Cuando España fue admitida en la ONU en 1955, diez años después de
su fundación, se consideró que había concluido el período de “aislamiento
internacional”. España entró en la ONU con el voto en contra de todos los
países bajo la órbita soviética y con la abstención de países europeos como
Dinamarca, Francia, Reino Unido, Noruega y Suecia. Había bastado que los EEUU
precisaran el concurso de España para dar “profundidad” a la OTAN, para que la
votación diera un vuelco. Eso era todo. Entrar en la ONU supuso un giro para el
gobierno español que sintió que ya no era el “paria” europeo. Poco después se
firmaban los acuerdos de defensa con los EEUU y a cambio se aprobaba la Ley de
Inversiones Extranjeras que podía fin a la autarquía económica y entreabría las
puertas a los capitales internacionales gracias a los cuales se financió el
desarrollismo.
El problema era que, ni la ONU, ni la UNESCO, ni la OMS, ni la
OIT, ni UNICEF, ni la FAO no eran, como se creía entonces -e, incluso como se
sigue creyendo en la actualidad- “organizaciones formadas por todos los
países dispuestos a preservar la paz y el progreso internacional”. De
hecho, no es así. Eran -y lo fueron desde el principio- organismo formados
por élites funcionariales endógenas en el que eran mayoría individuos
procedentes de organizaciones mundialistas (de carácter masónico, teosófico e
iluminista que consideraban que con la creación de la ONU se había iniciado la
“era de la luz”) a los que se confió la gestión del día a día de todos
estos organismos. La orientación general de estos grupos puede ser considerada
como “progresista utópica”. Pero era a esta casta funcionarial y no
a las naciones que participaban en estas organizaciones y cuya presencia se
limitaba a la “asamblea general”, a la que se confiaron las orientaciones y la
política de todas estas organizaciones.
El resultado fue que, poco a poco, estas castas funcionariales
fueron elaborando su propia línea política que no tenía nada que ver con la de
los países miembros. Para operar con sus propios peones, estas organizaciones
destinaron parte de sus abultadísimos presupuestos, a financiar ONGs que eran,
ni más ni menos, que las quintacolumnas que operaban en el interior de los
países miembros. Hay que añadir que esta financiación de determinadas ONGs
se realizó de común acuerdo y con la ayuda de determinados consorcios y
fundaciones capitalistas que aportaron también sus ilimitados recursos. Habitualmente,
el “secretario general” de la ONU es un simple mascarón de proa, una especie de
cara visible y relaciones públicas de la organización, pero la gestión siempre
corre a cargo del “secretario técnico”.
En la década de los 90, la ONU se dio cuenta de que, a través de
las ONGs podía ejercer una presión directa en el interior de los Estados
Nacionales, de tal forma que condicionara la opinión y las decisiones de los
gobiernos. Bruscamente se pasó de la “lucha
contra el hambre en el mundo”, “la paz mundial”, “lucha contra la
pobreza”, a temas relacionados -al menos teóricamente- con la ecología: “el
agujero de la capa de ozono”, “el calentamiento global”, problemas
importantes, efectivamente, pero que, poco a poco fueron tomando un cariz
inesperado: ya no se trata de prevenir un cambio en el clima, sino de generar
miedo entre la población y atribuir esa alteración del clima a la acción del
ser humano. No se trataba tanto de reconocer que el clima del planeta
estaba cambiando -el clima del planeta siempre ha estado sometido a ciclos y
siempre ha cambiado- sino que el ser humano era el responsable y, por tanto,
había que tomar medidas (lo cual está muy lejos de estar demostrado).
La campaña cristalizó en los llamados “Objetivos de Desarrollo
del Milenio” (o “Objetivos del Milenio”), ocho proposiciones a alcanzar en el
año 2000 por los 189 países miembros de la ONU y que se prolongaron hasta el
2015: educación primaria universal, erradicación de la pobreza, igualdad de
género, mortalidad infantil, cuestión del SIDA y defensa del medio ambiente. En
España, un millar de ONGs, todas ellas subsidiadas, se unieron en la Alianza
Española contra la Pobreza que impulsó la campaña Pobreza Cero. Aquella
campaña se desarrolló con bastante indiferencia por parte de la población, pero
sus impulsores y, especialmente, el centro de decisiones, la ONU, aprendió
mucho. A pesar de que la ONU considerase que aquella campaña había sido un
“éxito”. Lo cierto es que. Ni uno solo de los objetivos se alcanzó. Es más,
avanzó la pobreza en el mundo y, especialmente en España y, por extensión, en
el Primer Mundo, es decir, en la zona en donde hasta ese momento había sido
menor o, incluso, residual.
El 2001, los ataques del 11-S demostraron algo que ya se sabía
experimentalmente: que una población sometida a una campaña de miedo y de
terror (como la norteamericana que fue sometido a un bombardeo continuo de
alarmas, a la campaña de terror fomentada por “ántrax” y a continuos rumores de
nuevos ataques terroristas) es capaz de aceptar cualquier limitación a sus
libertades y cualquier renuncia, con tal de que le aseguren que saldrá de la
crisis.
Posteriormente, el crac económico del período 2007-2011, evidenció
otros elementos: la socialdemocracia mundial quedó desprestigiada después de
medio siglo de prometer defender a los trabajadores y lograr una conquista
gradual de sus intereses y un “domesticación” del capitalismo. La Internacional
Socialista demostró haber perdido por completo el norte, cuando,
sistemáticamente, allí donde estaba el poder adoptó medidas para ¡salvar a la
banca! E, incluso, como fue el caso español con los planes E-2010, salvar a los
empresarios de la construcción amigos del poder, e, detrimento de la economía e
iniciando la espiral de la deuda que todavía dura hoy. Así pues, la
socialdemocracia, huérfana de ideología, habiendo renunciado en Bad Gobesberg (1959)
al marxismo, renunció completamente a la reforma del capitalismo, lanzando un
nuevo tipo de “ideología” que recogía el “buenismo”, la “corrección política”,
se unía al “progresismo” de siempre, se le deba otra orientación, se
incorporaba, no solo el feminismo radical sino “los estudios de género” (el
complejo LGTBIQ+), incorporando teorías mal elaboradas -incluso por
“doctrinarios” absolutamente perturbados-, que, se unió a la doctrina de la
“memoria histórica”, esto es, a la pérdida de la memoria de la propia historia,
a una reescritura “progresista” de los hechos históricos e, incluso a una
torsión y deformación de 180º en relación a la verdad histórica.
Así pues, por una parte, tenemos la “estrategia del miedo”
(la amenaza constante de peligros propios del fin de los tiempos… que nunca
terminan concretándose, pero que siempre son presentados como punto de destruir a la humanidad), centrada
en la concepción del “cambio climático antropogénico”, tenemos las temáticas
reunidas por la ONU en la Agenda 2030 -redactada de una manera zafia,
ignorante, en el que cualquier problema se remite al “cambio climático”
(incluido el Covid y la violencia doméstica…); mientras que, por otra parte,
se promocionan nuevas ideas en materia de sexualidad, uniones, que tienden
sobre todo y por encima de todo, a destruir la idea de matrimonio heterosexual
estable con un objetivo de procreación. Con estas ideas de “ingeniería social”,
la izquierda encubre el vacío de haber perdido sucesivamente el marxismo
primero y la socialdemocracia después como patrones ideológicos.
Todo esto ocurre, precisamente, cuando la marcha del
neoliberalismo se muestra arrollador y cuando entramos en la Cuarta Revolución
Industrial. Para los gestores del sistema
mundial, los grandes consorcios capitalistas y los centros de poder mundial con
sus instituciones (ONU, UNESCO, OMS, etc.) era necesario alumbrar nuevos
objetivos, nuevas formulaciones ideológicas que “vender” a unas sociedades que,
como la española, han visto como se les robaba y falseaba su identidad
nacional, que ya habían perdido el sentido de la “solidaridad de clase” o de la
“solidaridad nacional”, con unos niveles de educación cada vez más bajos y alimentados
de una “cultura basura” (tanto en música, como en entertaintment, como en
alimentación, como en todas las formas de ocio) y con una sociedad transformada
en un tablero de ajedrez en el que, además del repliegue individualista que
pudo observarse desde los años 80, se veían fracturadas por nuevos elementos
(desde las autonomías hasta la presencia de inmigrantes de 150 países
distintos). Sociedades inorgánicas así concebidas nunca tendrán la fuerza ni
la potencia, ni la unidad necesaria para afrontar protestas contra las
decisiones más absurdas de sus gobiernos o las políticas más suicidas.
Dado que la Agenda 2030 -que contiene lo esencial de los
programas socialdemócratas de los países occidentales- venía promovida por un
organismo “intocable” como la ONU, sus objetivos, a pesar de no haber sido
redactados por nadie elegido democráticamente, sino por una élite
funcionarial, sin experiencia de gobierno y revalidada por las ONGs financiadas
por la propia ONU y por sus agencias, por los gobiernos y por las grandes
fundaciones capitalistas, sus directrices se han convertido en casi
obligatorias para los países occidentales (los únicos que han asumido los
objetivos de la Agenda 2030.
El resultado es que el gobierno español ni es “soberano” (depende
directamente de los tenedores de la deuda cómo ya hemos dicho), ni es
“nacional” (aplica un programa de gobierno basado en la Agenda 2030, hoy por el
bloque de izquierdas, mañana, quizás con alguna reticencia, por el bloque de
las derechas). Cabe preguntarse para que convocar
elecciones, salvo los rostros, los programas no cambian.
El problema, en cualquier caso, no es quién elabora un programa de
gobierno y unos objetivos, nacionales o globales, sino si esos objetivos son
razonables o llevan a formas indeseadas de dominación o, simplemente, al caos. Es significativo que Pedro Sánchez luzca la escarapela de la
Agenda 2030, pero nunca haya explicado globalmente lo que supone. Hace falta
consultar la página de la ONU en la que está traducido al castellano, para ver
la superficialidad, la fatuidad e, incluso, los destellos de locura, la
inconsecuencia, que destila todos los puntos, incluso cuando su enunciado pueda
resultar, inicialmente, justo o atractivo. A fin de cuentas, se trata de un
plan malthusiano de reducción de la población y de atomización de las
sociedades en nombre de la “libertad, la inclusión y la diversidad”,
valores de la “nueva era” que han sustituido al viejo y gastado lema de “libertad,
igualdad y fraternidad” y que se impuso sobre aquel que había sido asumido
por las sociedades de todo el mundo durante milenios: “orden, autoridad,
jerarquía”.
Un programa como la Agenda 2030, por mucho que venga avalada por
la ONU y por sus agencias (de las que solamente vale la pena recordar que la
OMS fue responsable de la catastrófica gestión del Covid con vacunas sin tastar,
poco eficientes y con efectos secundarios sobre los que se han realizado
estudios aceptables, con protocolos que facilitaron el tránsito del virus de la
garganta a los pulmones -mediante la entubación- y de ahí a los problemas de
insuficiencia respiratoria), por la socialdemocracia (obligada por sus
carencias), por los intereses de las corporaciones multinacionales, es un
programa, en primer lugar, imposible de cumplir y que está poniendo en graves
aprietos a los países occidentales (los únicos que lo han asumido) y, en
segundo lugar, que marcará a fuego a las sociedad del mañana, modificando
hábitos, borrando absolutamente cualquier signo de identidad comunitaria,
haciendo imposible la constitución de parejas estables y, sobre todo,
empobreciendo, debilitando y atomizando las sociedades de los países en donde
los gobiernos nacionales, como el español, sigan sus orientaciones.