sábado, 14 de octubre de 2023

EL VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN (8): El problema irresoluble de la deuda

Un hogar es inviable si el nivel de gastos es superior al de ingresos. Resulta absolutamente impensable que una familia pueda vivir eternamente del crédito. Antes o después -y, más bien antes que después- se produce el crack y la inviabilidad de la situación se manifiesta con embargos, negativa a nuevos créditos, precariedad y banca rota. Pues bien, lo que es comprensible para la economía familiar, es igualmente admisible para un Estado. A una escala mayor, también el volumen de los gastos debe ser, como mínimo, iguales a los ingresos y, en caso de existir endeudamientos, éste debe ser puntual y limitado.

Antes, con la paridad dólar-oro, era posible limitar los gastos, pero a partir de principios de los años 80, cuando a los EEUU les resultaba imposible mantener los costes de la guerra del Vietnam, el presidente Nixon abolió esa paridad: a partir de ese momento, los EEUU ya no tenían que responder con oro el volumen de moneda emitida. Durante décadas -incluso en nuestros días- las bolsas norteamericanas han recibido diariamente miles de millones en yenes, en petrodólares, en monedas europeas y en yuanes, que han permitido al Estado norteamericano disponer de un sistema militar insensato y desproporcionado que garantizaba su dominación sobre amplios territorios del planeta. Un gasto que, sobre todo, ha tenido consecuencias deletéreas para la sociedad: caída en picado de la capacidad adquisitiva de los  salarios, una pérdida continua del valor de la moneda (a medida que se imprimían más dólares, éstos valían cada vez menos) y, sobre todo, un aumento de las desigualdades sociales y una variación completa en la estructura de la pirámide social. El resultado final es que la pirámide social ha alterado completamente su estructura (la cúspide se ha ido empequeñeciendo y aumentando en altura y distancia, mientras que las clases medias se ven cada vez más presionadas fiscalmente y aumenta el número de personas en la pobreza o en el umbral de la pobreza).

En los EEUU, en estos momentos (2023) la deuda pública asciende a 32 billones de dólares (29 millones de euros). La deuda se disparó a partir de 1981, coincidiendo con la llegada de Ronald Reagan al poder y el triunfo del neoliberalismo. Desde entonces no ha dejado de ascender, con particular rapidez en el período 2020-22, en donde ha aumentado lo mismo que en el período 2007-2013. El aumento de la deuda, no se ha traducido en mejoras en el nivel de vida de los ciudadanos, que ha ido empeorando más y más. Tampoco se ha registrado una mejora de las infraestructuras, cada vez más obsoletas, incluso en los aeropuertos internacionales. Ni, por supuesto, en la educación: en estos momentos, 43 millones de norteamericanos tienen dificultades para leer y escribir, sobre 331,9 millones de habitantes. Casi el 15%. De ellos 16 millones son completamente analfabetos y el resto, incluidos algunos conocidos raperos y cantantes, son “analfabetos estructurales”. El problema es que el “modelo social” de los EEUU tiende cada vez más a universalizarse en otros países, incluida España. También aquí, el analfabetismo tiende a ganar terreno: en España supone, hoy, un 1,7%, esto es, 700.000 adultos mayores de 16 años. Cada vez existen más alumnos que han abandonado los estudios primarios y se aproximan a esa definición.

Esto implica que el neoliberalismo es capaz de endeudarse, pero no de aportar mayores niveles de conocimiento y seguridad a la población. Es más, da la sensación de que algunos grupos de presión y miembros de la clase política se sienten muy cómodos difundiendo programas educativos que tiendan a la aculturización de las masas. Pero, mientras ese proceso sigue avanzando implacablemente, la deuda pública no deja de aumentar.

Básicamente, se reconoce que los gobiernos del bloque de las derechas son más cicateros con el nivel de subsidios y subvenciones, mientras que los del bloque de las izquierdas, tienden a comprar el voto mediante ayudas sociales. No creemos que haya muchos que nieguen esta realidad, pero lo cierto es que, la deuda va aumentando con gobiernos de izquierdas y con gobiernos de derechas. Y de manera imparable desde que, en 2008 Zapatero, literalmente, “reventó” el superávit que se había amasado durante el aznarato, concediendo subsidios por valor de más de un cuarto de billón de euros con los Planes E y E-2010, que sólo sirvieron para garantizar los beneficios de los constructores amigos de los poderes municipales, sembrando de rotondas todo el país. Prácticamente nada de esos 250.000 millones de euros sirvió para crear empleo, sino solamente para retrasar, entre uno y tres meses, el ingreso de miles de obreros de la construcción en el paro.


La evolución de la deuda entre 2007 y 2021: en el momento de escribir estas líneas, la deuda se sitúa en 1,5 billones de euros: la compra de votos mediante subsidios y el establecimiento de las taifas autonómicas para mayor gloria de Pedro Sánchez, las pagaremos nosotros y nuestros hijos.

Desde entonces, la deuda no ha dejado de crecer. En la actualidad, asciende a 1.569.000 millones de pesetas. ¡Más de un billón y medio! Y sigue subiendo. Solamente en 2024 el Estado deberá pagar entre 40 y 50.000 millones de euros en intereses. Está en el 113% del PIB y entre 2022 y 2023 ha crecido casi un 8%. El hecho de que, en 2019, la deuda todavía estuviera por debajo del 100% del PIB ha sido atribuida por el gobierno a la “pandemia”. Pero lo único cierto es que, gracias a la pandemia, la inflación quedó congelada durante algo más de un año…

Las explicaciones dadas por los ministros económicos del gobierno son tan absolutamente densas e inextricables, como simple es la respuesta: cuando en una casa se gasta más de lo que se ingresa, ese hogar va directo a la ruina. Hasta ahora, nadie, absolutamente ningún gobierno del bloque de izquierdas ha propuesto lo que, sin duda, sería la medida más razonable: la contención del gasto público. Tampoco el PP ha insistido en esta medida. Ninguno de los dos partidos mayoritarios ha proclamado la necesidad de remitir el gasto de la administración, cesar de repartir dinero de manera irresponsable a partidos, sindicatos, ONGs, y, por supuesto, nadie se ha atrevido -de nuevo- a coger el toro por los cuernos y proponer la eliminación radical y de un plumazo de alguna de las administraciones: o diputaciones provinciales o autonomías, o lo que sería mejor, ambas.

Ningún partido ha hablado de la disminución necesaria del número de funcionarios. E, incluso, en las actuales circunstancias próximas a la bancarrota nacional, el gobierno ni siquiera ha reaccionado con un NO rotundo a la pretensión de Carles Puigdemont de condonar 50.000 millones de la deuda de la gencat de Cataluña (que supone casi la mitad de los 90.000 millones de euros del ente autonómico). Lo más desquiciante es que la deuda de la gencat se disparó desde los años en los que el “soberanismo” apostaba por la independencia y había popularizado el “España nos roba. De hecho, antes, la deuda catalana se disparó durante la gestión de Maragall al frente de un tripartido (en el que estuvo el origen del ”nou estatut” y de la embestida independentista). En aquellos años (2003), no pasaba de 10.000 millones de euros, pero en el período de máxima tensión independentista ya había ascendido a 78.000 (2018) y en los años siguientes, se disparó a los 85,5 actuales (2023).


El destrozo aportado por las políticas socialistas en cifras: Zapatero y Sánchez han constituido dos verdaderas tragedias económicas para nuestro país.

Obviamente, el destino del PSOE es tributario (desde principios de los 80) del voto comprado mediante subvenciones. Su responsabilidad es extrema: en cada elección, el socialismo y sus acólitos de extrema-izquierda, se han visto obligados a prometer más y más subsidios (la última patochada ha correspondido a la idea demencial de Yolanda Díaz de dar a todos los jóvenes una “herencia universal” de 20.000 euros al cumplir los 20 años). Además, el electorado socialista ha ido cambiando: ya no son trabajadores los que constituyen lo esencial del voto de izquierdas, sino funcionarios públicos, empleados de ONGs y de chiringuitos subvencionados, profesionales jóvenes progresistas y, sobre todo, inmigrantes recién nacionalizados, Estos son sus “nichos” de votos. De ahí que el socialismo tenga prisa por naturalizar y subsidiar a cuantos más inmigrantes mejor y a que el flujo de recién llegados se siga manteniendo como en los años del zapaterismo.

Pero la deuda no puede crecer indefinidamente, en especial en un país como España sin un modelo económico definido (tras el hundimiento del modelo de Aznar). En la actualidad, no se puede fiar el pago de la deuda gracias a los beneficios generados por el turismo y la construcción, o a una presión fiscal creciente sobre la clase media. El turismo parece haber llegado a su límite: este año han venido más turistas… pero las pernoctaciones han sido menos y los ingresos iguales a los anteriores a la pandemia. La ocupación ha llegado al 90 e incluso al 98%... pero eso no quiere decir gran cosa: no hay “mas” plazas hoteleras, sino “menos” (muchos establecimientos han cerrado).

Y, en cuanto a la construcción, las reticencias de los bancos a conceder hipotecas, los aumentos del precio de la vivienda, el parque de viviendas vacío y la inseguridad generada por miles de okupas que campan a sus anchas, además de la inadecuación del sector a las nuevas tecnologías, hace que no puede considerarse como un sector económico al que pueda confiarse el enjuague de la deuda, sino más bien como un sector de muy bajo valor añadido.

Por otra parte, la presión sobre la clase media ya ha llegado a su límite. En algunos casos, los impuestos directos llegan al 40% de los ingresos por trabajo. La presión sobre la clase media no es, desde luego, una medida inocente: todas las ideas, los proyectos y las revoluciones del siglo XX, han partido de este grupo social, por tanto, presionándolo, asfixiándolo y obligándole a replegarse a lo individual, sumiéndolo en una inseguridad absoluta, se evitan los riesgos que pueden generar ideas nuevas o propuestas revolucionarias. Y, en este terreno, todos los partidos mayoritarios han sido cómplices del mismo proyecto de desmantelamiento de la clase media.



En otro tiempo, el Estado enjugaba su déficit gracias a los beneficios reportados por las “empresas públicas”. Algunas eran rentables, otras no, pero en tanto que constituían “servicios públicos”, contribuían a la estabilidad general de la sociedad. A partir de la transición, que coincidió con la etapa de ascenso del neoliberalismo de la mano del tándem Tatcher-Reagan, se convirtió en un dogma económico el que el Estado se deshiciera de todo su patrimonio, incluso del más rentable económicamente o del que rendía mayores servicios sociales. Así se hizo. Antes, en la Iberoamérica de los años 70 ya se había intentado la misma técnica: conseguir que los Estados se endeudaran con el Fondo Monetario Internacional, hasta extremos que no podían pagar; al vencer los plazos de devolución de la deuda, se obligó a esos Estados a vender su patrimonio para pagarlo. No fue una consecuencia indeseada de la política del FMI, sino una campaña consciente de saqueo de los Estados en beneficios de las corporaciones y de los fondos de inversión.

Esto también ha ocurrido en España. El desguace del Instituto Nacional de Industria, privó al Estado de parte de sus ingresos y el resultado de la liquidación de empresas se dilapidó pronto. El resultado es que hoy, España no es soberana económicamente. El país cree que está dirigido por los políticos que elije durante las elecciones, pero, en realidad, los que gobiernan en España, los que indican qué debe o no debe hacer el Estado, cuáles son las políticas que convienen o que deben ignorarse, son los tenedores de la deuda, aquellos que, con la amenaza de hacerla efectiva, mantienen atado de pies y manos a los gobiernos de derechas o de izquierdas.

Fondos de inversión, consorcios multinacionales, empresas de capital-riesgo, los propietarios de la deuda española tienen en sus garras al Estado Español. Constituyen el verdadero poder, mientras que la clase política no pasan de ser pobres títeres amaestrados que bailan al son de la música que los tenedores de la deuda tocan para ellos. Ni un solo político, ni en España, ni en país alguno de Europa Occidental, se vería con valor de oponerse a los designios de este poder anónimo, so pena de que, inmediatamente, empezara a sufrir campañas de fakes news, de acoso y derribo mediático o, estimularan movimientos sediciosos o subvencionaran a adversarios políticos. Ni uno.

Vale la pena ser claros en este terreno: España, hoy, no es soberana. Y el problema de la deuda, no va a menos: crece cada hora que pasa. La absoluta imposibilidad para resolver este problema por las vías democráticas ensayadas hasta hoy, permite preguntar: ¿Qué preferís: seguir con la ficción de que “España va bien”, de que el gobierno está en “champions” o que “Las cifras macroeconómicas son altamente favorables”, así hasta la bancarrota final, o bien encarar el problema con un gobierno fuerte que reduzca en un máximo de 10 años la dependencia del país a sus acreedores, garantice un aligeramiento de la administración, la liberación de gastos inútiles, de instituciones inservibles y prescindibles, de una clase funcionarial parasitaria puesta por los partidos mayoritarios y, en general, una contención del gasto público?

Lo primero es lo deseable. Pero lo segundo es lo único que están en condiciones de hacer los partidos políticos mayoritarios y lo que han hecho hasta hoy en día. Y no ningún motivo para creer que esto va a ser así en los próximos años.


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El verdadero Estado de la Nación (1): España [in]Defensa

El verdadero Estado de la Nación (2): Un sistema político elogiable en su insignificancia

El verdadero Estado de la Nación (3): Ni matrimonio, ni natalidad: animalismo

El verdadero Estado de la Nación (4): Una nación sin identidad y que ha renunciado a la suya propia

El verdadero Estado de la Nación (5): Sin modelo económico desde hace 15 años

El verdadero Estado de la Nación (6): La catástrofe lingüística de un pueblo

El verdadero Estado de la Nación (7): La inseguridad se ha convertido en el pan nuestro de cada día

El verdadero Estado de la Nación (8): El problema irresoluble de la deuda

El verdadero Estado de la Nación (9): El trabajo, un bien que se extingue

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