En 2004, en
apenas un año, se vendieron tres ediciones de 2.000 ejemplares cada una de este
libro de título deliberadamente provocador. Y, en aquel momento, hay que
decir que se fumaba mucha menos marihuana de la que se fuma en la actualidad.
La mayor parte, procedía de Marruecos, pero empezaba a cultivarse “in-door”
en tiestos y macetas que ya podían verse en muchos balcones y patios
interiores. Hoy, en toda la geografía nacional, existen grow-shops,
clubs de cannabis y rara es la ciudad de tamaño medio para arriba, en la que no
se celebre alguna “feria del cannabis”. Volviendo de Francia, por el valle de
Arán, lo primero que el viajero ve, es el anuncio de un club de cannabis
situado, especialmente dispuesto para acoger a franceses en busca de un relajo.
Es un reclamo para el turismo sediento de porros, y es que Cataluña (y BCN,
en concreto) quieren competir con Amsterdam en “capital europea del canuto”.
Siempre he
mantenido una actitud bicéfala ante las drogas. Comparto la opinión de Alaister
Crowley cuando decía que “la droga es el alimento de los fuertes”, pero
también sé perfectamente que la mayoría de los que consumen algún tipo de
drogas, no son lo que se dice “fuertes”, sino más bien, todo lo contrario.
Las drogas son -como la religión para unos, el trabajo para otros o el sexo para
los más obsesos, y así sucesivamente- una simple cobertura al nihilismo:
muletas para que individuos que no se sienten lo suficientemente fuertes para
andar por la vida.
Pertenezco a una
generación a la que, sobre todo, le gustaba “experimentar”. Recuerdo
que, en los años jóvenes, incluso en la militancia política, decíamos: “hacemos
esto o lo otro… a ver qué pasa”. Y con las drogas no puede jugarse.
Especialmente, cuando caen en manos de adolescentes o de personas con una
constitución interior débil y quebradiza. El “alimento de los fuertes”,
en estos casos, simplemente, los destruye.
La división
entre “drogas duras” y “drogas blandas” es falaz e ilusoria. Hasta una cañita
puede ser una “droga dura” dependiendo de la dosis y de su frecuencia. He visto
gente “enganchada” al ajedrez y al sexo, con el cerebro carcomido por su
adicción. Es algo propio de nuestra época: desde que Nietzsche constató la “muerte
de Dios”, el hombre ha querido “ser libre”, pero esa libertad ha destruido a
muchos.
Estudié en los
Escolapios -algo de lo que no estoy en absoluto orgulloso, teniendo en cuenta
que, en 1968, la inmensa mayoría de miembros de la orden en aquel cole habían
ingresado en el PSUC (y algunos ostentarían en los años siguientes cargos de
responsabilidad, incluso la secretaría general del partido, “el pare Jaume Botell”,
por ejemplo). Comí en el cole durante unos ocho años y recuerdo las mesas de
cuatro en las que nos ponían una botella de vino tinto y otra de agua. Nadie
nos lo enseñó, pero bebíamos con moderación y no recuerdo ninguno de sus compañeros
de aquellos días que cayera en el alcoholismo, ni que se emborrachara a la hora
de comer. Nos gustaba vivir despiertos y, aunque en los últimos cursos
descubrimos lo que eran la marihuana y el hachís, no consiguieron hacer de
nosotros, adictos.
Ahora es muy
diferente y por varios motivos:
- En primer lugar, porque la selección genética de las variedades de marihuana ha lanzado al mercado hierba con diez, incluso veinte veces más principio activo que las que se fumaban hace cincuenta años, en el período hipioso.
- En segundo lugar, porque
la escuela está hundida, buena parte de los jóvenes carecen de
esperanzas en el futuro y optan por evadirse en los mundos de la droga, del
videojuego, del móvil o del botellón. En una palabra, se “alienan”.
No es algo que
no hubiera ocurrido antes, pero es que la “alienación” generada por la droga corre
el riesgo de atrapar, neutralizar y liquidar a buena parte de la juventud. “Alienarse”,
hay que recordarlo, es dejar de ser uno mismo, pare ser otra cosa: en este caso,
un producto modelado por la droga, llámase marihuana o cañita. Ha sido
patrimonio de las grandes culturas de la historia el proponer siempre el mismo
estilo de vida que estaba resumido en las inscripciones que figuraban en las dos
columnas que abrían el templo de Delfos: “Sé tu mismo” y “Nada de
más”. Sé tú mismo, no otro, ni algo que no eres tú. No acumules ni en
tu personalidad, ni en tu vida, ni en tu día a día, nada que sea superfluo e
innecesario: viaja con una maleta ligera por la vida. Desde el mundo clásico,
hasta la india védica, el “saber vivir” se concentraba en estos dos lemas.
Pues bien, la
marihuana contribuye a que dejemos de ser nosotros mismos y pasemos a ser
entidades modeladas por su principio activo, el THC. Fundamentalmente, por
eso me opongo a que, alguien que no tenga la suficiente solidez interior,
consuma incluso la droga más blanda. Sea cual sea.
Pero, no nos
engañemos. Ni todas las drogas, tienen la misma capacidad de adicción, ni
todos los individuos se “enganchan” con la misma facilidad a una droga en
concreto. Fuera de la heroína (de la que se dice que, a los tres pinchazos,
uno ya es adicto para toda la vida), lo cierto es que la capacidad adictiva de
una caña, con un 3,5% de alcohol de promedio, no es la misma que las variedades
más agresivas de marihuana, con, entre un 2 y un 27% de THC. Hace falta
beber mucho litraje de cerveza para que te cambie el carácter, sin embargo, con
seis meses de fumar porros de continuo, ya estamos ante otra persona.
Hay más. En
2004, cuando escribí con el seudónimo de “Pol Ubach”, ¿Fumas porros,
gilipollas?, apenas existían casos de sicosis cannábica en las urgencias de
los hospitales. Hoy son el pan de cada día. A principios del milenio
costaba encontrar literatura científica que expresara dudas sobre la ausencia
de riesgos de la marihuana, hoy está bastante claro que es una llave que
abre la puerta de la esquizofrenia… afortunadamente, no a todos los que
fuman, sino a aquellos que son particularmente sensibles y cuya ecuación
personal los predispone a esta enfermedad.
No creo que haya
ningún departamento de recursos humanos que se arriesgue a contratar a alguien
que confiese abiertamente que es un porrero o del que se pueda sospechar que
abusa del porro. Incluso en series de televisión, reflejo de la realidad, suele
haber algún porrero pintado con rasgos descontrolados y ridículo por su falta
de encaje con la realidad. Sin embargo, a diferencia de las campañas contra
el tabaco, hasta ahora, ninguna campaña publicitaria ha recomendado, siquiera,
un mínimo de prudencia ante la marihuana.
La situación, en
este terreno, se ha agravado extraordinariamente, desde 2004. La crisis
económica del 2008-2011 abrió la puerta para la legalización de facto del
porro: hoy, en la práctica, está legalizado y se reprime tanto como puede
reprimirse el tabaco de contrabando. En ocasiones, se sabe que en cierto
chalet se cultiva marihuana “in door” (el olor es inconfundible) pero solamente
la policía actúa cuando hay alguna denuncia de vecinos. Hay chavales que han
empezado a fumar desde los 12 años: sus estudios se han resentido brutalmente,
a los 18 años ya muestran episodios de irritabilidad, agresividad, nerviosismo
que solamente atenúan consumiendo más cannabis. Vivirán de sus padres y
luego de la “paguita”. Lo más probable es que un porcentaje importante adquiera
enfermedades crónicas de carácter psicológico.
En 2020, un
30% de la población había consumido cannabis en los últimos 30 días. La edad
media para el inicio del consumo eran los 15 años y, junto al tabaco y al
alcohol, era la droga más accesible y utilizada. Estas cifras (extraídas del Informe
2020 sobre Alcohol, tabaco y drogas ilegales en España, publicado por el Observatorio
Español de los Drogas y las Adicciones) demuestran, por sí mismas, que el
porro es hoy un fenómeno de masas, tolerado ante la falta de perspectivas que
el sistema ofrece a los jóvenes, a modo de tranquilizante para neutralizar
capacidades de análisis de su situación y actitudes reivindicativas.
A diferencia
de en los años 60, con el underground, la contracultura y la búsqueda de “experiencias
nuevas”, actualmente, el porro es un neutralizador para la crítica social y las
actitudes revolucionarias. El porro, es un juego de muletas que el “sistema”
pone a disposición de los jóvenes para sumirlos en la pasividad. Así se
neutraliza a toda una generación.
Estos son algunas
de las razones por las que he decidido lanzar una nueva edición de ¿Fumas
porros, gilipollas? El título es, deliberadamente provocador. Pero no
miente: a fin de cuentas, un “gilipollas” no es otra cosa que alguien que se
hace daño a sí mismo.
No he tocado ni
una coma del texto original, solamente he añadido un prólogo que adapta la
edición a la realidad de 2021: 17 años en los que el problema se ha cuadruplicado
en volumen.
Este es el
índice de la materia tratada:
Prólogo a la edición de 2021
Introducción
I. El porro situado
II. El porro historiado
III. El porro farmacéutico
IV. El porro y sus efectos
V. El porro reivindicado
VI. El porro como arma
VII. El porro superado
El libro puede ser pedido directamente a Amazon: en versión libro convencional o en versión libro electrónico. Yo os recomendaría que, si tenéis algún familiar con este problema, o vosotros mismos tenéis tendencia a consumir porros, le dierais un repaso. No encontraréis aquí argumentos alarmistas, pero sí una buena dosis de realismo sin concesiones, ni a la corrección política, ni a la tendencia general de la sociedad.