jueves, 19 de octubre de 2023

EL VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN (11): Instituciones internacionales olvidables y responsables

Cuando España fue admitida en la ONU en 1955, diez años después de su fundación, se consideró que había concluido el período de “aislamiento internacional”. España entró en la ONU con el voto en contra de todos los países bajo la órbita soviética y con la abstención de países europeos como Dinamarca, Francia, Reino Unido, Noruega y Suecia. Había bastado que los EEUU precisaran el concurso de España para dar “profundidad” a la OTAN, para que la votación diera un vuelco. Eso era todo. Entrar en la ONU supuso un giro para el gobierno español que sintió que ya no era el “paria” europeo. Poco después se firmaban los acuerdos de defensa con los EEUU y a cambio se aprobaba la Ley de Inversiones Extranjeras que podía fin a la autarquía económica y entreabría las puertas a los capitales internacionales gracias a los cuales se financió el desarrollismo.

El problema era que, ni la ONU, ni la UNESCO, ni la OMS, ni la OIT, ni UNICEF, ni la FAO no eran, como se creía entonces -e, incluso como se sigue creyendo en la actualidad- “organizaciones formadas por todos los países dispuestos a preservar la paz y el progreso internacional. De hecho, no es así. Eran -y lo fueron desde el principio- organismo formados por élites funcionariales endógenas en el que eran mayoría individuos procedentes de organizaciones mundialistas (de carácter masónico, teosófico e iluminista que consideraban que con la creación de la ONU se había iniciado la “era de la luz”) a los que se confió la gestión del día a día de todos estos organismos. La orientación general de estos grupos puede ser considerada como “progresista utópica”. Pero era a esta casta funcionarial y no a las naciones que participaban en estas organizaciones y cuya presencia se limitaba a la “asamblea general”, a la que se confiaron las orientaciones y la política de todas estas organizaciones.

El resultado fue que, poco a poco, estas castas funcionariales fueron elaborando su propia línea política que no tenía nada que ver con la de los países miembros. Para operar con sus propios peones, estas organizaciones destinaron parte de sus abultadísimos presupuestos, a financiar ONGs que eran, ni más ni menos, que las quintacolumnas que operaban en el interior de los países miembros. Hay que añadir que esta financiación de determinadas ONGs se realizó de común acuerdo y con la ayuda de determinados consorcios y fundaciones capitalistas que aportaron también sus ilimitados recursos. Habitualmente, el “secretario general” de la ONU es un simple mascarón de proa, una especie de cara visible y relaciones públicas de la organización, pero la gestión siempre corre a cargo del “secretario técnico”.


Una idílica e inatacable panoplia de "objetivos" emanado por las "organizaciones internacionales", que ha penetrado a través de esa quintacolumna que son las ONGs subsidiadas y que ha sido entusiásticamente asumido por una izquierda que ha perdido a la clase obrera y cuya actuación quedó desenmascarada durante la crisis de 2007-2011.

En la década de los 90, la ONU se dio cuenta de que, a través de las ONGs podía ejercer una presión directa en el interior de los Estados Nacionales, de tal forma que condicionara la opinión y las decisiones de los gobiernos. Bruscamente se pasó de la “lucha contra el hambre en el mundo”, “la paz mundial”, “lucha contra la pobreza”, a temas relacionados -al menos teóricamente- con la ecología: “el agujero de la capa de ozono”, “el calentamiento global”, problemas importantes, efectivamente, pero que, poco a poco fueron tomando un cariz inesperado: ya no se trata de prevenir un cambio en el clima, sino de generar miedo entre la población y atribuir esa alteración del clima a la acción del ser humano. No se trataba tanto de reconocer que el clima del planeta estaba cambiando -el clima del planeta siempre ha estado sometido a ciclos y siempre ha cambiado- sino que el ser humano era el responsable y, por tanto, había que tomar medidas (lo cual está muy lejos de estar demostrado).

La campaña cristalizó en los llamados “Objetivos de Desarrollo del Milenio” (o “Objetivos del Milenio”), ocho proposiciones a alcanzar en el año 2000 por los 189 países miembros de la ONU y que se prolongaron hasta el 2015: educación primaria universal, erradicación de la pobreza, igualdad de género, mortalidad infantil, cuestión del SIDA y defensa del medio ambiente. En España, un millar de ONGs, todas ellas subsidiadas, se unieron en la Alianza Española contra la Pobreza que impulsó la campaña Pobreza Cero. Aquella campaña se desarrolló con bastante indiferencia por parte de la población, pero sus impulsores y, especialmente, el centro de decisiones, la ONU, aprendió mucho. A pesar de que la ONU considerase que aquella campaña había sido un “éxito”. Lo cierto es que. Ni uno solo de los objetivos se alcanzó. Es más, avanzó la pobreza en el mundo y, especialmente en España y, por extensión, en el Primer Mundo, es decir, en la zona en donde hasta ese momento había sido menor o, incluso, residual.

El 2001, los ataques del 11-S demostraron algo que ya se sabía experimentalmente: que una población sometida a una campaña de miedo y de terror (como la norteamericana que fue sometido a un bombardeo continuo de alarmas, a la campaña de terror fomentada por “ántrax” y a continuos rumores de nuevos ataques terroristas) es capaz de aceptar cualquier limitación a sus libertades y cualquier renuncia, con tal de que le aseguren que saldrá de la crisis.

Posteriormente, el crac económico del período 2007-2011, evidenció otros elementos: la socialdemocracia mundial quedó desprestigiada después de medio siglo de prometer defender a los trabajadores y lograr una conquista gradual de sus intereses y un “domesticación” del capitalismo. La Internacional Socialista demostró haber perdido por completo el norte, cuando, sistemáticamente, allí donde estaba el poder adoptó medidas para ¡salvar a la banca! E, incluso, como fue el caso español con los planes E-2010, salvar a los empresarios de la construcción amigos del poder, e, detrimento de la economía e iniciando la espiral de la deuda que todavía dura hoy. Así pues, la socialdemocracia, huérfana de ideología, habiendo renunciado en Bad Gobesberg (1959) al marxismo, renunció completamente a la reforma del capitalismo, lanzando un nuevo tipo de “ideología” que recogía el “buenismo”, la “corrección política”, se unía al “progresismo” de siempre, se le deba otra orientación, se incorporaba, no solo el feminismo radical sino “los estudios de género” (el complejo LGTBIQ+), incorporando teorías mal elaboradas -incluso por “doctrinarios” absolutamente perturbados-, que, se unió a la doctrina de la “memoria histórica”, esto es, a la pérdida de la memoria de la propia historia, a una reescritura “progresista” de los hechos históricos e, incluso a una torsión y deformación de 180º en relación a la verdad histórica.

Así pues, por una parte, tenemos la “estrategia del miedo” (la amenaza constante de peligros propios del fin de los tiempos… que nunca terminan concretándose, pero que siempre son presentados como  punto de destruir a la humanidad), centrada en la concepción del “cambio climático antropogénico”, tenemos las temáticas reunidas por la ONU en la Agenda 2030 -redactada de una manera zafia, ignorante, en el que cualquier problema se remite al “cambio climático” (incluido el Covid y la violencia doméstica…); mientras que, por otra parte, se promocionan nuevas ideas en materia de sexualidad, uniones, que tienden sobre todo y por encima de todo, a destruir la idea de matrimonio heterosexual estable con un objetivo de procreación. Con estas ideas de “ingeniería social”, la izquierda encubre el vacío de haber perdido sucesivamente el marxismo primero y la socialdemocracia después como patrones ideológicos.

Todo esto ocurre, precisamente, cuando la marcha del neoliberalismo se muestra arrollador y cuando entramos en la Cuarta Revolución Industrial. Para los gestores del sistema mundial, los grandes consorcios capitalistas y los centros de poder mundial con sus instituciones (ONU, UNESCO, OMS, etc.) era necesario alumbrar nuevos objetivos, nuevas formulaciones ideológicas que “vender” a unas sociedades que, como la española, han visto como se les robaba y falseaba su identidad nacional, que ya habían perdido el sentido de la “solidaridad de clase” o de la “solidaridad nacional”, con unos niveles de educación cada vez más bajos y alimentados de una “cultura basura” (tanto en música, como en entertaintment, como en alimentación, como en todas las formas de ocio) y con una sociedad transformada en un tablero de ajedrez en el que, además del repliegue individualista que pudo observarse desde los años 80, se veían fracturadas por nuevos elementos (desde las autonomías hasta la presencia de inmigrantes de 150 países distintos). Sociedades inorgánicas así concebidas nunca tendrán la fuerza ni la potencia, ni la unidad necesaria para afrontar protestas contra las decisiones más absurdas de sus gobiernos o las políticas más suicidas.


El programa impuesto por aquellos a los que nadie ha elegido y cuya redacción demuestra que ni siquiera han participado "especialistas", es un disparo contra el corazón de los pueblos y un impulso al mundialismo: gobierno mundial, religión mundial, mestizaje, pérdida de cualquier identidad (incluso de la identidad sexual).

Dado que la Agenda 2030 -que contiene lo esencial de los programas socialdemócratas de los países occidentales- venía promovida por un organismo “intocable” como la ONU, sus objetivos, a pesar de no haber sido redactados por nadie elegido democráticamente, sino por una élite funcionarial, sin experiencia de gobierno y revalidada por las ONGs financiadas por la propia ONU y por sus agencias, por los gobiernos y por las grandes fundaciones capitalistas, sus directrices se han convertido en casi obligatorias para los países occidentales (los únicos que han asumido los objetivos de la Agenda 2030.

El resultado es que el gobierno español ni es “soberano” (depende directamente de los tenedores de la deuda cómo ya hemos dicho), ni es “nacional” (aplica un programa de gobierno basado en la Agenda 2030, hoy por el bloque de izquierdas, mañana, quizás con alguna reticencia, por el bloque de las derechas). Cabe preguntarse para que convocar elecciones, salvo los rostros, los programas no cambian.

El problema, en cualquier caso, no es quién elabora un programa de gobierno y unos objetivos, nacionales o globales, sino si esos objetivos son razonables o llevan a formas indeseadas de dominación o, simplemente, al caos. Es significativo que Pedro Sánchez luzca la escarapela de la Agenda 2030, pero nunca haya explicado globalmente lo que supone. Hace falta consultar la página de la ONU en la que está traducido al castellano, para ver la superficialidad, la fatuidad e, incluso, los destellos de locura, la inconsecuencia, que destila todos los puntos, incluso cuando su enunciado pueda resultar, inicialmente, justo o atractivo. A fin de cuentas, se trata de un plan malthusiano de reducción de la población y de atomización de las sociedades en nombre de la “libertad, la inclusión y la diversidad”, valores de la “nueva era” que han sustituido al viejo y gastado lema de “libertad, igualdad y fraternidad” y que se impuso sobre aquel que había sido asumido por las sociedades de todo el mundo durante milenios: “orden, autoridad, jerarquía”.


La salud mundial está en manos de empresas cuya negocio es la enfermedad...

Un programa como la Agenda 2030, por mucho que venga avalada por la ONU y por sus agencias (de las que solamente vale la pena recordar que la OMS fue responsable de la catastrófica gestión del Covid con vacunas sin tastar, poco eficientes y con efectos secundarios sobre los que se han realizado estudios aceptables, con protocolos que facilitaron el tránsito del virus de la garganta a los pulmones -mediante la entubación- y de ahí a los problemas de insuficiencia respiratoria), por la socialdemocracia (obligada por sus carencias), por los intereses de las corporaciones multinacionales, es un programa, en primer lugar, imposible de cumplir y que está poniendo en graves aprietos a los países occidentales (los únicos que lo han asumido) y, en segundo lugar, que marcará a fuego a las sociedad del mañana, modificando hábitos, borrando absolutamente cualquier signo de identidad comunitaria, haciendo imposible la constitución de parejas estables y, sobre todo, empobreciendo, debilitando y atomizando las sociedades de los países en donde los gobiernos nacionales, como el español, sigan sus orientaciones.








Y en esto, no hay término medio: o se está con la Agenda 2030 y con sus delirios o se está en contra y se le cierra las puertas, con todo lo que ello implica.