Me quejo de que la
modernidad ha generado tal alteración en la sociedad que, en el límite, al que
hemos llegado en los últimos dos o tres años, no solamente se hayan alterado
todos los valores, sino que los comportamientos canónicos que hasta ahora se
consideraban “normales”, simplemente, han dejado de serlo. Y lo que es más
significativo, resulta incomprensibles e intolerables para los promotores de la
corrección política. Y esto nos ha llevado
hasta el punto en el que hoy lo más revolucionario y contracorriente es, coño,
ser normal. De eso me quejo.
En una conferencia, hace unos años, puse un ejemplo muy
gráfico de lo que está ocurriendo: “Miren
mi mano. Está cerrada. ¿Qué dirían si alguien les convenciera de que la muestro
abierta? Seguirían diciendo que la mano está cerrada y que alguien está
tratando, simplemente, de tomarles el pelo… porque la mano, véanla ustedes
mismos y no se engañen, está cerrada”. Y esto tiene mucho que ver con lo
que está pasando. El otro día en un debate televisivo en la primera cadena, a
las 13:00, en la que todas sus protagonistas son mujeres de distintas tendencias (ni un solo hombre… seguramente
por aquello de que la “igualdad” es pura ficción) una de las tertulianas –ciertamente
con mirada de trastornada- decía: “Hoy
que los hombres quieran llevar falda o no es un debate interesante…”.
Señora: esto no es Escocia, aquí los hombres
visten pantalones. Eso es lo normal.
Quien no acepte unas nociones
mínimas de normalidad, está perdido y demuestra ser solamente un neurótico que,
en lugar de ser tratado como tal, ve su obsesión “comprendida” y adquiere,
inmediatamente, carta de ciudadanía como “una opción”: hombres con faldas,
transexuales de quita y pon que tan pronto se operan castrándose como al día
siguiente aspiran a volver a la mesa de operaciones para que les pongan
testículos y picha de plexiglás (¿en el fondo, por qué no? ¿quién es la
naturaleza para establecer el sexo con el que nacemos? El sexo se puede elegir
como se elige el color de una camisa…).
Todo resulta comprensible, todo se acepta, todo es lícito porque
todo es, en el fondo, un ejercicio de libertad y la libertad, como se sabe,
solamente es tal cuando no tiene límites ni cortapisas. Así que si quiero
casarme con una merluza o con un besugo puedo hacerlo y nadie podrá impedirme
tener hijos que puedo adoptar en la lonja del pescado o en cualquier mercadillo
de compra venta de niños africanos o asiáticos. No hay nada como mostrar lo absurdo de los extremos para empezar a
vislumbrar el origen del problema. Y este origen es que se ha perdido la noción
de “normalidad” en todos los terrenos.
¿Qué puede
considerarse como normal? Lo que impone la naturaleza de la que nosotros mismos
formamos parte de manera ineludible Ésta, por ejemplo, es conservadora
(algo que el progresismo nunca le ha perdonado): la biología enseña incluso que
ni siquiera los caracteres adquiridos se transmiten por herencia. Así que es preciso negar a la naturaleza. A
esto se le llama titanismo: el Titán mitológico era aquel que emprendía una
acción superior a él… y fracasaba allí donde el Héroe (la otra raza rival)
triunfaba. Habitualmente, el Titán no medía sus capacidades ni la dimensión de
la empresa en la que se embarcaba. Negar
la naturaleza es mal asunto porque, como la mano que está cerrada, antes o
después, la realidad se impone: yo no quiero “tener hijo”, quiero tener
DESCENDENCIA de mi sangre y por la que discurra la sangre de sus antepasados.
No quiero casarme con una merluza ni con un besugo, quiero casarme con una
mujer. ¿Qué ocurre? ¿Qué no he encontrado al “hombre de mi vida”, que soy un
“reprimido homófobo”? No, hombre, no: es que quiero que mi hijo salga del vientre de una mujer, no de una probeta,
no quiero comprarlo al peso en un mercadillo persa, ni buscar un sucedáneo con
un perro o un gato. Y, además,
quiero hacerlo así porque es lo NORMAL. El Titán pretendía que la noche no
siquiera al día, el “políticamente correcto” intenta otro tanto en nombre de “la
libertad”. Pero lo normal es que el día suceda a la noche.
El ministerio de la
verdad orwelliano ha actuado subrepticiamente a través de la UNESCO, la máxima
difusora de los mitos políticamente correctos y de las ideologías de género.
“La verdad es la mentira y la mentira es la verdad”. La mano que está cerrada,
vamos a convencer a la masa de que, en realidad, está abierta. Hay que ser “libre”
incluso de nuestros propios sentidos. Hay que destruir la idea de normalidad en
todos los terrenos… Se aproximarán, pero no lo conseguirán. La especie humana tiene un rasgo que la
distingue de los animales: dispone de conciencia de sí mismo y de la racionalidad.
Borre usted al ser humano esos elementos y lo habrá convertido en un animalico.
¿Entendéis ahora porque las “ideologías de género” no pueden defenderse con
argumentos racionales, sino que son los nuevos mitos de la modernidad,
indiscutibles e intocables? De eso me quejo y por eso me siento más
revolucionario que cuando quería incendiar el mundo con una tea: porque soy
NORMAL.