No es cierto que una dictadura sea un gobierno de facto aborrecible en todos los casos. Ni tampoco que exista solamente una forma de “dictadura”. Ni siquiera es cierto que sea un régimen criminal y asesino o que sea inferior a las democracias.
Porque vale la pena dejar sentado este primer
axioma: cualquier forma de gobierno es lo que son sus dirigentes. El jurista
italiano Francesco Carnelutti ya dijo que “Es bastante más preferible
para un pueblo tener malas leyes con buenos jueces que malos jueces con buenas
leyes”. El mismo jurista, por cierto, tenía también algo que decir
sobre leyes “garantistas” y multiplicidad de parlamentos y de organismos
capacitados para emitir “leyes”: “Las leyes están sujetas a inflación, y
esta experiencia no hace más que aumentar día a día: así como la inflación
monetaria perjudica el valor del dinero, la inflación legislativa resulta
perjudicial para el valor del dinero”. El filósofo italiano Julius
Evola sostenía en su Rivolta contro il mondo moderno que: “si un
Estado poseyera un sistema político o social que, en teoría, fuera el más
perfecto, pero cuya sustancia humana estuviera mancillada, ese Estado tarde o
temprano descendería al nivel de las sociedades más bajas, mientras que un
pueblo, una raza capaz de producir hombres verdaderos, hombres de recta
percepción e instinto seguro, alcanzaría un alto nivel de civilización aunque
su sistema político fuera defectuoso e imperfecto”.
Todo esto para decir que los “regímenes” son lo que son los
hombres que están al frente de los destinos de los pueblos. Por lo tanto,
inicialmente, ningún régimen es rechazable. Cada uno se adaptará a las
situaciones antropológicas, de lugar y de tiempo que marcan los ciclos
históricos.
Parece muy claro que en períodos en donde predomina la idea
“patriarcal”, el modelo adoptado sea el del Imperio, de la misma
forma que cuando se manifiestan períodos “matriarcales”, se tiende a la
preponderancia del “demos”, del pueblo. Ambos extremos pueden
asimilarse a símbolos eternos: el Sol, indicando fijeza, centralidad,
inmovilidad, remite a la idea imperial, mientras que el “demos”, sometido a
cambios continuos, sin luz propia, sino con una luz que el reflejo de otra,
aproxima al “demos” al símbolo de la Luna. Masculino y femenino, fijo y
mutable, con luz en sí y luz como reflejo.
Nuestra época, visiblemente, se corresponde a una etapa en la que
predomina el “demos”, ya sea con los valores de “libertad – igualdad –
fraternidad”, enunciados por la revolución francesa, revalidados por la
revolución soviética de 1917 y rescatados de nuevo por el movimiento
contestatario de mayo del 68, o bien los valores de “igualdad – inclusión –
diversidad”, deducidos de la Agenda 2030, promovida por la ONU y sus agencias
internacionales, especialmente por la UNESCO. Pero, incluso, enarbolando tales
valores, ello no implica que los gobiernos que los hacen suyos sean “gobiernos
justos”. Con demasiada frecuencia hemos visto como campañas de desinformación y
operaciones psicológicas, son capaces de condicionar la opinión de las
poblaciones e imponer eslóganes cuyos resultados objetivos desmienten su
eficiencia real. Recientemente hemos visto como la Ley del “Si es sí”,
presentada por sus promotores como la panacea contra la “violencia machista”,
no solamente ha puesto en libertad a cientos de violadores, algunos de los
cuales han reincidido, sino que, lejos de atajar la violencia doméstica, ésta
parece haber crecido en relación a años anteriores. Desde el momento en el que
la “corrección política”, prohíbe determinados planteamientos, el resultado es
la imposibilidad para emitir un diagnóstico sobre los orígenes de los problemas
y una incapacidad para emitir un tratamiento. Al no existir posibilidad de
realizar una etiología correcta se termina atribuyendo la patología a elementos
que tienen poco que ver con la enfermedad.
Pero, incluso, en una época en la que el “demos” es el elemento preponderante del orden político, hay circunstancias en las que el propio “demos” debe reconocer, si es que tiene todavía capacidad para ser objetivo y remontarse al origen de sus problemas, que la normativa legal emanada por los “organismos legislativos” elegidos democráticamente (parlamento europeo, parlamento nacional, parlamentos autonómicos), ni por “instituciones internacionales" (a las que nadie ha elegido, ONU, UNESCO, OMS, FMI) sirven para resolver el normal desarrollo de una sociedad. Así mismo, el “demos” debería plantearse, hasta qué punto gobiernos (esto es “poder ejecutivo”) que gobiernan en función de “decretos-ley” (cuando cualquier ley debería de emanar del “poder legislativo”), o cuando el “poder judicial” es objeto de una lucha enconada por parte de los partidos por su control (desmintiendo su “independencia”), pueden ser considerados como “expresiones de la voluntad popular”.
Todo esto nos permite afirmar que “democracia” o “dictadura”, gato
blanco o gato negro, lo importante es que esté dirigido por personas honestas,
rectas de intenciones y eficientes en su gestión.
Todo lo demás pasa a un plano muy secundario, especialmente en momentos de
crisis generalizada, como el nuestro.
Cabe preguntarse, ¿cuándo una democracia deja de cumplir su
misión, se convierte en un factor de caos, pasa a ser promotor de
desintegración nacional (que repercutirá inmediatamente en la población) y no
permite augurar ningún futuro a las generaciones venideras? Porque, en ese
momento es cuando el “demos” tendrá algo que decir. Y si el “demos” no es capaz
de movilizarse en defensa de sus propios intereses, al estar sometido a una
terapia de “narcosis social” a través del bombardeo mediático, de informaciones
falsas, de ocultación de problemas reales o de simple entertaintment
(streamings, realidad virtual, porno gratuito a través de internet), parece
evidente que se llegará a una situación de parálisis que implicará la pérdida
de años decisivos y la colocación de una sociedad al borde de la ruina,
haciendo problemático su persistencia. En esos casos será necesario lo que,
eufemísticamente, se ha llamado, la presencia de un “cirujano de hierro”, un
“golpe de timón”, un “enderezamiento del rumbo” o, si se prefiere, a la vista
de que los sistemas políticos democráticos se blindan ante este tipo de cambios
necesarios con artículos constitucionales que eternizan situaciones de crisis
hasta el hundimiento final, el establecimiento de una “dictadura”.
Hará falta preguntarse ahora, si la situación que está viviendo
España en el año 2023, es lo suficientemente grave como para que solamente una
dictadura pudiera resolver los problemas acumulados.
Vamos a identificar quince problemas que no son nuevos, sino que
se van agravando cada mes que pasa y cuyo origen se puede remontar a los años
del desarrollismo franquista.
LINKS DE LA SERIE
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (1) – Sobre las dictaduras de nuestro tiempo y España
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (2) – Cuando un golpe de Estado puede ser la solución a recurrir
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (3) - ¿Hay solución dentro de la constitución?
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (4) – Condiciones necesarias para un golpe de Estado
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (5) – La técnica golpista: justificaciones
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (6) – La técnica golpista: la práctica (A)
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (7) – La técnica golpista: la práctica (B)