El 22 de octubre tendrán lugar elecciones presidenciales en la
República Argentina. Nadie duda que la candidatura encabezada por Javier Milei
por el partido La Libertad Avanza, quedará por delante de las demás
formaciones, seguramente con más del 30% de los votos. La cuestión no es si
ganará o no Milei, sino si lo hará o no por mayoría absoluta en la primera
vuelta. Milei aparece en los medios de comunicación occidentales como “candidato
de extrema-derecha”. El hecho de que estuviera en España en 2022 hablando en un
acto de Vox, reafirma esta ubicación política. Así pues, Milei sería un
candidato “populistas” relacionado con opciones similares, lo que, según los
estándares de la corrección política en vigor, lo situarían en la misma órbita
de que Marine Le Pen, la Meloni, los conservadores polacos y húngaros y, por
supuesto, Vox. Hay algo de cierto en todo ello, pero vale la pena hacer algunas
precisiones:
1) Decir algo sobre su pensamiento,
2) Establecer lo que le une y le separa del nacional-populismo europeo y
3) Realizar una valoración crítica a sus posiciones. Y esto es lo que nos proponemos en las siguientes líneas.
LAS IDEAS CENTRALES DE JAVIER MILEI
¿Cuál es la ideología de Javier Milei? En youTube pueden ser vistos
decenas de clips en donde expone en medios muy diversos, su pensamiento. Milei
es economista ante todo y, sobre todo. Se sitúa en la línea de la “escuela
austríaca” de Economía. Suele recomendar en sus alocuciones y entrevistas
las obras de Ludwig Von Misses (al que define como “el mejor economista del
mundo”) y de Friedrich Hayek. Así pues, no hay ninguna duda sobre de donde
viene su inspiración: neoliberalismo en materia económica.
Las conclusiones a las que llega Milei sobre las medidas “políticas”
a aplicar en caso de que alcance la presidencia de la República Argentina,
derivan precisamente de la doctrina económica neoliberal. Se sabe, por ejemplo,
que Hayek consideraba como “socialista” a cualquiera que defendiera la más
mínima intervención del Estado en materia económica. Esto ha seducido a una
derecha que estaba casi tan huérfana de doctrina política como la izquierda
postmarxista. Y de ahí, de las consideraciones económicas neoliberales ha
surgido la orientación anticomunista y, por extensión, anti izquierdista de
Milei que es, aun más radical que la de sus maestros. Milei quiere derrotar
a la izquierda, a cualquier forma de izquierda, ¿en nombre de…? El nombre del “mercado”.
Con mucha frecuencia se autodefine como “anarquista del mercado”.
El mercado es, por tanto, es reverenciado como el verdadero “testigo”
de la sociedad y supone un “canto a la libertad”: el ciudadano libre puede elegir
cualquier producto en el mercado libre, lanzado por industriales libres, en la
creencia de que la liberad del mercado y su desvinculación con el Estado,
generará inmediatamente un aumento del progreso y, por tanto, de las
libertades.
Para Milei se trata de lo que él mismo define como “un problema filosófico”. Milei proclama que el ciudadano solamente será completamente libre en cuanto pueda disfrutar de un mercado libre, sin ningún tipo de regulación por parte del Estado. La libertad del mercado asegura, refuerza y garantiza la libertad del ciudadano. El razonamiento puede dar lugar a discusiones interminables, pero lo cierto es que, como en muchas otras ocasiones, una “teoría falsa” o, como mínimo, discutible, puede dar lugar a derivaciones completamente justificadas y razonables.
El punto fuerte de Milei y el que ha generado entusiasmo y cierta
unanimidad en un país que desde hace cien años ha ido decayendo (a finales del
XIX y principios del XX, la República Argentina estaba considerada como una de
los países más avanzados y prósperos del mundo) no es, tanto, el elogió al
libre mercado, como las consecuencias políticas que se derivan. En tanto que “libertariano”
(o anarco-capitalista), Milei pretende “achicar el Estado”. Opina, con
razón, que el cáncer de la República Argentina es su clase política a la que no
ahorra adjetivos tan denigrantes, vejatorios como auténticos.
Hay que pensar que la situación de la República es dramática:
endeudada, con una moneda sometida a tensiones inflacionistas, con crisis
económico monetarias acumuladas en los últimos 40 años, habiendo llegado ya al
límite de la confianza que podía generar en el Fondo Monetario Internacional,
con un mercado laboral estancado desde hace más de dos décadas en torno a
6.000.000 de puestos de trabajo y que solamente crece gracias al “empleo
público”, se calcula que el 30% de los argentinos que trabajan pueden ser
considerados como “pobres”, de hecho un 43% de ciudadanos son “pobres”
oficiales y un 11% están en el área de la “pobreza extrema”, con un gasto
estatal desmesurado, con unos salarios que se mantienen a los mismos niveles de
2003-2004, con un PIB que está un 14% por debajo del que tenía en 2011 y una
productividad idéntica a la de los años 50… Ante todo este panorama, es
evidente que la consigna de “reducir” el volumen del Estado tiene un extraordinario
eco en todo el país.
Hasta ahora, a medida que la pobreza se iba extendiendo y los industriales
sentían que no existían suficientes seguridades ni garantías para invertir en
el país, el Estado iba taponando las brechas echando mano a subsidios y
subvenciones. En otras palabras, se iba endeudando cada vez más. Y esto
generaba, a la postre, el que para pagar la deuda se impusieran mayores cargas fiscales
a la población (en la Argentina existen 170 impuestos distintos que Milei se
propone reducir solamente a 10, otro de los atractivos de su programa electoral).
Pero esto ya ha llegado al límite: la estrategia de traspasar a la población el
peso de la “solidaridad social”, ya no da más de sí. Ahora se trata de enfocar
el problema desde otra óptica.
En Argentina hay familias y verdaderas sagas compuestas por políticos
profesionales que nunca han trabajado en el sector privado y que han colocado a
todos los miembros en puestos claves, incluso a despecho de su formación
académica. La administración ha crecido extraordinariamente a causa de este
fenómeno de nepotismo y amiguismo. Además, lo más sorprendente es que
cualquiera de estas sagas y todos y cada uno de sus miembros llevan unos ritmos
de vida muy superiores a lo que su salario pagado por los presupuestos del
Estado, les permitiría; lo que implica que, buena parte de sus ingresos,
proceden de las redes de corrupción, de la desviación de dinero público a zonas
de opacidad fiscal y a actos de latrocinio puro y simple. Nada, en definitiva,
que en España no conozcamos. Pero el hecho ha sido que, en Argentina, por
primera vez, una voz, excéntrica, mediática, apasionada, con un discurso
coherente, se ha hecho un hueco en los medios de comunicación y ha logrado
llegar a todos los hogares, en un país desesperado, temeroso y con miedo al
futuro. Eso ha generado entusiasmo en torno a su candidatura.
La idea que remite Milei, una y otra vez, es: “¿Cómo va a
solucionar la clase política de siempre los problemas que ella misma ha creado?”,
o bien “No se puede construir una nueva Argentina con los de siempre”.
Este argumento tiene una fuerza excepcional cuando a los representantes del
resto de candidaturas se les puede reprochar no solamente el “ser parte del
problema y no su solución”, sino “ser el problema”. Así pues, de lo que se
trata para La Libertad Avanza es de minimizar el peso del Estado sin
coste social. Dicho de otra manera: ya no se trata de que la reforma se cargue
a las espaldas de la población que paga impuestos, sino que esa reforme se
centre en los que han generado el problema: la clase política.
No es una idea que solamente se le haya ocurrido a Milei. De
hecho, en El Salvador, Nayib Bukele, que lleva tres años en el cargo ha
optado por las mismas medidas. Al igual que en Argentina, otro problema de El
Salvador, era combatir la delincuencia organizada. Lo prometió y lo cumplió,
aunque para ello tuviera que modificar la legislación vigente: hoy, las “bandas”
están en las cárceles. La población ha aplaudido esta medida, aunque el
embajador de la UE, el español Andreu Bassols, se la haya reprochado. Igualmente
se ha aplaudido la reducción de 262 ayuntamiento a 44 que persigue el mismo
objetivo que propone Milei para la Argentina: la reducción del tamaño del
Estado.
El objetivo de despojar a la clase política de sus privilegios es
fundamental y, desde el punto de vista de la propaganda política hay que
reconocer que Milei lo ha manejado hábilmente. Nadie da un peso por la clase
política argentina. Todo el país reconoce que,
sean del partido que sean, propongan lo que propongan, ellos son los únicos que
no van a pagar la crisis económica, seguirán recibiendo sus sueldos oficiales,
sus “mordidas” y recibiendo dinero “distraído” de los créditos del FMI mediante
“ingeniería imaginativa”. Cuando Milei los define como “son ratas, seres
miserables y rastreros” o cuando proclama que a la casta “solo les
importa el poder, la codicia y la lujuria”, la población aplaude a
raudales. Cuando explica que ese modelo político tiene, al final del camino el
empobrecimiento absoluto de la sociedad argentina, hay pocos que no le crean.
Según Milei, la clase política se ha embolsado -o, mejor dicho, “ha robado”-
en los últimos 20 años, 270.000 millones de dólares. La importancia de esta
cifra queda mucho más clara si tenemos en cuenta que en 2021 la deuda argentina
se situaba en torno a los 330.000 millones de dólares.
Argentina todavía no ha olvidado que, hubo un tiempo en el que
Argentina era considerado como “el país más rico del mundo”. La
explicación de que su decadencia se ha debido a la cleptomanía de la clase
política parece difícilmente rebatible. Milei carga buena parte de esa
responsabilidad a espaldas de la Unión Cívica Radical, desde los tiempos del “yrigoyenismo”
(primer tercio del siglo XX). Desde entonces, todo se torció. Es importante
señalar que Milei no es un “candidato antisistema”, sino, “anti-stablishment”,
no se propone una revolución que ponga fin, a sangre y fuego, el ciclo actual,
sino simplemente una serie de reformar racionales que permitan crear un clima
de libertad, sin la coacción de los impuestos, sin la obligación de
subvencionar “chiringuitos”, sagas familiares, caladeros de votos y demás.
¿Quién forma el stablishment en la República Argentina? Milei los
agrupa en cuatro subgrupos: en primer lugar, y sobre todo, “los políticos ladrones”;
en segundo lugar, los empresarios que se han habituado a trabajar para el
Estado falseando concursos, presupuestos y contratas; en tercer lugar, los “sindicalistas
traidores” que han vendido a sus compañeros de trabajo, para garantizar sus
emolumentos; y, finalmente, lo que llama “los micrófonos ensobrados”, los “economistas
del poder”, y todos aquellos profesionales que trabajan en cualquier sector,
especialmente en comunicación y conducción económica y que tiene la obligación
de presentar solamente la “cara amable” del stablishment.
Por primera vez en Occidente, un político se atreve a presentar un
programa que sobreviva a su vida política útil. En efecto, las reformas que
plantea Milei deberían realizarse en un plazo de entre 35 y 50 años. Lo que
está proponiendo para la campaña electoral son lo que él mismo llama “Las
bases para la Nueva Argentina” y que se basa en tres oleadas distintas de
reformas. La primera fase supondría una “reforma del Estado” e incluye:
bajada del gasto público, bajadas de impuestos, eliminación de regulaciones,
reducción de la cúpula del gobierno a ocho ministerios (economía,
infraestructura, capital humano, seguridad, justicia, defensa, interior y
exteriores).
Milei atribuye gran importancia al “Ministerio de Capital
Humano”, inédito hasta ahora. De este ministerio dependería todo lo
relativo a la familia y a su protección, a la salud, a la educación, formación
y trabajo. A Milei el término “justicia social” no le gusta, e, incluso lo rechaza
con desdén (quitar a unos para dárselo a otros le parece injusto e inmoral). Lo
que pretende es de mucha mayor profundidad: no se trata de “dar pescado”, sino
de “enseñar a pescar” y preparar a las nuevas generaciones para que vivan de su
trabajo y no de los subsidios públicos.
Propone también en esa primera oleada de reformar el acabar con
la “obra pública” para “evitar -son sus palabras- que el dinero pase por las
porosas manos de los políticos”. Las empresas públicas deberán ser
privatizadas; para ello se les concederán créditos estatales para que sean
rentables durante un año, gestionadas por sus trabajadores, y si no logran
rentabilizarse se liquidarán. Los 170 impuestos se reducirán a solo 10; la idea
en este terreno es aumentar los beneficios de las empresas para que aumente la
inversión. Así mismo, el mercado laboral deberá ser modernizado, así como el
sistema de pensiones.
Los objetivos políticos serían paz, democracia, libre comercio y
libertad.
En cuando a la política exterior, presenta algunos matices dignos
de mención. Por un parte, explicita que el “alineamiento geopolítico de
Argentina” debe ser “inequívocamente, con los Estados Unidos y el Estado
de Israel” y esta debe ser la “política del Estado”. Ahora bien, el sector
privado, puede comercial con quien quiera, sin importar que se trata de países
BRICS.
Todo esto debería generar un período de crecimiento económico que
situara nuevamente a la República Argentina en el panorama mundial.
Otra de las propuestas estrellas que ha generado una intensa
polémica en Argentina es la “disolución del Banco Central” y la “dolarización
de la economía”. Lo que Milei se propone es
evitar que vuelvan a repetirse los procesos inflacionistas (el Banco Central, imprime
billetes cada vez que el stablishment lo solicita y el país se empobrece más y
más).
Poco más o menos, esto es lo esencial del “anarco-capitalismo” que
propone Milei y que es visto como una forma de “populismo de extrema-derecha”
por la izquierda. Veamos si se corresponde o no a esta definición.
MILEI ¿POPULISTA?
EN REALIDAD, ANARCO-CAPITALISTA
Hemos oído varios discursos, entrevistas, conferencias y mítines
de Milei. Tiene tres activos a su favor: una facilidad para comunicar ideas que
presentadas por otros podrían parecer toscas y/o extravagantes, y sin embargo,
él logra trasmitirlas de manera didáctica como razonables y necesarias; en
segundo lugar, no tiene réplica por parte de los demás partidos que se limitan
a descalificarlo, tacharlo de loco y proponer los discursos partidocráticos que
conocemos perfectamente en toda Europa; y, finalmente, que sus ideas son
coherentes, están bien engazadas y, sobre todo, en materia económica, que es su
especialidad, puede decirse que son difícilmente rebatibles (y es en ellas en
donde residen, como hemos visto, sus puntos más atractivos, pero también
algunas cuestiones discutibles).
La irrupción de Milei ha demostrado que “el rey está desnudo”,
esto es, que los partidos democráticos y progresistas se han quedado sin
discurso político-económico y han derivado el debate político hacia cuestiones
como “la igualdad”, “la inclusión”, “el wokismo”, “los estudios de género”, “los
derechos LGTBIQ+”, “la corrección política” y demás banalidades. Milei ha
recordado “los grandes temas”. Ahora bien, ¿se trata de una temática que pueda
ser definida como “populista” o de extrema-derecha?
El discurso -al igual que en el populismo europeo- ha calado,
sobre todo, entre los jóvenes. Vale la pena recordarlo: el argentino que ha
dejado atrás la pubertad se enfrente a un mundo de inseguridades sobre su
futuro y quiere certidumbres. Es consciente de que ya no basta con estudiar
para obtener una posición económico-social cómoda o que le permita formar una
familia o, simplemente, estabilizar su situación, independizarse de sus padres;
de seguir como en los últimos 100 años, se arriesga a que, llegue el día en que
ni siquiera cualquiera de los subsidios le garantices acceso a una cuenta de
internet. Y, desde luego, el joven argentino sabe que los discursos LGTBIQ+,
woke, inclusivos y “de diversidad”, ni le van a solucionar el mañana, sino que
van a agregar todavía más inseguridad a sus vidas. Así pues, cuando se habla de
Milei se está hablando de una “revolución joven” que quiere que algo cambie.
En Argentina no hay inmigración masiva, no llegan miles de
halógenos cada día en pateras en busca de los oasis de las subvenciones. Por tanto,
el discurso anti-inmigracionistas -que es el rasgo característico del populismo
europeo- está por completo ausente.
Ahora bien, si que es cierto que existe coincidencia en un tema
central: la reducción del gasto público o, como dice Milei, “el achicamiento
del Estado”. En países como España se trata de una exigencia inaplazable:
ni siquiera la liquidación de las Diputaciones Provinciales o de
ministerio-chiringuito creador solamente para acomodar a aliados incómodos, es
algo que suscite entusiasmos en España. Ese debate todavía no ha llegado a la
opinión pública, acaso porque no hay ningún economista respetado que se atreva
a poner “el cascabel al gato”. Pero lo cierto es que la “España de las
autonomías” el “gran logro” de la democracia es inviable, incluso a corto
plazo.
El deseo de liberar a las clases medias de la tiranía fiscal es
otro de los elementos que unen a los populismos de ambos lados del Atlántico. Estamos en una situación parecida a los años previos a la Revolución
Francesa, cuando solamente pagaban cargas fiscales el “tercer Estado”. Aquí hay
que establecer un matiz: Milei no lo ha expresado así, pero de su discurso cabe
deducir que lo que tiene en la cabeza es un futuro en el que el trabajo se
vuelva a revalorizar como fuente de riqueza y competitividad para un país y
esto encuentra cierto eco en los populismos europeos, para los cuales el saqueo
que realiza el Estado sobre las nóminas de la clase media, mientras que las
clases altas parasitarias con su ingeniería financiera tienen recursos
suficientes para situar sus ingresos en paraísos fiscales, es algo que debe
terminar.
Hay cierto nacionalismo en ambos planteamientos y una desconfianza
creciente hacia los organismos internacionales capaces de redactar e imponer planes
de “ingeniería social” como la Agenda 2030. Milei, en tanto que “anarco-capitalista”,
odia este tipo de planificación. La libertad que,
según él, debe estar presente en la economía, también debe generar una sociedad
“desregularizada” en la que el “pensamiento libre” sea la tónica. La
confrontación de ideas en el “mercado ideológico” es lo que debería de dar como
resultado los valores dominantes a transmitir a las nuevas generaciones a
través del sistema educativo.
Y, claro está, el “anti-izquierdismo” es otro de los nexos
comunes entre ambos populismos. Suele repetir la frase -en Madrid, invitado
por Vox, lo hizo- de “más socialismo, implica menos libertad” y,
con razón, tienden a atacar la pretendida superioridad moral de la izquierda.
Cuando ésta proclama que “cuando surge una necesidad moral, surge un derecho”,
Milei replica que las “necesidades morales” pueden crecer hasta el infinito…
pero los derechos no, los medios económicos para poder ejercerlas tienen un
límite que no puede estirarse.
Quizás el elemento en el que las posiciones de la derecha
populista europea estén más distanciadas de las posiciones de Milei sea en el
terreno de la política internacional. Milei, como
hemos visto es partidario de un posicionamiento geopolítico en materia
internacional favorable a los EEUU e Israel. En Europa, las cosas, obviamente,
se ven de una manera muy diferente: por un lado, Europa no quiere ser el
terreno de combate de un enfrentamiento generado por la OTAN. Y, a pesar de
que, algunos exponentes de la derecha populista se sitúan inequívocamente,
tanto a favor de Israel como de los EEUU, el debate, hasta ahora, dista mucho
de haber concluido: pero existe una tendencia creciente en el populismo europeo
a ver con desconfianza a los EEUU y a tender la mano hacia Rusia.
UNA VALORACIÓN CRÍTICA SOBRE MILEI Y SUS IDEAS
Vaya por delante que el nivel de adhesión que desprende Milei hace
muchas décadas que ningún político argentino era capaz de suscitar. Milei da a
los ciudadanos, al menos, una esperanza: hacer lo que nunca se ha hecho antes y
como nunca se ha hecho. Eso bastaría para enderezar una Nación que lleva cien
años de decadencia. El discurso que enarbola es el único que puede calificarse
como verdaderamente nuevo. Todos los demás partidos se limitan a proponer
viejas consignas con rostros nuevos y siglas que en otro tiempo suscitaron más
o menos adhesiones idealizando aquellos tiempos. Pero estamos en el siglo XXI
y, Milei acierta el decir que viejas ideas no pueden mover molinos de nuestro
tiempo. El tiempo del radicalismo ha pasado, el tiempo del peronismo -de “los
peronismos”- está ya atrás. El tiempo de los gobiernos de facto también. El
tiempo de los mismos políticos que venden distintas tonalidades de humo desde
hace décadas, es cosa del pasado, por mucho que hoy completen su discurso con
referencias LGTBIQ+, wokistas, inclusivas o climáticas… Eso es lo que el
argentino medio ve y lo que Milei le recuerda. Sus modales deliberados de
provocador, sus desafíos, su evidente y voluntario histrionismo, no son más que
los complementos coreográficos de un personaje que proclama un análisis y un
discurso verdaderamente nuevo. Y necesario. Ahora, lo que vale la pena
preguntarse es, de ese discurso que hemos intentado resumir, cuáles son los
puntos “fuertes” y cuáles las cuestiones discutibles.
Indudablemente, el punto más fuerte en el que descansa todo su
programa político es “achicamiento del Estado” y “despojamiento de los
privilegios de la clase política”. Es necesario, es justo y solamente los beneficiarios
del Estado faraónico y del enrolamiento nepotista y amiguista, pueden estar en
contra. La liquidación de algunos ministerios, la creación de solamente ocho
departamentos ministeriales, restar fuerza a los gobernadores de las provincias,
reducir el número de funcionarios, puede resultar tan atractivo para el
ciudadano como las consecuencias que implicará: liquidación de la deuda y
reducción drástica de impuestos. El Estado podrá invertir mejor su dinero y la iniciativa
privada dispondrá de mayores posibilidades de inversión, con lo que deberían de
crearse nuevos puestos de trabajo. Esa mayor vitalidad de la economía
argentina, unido a sus riquezas naturales, generaría un nuevo período dorado
que remitiría al país a sus mejores tiempos.
Así que, en este punto, Milei tiene razón en plantear esas
cuestiones que oscurecen con mucho las propuestas de una izquierda desorientadas
que solamente es capaz de plantear “derechos” de no importa qué minoría y
comprar votos mediante un régimen de subsidios cada vez más amplios… lo que
tiene como resultado la desestimulación del trabajo, el conformismo y la apatía
social.
Otro de los puntos fuertes es su voluntad explicitada en muchas
ocasiones de combatir dos ejes que amargan la vida al argentino medio: la
corrupción y la delincuencia. Poco a poco, el país se está deslizando por una vía
de la inseguridad. Ya no se trata de “alta corrupción política”, sino de
corruptelas de pequeños funcionarios públicos y de delincuencia de bandas
organizadas. Milei no quiere que Argentina viva una situación parecida a la que
se daba en El Salvador antes de la llegaba de Bukele. De hecho, para Milei, lo hecho por Bukele en este terreno es
muestra de lo que puede y debe hacerse: combatir sin piedad a las bandas
organizadas. A Bukele le han bastado dos años para desmantelar las redes de
delincuencia que se habían generado en los últimos treinta años, mientras ARENA
(derecha) y el FMLN (izquierda) se alternaban tranquilamente en el poder, sin
hacer nada, absolutamente nada, para parar una delincuencia que, en buena
medida, ellos mismos habían estimulado y con la que habían pactado. Milei se
propone encerrar a todos los delincuentes. ¿Hace falta en un país cuyo gobierno
alardea de que la tasa de homicidios (2,093 homicidios en 2021) se ha ido
reduciendo en los últimos años? Sí, alega Milei, porque lo que estadísticas
-más o menos “cocinadas”- no cuentan es que Argentina es una de los países que
encabezan la tasa de mayor delincuencia del planeta según la World
Population Review, por delante incluso de México y de Chile. Así que,
efectivamente, la propuesta de Milei de combatir la delincuencia, ahora que
todavía se puede, ante el evidente deterioro de la situación que se está
produciendo -digan lo que digan las estadísticas- es otro de los objetivos que
sintonizan con las aspiraciones populares.
¿Cuál es, pues, el problema? El problema no son los objetivos a
alcanzar (achicamiento del Estado, liquidación del stablishment, disminución de
las cargas fiscales, pago de la deuda, estímulos a la economía, lucha decidida
contra la delincuencia, etc.), sino el razonamiento que ha seguido Milei para
llegar a sus propuestas. En esto radica el verdadero problema del candidato
presidencial: sus objetivos son justos y necesarios, generan entusiasmos y
adhesiones, pero el análisis es de más dudosa fiabilidad.
Milei siempre se ha definido como “anarco-capitalista”, sus
maestros de la “escuela austríaca” de economía, son, en el fondo, los mismos
que tuvo Margaret Tatcher y Ronald Reagan para aplicar sus políticas. O lo que
fracasó en Chile con los “Chicago’s Boys” de Milton Friedman (otro de los
maestros de Milei en materia económica. Dudamos mucho que el liberalismo sea la
solución y que el neoliberalismo suponga una especie de panacea universal. De
hecho, si la idea de “achicar el Estado” es buena, lo que no es tan buena es
en función de qué: por que, si bien se trata de eliminar lastre de los
presupuestos públicos, unido a la eliminación de cualquier tipo de regulaciones
del Estado sobre la economía, en la práctica, lo que puede ocurrir -de hecho,
lo que está ocurriendo hoy en todo Occidente- es que los “señores de la
economía” tienen más peso en las decisiones del Estado que los representantes
elegidos por el pueblo…
La experiencia de los últimos 40 años de neoliberalismo -antes de
1973 se consideraba que las tesis de la escuela austríaca eran pura locura- ha
demostrado que el “poder económico” busca (y, frecuentemente, consigue) imponer
sus condicione sobre el “poder político” (esto es, sobre el poder del Estado). Porque,
también para el “poder económico” es importante tener el campo despejado, no
solo de regulaciones, sino de cualquier limitación a su poder. Y eso solamente
se consigue con un “Estado débil”. Los mismos epítetos que Milei dedica al stablishment
político argentino, podrían ser aplicados a la “casta económica”: “ratas,
seres miserables y rastreros” a los que “sólo les importa el poder, la
codicia y la lujuria”…
El problema es que, un mercado desregulado por completo no
ofrecería nunca idénticas condiciones de “igualdad”, necesaria para que se
produzca la “libre competencia” y el ciudadano salga globalmente beneficiado.
Siempre habrá algunos que partan con ventaja gracias a acumulaciones previas de
capital y, finalmente, que terminen dominando el mercado en el que participan.
De ahí a un régimen de monopolios (que Milei condena) o de oligopolios, o de
carteles, no hay más que un paso.
El razonamiento de Milei es el mismo que el que el neoliberalismo
de los años 80 utilizaba para justificar la globalización económica: el libre comercio mundial generará condiciones para insertar un
dinamismo económica sin precedentes, cada país se especializará en la
producción de algunos bienes que lanzará al mercado beneficiando, por calidad y
precio, al consumidor; llegaremos a la “paz mundial” a través del comercio
mundial… En apenas 30 años, eso horizonte optimista se ha disipado por
completo: no todos los países eran igualmente “competitivos” en un “mercado
mundial”; solamente aquellos países con menos legislación social, más
habituados a trabajar en condiciones próximas a la esclavitud, podían competir
ventajosamente. Fue así como la República Popular China se convirtió en la “factoría
mundial” y como el resto de países han ido viendo como mermaban sus propios
puestos de trabajo (algo que ya se vio en el Chile de los años 70 cuando
era más ventajoso comprar cerillas traídas de Canadá que producirlas en el
país; así, uno tras otro, fueron cayendo los distintos sectores económicos; o
lo que ocurrió en España con la “reconversión industrial”, cuando nuestro país
denunció a estar presente en la industria estratégica y aceptó convertirse en
un “país de servicios” y en el “geriátrico de Europa” tras ingresar en la UE).
Por otra parte, Milei tiene una concepción del capitalismo que no
es la que comparten los “capitalistas”. Para Milei, el capitalista crea riqueza
y eso lo aproxima a la figura del filántropo que trabaja, por “amor a la
humanidad” o bien que, buscando el beneficio propio, genera indirectamente el
progreso de la humanidad. En realidad, no es así. Las consecuencias
positivas que pueda tener el capitalismo no son, ni remotamente, el motor del
mismo; en su alma late como motor y núcleo de su “alma”, eso que Milei
denuncia solamente para el stablishment (“sólo les importa el poder, la
codicia y la lujuria”).
No es, por tanto, evidente que dejar la economía solamente en
manos de empresarios (que, por lo demás, no son un grupo social homogéneo, sino
que tienen distintos tonos, intereses y valores añadidos) sea bueno ni para un
Estado débil, ni siquiera para los trabajadores. Ya no estamos en los tiempos
del “fordismo”, en los que valía la pena aumentar el salario de los
trabajadores para que estos pudieran adquirir los productos que ellos mismos
producían. Estamos en un mundo económico mucho más complejo ante el cual
ideas económicas surgidas en el siglo XVIII, al calor de la Primera Revolución Industrial
y para justificar el que la burguesía ascendente ganara poder ante la
aristocracia, ya no tiene ni punto de comparación con el mundo del siglo XXI,
con una Cuarta Revolución Industrial en marcha, sobre la que, por cierto, Javier
Milei, no ha dicho -que sepamos- nada absolutamente.
Y ese descuido es muy importante porque en la Revolución
Industrial actualmente en curso, la destrucción de puestos de trabajo poco
cualificados va a ser -está siendo- implacable. Y, contrariamente a lo que
afirman los profetas de esta “revolución”, no se van a crear puestos nuevos de
trabajo que absorban o compensen los que se han perdido. Esta Revolución
Industrial es la de las nuevas tecnologías, que van a requerir solamente
ingenieros genéticos, expertos en telecomunicaciones, en robótica, en comunicaciones,
en criogenia, en Inteligencia Artificial, etc, etc, etc. Para preparar
profesionales que tengan capacidad para introducirse en estos sectores hace
falta una planificación y unos medios que solamente en Estado puede aportar y un
mínimo de 10 años de formación intensiva. Ya no se trata de traer población
agrícola para integrarse en el sector de la construcción o de transformar al
albañil en paro en fontanero o electricista. Millones de puestos de trabajo se
van a perder en pocos años, a causa de la robótica y de los sistemas de
conducción por GPS, en sectores como el transporte, la hostelería, los supermercados,
las logísticas… y la distancia entre la formación que tienen los profesionales
de estos sectores y la que se requerirá para entrar en el mundo de la Cuarta
Revolución Industrial es, literalmente, abismal. Milei no aporta nada en este
terreno.
Ítem más. Si Argentina quiere volver a ser un país puntero,
recuperar la situación que tenía en el concierto de las naciones a principios
del siglo XX, parece evidente que no podrá hacerlo solamente limitándose a “achicar
el Estado” y desregular la economía; no bastará con estimular al pequeño
empresario para que habrá un negocio nuevo… El gran problema de la Cuarta
Revolución Industrial es que algunas empresas, ciertamente, han nacido en el
garaje de casa de los padres (Apple, Microsoft, YouTube…), pero hoy ese tiempo,
también ha quedado atrás: la mayoría de empresas de esta revolución precisan
inyecciones extraordinarias de capital… que solamente están al alcance de los
grandes grupos económicos que apuestan, sobre todo, por proyectos “seguros”, no
por proyectos filantrópicos o altruistas, sino por proyectos que generen
beneficios rápidos en cortos espacios de tiempo.
Finalmente, Milei ha olvidado otro problema que está en el
ambiente. Somos de los que pensamos que la “globalización ha muerto”. El
conflicto ucraniano la ha matado. Ya no hay “una” globalización, hay dos
velocidades: por una parte “Occidente” (EEUU+UE) con quien se alinea Milei (definiéndolo
como EEUU+Israel) y, por otra, los “países BRICS” (pero, muy especialmente, China).
No basta con decir -como dice Milei- que la alineación política del
Estado no tiene nada que ver con la alineación económica y que nada impedirá a
China o a cualquier otro país comerciar con Argentina. Milei lo ve así y lo
cree. Pero, el problema es cómo lo ve la otra parte. Y la “otra parte”, no
comparte su mismo punto de vista. China tiene objetivos geopolíticos y junto a
sus productos de exportación avanza también el “último hombre” nietzscheano.
Rusia, en tanto que potencia continental, sigue atribuyendo más importancia al
Estado y a los intereses del Estado que al comercio. A India le da igual a
quién vender y lo que vender, pero especialmente favorecerá a los países que le
ofrezcan mayores compensaciones y mejores condiciones. El Estado tendrá que
intervenir en algún momento en materia económica; la diplomacia y los asuntos
exteriores son uno de los ocho ministerios que Milei ha declarado “necesarios”.
Y tendrán algo que decir y que negociar con cualquier “socio comercial”. Así
pues -y este es finalmente, el nudo de la cuestión- la “desregulación
absoluta” que proponían Hayek y Von Misses, es imposible: siempre habrá algo
que “regular” (una situación próxima al monopolio, una relación preferencial
con tal o cual país) y siempre habrá “países aliados” que querrán imponer sus
condiciones comerciales frente a adversarios geopolíticos.
El gran problema del neoliberalismo consiste en pensar que la reducción
del Estado y su pasividad en materia económica, resuelven todos los problemas.
En realidad, crean otros tan graves o mucho más graves incluso: ¿puede un
Estado débil hacer algo frente a grupos económicos de presión? ¿puede un Estado
débil imponer una legislación antioligopolios? ¿puede un Estado débil afrontar
la necesaria planificación que precisa, en estos momentos, un país como la
querida República Argentina? ¿Vamos a olvidar que el capitalismo es responsable
directo de la situación que vive el país en estos momentos? ¿y que la clase
política argentina ha compartido privilegios y contrapartidas mutuas con el
capitalismo? ¿Basta decir -como dicen los “liberales ortodoxos”- que el liberalismo
sigue siendo válido y que el problema es que “nunca se ha aplicado”? ¿No supone
esto idealizar un sistema económico que, aún habiendo proporcionado mayor riqueza
que el sistema de planificación socialista, dista mucho de la perfección? Y,
finalmente, el “anarco-capitalismo” ¿no termina siendo más que una esperanza
ilusoria y polémica para lo que debería llamarse simplemente “neoliberalismo”?
Y de este, creo que hemos tenido ya demasiado…
Poco podemos decir sobre la “dolarización de la economía” o la “disolución
del Banco Central”. Carecemos de competencia en materia económica. No es que la
salud del dólar sea particularmente boyante. EEUU -matriz del dólar- tiene en
estos momentos una deuda de 25 billones de dólares. Los marines extendidos por
todo el mundo, su vitalidad económica, es lo que garantizan el valor del dólar.
Pero, socialmente, los EEUU están, literalmente, deshechos y no se puede calcular
cuánto soportaran las tensiones internas, pero, todo induce a pensar que de un
momento a otro puede producirse el desplome de todo el país. De hecho, es un
milagro que estén superando la etapa Biden (por primera vez un presidente “gagá”
demuestra lo poco que vale la presidencia en EEUU y cómo han afrontado los demócratas
la próxima campaña electoral: haciendo todo lo posible para impedir la
candidatura de Donald Trump). Milei, en cualquier caso, debería estar atento
al estado de salud de la sociedad norteamericana para comprometerse en una
medida de este tipo.
* * *
Después de estos pros y contras, quizás el lector se sienta algo
perplejo sobre la posición personal de quien esto escribe. Trataremos de
aclararla en unas pocas líneas: estamos a favor de cualquier candidato
anti-stablishment, “el peluca Milei” dice lo que otros no se han
atrevido a decir, y lo dice alto y claro. Le deseamos la mejor de las suertes
en las próximas elecciones del 22 de octubre. Ahora bien, nos resulta imposible
aceptar su “anarco-capitalismo”. Cómo él, creemos que el Estado debe “achicarse”
(y más todavía en esta España autonómica insostenible para mayor gloria de
nacionalistas e independentistas y para mayor desgracia de las clases medias
que dependen de una nómina y que no pueden huir de la extorsión fiscal), pero
no para que siga -como hoy- o se agrave -como sería previsible- el peso del “poder
económico” sobre el “poder político”.
De hecho, lo que hoy se llama “Estado”, no es más que un aparato burocrático-funcionarial al servicio de la oligarquía económica. Nada más. De ahí, que el “achicamiento” del Estado sea una parte del problema. La otra es la DIGNIFICACIÓN DEL ESTADO, su restauración, la reconstrucción del Estado. Y todo eso, habrá que pensarlo y hacerlo, no con ideas nacidas en el siglo XVIII en campos tan aplicativos como la economía, sino con ideas “arqueofuturistas” (raíces profundas y proyectos de futuro). Hoy, más que nunca, es preciso asumir la dignificación del Estado y se puede seguir a Milei cuando jura acabar con el stablishment, lo que aquí se ha llamado “la casta política” y restablecer la idea de Orden.