martes, 3 de octubre de 2023

EL VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN (5): SIN MODELO ECONÓMICO DESDE HACE 15 AÑOS

El modelo económico del felipismo fue, en un primer momento: “acondicionar la economía española a las exigencias de ingreso en la Unión Europea”. Una vez dentro, el gobierno socialista español quedó maravillado por las ofertas económicas de la UE: y entonces se trató de aplicar las políticas de “reconversión industrial” que, básicamente, pueden resumirse así: liquidar sectores enteros de la industria estratégica a cambio de cantidades económicas para poner en marcha otros sectores de la economía. Se cerraron cientos de grandes empresas y centros industriales y se convirtieron a los trabajadores en prejubilados, propietarios de bares o de pequeños comercios... en una época de crisis y recesión del pequeño comercio. Nunca como en la segunda mitad de los años 80 se cerraron tantas grandes empresas y se abrieron tantos y tantos bares en cada esquina con las indemnizaciones recibidas por los antiguos trabajadores de astilleros, de siderurgia, de minería…

Este flujo económico permitió simular que se estaba produciendo una “reconversión”: los sindicatos e infinidad de chiringuitos empezaron a ofrecer “cursillos de formación”, subsidiados, por supuesto, de ínfima calidad. Cuando subió al poder José María Aznar, el flujo de “fondos estructurales” alcanzó su máximo y le permitió establecer un “modelo económico” (salarios bajos, acceso fácil al crédito, inmigración masiva y turismo y construcción como motores). El modelo tuvo un éxito momentáneo, pero nos situó en la antesala de la gran crisis económica de 2008-2011, como uno de los países más afectados. En ciencia se dice que más vale tener una mala teoría que no tener teoría: otro tanto ocurre con los “modelos económicos”. El de Aznar era “malo” y, de hecho, nos llevó a la catástrofe, pero lo que vino con Zapatero y con los gobiernos posteriores, ha sido peor: simplemente, no ha existido modelo económico alguno: ZP nunca fue consciente de por qué la economía crecía ni llegó a entender porque, en un momento dado, todo se paralizó; habilitó dos programas de ayuda a la construcción que quemaron literalmente en medio año 250.000 millones de euros, iniciándose la espiral de la deuda que todavía hoy sigue creciendo. Rajoy, preocupado por evitar una intervención completa de la economía española, se limitó a cumplir las exigencias europeas e, incluso, en campaña electoral, volvió a proponer -eso sí, con la boca pequeña- el modelo aznarista basado en la construcción… Y en cuanto a Sánchez, el tema ni siquiera le ha preocupado, toda su filosofía económica se basa en mendigar fondos de la UE y en retrasar las explicaciones sobre su empleo.


El de Aznar fue un mal modelo económico, pero cuando subió ZP todavía estaba vigente. Éste, nunca entendió porqué la economía iba bien y al día siguiente dejó de ir bien. Con él se inauguró la era del "déficit impagable y insalvable". Y en eso seguimos.

Pero la existencia de un “modelo económico” es vital para un país. Establecerlo implica describir el cauce por el que va a transitar ese país: los inversores saben a qué atenerse, los jóvenes qué estudiar y prepararse a la vista de qué sectores estarán en auge. Incluso será posible saber si es necesario atraer inmigración, que tipo de inmigración se requiere y qué formación exigir a los recién llegados. La planificación económica es importante para la programación de estudios universitarios, para cuantificar y prever la evolución de los gastos y de la inversión, para establecer mecanismos de financiación…

Ahora bien, cuando la planificación no existe, cuando el gobierno de turno se ha mostrado incapaz de definir un modelo económico, consensuarlo con la oposición y ponerlo en práctica, entonces la población debe fiarse de la mentira, de la publicidad, de la difusión de noticias tan triunfalistas como falsas sobre el estado de nuestra economía y el maquillaje de las cifras. Nosotros estamos en la actualidad en ese momento: nadie es capaz de explicar que la economía española se encuentra en un callejón sin salida y que la ruina espera al final del camino hasta comprometer la existencia misma de nuestra sociedad y su viabilidad.

No dramatizamos: a causa de los designios de la UE para España, nuestro país se ha convertido en país de servicios. Ni turismo ni construcción -considerados como los “motores de la economía española” por el aznarismo- son sectores de “alto valor añadido”, sino más bien de todo lo contrario. Con un sector primario cada vez más amargado por la legislación europea y sin planificación, ni objetivos, ni horizontes, y con unas instituciones europeas que lo desorientan tanto como las iniciativas del gobierno español del bloque de izquierdas (veganismo y demás consejos dietéticos, amor a los animales, cambios alimentarios, tanteo sobre la ingesta de proteínas y complementos proteínicos procedentes de insectos, etc) que ha renunciado a defender las posiciones del sector primario español en la UE, admitiendo el alud de normativas legales a aplicar y la importación masiva de alimentos procedentes del Magreb en donde tales normativas, ni se aplican, y apenas se controlan, se está profundizando en el desguace también de ese sector.

Aznar olvidó que la construcción no puede prolongarse indefinidamente, ni siquiera los economistas fueron capaces de explicar por qué cuanto más se construía (más oferta, por tanto), y con una demanda constante, los precios tendían a subir. Ni él ni los anteriores o posteriores gobiernos españoles han entendido que convertir España en un país de camareros y sirvientas de hotel, y apostar por un sector en el que las modas pueden cambiar bruscamente de un año para otro (a causa del “cambio climático”, o de la competencia ejercida especialmente por los países del Este de Europa y del Adriático) puede resultar suicida. En cuanto al proyecto de Aznar de convertir la Costa del Sur de España, Canarias y Baleares en paraísos para jubilados europeos, se estrelló con la realidad: el país es cada vez más caro y lo que hace veinte años era un destino ventajoso para jubilados ingleses, holandeses y alemanes, hoy no lo es tanto; y, por otra parte, la mayoría de esos jubilados huían de la delincuencia, la inseguridad ciudadana y han terminado encontrando con que en España aumentaba cada día más.

Seamos claros, no hay modelo económico español, ni siquiera los últimos gobiernos han experimentado la necesidad de elaborar uno. Se limitan a ir, como los peces muertos, a favor de la corriente; tienden a pensar -en una de sus fantasías liberales- que el “sector privado” marcará el paso y terminará por generar automáticamente un modelo surgido de la “libre competencia”. Error, porque, incluso en el caso de que la economía funcionara así -y ya no responde en la Cuarta Revolución Industrial a los mismos cánones que en las dos primeras- la empresa privada precisa del concurso del Estado para poder ampliar sus objetivos y al Estado le corresponde también coordinar iniciativas, apoyar financieramente a unos proyectos.


El rasgo central de la Cuarta Revolución Industrial va a ser la pérdida de trabajos de baja cualificación y la creación de unos pocos miles de empleos en cada país de alta cualificación. Podemos imaginar lo que eso supone en un país sin modelo económico.

Nos encontramos actualmente ante una etapa de liquidación de franjas enteras de oficios y profesiones (y no solo que ocupan a personal con baja cualificación, sino incluso a licenciados universitarios). El Estado es el único que tiene medios, autoridad y capacidad para prever estos reajustes en el mercado laboral y operar en consecuencia. Y no basta -por un simple problema de dignidad- que cuando los robots reemplacen a 300.000 reponedores y cajeras de supers, cuando otros 300.000 taxistas y conductores de Uber, Cabify, etc, queden en paro por los vehículos guiados por GPS, o cuando un número indeterminado de transportistas y de servicios de mensajería queden sustituidos por drones y vehículos dirigidos a distancia o con que los miles y miles de alumnos que quedan fuera del sistema educativo a causa del fracaso y del abandono escolar, baste con el “salario universal” para satisfacerlos.

Pero seamos claros: en el momento actual, desde el Foro de Davos, hasta el último gobierno occidental tienden a apostar por este “salario universal” (no vinculado a ningún tipo de prestación: ni a la realización de servicios sociales, ni a la limpieza de bosques, ni al cuidado de ancianos), olvidando que la falta de actividad, el levantarse cada día sin una misión específica que realizar, sin un trabajo que seguir, en las actuales circunstancias, no llevaría a la mayoría a seguir cursos de enriquecimiento cultural o capacitación profesional, sino que sería un estímulo para sumergirse en los mundos virtuales del metaverso que estará plenamente desarrollado entre 5 y 8 años, encerrarse en una habitación alternando videojuegos con pornografía on line, alimentándose de comida-chatarra y al consumo de sustancias relajantes legales e ilegales. Y de ahí al aumento de las psicopatías no hay más que un paso. Por otra parte, la diferencia entre “salario social” y “salario mínimo” será tan pequeña que no supondrá ningún estímulo para salir a buscar trabajo.

Si este es el futuro que queremos para nuestros hijos o para nosotros mismos a la vuelta de, entre, cinco y diez años, no hay nada más que seguir aceptan las políticas (o, más bien, la ausencia, de políticas económicas) de los últimos gobiernos. Si alguien cree que una sociedad así planteaba es viable y que podrá mantenerse en pie mucho tiempo, unida al problema, prácticamente irresoluble en el actual marco político, de aumento de la deuda, debería aceptar que confundir fantasías con realidad y creer los mundos de fantasía en los que nos sumergen las “cifras macroeconómicas oficiales” son dogmas intocables, es el mayor error que puede cometer una comunidad nacional en este primer cuarto del siglo XXI.

Pero, reconozcamos, que ni el bloque de izquierdas, ni el bloque de derechas, tiene una fórmula salir de este empantanamiento ni valor para entrar en ruptura con los dogmas “económicamente correctos” (liberales y/o neoliberales) hoy dominantes.


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