domingo, 1 de octubre de 2023

EL VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN (4). UNA NACIÓN SIN IDENTIDAD Y QUE HA RENUNCIADO A LA SUYA PROPIA

El centralismo no es una lacra del “franquismo”, históricamente es el regalo envenenado de la “revolución francesa” que lo instauró bajo la forma de jacobinismo. Como siempre, el jacobinismo que llegó a España de la mano de los liberales del XIX, generó el efecto opuesto. Dado que defender los fueros regionales y locales, podría ser sinónimo de defensa del “ancien régime”, los sectores liberal-conservadores enunciaron la idea “regionalista” en las últimas décadas del XIX, por un lado, y el “federalismo” por otro.

Se trataba, en ambos casos, de superar el jacobinismo, tratando de equilibrar “nación-Estado” y “región”. Pero el “regionalismo” pronto mostró que este equilibrio era imposible: o se decantaba más hacia lo “regional” o lo hacía hacia lo “nacional”. La fase intermedia era el “federalismo”: que proponía el absurdo de romper los Estados Nación en “regiones” para que, cada una de las cuales, libre e independiente, se “federaran” reconstruyendo la unidad originaria del Estado (idea que hoy sigue manteniendo el PSOE en su programa…). Obviamente, de esas ideas, emanó el independentismo, esto es, el esfuerzo por encontrar motivos históricos, más o menos adulterados y/o inventados ad hoc, para justificar que lo que era una “región” o lo que había sido “un reino” o “un condado” durante la Edad Media, pasara a ser una “nación” en la Edad Contemporánea.

De la misma forma que la idea Imperial, al degradarse, deja espacio para la aparición de Estados-Nación (lo que ocurrió en Europa tras la Paz de Westfalia), la crisis de los Estados-Nación genera la aparición de independentismos locales, cada vez más minúsculos. Los “regionalismos” locales, tras una fase “moderada” (como “nacionalistas”), terminan mutando en “independentismos”, siempre agresivos, aventureros e irresponsables. Lo hemos visto en la Cataluña española con claridad meridiana.

Los “padres de la constitución” pudieron ser engañados (o, más bien, quisieron ser engañados) por la “moderación” de nacionalistas en aquel momento: su ausencia del tablero político durante 40 años y su deslucida y cobarde actuación durante la Guerra Civil, no eran, desde luego, las mejores credenciales para tener un protagonismo en la transición. Pero, a partir de un texto constitucional que les daba la posibilidad de gobernar mediante chantaje cuando ninguno de los dos grandes partidos tuviera la mayoría absoluta, terminaron convirtiéndose en dueños del terreno, por mucho que hoy -menos que nunca-, sus aspiraciones independentistas sean realistas y tengan la más mínima posibilidades de realizarse.


Nada hay más desigual que el "Estado de las Autonomías". El contribuyente catalán, obligado a pagar una televisión pública absolutamente ideologizada, una policía autonómica propia y una estructura burocrática elefantíaca es, por supuesto, el que más paga.

Pero este no fue el único error del texto constitucional, sino el permitir que, en regiones del Estado en las que nunca había existido interés regionalista, se crearan autonomías sin tradición, sin demanda social y que no han servido para otra cosa más que para quemar presupuesto y disparar el gasto público, tender a elefantiasis burocrática y alimentar a las clases políticas regionales. Desde el momento en el que España quedó así parcelada, los problemas se fueron acumulando: en gestión pública (exceso de funcionarios, gasto público y endeudamiento disparatado, parlamentos regionales inflacionando el repertorio legislativo con leyes que, frecuentemente, deben ser recurridas, se olvidan pronto y resultan irrelevantes o inaplicables), sino también en Identidad Nacional, en cultura, en historia y en tradición.

España hoy no tiene, no puede tener, una “historia” propia que se enseñe en las escuelas; lo que se está enseñando son historias regionales, reinventadas en ocasiones, falseadas en otras, y siempre situadas por encima de la historia nacional. El mismo término “nacional” ha sido sometido a degradación: hoy es “nacional” cualquiera que quiera serlo y, para ello le basta con tener un acento específico en el habla o alguna peculiaridad que haga distinta a “Villarriba” de “Villabajo”. Vale la pena significar que los “regímenes autonómicos” ni siquiera han logrado que muchas regiones lograran desarrollarse: la “España vacía” es uno de los resultados del “Estado de las Autonomías” en donde no existe planificación de necesidades y recursos a nivel nacional, ni, por supuesto, estímulos o programas de acción que equilibren situaciones entre regiones.

Lejos de afirmar la "igualdad", los distintos regímenes fiscales autonómicas han convertido España en un mosaico en el que, por cierto, las diferencias impositivas no se corresponden con los servicios prestados, sino más bien con la envergadura de la burocracia regional.

A esto se ha unido la llegada masiva de inmigrantes, considerados desde finales del siglo XX como “necesarios” para “salvar el sistema de pensiones” y que hoy se muestran como un verdadero lastre para nuestra economía, una aspiradora infinita de recursos públicos. Gastan recursos del Estado mucho más que generan ingresos. Decir que la inmigración -en España y en toda Europa- es un grupo social subsidiado, no es decir nada nuevo, pero reconocer que inmigrantes e hijos y nietos de inmigrantes, aferrados a sus costumbres, origen y tradiciones, no tienen nada que ver ni con la cultura, ni con la tradición, ni con la identidad nacional, implica decir que, en las escuelas, resulta hoy imposible enseñar “historia de España”, incluso “historia de Europa” a alumnos de origen africano. ¿Cómo va identificarse un marroquí, o siquiera entender la figura de un Emperador como Carlomagno o lo que fue y supuso el Imperio Español o el Siglo de Oro? ¿Qué puede decir para un alumno de color la literatura de Cervantes o la Odisea por mucho que alguna serie de televisión haya mostrado a un Zeus o a un Aquiles negros? Es más ¿qué puede pensar un alumno africano, cuando ninguno de los teoremas y leyes científicas o de las filosofías que le van a enseñar en las escuelas está protagonizada por ningún rostro africano? Y esto es algo que, con toda la ideología wokista imponiendo cuotas de presencia africana en películas, series y anuncios, nunca se logrará remontar.


La pregunta obligatoria a la hora de plantear la multiculturalidad de las escuelas es ¿qué hay que hacer? ¿seguir defendiendo una identidad propia y afirmarla (necesaria para asegurar la coherencia de la Nación) o renunciar a cualquier rasgo identitario en la escuela para no ofender y evitar que se sientan minusvalorados alumnos de grupos étnicos no europeos (creyendo que la transmisión de "valores democráticos" basta para garantizar la coherencia de la sociedad, algo que en toda Europa ha fracasado? 

El resultado es que, ni siquiera en la educación es posible transmitir la “identidad española”: entre el tributo pagado a los regionalistas-nacionalistas-independentistas y el anotado a la inmigración, hoy, resulta imposible definir y transmitir los rasgos de la identidad española, que, sin embargo, existen y son muy acusados, pero que todo esto nos ha obligado a renunciar hasta el punto de que una vicepresidenta de gobierno ha definido a España como “nación de naciones” (que es cómo definir a una naranja como “fruto de gajos”, evitando el término “naranja” que puede resultar “ofensivo” y minusvalorar a los gajos…).

¿Cómo puede evolucionar el problema de la identidad nacional en los próximos años? Desde luego, parece evidente que, lejos de solucionarse, se irá agravando. De hecho, en el momento en que escribimos estas líneas, se está debatiendo sobre una ley de amnistía para Puigdemont y para otros dos mil acusados en distintos procesos generados por la intentona soberanista de 2017, que se uniría a las medidas de gracia ya acordadas, ninguna de las cuales ha venido acompañada de la manifestación de no reincidencia, sino todo lo contrario: todos los beneficiados han repetido por activa y por pasiva el mantra de “lo volveremos a hacer”. De actuar de otra manera, perderían votos independentistas que irían a parar a otra formación rival.

Y, en el caso de que, en el futuro, un eventual gobierno del bloque de las derechas gestionara el poder, esto tampoco cambiaría: lo hemos visto en los momentos de gobierno del PP, tanto con el “hablar catalán en familia” de Aznar que concedió a Pujol todo lo que le pidió, incluso la destrucción del PP en Cataluña, como con Rajoy que, durante su mandado permaneció ajeno al “problema catalán”, optando por la judicialización del problema soberanista, pero en absoluto contratacando políticamente. Así pues, no pueden quedar hoy esperanzas, siendo realista, de que el bloque de las derechas consiguiera reconstruir y hacer valer la “identidad nacional” y reformar el sistema autonómico (del que la derecha también es beneficiaria de todos los problemas que genera).

La absoluta imposibilidad para resolver este problema por las vías democráticas ensayadas hasta hoy, permite preguntar: ¿Qué preferís: una Nación con identidad propia en la que quede claro que el “todo” es superior a las “partes”, con una identidad, una historia, una misión y un destino nacional, que planifique necesidades a nivel nacional” y no esté sometida a los chantajes nacionalistas/independentistas, o una “Nación de Naciones” en permanente centrifugación, inviable en el contexto de la modernidad?