Habrá quien sostenga que la crisis de Estado que atraviesa España
en estos momentos, es circunstancial y que, antes o después, de impondrá la
cordura, el sentido común y el sentido del Estado, tanto entre la población
como en las cúpulas de los partidos políticas. Alguien podrá pensar que las
crisis no son eternas, sino que, “cuando se toca fondo”, siempre el país se
recupera y habrá quien recuerda la sentencia de Bismarck sobre España diciendo
que desde hace siglos estamos intentando destruirnos pero que nunca lo
conseguimos del todo. De todas estas opiniones, incluso la de Bismarck, es
errónea. Se refieren a otras experiencias y períodos en la historia de España: pero,
de la misma forma que un traje recién estrenado que tiene una pequeña mancha
de grasa, no costará mucho quitarla, pero en otro traje, ajado por los años y
el uso, manchado por todas partes, resulta imposible restituirle su brillo
originario, así mismo, una nación, a partir de cierto nivel de decadencia,
resulta completamente irrecuperable. Esta es la situación de España en estos
momentos. La sociedad española, aquí y ahora, está enferma. Sufre múltiples enfermedades, pero no existe ningún "especialista" con valor suficiente para diagnosticarlas... porque, precisamente, han sido esos mismos especialistas quienes las han generado.
La sociedad española, en su conjunto, parece incapaz de generar
hombres y mujeres dignos de tal nombre. Las parejas ya no producen hijos. Los
padres de los pocos que nacen, se encuentran con una escuela que no educa,
apenas informa y no forma en absoluto el carácter: y ellos carecen de tiempo
para hacerlo. Nadie, por otra parte, les ha
informado cómo educar a una nueva generación que, desde muy niños, se han
habituado al “chupete electrónico”. Antes, los abuelos educaban a los hijos
cuando los padres estaban en el trabajo, pero, ahora, la brecha generacional
(unido a otras mutaciones culturales) hace que los “nativos digitales” tengan
muy poco que ver con el mundo de los abuelos.
Las concepciones “progresistas”, por fin, han terminado desarmando
cualquier posibilidad de recuperación: lo normal, cuando una vía se ha
demostrado errónea, sería tratar de rectificar el rumbo y, sobre todo, hacerlo
en dirección opuesta a la que ha generado todos los problemas que estamos
viviendo en estos momentos. Pero, el progresismo sostiene que es preciso
“avanzar”, “profundizar”, entendiendo por esto, ir más adelante en la misma
dirección emprendida, entendiendo que, a pesar de
que no nos haya llevado al mejor de los mundos, sino todo lo contrario, es
precisamente porque no se ha aplicado íntegramente y en todos los campos: así
pues, para comprobar si el progresismo conduce a la ruina o a un mundo feliz,
es preciso apurarlo hasta el final. Criterio suicida y, sin embargo,
generalizado, incluso entre la “derecha progresista”. Signo de los tiempos.
Pero los tiempos van en una dirección muy distinta a la que habían
previsto los progresistas desde principios de los 90: a nivel internacional,
el Nuevo Orden Mundial planificado por los EEUU tras el hundimiento de la URSS
y la guerra de Kuwait, ya no existe. Tras un período de “unilateralismo”
norteamericano que acompañó al fenómeno económico de la globalización y al
fenómeno ideológico-cultural del mundialismo, el conflicto ucraniano ha
partido al mundo en dos: “Occidente” (los países de la OTAN) y los BRICS
(países disidentes del unilateralismo norteamericano). Los primeros -España
entre ellos- son solamente vasallos del Pentágono y del Departamento de Estado norteamericano.
Harán lo que se cueza en esos laboratorios estratégicos. Los BRICS, por su
parte, a pesar de que tienen distintas orientaciones y principios, intereses
diversos, están de acuerdo en algo: el mundo debe ser multipolar. Si bien el
interés chino es convertirse en la factoría mundial que fabrica desde un
tornillo hasta un satélite interplanetario, uniendo lo peor del capitalismo
(el consumismo) a lo peor del comunismo (la masificación) y el de Rusia
es preservar su seguridad y su independencia, mientras que las potencias
regionales ascendentes -India y Brasil, pero especialmente la primera- aspiran
a un papel económico que les reporte fondos suficientes para aumentar el nivel
de vida de su población, lo cierto es que todo apunta a que plantearán la
batalla económica en un terreno en el que los EEUU no estaban preparados:
contra la hegemonía del dólar. Cuando decidan hundir al dólar como moneda
de cambio internacional -y lo harán lanzando una divisa común, digital o
convencional- EEUU estará abocado a un desplome similar al que sufrió la
URSS en el período 1988-2001.
Al multilateralismo puede llegarse mediante el pacto (como desean los conservadores trumpistas en EEUU) o mediante la carrera armamentística (en la que EEUU va perdiendo posiciones diariamente). Así pues, España está en el “bando” que tiene todas las de perder en este conflicto. Las empresas de comunicación, los tertulianos, los líderes empresariales y, por supuesto, una clase política incapaz, son partidarios de permanecer en el “bando progresista” con el que piensan que, finalmente, se llegará a una acuerdo (a fin de cuentas el modelo chino, es un modelo de síntesis entre capitalismo y comunismo, entre derecha e izquierda y el que se adapta mejor al “último hombre”, en la terminología nietzscheana, aquel que es solo masa, peso muerto, sin rostro, sin personalidad, sin carácter, sin criterio y sin saber nada esencial, ni sobre el mundo, ni sobre él mismo, ni sobre su origen, ni sobre su comunidad).
Cuanto más ignorancia existe de la propia identidad, más confusión sufre el individuo ante los problemas que le presenta la vida, menos ayuda tiene de sus "grupos naturales de apoyo" y más riesgo tiene de sufrir enfermedades mentales. En consecuencia, menos posibilidades tiene de reaccionar consciente y razonadamente ante las amenazas que le asaltan y los problemas cotidianos que sufre. Este proceso, no afecta solo a los individuos, sino a las sociedades enteras. Este es el gran problema que tiene la sociedad española en este momento y lo que explica el aumento asindótico de personas que sufren actualmente dolencias mentales.
Tal es el resultado de una sociedad cuyos valores se han "ablandado". Una sociedad sin valores o con valores puramente finalistas es una sociedad indefensa ante la realidad y que se derrumba al primer choque con la misma, cuando se comprueba que lo "real" no tiene nada que ver con lo "sugerido" por los medios de comunicación, por el sistema educativo o por lo aceptado en tanto que "moda".
Para una sociedad así conformadas, las posibilidades de un "rearme moral" son, prácticamente, nulas. Para que existiera un “rearme moral” de la sociedad española, serían precisas muchas circunstancias, ninguna de las cuales se da en el presente:
1º) La primera de todas sería un cambio en las orientaciones y
en los programas educativos. Problemas: todas las reformas de la educación
que han tenido lugar en los últimos 55 años, han tenido lugar, o bien de la
mano de “progresistas de derechas” o, lo más habitual, de “progresistas de
izquierdas” (socialistas e independentistas, en concreto). Desde principios de
los años 70, las “fábricas de maestros”, las Escuelas Normales, están en manos
del progresismo de izquierdas y los criterios educativos proceden de ese
ámbito. Una profunda reforma educativa que rompiera con la tendencia que ha destruido
el sistema educativo español, no podría aplicarse a corto plazo por falta de
profesorado capaz de transmitirla.
2º) En segundo lugar, se trataría de adoptar un “modelo
cultural propio”. Para el bloque de la derecha, ese modelo suele venir
marcado por las orientaciones nacidas en EEUU e, incluso, son solidarios en
muchos casos con el otro bloque de izquierdas en su aceptación del modelo
cultural impuesto por la Agenda 2030. Se ha perdido la memoria de nuestras
raíces profundas: cultura clásica, cultura tradicional española, sentido de
nuestra historia. En este terreno se ha impuesto el eclecticismo (en
determinados colegios hasta el 98% del alumnado es de origen extranjero,
incluso en algunos se llega al 100%: ¿cómo se va a lograr interesar a un alumno
cuyos padres son nigerianos, andinos o magrebíes por la cultura española, por
la cultura clásica greco-latina o por la ciencia, la filosofía o el arte, áreas
en las que no encontrará representantes en los que pueda identificarse?).
Así pues, lo mejor es no insistir mucho en nada que puede suponer un signo de
identidad que atente contra la sensibilidad de estos alumnos cuyas raíces
etno-culturales no están en Europa, no sea que se sientan discriminados,
minusvalorados o inferiores.
3º) En tercer lugar, la ausencia completa de “capacidad
crítica” o la reducción unidimensional de la enseñanza progresista que impone
al alumno “anteojeras” (como al asno o al caballo de tiro para que solamente
vea lo que tiene delante), impide a los jóvenes someter a crítica cualquier
cosa que consuman, piensen o vean. El empobrecimiento cultural al que hemos
aludido era lo que cabía esperar después de la aparición de jóvenes poco
exigentes respecto a lo que consumen. En lugar de “capacidad crítica”, se les
han servido “modas”: quien no sigue la moda puede quedar aislado de su propia
generación, marginado, fuera de juego. El “look” ha sustituido a la
personalidad; la “frivolidad” a la capacidad intelectual, el cultivo del
espíritu se ha visto apisonado por la apatía; las redes sociales han asfixiado
la comunicación; los fakes se han impuesto a la realidad; los mundos virtuales
terminarán siendo más apasionantes que la realidad cotidiana; el salario o la
herencia universal, más atractivos que el trabajo, el aprendizaje; la
“pastilla azul” de la ignorancia voluntaria, es infinitamente más consumida que
la “pastilla roja” de la realidad incómoda.
No se ve en función de qué, ni de la mano de quien, ni los valores
que podrían, en las actuales circunstancias, impulsar un “rearme moral” de
nuestra sociedad. La Iglesia Católica se encuentra excesivamente
deteriorada y confundida como para cumplir ese papel (que había desempeñado
frecuentemente en la historia nacional). La Monarquía, que debería ser
ejemplo para la Nación, se ha convertido en carne de prensa frívola y ha
aceptado el ser una institución simbólica y sin prerrogativas esenciales a
cambio de ser “próxima”, “popular”: cuando lo que hace grande a un Rey y a una
Dinastía es, precisamente, la distancia, la lejanía, la elevación y el ejemplo.
En cuanto a la Aristocracia, simplemente, ha desertado: los hijos de los
aristócratas que, hasta los años 30, tuvieron un papel esencial en los
sucesivos rearmes morales del país, simplemente, eluden estar en cabeza -e
incluso que se conozca su título- de cualquier conato de revitalización de
nuestra sociedad. Estos fueron los sectores que, junto con los jóvenes de clase media, han reaccionado históricamente contra los excesos del "progresismo", le han puesto freno y han supuesto "elementos de rectificación". Pero hoy, la clase media, bastante tiene con sus propios problemas, apisonada por un sistema fiscal que le ROBA, literalmente, más del 40% de sus ingresos, sometido a inseguridad laboral, a hipotecas, deudas y presiones de todo tipo, incluso entre los más jóvenes, ya no está en condiciones de rectificar ni siquiera su propia vida...
No existen grupos sociales lo suficientemente amplios y con las
ideas claras como para, a partir de ahí, impulsar un proceso de reconstrucción
nacional. Siempre existirán individuos aislados que seguirán constituyendo
pequeños focos de luz en las tinieblas. Pero su acción se verá limitada,
reducida a unos pocos círculos que poco pueden hacer frente a la marea
progresista.
Y esta situación no es nueva. Son muchas décadas en las que, no solo hemos “tocado fondo”, sino que nuestra sociedad se va “arrastrando por el fondo”. No hay luces al final del túnel, sino apenas resplandores que verá aquel consciente de que ha caído al fondo de un pozo profundo.
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