miércoles, 25 de octubre de 2023

EL VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN (12): EMPOBRECIMIENTO Y BRUTALIZACIÓN DE UN PAÍS (Y "BONO CULTURAL" DE PROPINA)

Mirad la producción cultural española de estos momentos y el estado de la “cultura pop”, en definitiva, el nivel cultural y educativo de nuestro pueblo y compararlo solamente con la existente apenas hace treinta o cuarenta años. Para innegable que culturalmente, España y los españoles han entrado en un proceso de decadencia (e, incluso, de brutalización cultural).

Los problemas en este terreno se acumulan. Lo primero que cabe destacar es que la “industria cultural” que opera en España, no es “española”. En 1945 Europa perdió una guerra y las consecuencias fueron la ocupación militar del continente: a un lado por el “guante suave” norteamericano y al otro por el “guante rudo” soviético. Ambos impusieron en sus áreas de dominio, sus propios modelos culturales. España, aislada inicialmente, a partir de los años 50, entró en la órbita cultural norteamericana. Setenta años después, todavía se perciben las consecuencias de aquel conflicto, reforzados por nuevas tecnologías de la comunicación.

Lo esencial de la cultura que se divulga en España en estos momentos, especialmente a través del “entertaintment”, procede de los EEUU. Y más concretamente, de los laboratorios ideológicos de Hollywood. Si en Hollywood, un grupo de productoras, adoptar un “código cultural”, ese código, inmediatamente, debe aplicarse en toda el área occidental, so pena de ostracismo de quien no lo siga. Un caso reciente es significativo: en la película The Promised Land, presentada en el Festival de Cine de Venecia, la trama se desarrolla en Jutlandia en 1775. La película de excelente calidad no podrá competir en los Oscars, ¿motivo? ¡No aparece ningún actor de color! Pero es que, en la Dinamarca de 1775, por mucho que algunas series elaboradas en el mundo anglosajón hayan mostrado a järls negros en la baja Edad Media, lo cierto es que no había población de color: por tanto en The Promised Land, que aspira a ser una película histórica, todos los actores son nórdicos. Algo intolerable para los códigos de Hollywood que deben aplicarse rigurosamente en el mundo del entertaintment.


Y lo cierto es que se aplican: hoy en España, llama la atención que 3 de cada 5 anuncios, muestren a subsaharianos como actores tanto vendiendo una pasta dentífrica como un vehículo, un electrodoméstico o un fondo de inversión. De hecho, en la actualidad, los subsaharianos son los más contratados por las agencias de publicidad... siempre y cuando tengan aspecto sofisticado. Es una de los elementos más característicos de la actual “cultura woke”, impuesta desde EEUU. La idea general es que hay que compensar a las razas de color por la esclavitud, la colonización y la marginación… ¿Tienen por qué pagar los bisnietos y tataranietos por los pecados, reales o supuestos, cometidos por los padres?

La cultura woke solamente puede imponerse allí donde reinan páramos culturales. Para aceptar que en Dinamarca del siglo XVII había negros, o, como hemos visto en otras series que la corte de la Princesa Española, hija de los Reyes Católicos, estaba formada por magrebíes y subsaharianos o que Zeus y Aquiles eran negros en otra serie sobre Troya, es preciso ser un analfabeto estructural. Algo que es perfectamente factible dado el estado de decadencia de la enseñanza en España.

¿Música? Frank Zappa, poco antes de morir, denunció el hecho de que en los años 60 y 70 se publicaban infinidad de discos. El público elegía a unos y desechaba a otros. El resultado era que la calidad media era aceptable. Sin embargo, a partir de los años 90, aparecieron gurús que indicaban a las productoras qué había que lanzar al mercado y cómo había que hacerlo. El resultado ha sido que la calidad ha caído en picado: hoy tenemos a cantantes que no son capaces ni siquiera de modular y articular su voz, figuras que lo desconocen todo de la música y que ni siquiera les interesa aprender, simplemente, siguen la moda para poder entrar en los circuitos comerciales. ¿Qué cantan? Rap, hip-hop, reggaetón y música electrónica. ¿Los rasgos? Salvo la última, se trata de ritmos de origen negro-africano, con una gama tonal muy baja, letras agresivas, casi siempre irreverentes, destilando odio social, y en algunas ocasiones verdaderos llamamientos a la violencia, bailables, machaconas, reiterativas.

Esa música urbana es la que dominan la escena musical a pesar de su ínfima calidad. De eso se alimentan, en primer lugar, bandas étnicas, luego, un público más amplio en países occidentales sin la más mínima educación musical y que tararearían el sonido de una sierra mecánica si se pusiera de moda. Todos los movimientos violentos que han aparecidos en los suburbios de los países occidentales tienen que ver, directa o indirectamente, con Rap, hip-hop y reggaetón. Y esto, por supuesto, también ha penetrado en España, en donde contamos con “figuras” desde los años 90. El problema no es que cada generación tenga una música que le es propia, el problema es que nunca como ahora la música pop ha sido tan absolutamente zafia y violenta en sus letras, machacona en sus ritmos, ni nunca el público al que ha ido dirigida ha sido tan fácilmente influenciable por modas llegadas del otro extremo del Atlántico.

Se ha perdido el sentido mismo de la palabra “cultura” (cultivo) y, de la misma forma que existe una comida basura (que forma parte también la cultura y por la que soplan también vientos llegados de otras latitudes, desde la hamburguesa McPerro hasta las pizzas, pasando por el kebab y desembocando en cualquier cosa salvo en la cocina mediterránea, generando legiones de individuos con sobrepeso y, por eso mismo, con el organismo propenso a determinadas enfermedades derivadas de la obesidad), existe también una “cultura basura” formada por entertaintment-basura, música basura, influencers basura, etc, etc, etc. Lo que existe en España en estos momentos y de lo que se nutre nuestra juventud es de subproductos de ínfima calidad que, en sí mismos, son pura basura.

La escuela ha renunciado a proporcionar a los jóvenes capacidad crítica sobre lo que consumen. Cuando el gobierno socialista en su enésimo intento de comprar votos, ha subsidiado con 400 euros el consumo de ocio por parte de los jóvenes, ni siquiera se ha preocupado por establecer unos mínimos de calidad: cuando más bajo, cuando más simplón, cuando más abotargante, cuanto más alienante sea, mejor empleado estará. El resultado no ha podido ser más pobre y, por supuesto, no se han publicado estadísticas para describir en qué se han gastado esos 400 euros. Apostamos que en videojuegos y en “festivales musicales” de los géneros que antes hemos comentado.


El problema es que la caída en picado del nivel cultural del país -y no solo de la juventud- es continuo e imparable. El Estado se ha limitado a convertir los medios de comunicación de titularidad pública en altavoces del gobierno de turno, cuando deberían ser instrumentos de formación cultural de las masas. Hace muchas décadas que desapareció el teatro de las televisiones, hace tiempo que se ha renunciado a emitir ciclos de cinematografía, los espacios culturales en los que se alude a elementos clásicos, históricos o críticos sobre nuestra cultura, están por completo ausentes, los espacios dedicados a la música clásica están relegados a horas de nula audiencia. En cambio, concursos en los que parte de los asistentes confirma su mínimo nivel cultural, espacios de frivolidades, frecuentemente deleznables, aparición de gurús culturales excéntricos, acompañan a la publicidad institucional y a la promoción de los gobernantes del momento. Para eso sirven nuestros medios de comunicación públicos.

En cuanto a las escuelas, dan por sentado que su función es agotar el plan de estudios, saturado de asignaturas de puro adoctrinamiento o bien de asignaturas que deberían enseñarse en casa o, simplemente, que los propios alumnos asimilan en conversaciones con sus hermanos mayores o con otros compañeros; eso y rebajar el listón al mínimo posible para no “frustrar” a los que quedan atrás, aprobados generalizados, y, por supuesto, evitar “asignaturas conflictivas” que pudieran suscitar resquemores en alumnos procedentes de la inmigración no europea.

Resulta paradójico que España, que figura entre los países europeos con un horario lectivo más amplio, figura en el último o en el antepenúltimo puesto en el programa PISA sobre eficiencia educativa. No hace falta ampliar estudios, constituir comisiones, es evidente el motivo: los adolescentes no rinden en la escuela porque pasan horas y horas, incluso entre las que deberían dedicar al sueño, en cualquiera de las redes sociales (Tik-tok, especialmente), llegando a la escuela somnolientos y deseosos de seguir atrapados a la terminal digital.

Por supuesto, los cambios de costumbres, la introducción de las nuevas tecnologías en nuestras vidas cotidianas, han operado un empobrecimiento cultural de todas las generaciones. El problema no es que no se lean libros convencionales, el problema es que tampoco se leen libros en formato electrónico: las nuevas tecnologías no son utilizadas para reforzar la propia formación cultural, sino para consultar continuamente chats, redes sociales, y, por supuesto, consumo gratuito de pornografía (el 37% de Internet es pornografía y el 20% de consultas a los motores de búsqueda tiene que ver con esta materia). En España, las cifras que se han filtrado son, literalmente, aterradoras: el 30% de los adultos se consideran “adictos” a la pornografía, los niños empiezan a consumir porno a partir de los 8 años y a los 14 esta tendencia ya se ha generalizado. Los pocos portales porno que han publicado cifras de consultas, han reconocido 3.000.000 de visitas/hora diarias.

¿Qué hace el Estado ante estos datos? Nada. Y eso, a pesar de que la pornografía está prohibida en 34 países y 28 países han prohibido la pornografía en Internet, entre otros Japón, Cuba, Filipinas, India, Marruecos, Venezuela, etc. Cuando más pornografía consume una sociedad, más débil es su estructura y su cohesión interna.

En España y, en realidad, en toda Europa Occidental, se está produciendo un fenómeno de polarización cultural: cada vez hay menos gente que lee, pero ese grupo, cada vez, lee más. Es una minoría, pero es el que está manteniendo la llama de la cultura. Por el contrario, una mayoría, ni siquiera tiene un libro en su casa, jamás ha leído un libro y lo considera algo inútil, tanto en formato convencional como digital. Incluso, licenciados universitarios, desconocen todo lo que hay fuera de sus especializaciones.

Los poderes públicos consideran que es mucho más importante transmitir a las jóvenes generaciones valores “finalistas” y la trilogía propulsada por la Agenda 2030 (igualdad – inclusión – diversidad) que todo lo que pueda reforzar la identidad nacional y las formas culturales anteriores a la “postmodernidad”. Olvidan que la cultura forma parte del patrimonio de una nación que una generación hereda y debería transmitir a sus descendientes. Olvidan que, tanto la cultura española como la cultura clásica, forman nuestros rasgos de identidad y que desconocernos, ignorarlos o, simplemente, masacrarlos, constituye un crimen y supone el formar analfabetos estructurales, generaciones sin raíces y, por tanto, con muy difícil capacidad para sobrevivir. Primero, se permitió que a los “colonizadores culturales” anglosajones que apisonaran a las culturas europeas; en una segunda fase, la propia cultura anglosajona ha quedado superada por productos llegados de esas mismas latitudes, pero sometidos a la dictadura de la corrección política, al wokismo, a la ideología de la cancelación y de la disculpa: es más, la han impuesto.

No hay ni un solo elemento que permita pensar que, en los próximos años, gobierne quien gobierne, esto va a cambiar. Todo induce a pensar que irá a peor. Y lo peor es que, más allá de los actuales niveles de degeneración cultural, ya no hay otra “nueva frontera”: lo único que existe es el terreno para la brutalidad y el salvajismo como expresiones, no tanto de la cultura, sino como extremos límites del proceso de aculturización emprendido hace décadas. Y muchas cosas deberían de cambiar para rectificar ese rumbo.

¿Acaso creéis que, a estas alturas, los partidos del bloque de las izquierdas o el PP van a tratar de hacer algo para rectificar estas tendencias? ¿Creéis que los centros mundiales de exportación de “basura cultural” (con Hollywood a la cabeza) van a dejar de hacerlo por una brusca iluminación que les imponga regresar al sentido común? ¿Creéis que algún gobierno en España pondrá coto a la pornografía y a la “cultura basura”? Sabéis perfectamente que eso es absolutamente imposible y que lo que se ha hecho en otros países, aquí resulta altamente improbable. Si aceptáis este razonamiento, estáis obligados a reconocer la situación en la que nos encontramos actualmente y el fatal destino que nos espera: banalidad y frivolidad en el mejor de los casos (etapa actual) y salvajismo y brutalidad en el peor (la próxima etapa).


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El verdadero Estado de la Nación (1): España [in]Defensa

El verdadero Estado de la Nación (2): Un sistema político elogiable en su insignificancia

El verdadero Estado de la Nación (3): Ni matrimonio, ni natalidad: animalismo

El verdadero Estado de la Nación (4): Una nación sin identidad y que ha renunciado a la suya propia

El verdadero Estado de la Nación (5): Sin modelo económico desde hace 15 años

El verdadero Estado de la Nación (6): La catástrofe lingüística de un pueblo

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El verdadero Estado de la Nación (8): El problema irresoluble de la deuda

El verdadero Estado de la Nación (9): El trabajo, un bien que se extingue

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El verdadero Estado de la Nación (12): Empobrecimiento cultural y brutalización de un país (y "bono cultural" de propina)

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