Dos veces a la semana recibo un boletín informativo sobre
sectas elaborado por un grupo católico antisectas. Ahora se habla mucho menos de sectas que hace treinta años y, sin
embargo, sigue habiendo sectas, quizás más que nunca. La diferencia es que
antes las sectas tenían una dimensión internacional y hoy aparecen gurús debajo
de las piedras. Gurús irrelevantes, gurús de pacotilla, gurús sin dos dedos
de frente, gurús de pocas luces, pero gurús al fin y al cabo. De lo que me
quejo no es de la existencia de estos gurús –siempre ha habido espabilados que
han intentado lucrarse con la estupidez ajena- sino el que hayan pasado a ser
casi una “necesidad social”. Me quejo de que, nunca como hasta ahora, las
sectas destructivas han tenido un lugar en la sociedad.
Una “secta”
(destructiva o no) es una comunidad de personas en torno a un gurú que tienen
creencias rígidas y cerradas y están dispuestos a sacrificar cualquier cosa en
interés de la secta, convencidos de que obtendrán compensaciones materiales o
espirituales. Creo que fue un error el que los jesuitas en los primeros
estudios que realizaron sobre sectas cuando empezó el fenómeno de la “new age”,
los calificaran de “nuevas religiones”. Lo son, pero esto implicaría que las “viejas
religiones” tienen también algo de sectario. Y hay que reconocer que la
película que separa uno de otro concepto es especialmente fina. No me cabe la
menor duda de que el viejo romano del siglo I, e incluso del IV, consideraba que
el cristianismo era una “nueva religión” y, por tanto, una secta que nada tenía
que ver con su cultura y con su tradición. Solamente en muy escasas ocasiones,
una secta se convierte en religión dominante. La mayoría de sectas (véase, por
ejemplo, los gnósticos cristianos de los siglos I-IV) no pasan de ser pequeños
grupos formados en torno a un “gurú” que periclitan al morir éste.
Pero, por otra parte, hay que reconocer que las sectas, como la religión son las
muletas que utiliza el hombre de la calle para caminar por un mundo complicado
y que le ayuda a salir adelante dándole explicaciones dogmáticas –y, por tanto,
tranquilizadoras- a problemas existenciales. Gráficamente podríamos decir
que una “religión” supondría caminar con una muleta y una “secta” hacerlo con
dos o incluso con silla de ruedas. Todo depende del fervor y la credulidad con
la que uno participe en el movimiento, como depende del arraigo que esa
tradición religiosa pueda tener en el seno de la comunidad y la intensidad con
la que se viva. En Occidente el catolicismo no es, desde luego, una secta, pero
determinadas formas de vivir el catolicismo en grupos concretos, si es
participar de la vida de una secta propiamente dicha.
Y luego está gente
que se “engancha” a cualquier cosa: hay sectas políticas, existen sectas
deportivas, incluso cualquier causa –el pro-inmigracionismo, la solidaridad, el
feminismo, las ideologías de género, etc- puede derivar en actitudes sectarias.
Hay gente que participa de manera tan fanática de un club de petanca o de un
deporte que parece estar metido en una secta destructiva. Todo depende de la “fe”
y la intensidad que se ponga en la causa que se asume.
Digo todo esto para centrar lo que es una “secta”. Los
contornos no están muy bien definidos, ciertamente y el hecho de que los mismos
sectarios nieguen que pertenecen a una secta lo hace todavía más complicado.
Pero una cosa está clara –y, de hecho, también me voy a quejar de ello- : hay gente que lo mejor que puede hacer es
estar en una secta. Así se entretiene en algo, así hace algo positivo, así
evita mayores problemas a los que tiene cerca, así está entretenido y así
encuentra una causa para vivir, ya que no tiene ni fuerza, ni inteligencia, ni
valor para explicar cómo es el mundo y muestra una incapacidad absoluta para
ver el mundo de manera objetiva y racional. Es triste, pero es así, al menos en una secta están contentos, como
contento está el colgao con su chute.
Una última cosa. Me quejo –y no soy yo quien formula la
queja sino Spengler- de que en la actualidad existe una floración vermicular de
sectas porque la religión tradicional ha caído. El cristianismo ni moviliza
masas, ni sus explicaciones y dogmas hoy resultan aceptables para las masas.
Alguien dirá: “Bueno, hemos progresado…”. En absoluto: mirad a vuestro
alrededor. Cuando cae la religión
tradicional, no es sustituida por un período de objetividad y racionalidad,
sino que el vacío dejado es llenado por lo irracional, gurús, videntes, coñas
paranormales, cultos exóticos, religiones importadas, novedades en el
supermercado espiritual para tiempos de rebajas… Incluso se ha hecho del consumo una religión. De eso, en definitiva, es
de lo que me estoy quejando: que la
religión tradicional haya caído para que la irracionalidad más absoluta nos
embargue, porque ha sido la desaparición del cristianismo en Europa como fuerza
social y cultural, la que ha abierto las puertas a las ideologías de género, a
los dogmas laicos y a las supersticiones de todo tipo. Y hasta que pase la
fiebre, pueden pasar décadas…