La natación es un sanísimo ejercicio para el cuerpo humano, una actividad poco agresiva, propia del
verano y que puede practicarse en playas, ríos, lagos, presas y piscinas. En
algunas regiones de España y en algunos años, puede irse a la playa desde
principios de mayo. Si en el invierno el mejor deporte es caminar, en verano el
título se lo lleva la natación. Los que vivimos cerca del mar nos podemos permitir
el chapuzón todos los días. Así pues no me voy a quejar de la buena vida sino
de que cuando se inicia la temporada
turística (julio y agosto) las playas, incluso de zonas no particularmente
saturadas, se convierten en algo masificado que llega a lo desagradable. Me
quejo de que las formas modernas de ocio han transformado el placer en una
experiencia lamentable.
Me pregunto qué busca la gente yendo a la playa a una hora
punta: a partir de las 11:00 y hasta las
18:00, las playas del litoral español se convierten en zonas con una densidad
próxima a los cuatro habitantes por metro cuadrado. Lo sorprendente no es que
la gente acepte y asuma la masificación como algo natural e incluso agradable,
sino que a esas horas el sol pica con más fuerza, la radiación solar es mayor y
el riesgo de sufrir melanomas, aun rebozándose en cremas de protección solar,
aumenta hasta lo indecible.
Servidor tiene dos métodos que recomiendo encarecidamente:
en primer lugar tomarse las vacaciones fuera de los meses de verano. En junio o
septiembre no existen rastros de masificación. La segunda es ir a la playa
antes de las 11:00 o después de las 18:00, cuando no existe masificación o
cuando ésta ya ha remitido. Con la ventaja añadida, de que a esas horas la
radiación solar es menor.
Y me quejo de que esto, que parece bastante razonable, no es
lo que suela realizar la mayoría de españoles y de turistas. Y, créanme, no es
un plato de gusto acudir a una playa en la que el niño de al lado continuamente
te está arrojando arena con sus carreras histéricas a un lado o a otro o con su
pelotita de los cojones ante la mirada entre apática y pasmada de sus padres,
peor si en lugar de niño es un perro pulgoso y peor aún si se combinan niño y
perro (lo cual ocurre a menudo induciendo a pensar que el parque de padres
masoquistas va en aumento), la que practica top-less y está a punto de sacarte
un ojo con el pezón, cuando te tienes que enterar a la fuerza de la
conversación de las marujas que tienes pegadas a tu toalla, cuando los
horterillas de allá y aquellos otros allende sombrillas, emiten la peor música
que pueda existir en sus móviles disonantes y atronadores, cuando el griterío
de todos se hace ensordecedor y en lugar de deporte y tranquilidad, lo que se vive son situaciones de estrés y tensión, cuando
los colgados de uno y otro lado parecer haber entablado una competición para
ver quién es capaz de liarse y fumar más porros en menos tiempos, cuando te pasan
constantemente los que han venido a pagar las pensiones de los abuelos
vendiendo baratijas, cuando los chorizos amenazan con llevarse tus gafas de sol,
o tus deportivas, o el móvil, cuando a un lado y a otro ves personal arrojando
latas vacías, envases de plástico, restos de comida y algún colgao –donde hay
porros hay colgaos - que incluso se le ha roto la Xibeca y que el gilipollas
hasta se ríe y todo (y no le digas que recoja los trozos de vidrio que no te
entenderá); por si eso no fuera poco, el olor de sobaquillos, entrepiernas,
pubises y culitrancos malolientes se mezcla con el de cremas protectoras de
baratillo (que no estoy muy seguro si sirven para algo pero que, en cualquier
caso, contribuyen a aumentar la explosión de aromas). Luego están, claro, los
moritos que miran a ver si hay alguna pechuga generosa que se muestre y que se
suman a los mirones carpetovetónicos (que no son pocos)… Esto es lo que se produce sobre la arena.
En las orillas de la
playa la cosa no mejora. No siempre está limpia el agua. En ocasiones
parece un caldo recién hecho. Cuesta llegar a un lugar en donde se pueda nadar.
Siempre hay alguna canoa que corre el riesgo de hacerte la raya en la frente,
gente practicando snorkel que, en realidad, mira los bajos de l@s bañistas, los
niños y no tan niños que se tiran agua unos a otros y unos contra otros,
cientos de personas que chocan entre sí, el colgao que le ha dado el pasmo por
el contraste entre el calor y la temperatura del agua y que si se ahoga o no se
ahoga porque lleva con el porro desde que se ha levantado y son las 17:00, los
vigilantes de la playa que no se parecen en nada a los titulares de la serie
por mucho que lleven la misma barquilla roja en mano y, ocasionalmente, las
medusas y los medusos, los que al notar la temperatura del agua gritan y
solamente son superados por otr@s que dan alaridos. Como para que vengan los
giliflús de las cruces amarillas y hagan una “plantá”…
¿Lo ven cómo la
masificación y el modelo de ocio moderno ha conseguido convertir a la natación
y a los lugares paradisíacos de la costa en una especie de antesala del
Infierno de Dante? Me quejo, claro está, aun a sabiendas de que es hora de que
vaya preparando la mochila, porque es hora de ir a la playa. Eso o viviré lo
que acabo de describir.