Todo nacionalismo se
ha construido a base de mitos. Sin excepción. Daré un ejemplo particularmente
caro al nacionalismo español: la guerra de la independencia. Para los
nacionalistas fue una guerra contra el francés invasor que empezó el 2 de mayo
con una insurrección popular de gentes que luchaban por España contra el
invasor... Y es triste, pero fue cualquier cosa menos eso. Fueron cuatro
guerras en una:
1) guerra social que ya se preveía desde el motín de
Esquilache,
2) guerra civil porque los afrancesados fueron muchos y de
mucho fuste,
3) luego fue una guerra internacional, porque los ingleses
de Wellington recorrieron media península persiguiendo a los franceses,
4) fue guerra de guerrillas y, también aquí, hubo de dos
tipos, los que luchaban para restablecer a un Borbón en el trono y el simple
bandolerismo, sin olvidar que no todos los que luchaban contra los franceses
apoyaron a las Cortes de Cádiz…
Cuando la guerra de la independencia se examina desde este
punto de vista, reconozcamos que la visión de unos patriotas levantados
unánimemente contra el francés pierde fuelle. ¿Qué hay que mantener el mito? No
sabría decir… pero lo primero que se me ocurre es recordar a Aristóteles cuando
dijo: “Amicus Plato, sed magis amica
veritas” o lo que es lo mismo, “Soy amigo de Platón pero más amigo de la
verdad”. Y después de este exorcismo para alejar la sospecha de nacionalismo,
a lo que vamos y a lo que interesa, que es, de paso de lo que me quejo: ¿por qué en las escuelas catalanas y por
qué los medios de comunicación dependientes de la Generalitat tienen que
mitificar la figura de los presidentes de la Generalitat de Cataluña,
concretamente de Macià y de Companys?
La respuesta es clara: porque
los nacionalistas catalanes son más amigos de la Generalitat que de la verdad.
Y es triste porque, incluso los constructores de mitos deben cuidar de que la
estatura real de los mitificados esté, más o menos, en relación con el mito que
pretenden construir. Y, frecuentemente, se les va la mano.
A Macià, por ejemplo, lo han aureolado con oropeles míticos
y de divinidad, casi como el “padre fundador”. En realidad, era un tipo
mesiánico y cabezón. De su pensamiento político se sabe poco, salvo que un buen
día, licenciado del ejército y con los garbanzos asegurados por su millonaria
esposa, una terrateniente leridana, se dedicó a la política. Se autoexilió
durante la dictadura y no puede decirse que estuviera muy acertado durante su
residencia en París. En un ataque rauxa
catalana le dio por invadir Cataluña con un puñado de aventureros italianos y
unas docenas de partidarios con el cerebro calenturiento. La policía francesa
los detuvo a todos. Luego, el 14 de abril, salió por la ventana del
ayuntamiento proclamando el “Estado Catalán“… contraviniendo el Pacto de San
Sebastián suscrito por todas las fuerzas republicanas. Tres días después,
gracias a los buenos oficios de Nicolau d’Olwer, aceptó como fórmula
transitoria el régimen autonómico… como paso previo a la independencia. Y en el
año que todavía estuvo por delante fracasó estrepitosamente en todo lo que se
propuso: su partido, ERC, expulsó a una tendencia (la socialdemócrata de Josep
Lluhí, cuyo paso al frente del gobierno catalán duró 40 días), tuvo que
soportar tres sublevaciones anarquistas, el pistolerismo volvió a reavivar en
toda Barcelona y en las siguientes elecciones, la Lliga se recuperó y superó en
votos a ERC. Faltó poco para que los nacionalistas lo santificaran.
Con Companys fue
todavía peor, porque por no ser, ni siquiera era independentista, sino un
triste federalista, abogadillo de pistoleros de la FAI y poco más. Falta de
apoyos debió jugar con nacionalistas y con independentistas, con anarquistas y
con fascistas catalanes. Y para colmo su vida personal era la comidilla de toda
Barcelona. Así se llegó al 6 de octubre de 1934 en donde todo le salió mal
porque había contado milongas distintas a cada sector: que si luchamos por la
independencia, que si es para recuperar la república, que si el por los rabasaires y la ley de cultivos… Al
acabar la jornada 40 familias lloraron a sus muertos. Cuando volvió al poder
tras el triunfo del Frente Popular, pocos días después su rival en asuntos de
faldillas, Miquel Badía, fue asesinado por pistoleros de la FAI… que
identificados indubitablemente, fueron puestos en libertad por la Consejería de
Justicia. Luego, al estallar la guerra civil, Companys trató a García Oliver, a
Durruti y a los Ascaso de “Fills meus!”. El resultado fueron 9.000 asesinatos
cometidos por las “Patrullas de Control” y por el “Comité de Milicias Antifascistas”
¡en los tres primeros meses de conflicto! Muchos de ellos ajustes de cuentas
personales. Y la Generalitat por el
pantalón bajado y con la bisagra inclinada 90º ante los anarquistas… hasta que
los comisarios soviéticos decretaron el mayo de 1937 que ya había bastante con
la broma y acabaran con la hegemonía anarquista, obteniendo, por si había
alguna duda, el apoyo de Companys. Salió a escape y a escape lo retornaron.
Franco lo fusiló. Fue lo peor que Franco pudo hacer: de no haber sido fusilado,
los fabricantes de mitos carecerían de trampolín para lanzarlo al estrellato
del nacionalismo y del independentismo.
El tercer gran mito
es Pau Clarís… ¿Para qué hablar de un tipo cuyo papel histórico fue
arrancar a Cataluña de la corona de España y ponerla graciosamente al servicio
de la de Francia? Porque a fin de cuentas, Clarís debió pagar los gastos de
3.000 soldados franceses que ocuparon el Principado… Como los anteriores tiene
calle en Barcelona.
Con mitos de este
voltaje puede entenderse que los conatos independentistas sean chispazos que
solamente se producen cuando el Estado Español, por uno u otro motivo está
debilitado. ¿De qué me quejo? De que nada de todo esto se enseñe en las escuelas.
Es como si las escuelas sirvieran para transmitir el analfabetismo histórico.