Inicialmente, la lengua española es una de las lenguas de uso más común en el planeta, habitualmente utilizada por 600 millones de personas. El Instituto Cervantes funciona, razonablemente bien, y países como EEUU están en vías de “hispanización lingüística”. Es la cuarta lengua más hablada del mundo, tras el chino mandarín, el hindi y el inglés. Es considerado como el tercer idioma en comunicación internacional tras el inglés y el francés y a corta distancia de éste. Así pues, no habría motivos de preocupación. Pero esto supone engañarse. Estamos hablando de “cultura” y la cultura es algo más que un idioma. Así pues, vale la pena realizar algunas precisiones.
Lo primero que sorprende es que el país en el que el castellano
(lo llamamos castellano y no español, porque el resto de lenguas regionales son
también españolas) encuentra más obstáculos para su difusión es, precisamente,
en España. Y esto -más sorprendente aún- con el visto bueno de los distintos
gobiernos centrales no tienen el más mínimo inconveniente en ceder a las
presiones nacionalistas reales o supuestas. Esto vale tanto para el bloque de
la izquierda como para el PP (Feijóo ha defendido, sobre todo, el gallego por
encima de cualquier otra consideración). Sea como fuere, el 75% de los espacios
horarios emitidos por las televisiones públicas en Cataluña (tanto por RTVE
como por TV3) son en lengua catalana que apenas es utilizada por el 32-35% de
la población. En TV3 nunca se ha emitido ni un solo programa en la lengua
hablada habitualmente por casi el 70% de la población. Con todo, el nivel de
audiencia de todos estos programas es bajísimo y están por debajo de muchos “influencers”
que se limitan a insertar sus clips en YouTube: sin embargo, las televisiones
públicas las pagamos todos los españoles.
Esto solamente puede entenderse por la insistencia de
nacionalistas e independentistas en la utilización de la lengua catalana, el
único factor diferencial, realmente existente, para justificar el nacionalismo
catalán. También se explica por el papel atribuido a los nacionalistas en la
Constitución del 78 para servir de árbitros. Todas estas justificaciones no
bastan para eludir el hecho de que ya varias generaciones de jóvenes entran en
la universidad sin dominar siquiera la ortografía o la sintaxis. Y esto, en un
momento de gran movilidad laboral, en donde jóvenes catalanes podrían ir a
trabajar a otros lugares del Estado en donde se habla una lengua que no
dominan. O estudiantes extranjeros que llegan a Cataluña, pensando que
“Cataluña es España” y se encuentran con que en las aulas se habla una lengua
que desconocen.
Pero lo cierto es que el catalán está en recesión, incluso en
Cataluña. Y no hay nada que hacer: el destino de las lenguas minoritarias en el
siglo XXI es languidecer y vivir subvencionadas. Pero cuando una lengua
sobrevive solamente gracias a las subvenciones, a decisiones administrativas y
a una legislación que la favorece, esa lengua puede darse por muerta desde el
momento en que cese alguno de los tres elementos. Lo “normal” hubiera sido que,
en Cataluña y en las demás regiones con lenguas co-oficiales, existieran dos
líneas lingüísticas y que cada familia pudiera elegir una u otra según su
proyecto vital. Pero esto implicaba un riesgo para los nacionalistas: quedar en
minoría. Y, por tanto, siempre se han negado en redondo a aceptar la lógica, la
justicia y el sentido común.
El resultado ha sido que la realidad social no se corresponde con
las normativas lingüísticas: e cine doblado al catalán está subvencionado
íntegramente… pero la audiencia del cine en castellano supera en 90 puntos al
que elije en catalán. Esto es todavía más dramático en la industria de los
videojuegos o incluso en la red, en donde todos los intentos de introducir la
lengua catalana y aumentar su utilización, han fracasado. O en la industria
editorial (las bibliotecas públicas en Cataluña prácticamente compran solamente
libros en catalán, a despecho de la realidad lingüística de la región).
Mientras la gencat estimula la delación a tiendas con rótulos en castellano, no
tiene inconveniente en que se rotule en árabe o en mandarín, como se comprueba
fácilmente dando un paseo por Barcelona.
¿El resultado? Que las nuevas generaciones hablan mal el catalán,
el castellano y la tercera lengua de la región, el árabe (algunos ayuntamientos
indepes, no tienen el más mínimo reparo en colocar los rótulos en catalán,
árabe e inglés… a pesar de que la correlación lingüística, por orden de
utilización, sea castellano, árabe y… catalán).
No es para sentirse orgulloso. La buena noticia es que la
“cuestión lingüística” solo existe para nacionalistas e independentistas. A
nivel de ciudadanos de a pie, ni siquiera se nota. Pero es una cuestión de
principios para los independentistas y, por tanto, genera tensiones
especialmente en la enseñanza, hasta el punto de que, en varias ocasiones,
especialmente durante los años de histeria generada por el “procés
soberanista”, se ha intentado coaccionar a niños para que hablaran catalán en
los recreos.
Los nacionalistas han intentado articular una “batalla
lingüística” contra la lengua castellana, sin posibilidades de éxito. Y la
están perdiendo. En lugar de reconocer que la población pide “convivencia
lingüística” y “tolerancia lingüística”, cada dato negativo en los niveles de
utilización del catalán tiene como contrapartida reforzar las exigencias
nacionalistas en este terreno por encima de cualquier otro. El resultado es
que, cada vez más, la “Cataluña real” se va separando de la “Cataluña oficial”.
Y la “Cataluña oficial” responde con cada vez más odio, encono y resentimiento
ante cualquier cosa que suponga “hispanidad”, “España”, “lengua española”, etc.
A nivel institucional se trata de sentimientos contenidos y solo
manifestados en reivindicaciones, pero a nivel de extremismo político, esto se
traduce en una violencia protagonizada por grupúsculos radicales
independentistas, cada vez más aislados y que, en el momento de escribir estas
líneas, serían los más beneficiados por la “amnistía” para el 1-O exigida por
Puigdemont. Naturalmente, existe otro radicalismo, inofensivo, ridículo e
ignorante de círculos subsidiados por la gencat que se preocupan por construir
una “historia alternativa” de Cataluña que concluye en un sentimiento
artificial de que todo lo que vale la pena en España y en Europa es o ha sido
“catalán” y que la historia -empezando por la de Colón y terminando por la de
la guerra de “sucesión” (que no de “secesión”)- ha sido falsificada por España
en beneficio propio y por “odio hacia Cataluña”.
Esto resulta todavía más patético cuando España tendría hoy la
posibilidad de ser una corriente que disputara a las corrientes anglosajonas la
hegemonía cultural, gracias al idioma y al bagaje cultural que le acompaña. El
hecho de que distintos gobiernos de derechas y de izquierdas hayan sido
incapaces de trabajar en esa dirección es tan lacerante como el que unos y
otros hayan cedido a las presiones nacionalistas e independentistas, empeñadas
en marchar contra la historia.
Sin embargo, hay que reconocer que el problema es de imposible
solución en el marco de la constitución de 1978. Parece que no quedó
suficientemente claro en el texto constitucional que España es una “nación” y
que las “autonomías” tienen siempre un rango inferior, que existe una lengua
vehicular y oficial en todo el Estado y que las lenguas regionales,
co-oficiales en sus correspondientes regiones, lo son a todos los efectos. Y,
por tanto, el ciudadano, viva donde viva, tiene el derecho a recibir servicios
públicos, enseñanza, gestiones y documentación, como mínimo en la lengua
oficial del Estado y, a petición en la lengua co-oficial de su región. Sin
embargo, esto que parece bastante simple y que es normal en toda Europa, ha
sido invertido por los nacionalistas gracias a las simetrías políticas
parlamentarias: mientras en Cataluña solamente es “oficial” el catalán, en el
Parlamento del Estado han penetrado las lenguas regionales con el espectáculo
risible de diputados con auriculares y de servicios de traducción simultánea simplemente
para satisfacer los orgullos nacionalistas que, a falta de algo más de lo que
enorgullecerse, aspiran a que, cuando un catalán realiza una gestión fuera de
su autonomía, reciba impresos y atención en su lengua: así entienden la “co-oficialidad”
los independentistas catalanes, “co-oficialidad” en el resto del Estado, pero
no en el territorio de su propia autonomía.
Como suele ocurrir, a medida que una situación de va haciendo
progresivamente adversa para un grupo, éste, en lugar de reaccionar de manera
consecuente y cambiar el planteamiento, se enroca en sus posiciones y
radicaliza sus puntos de vista. Lo estamos vientos en estos momentos, cuando
los resultados electorales del independentismo han sido decepcionantes, cuando
la manifestación de la “Diada de Catalunya” ha constituido un fracaso de
asistencia y cuando en los balcones de Cataluña han ido desapareciendo las
“esteladas”. Y, sin embargo, las exigencias de Puigdemont y de ERC y de
Aragonés, para apoyar la investidura de Sánchez, han sido superiores a
cualquier otro momento: condonación de deuda, amnistía, referéndum
soberanista...
Si en 40 años, este problema no ha sido resuelto por ningún
gobierno, ello ha demostrado con claridad la absoluta imposibilidad para
resolver este problema por las vías democráticas ensayadas hasta hoy, permite
preguntar: ¿Qué preferís? ¿Qué una nueva normativa imponga un criterio de
racionalidad y jerarquía en las relaciones entre la gencat y el Estado,
quedando claro que el Estado está por encima de todas y de cada una de las
Autonomía, que la lengua castellana es la lengua oficial del Estado y, por
tanto, está por encima de las lenguas autonómicas, lo que equivale a decir que
cada familia debe tener el derecho de educar a sus hijos en la lengua que prefiera
o bien que la gencat siga con su dictadura lingüística cada vez más
radicalizada a la vista de los datos progresivamente más adversos? ¿Qué
preferís? ¿Seguir aceptando las imposiciones lingüísticas de los
independentistas o afirmar el castellano como una lengua de proyección
universal? ¿Dos líneas lingüísticas en las regiones con lengua co-oficial
propia o bien traducción simultánea en el parlamento…?
Pues bien, si, como toda persona razonable, lejos de fanatismos
nacionalistas y de fervores independistas, habéis optado por el sentido común y
la racionalidad, sabed que, en las actuales circunstancias y con las actuales
perspectivas políticas, tanto en España como en Cataluña, este problema no
tiene solución y, lejos de solucionarse, se irá agravando adoptando cada vez
rasgos más surrealistas.
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