jueves, 26 de octubre de 2023

EL VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN (13): LOS MOTIVOS Y REPERCUSIONES DEL VUELCO ÉTNICO, CULTURAL Y RELIGIOSO

 

Durante los años 90, se puso de moda el eslogan de que la inmigración era necesaria para “pagar las pensiones de los abuelos”, que se acompañó de aquel otro, no menos irracional, que sugería que “ningún ser humano es ilegal” y, en el colmo, del delirio progre apareció el “papeles para todos”. Y, en realidad, papeles se les daba a todos, desde el mismo momento en el que pisaban territorio español. Pero, a fin de cuentas, ahora empezamos a intuir que, no solamente no se están pagando las pensiones de los abuelos, sino que son los abuelos los que tienen que renunciar a pensiones dignas, para pagar la estancia de la inmigración ilegal. Y, en cuanto a lo que “ningún ser es ilegal”, ahora tenemos la seguridad de que la mayor parte de delitos en España son cometidos por personas llegadas de todo el mundo

Desde el momento en el que llegan y piden “asilo”, a partir de ese momento, aunque sean peligrosos yihadistas que ya han pasado por prisiones españolas, se convierte en inexpulsables y subvencionables. Hay que reconocer que, en los años de gobierno socialistas, siempre han ido aumentando los flujos de inmigración ilegal, pero también que fue Aznar quien abrió las puertas a la inmigración (bajo su mandato entraron 3.000.000 de inmigrantes ilegales que se quedaron y solamente durante los dos primeros años de ZP entraron otros 3.000.000. Desde entonces se ha hecho imposible calcular el número de inmigrantes que ha alcanzado nuestro territorio y el número de hijos que han generado.


Ejemplo de cifras falsas: no hay 5.542.932 millones de extranjeros. Hay que contar una cantidad similar ya naturalizados como españoles, pero que siguen ostentando los mismos rasgos identitarios y hábitos ajenos a las costumbres europeas: españoles "con papeles", peso "sin espíritu europeo".

En muchos de los casos se trataba de personas que sufrían problemas de salud o que carecían del mínimo de formación cultural y dominio del idioma para poder trabajar en puesto alguno en nuestro país. Además, las medidas cada vez más amplias y generosas de “reagrupamiento familiar” hicieron que llegaran gentes que no contribuían en nada a la riqueza nacional, pero que pronto se convirtieron en una aspiradora de recursos del Estado. De hecho, el gran problema que nos encontramos un cuarto de siglo después de que se iniciara el fenómeno migratorio en nuestro país es que, está demasiado claro, que la “apertura de puertas” fue una decisión incorrecta que solamente ha generado resultados negativos y que ha desmentido todos y cada uno de los contenidos de aquellos eslóganes con que se “vendió” el tema de la inmigración.

De hecho, hoy, la inmigración supone una losa para nuestra sociedad y nuestra economía y, aun reconociendo que la mayoría de inmigrantes llegados a España, lo han hecho para trabajar, hay que reconocer también estos hechos: 1) que no había trabajo para todos, que su presencia ha restado posibilidad de que nuestros jóvenes realizaran algunos trabajos estacionales, 2) que su presencia ha contribuido a rebajar salarios en las profesiones menos cualificadas, 3) que la casi totalidad de inmigración carecía de formación profesional suficiente para acceder a puestos de trabajo y, finalmente, 4) que los salarios que recibían les eran insuficientes para sobrevivir, tener hijos y formar familias numerosas… Así pues, el Estado, con la excusa de la “igualdad”, empezó a considerar por igual a ciudadanos autóctonos (que, ellos y sus antecedentes en varias generaciones habían contribuido a levantar este país) y a los recién llegados (que no habían contribuido ni con un solo euro al erario público, distribuyen subvenciones de las que siempre, la inmigración resultaba la más favorecida, al tener más hijos y menos ingresos).

Especialmente durante el zapaterismo, empezó a variar el perfil de los recién llegados: los procedentes de África, especialmente, buscaban alternar trabajos no declarados con subsidios y subvenciones. Y este es el perfil actual del inmigrante que está llegando a Europa atraído por el régimen de subvenciones y mucho menos por un inexistente mercado laboral para él (la automatización del campo, dentro de poco, generará el que también se cierren las puertas del sector primario para la mayoría de inmigrantes).

A esto se ha añadido algo que, cuando se inició el fenómeno de la inmigración en España, ya había quedado suficientemente claro en Europa: que la mayoría de inmigrantes no se integran en el estilo de vida europeo y que generan problemas de convivencia en los barrios, hasta el punto de, literalmente, vaciarlos, desde el momento en que su presencia se convierte en significativa. Y vaciarlos, implica, también: degradarlos. Esto ha pasado -está pasando- en países con gobiernos y orígenes tan diversos como Francia y Bélgica, Alemania y Suecia. Presencia de bandas étnicas, absoluta insolidaridad e incomprensión hacia los valores europeos, automarginación, fracaso escolar, sensación de que ni mediante estudios ni mediante el trabajo se podrá acceder a los escaparates de consumo europeos o a las mujeres europeas, wokismo y cultura de la justificación, la delincuencia -especialmente el comercio de drogas- como forma de vida, unido a sistemas judiciales garantistas, a condenas siempre suaves y a establecimientos penitenciarios que permiten vivir mejor que en los arrabales de Marruecos o Marrakesch, han generado el que además de las subvenciones, los subsidios y las ayudas directas, el gasto del estado en tres áreas se haya disparado: seguridad, prisiones y justicia.

Obviamente, desde el principio, los gobiernos españoles adoptaron la misma norma de los gobiernos europeos de la época: prohibir la realización de estadísticas que reflejaran cifras étnicas, prohibición de publicar los nombres de los beneficiarios de las subvenciones, opacidad completa sobre el número de inmigrantes reales, sobre los resultados en la escuela, sobre la delincuencia, sobre el origen étnico de los residentes en las cárceles, incluso, sobre el origen de los “agresores sexuales” y de las “manadas”…

Pero absolutamente todos los funcionarios que trabajan tanto en la seguridad (pública y privada), como en las prisiones, como en la judicatura, saben perfectamente que un grupo de población que, oficialmente, no es mayor que el 14% concentra un porcentaje entre 5 y 6 veces mayor al que se correspondería estadísticamente y protagoniza la mayoría de detenciones y actuaciones de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. ¿Datos? Simplemente se ocultan, se disfrazan, se distorsionan, se prohíben o las empresas periodísticas juzgan que es mejor no publicarlos, porque se trata de “materia sensible”. Tocarlo, implica hacerse acreedor de visitas de inspectores de hacienda, de acelerar el cobro de deudas a la seguridad social o, simplemente, hacer peligrar cualquier tipo de subvenciones de las que dependen los medios de comunicación.

Pero lo cierto es que, la inmigración, además de suponer una losa para nuestro erario público y el principal elemento distorsionador de estadísticas sobre “violencia machista”, “asesinatos sexistas”, delincuencia, prisiones, saturación de los juzgados, etc, etc, etc, ha terminado por convertirse en un elemento falsificador del mapa político español.

La velocidad y profundidad con la que el gobierno de Pedro Sánchez ha abordado la naturalización de inmigrantes ha dejado muy claro que, a medida que la izquierda pierde base obrera, se nutre de cuatro tipos de electores que ya hemos mencionado: funcionarios nombrados a dedo, okupas ansiosos de mantener su estatus indefinidamente, profesionales progresistas surgidos de la universidad, miembros de chiringuitos y ONGs que viven de subsidios públicos y, finalmente, de antiguos inmigrantes naturalizados y subsidiados… Por si esto fuera poco, Sánchez concedió derecho a voto a nietos de exiliados republicanos que jamás han pisado España, ni hablan castellano, ni tienen el más mínimo interés por nada de lo que pueda ocurrir aquí, y a descendientes de sefarditas expulsados hace quinientos añosA lo que hay que unir las “naturalizaciones” aceleradas de inmigrantes que ni siquiera tienen facilidad para comunicarse en castellano, ni, por supuesto, están familiarizados con los valores culturales, políticos y sociales europeos.

Inicialmente, daba la sensación de que la apertura de puertas a la inmigración era solamente por materia económica (cuantos más inmigrantes entren más subirá el PIB, porque se generará mayor movimiento económico; eso fue lo que dio a ZP, en sus primeros años, elevadas cifras de PIB). Pero, a partir de la crisis de 2008-2011 ya no podía pensarse que los nuevos inmigrantes llegaran atraídos un mercado laboral que, literalmente, había estallado, alcanzando los 6.000.000 de parados. Era imposible que ningún inmigrante llamara a sus familiares a venir a España para “trabajar”, en un momento en el que España estaba en vanguardia del paro en la UE. Fue entonces cuando cambió el perfil de la inmigración y la voluntad de los que siguieron manteniendo las puertas abiertas. A partir de ese momento, especialmente para los partidos del “bloque de izquierdas” ya estaba claro algo que algunos trotskistas franceses habían entendido a principios de los años 70: que, con una clase obrera cada vez más aburguesada, más distante de los partidos y sindicatos de izquierdas, había que buscar un “grupo social” de sustitución. Y lo encontraron en la inmigración. Pero lo único que une a estos “nuevos españoles” con el bloque de izquierdas, no son, en absoluto sus ideas (de hecho los sectores procedentes del Magreb o de África negra son más conservadores que los más ultraconservadores europeos) en materia política o social, sino la posibilidad de que sigan recibiendo sus subsidios en la misma cuantía, puedan seguir trayendo a amigos y familiares, igualmente acogidos a la tutela del Estado y sigan existiendo las mismas leyes garantistas para  actividades ilegales o para okupas.

Y luego está, por supuesto, el diseño de las élites mundialistas (aquellos que creen en el “mestizaje”, la “cultura de fusión”, la “multiculturalidad”, sin enterarse de que allí en donde se ha ensayado ha resultado un estrepitoso fracaso) y globalizadoras (que precisan de un mercado mundial en el que el esfuerzo fiscal se traslada de los grandes consorcios a la clase media). Esto último es uno de los signos de nuestro tiempo: los salarios de la clase media están pagando en la actualidad entre el 37 y el 40% de sus ingresos en impuestos. En otras palabras: un profesional que ha tardado entre 5 y 9 años en obtener una formación técnica superior, con capacidad para pensar, conocer y reflexionar, está retenido en su oficina hasta más allá del término de su jornada laboral, sometido, además del estrés, a una presión fiscal insoportable, sin poder contar ni con el tiempo, ni con el espacio para poder dedicarse a reflexionar y a proponer medidas para resolver todos estos problemas que estamos enumerando.

El núcleo duro de la globalización ha emprendido una guerra abierta contra las “clases medias” en base a dos estrategias: la primera es someterla a una presión fiscal cada vez más asfixiante. Esta presión hace que siempre esté con riesgo de asfixia, de perder todo lo que tiene de producirse una pequeña recesión o al quedar en paro unos meses.


¿Por qué la UE no hace ABSOLUTAMENTE NADA ante la inmigración ilegal y masiva? Respuesta: con mayoría socialista, lo que trata es de incorporar a los censos población subvencionada susceptible de compensar la pérdida de votos de trabajadores. ¿Cómo? Mediante el "voto comprado" con subsidios y subvenciones a despecho del gasto insoportable del Estado.

Pero, por otra parte, la presencia de la inmigración en la sociedad hace imposible cualquier tipo de protesta unitaria: la sociedad está fracturada en “grupos”, como un tablero de ajedrez en el que cada casilla fuera de un tono completamente diferente al de las demás. El jornalero gambiano es despreciado por el jornalero marroquí, el marroquí odia al argelino y el argelino odia a cualquier grupo étnico andino, y a la inversa, y, para colmo, las instituciones autonómicas hacen que el catalanoparlante vea en el castellanoparlante como a un enemigo. Ninguno de estos grupos se siente solidario con los vecinos autóctonos de su barrio. Los sindicatos carecen de fuerza y ni siquiera existirían de no ser por el régimen de jugosas subvenciones directas e indirectas. El asociacionismo está muerto en nuestro país desde que fue desincentivado en tiempos de Felipe González y sigue sin recuperarse. No existe el “pueblo español”: existen multitud de grupos y subgrupos, ninguno de los cuales se siente solidario del de al lado; cada uno de estos grupos, en sí mismo, carece de fuerza para conseguir movilizaciones, protestas generalizadas. Así mismo, las posibilidades de modificar la constitución (mediante el 75% de los votos) resultan absolutamente imposibles, como imposibles son las posibilidades de llegar a acuerdos entre grupos distintos.

A esto se une el factor religioso. Durante los primeros años de la globalización se creía que la llegada de católicos procedentes de Iberoamérica iba a volver a llenar nuestras iglesias. En realidad, ha servido para que se multiplicara el negocio de las confesiones evangélicas, las “nuevas religiones”, las religiones afrocaribeñas y, por supuesto, ante todo y sobre todo, el islam que considera que “Al Andalus” es toda España, incluso hasta Poitiers. Quizás la muestra más dramática de colusión entre independentismo y terrorismo islámico fue la manifestación de protesta por los asesinatos islamistas en Las Ramblas en agosto de 2017, cuando los organizadores estaban más preocupados por mostrar las buenas relaciones entre el “Islam catalá” y los “buenos catalanes”, que en condenar los asesinatos. Había que defender, por todos los medios, cuando seguían creyendo en la viabilidad del referéndum ilegal convocado por la gencat, la existencia de un “Islam catalá” defendida por Carod Rovira y ERC desde principios del milenio, ignorando que el “catalán” carece del más mínimo interés para un musulmán que se expresa en árabe, la “lengua sagrada de Alá en la que se redactó El Corán”, y que para el Islam la “umma” es la “comunidad de los creyentes”, la única que interesa y que está muy por encima de los “Estados nacionales” o de las “autonomías regionales”.

Así se manipulan estadísticas: no es que haya 23.200 inmigrantes más de origen marroquí en España, sino que solamente en el primer trimestre de 2023 han ENTRADO 23.200 marroquíes. En 27 meses, han entrado 850.000 inmigrantes "registrados". La opacidad de las cifras oficiales hace que cualquier estadística sea susceptible de ser malinterpretada o simplemente errónea.

Todo esto es lo que ha traído la inmigración. Y el problema no se va a detener aquí. En primer lugar, porque diariamente siguen llegando a las costas europeas miles de inmigrantes (en el momento de escribir estas líneas acaban de llegar solo en un día 7.000 africanos a Lampedusa, pero también ha aumentado el flujo a Canarias, entre 1.000 y 3.000 al día). Las autoridades europeas, ni las de ningún país de Europa Occidental, mediterránea o nórdica, reaccionan con la prontitud, la precisión y la radicalidad que exige lo que puede calificarse de “invasión parasitaria” cuyos efectos ya hoy son deletéreos: vuelco antropológico, étnico y cultural, de las zonas afectadas, negativa reiterada a integrarse, deseo de seguir manteniendo el parasitismo de una comunidad que se reproduce a una velocidad mayor a la de los autóctonos…

La pregunta que cabe formularse ahora es esta: ¿estamos ante una situación que tenga perspectivas de mejorar en los próximos años? ¿Cuántas veces se nos ha dicho que la “reforma de las leyes de inmigración” va a garantizar “regularidad de flujos”, etc, etc? ¿Cuándo alguna de estas leyes ha mejorado la situación? ¿No os dais cuenta de que ahora, no solo España, sino toda Europa Occidental está peor que nunca y que caminos a paso acelerado hacia una guerra civil que va a ser étnica, social y religiosa? ¿Verdaderamente creéis que la Unión Europea está dispuesta a hacer algo más que crear una comisión para “estudiar el problema”?

La triste realidad es que, en este terreno, las cosas se han precipitado en apenas 25 años y no porque no hayan existido avisos de lo que estaba ocurriendo y de lo que iba a ocurrir. ¿Os imagináis ahora que algún gobierno reduzca subsidios a la inmigración? ¿o que expulse a los inmigrantes que han cometido algún delito? ¿o que quite la nacionalidad a delincuentes multirreincidentes que acaban de recibirla? ¿o ponga coto a las abusivas “reagrupaciones familiares” o, simplemente, algo tan sencillo como autorizar estadísticas que permitan reconocer los orígenes de los problemas y habilitar campañas para conjurarlos? ¿Creéis que el PP va a hacer algo parecido, cuando no lo ha hecho en el momento en el que ha podido, tanto con Aznar como con Rajoy? ¿Creéis que el bloque de las izquierdas va a autoamputarse una parte de su intención de voto?

Pues bien, abstraeros y tratar de ver en lo que va camino de convertirse esta España multicultural en apenas 20 años: con millones de puestos de trabajo perdidos por la irrupción de nuevas tecnologías, con una clase media que no es que estará asfixiada, sino que será extorsionada para seguir pagando “los subsidios a los inmigrantes”, so pena de que aumente la delincuencia, la inseguridad ciudadana. Sería paradójico -de no ser por lo ridículo- el haber traído millones de inmigrantes “para pagar las pensiones de los abuelos” y que sean, como era de prever desde el principio, que esos millones de inmigrantes los que pongan en peligro las “pensiones” y, además, tengan a su servicio a la clase media para seguir financiando su estancia y el ritmo de vida de las clases políticas parasitarias

Si tenemos en cuenta que el Ministerio de Trabajo (con la coletilla significativa "...y de Inmigración") va retrasando la edad de jubilación llegamos a la conclusión de que no son los inmigrantes los que llegan para “pagar las pensiones de los abuelos”, sino los abuelos que van a tener que seguir trabajando para pagar los subsidios a la inmigración y evitar una revuelta étnica y social… ¡Felicitaciones a los últimos gobiernos de España!


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El verdadero Estado de la Nación (1): España [in]Defensa

El verdadero Estado de la Nación (2): Un sistema político elogiable en su insignificancia

El verdadero Estado de la Nación (3): Ni matrimonio, ni natalidad: animalismo

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El verdadero Estado de la Nación (6): La catástrofe lingüística de un pueblo

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El verdadero Estado de la Nación (8): El problema irresoluble de la deuda

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