “Gran Marruecos”
que incluyen los territorios de Ceuta Melilla, Canarias y las Islas Adyacentes)
y el peligro generado por el “enemigo interior” (fundamentalmente, el islamismo
radical, pero también bandas étnicas que irán evolucionando como lo han hecho
en otros países europeos -Francia y Suecia, especialmente- accediendo a
armamento automático ligero, granadas de mano, financiadas por los beneficios
obtenidos por la delincuencia). Y ese “enemigo interior” ya ha desbordado la
capacidad de las fuerzas de orden público en Francia, controla más de dos mil zonas
en todo el país en los que la República Francesa ha desaparecido y en donde ya
no existe “estado de derecho” ni posibilidades de reimplantarlo. Están en manos
de bandas étnicas. Pues bien, este es el camino que estamos recorriendo también
en España, con el agravante de que aquí, incluso, estas “bandas” están mucho
más diversificadas que en otros países europeos, al existir una notabilísima
presencia andina proclive a la formación de estas “bandas”.
Así pues, la pregunta a realizar, no es si podemos hablar con
propiedad de una “defensa” que asegure nuestra integridad territorial (cuestión
a la que ya hemos contestado con un “no”), sino hasta qué punto, en caso de
crisis, las fuerzas armadas podrían garantizar la integridad del Estado. Y la
respuesta no está en absoluto clara. Para que las FFAA puedan cumplir su
misión, hace falta que exista una “voluntad política” de que la cumplan. Y ni
el bloque de izquierdas, ni siquiera el bloque derechas parece tener muy clara
tal voluntad y lo que implica.
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