Mi pueblo es pequeño, marinero. En invierno parece como
muerto. Más tranquilo que una digestión de verdura hervida. El censo dice que
son 3.000 los habitantes, un 30% disperso por urbanizaciones y quizás otro 30%
empadronado pero no residente. Así que aquí nos conocemos todos. Pero en
verano, esto se ve invadido por toda una fauna extraña procedente de los
barrios altos de Barcelona. Y de eso me quejo, de que lo que viene pretende estar “a la última” pero su creatividad apenas
llega a imitar usos y costumbres de aquella “gauche divine”, más conocida luego
como “izquierda caviar” que ha ido dando la tabarra desde finales de los años
60. Así pues, me quejo de que hay gente que cree estar en vanguardia de la moda
y en realidad va con 50 años de retraso.
En los años 60, a esta fauna la había dado por el fenómeno hippy. Cuando el fenómeno llegó a
España, en EEUU, su tierra madre, ya se habían extinguido. En realidad, Charles
Manson fue el último hippyloya. Después suyo nadie volvió a reivindicar aquel
título. Pero fue, precisamente en el 68 cuando la moda llegó a Cataluña
(solamente en Ibiza había llegado un poco antes). Amor libre, porrito encajado
entre los labios, sandalias flip-flop, pelo largo, flowers a tutiplé, comunas y
mística oriental de baratillo. Eso los más salvajes. Los menos asilvestrados y
que, en el fondo, no querían salir de la zona de confort de papá y mamá,
optaron por las discotecas y pubs de moda (la Cova del Drac junto a todos los garitos de la calle Tuset y, sobre
todo, Bocaccio) y tomaron conciencia
de que su misión era “política”: niños
bien, ganados por el pop, coqueteando con el marxismo y dándoselas de
intelectuales. No era un movimiento, era un grupo de individualidades que
respondían a los mismos rasgos taxonómicos: profesiones liberales, hijos de la
alta burguesía, intelectuales reales o imaginarios, progresistas, muchos de
ellos viviendo de la pluma o de la edición y, todos ellos, sin problemas económicos.
Todos comprometidos con la “oposición democrática”, pero la mayoría sin
militancia política real. Ninguno de ellos, nunca vivió la clandestinidad, ni
los riesgos de una militancia ilegal. Les dio por la contracultural y el
underground. Les llamaban “gauche divine” como un insulto y ellos aceptaron la
definición como rasgo distintivo.
Estábamos en el tardo franquismo. Era la hora en la que el “compromiso
político” (salvo que fueras un obrero) salía gratis para los intelectuales. El
undergound y la contracultura desaparecieron de EEUU y, consiguientemente, el
fenómeno se extinguió en España. Un sector importante se reconvirtió siguiendo
las orientaciones místicas de los hipiloyas norteamericanos y el descubrimiento
de las religiones orientales. El yoga especialmente.
Hay que realizar dos precisiones: el yoga, en la India, es uno de los escalones más bajos de la
espiritualidad. Por debajo solamente tiene al faquirismo. Así que los que
creen que el yoga es una “vía espiritual”, más vale que no se engañen: es una técnica de relajación con una base
espiritual que no se puede entender completamente si no se comparte el universo
védico en el seno del cual nacieron los distintos yogas. A lo que hay que
añadir que los “misioneros” que trajeron
el yoga de la India hasta occidente desde finales del siglo XIX, lo que trajeron
fue una versión adulterada que resultaba imposible vender en la India, pero que
se adaptaba bien al supermercado espiritual occidental como producto de rebajas.
Los mismos resultados pueden obtener con cualquier método de relajación o con
cualquier terapia psicológica.
Desde mediados de los
70, un sector de la “gauche divine”, de la “izquierda caviar”, mutó en el seudo
espiritualismo. Y ahí están, en mi pueblo, haciendo “yoga en la playa”, con
sus abalorios comprados en la India a cualquier mercachifle, con sus pañuelos
orientales recién tradidos de Madrás o de Daramsala, con sus cortes de pelo a
lo yogui tirado de Bombay, con sus cuatro posturitas rompecuellos y
quiebraespaldas, con su pasotismo efecto del porrito descontrolado, sus hijos
productos del amor libre y educados por la vida, berreando mientras ellos y sus
acólitos intentan practicar “yoga en la playa”. Si está de mona la quinoa, se
ponen hasta el ojete de quinoa, si es el tofu lo consumen en sobredosis y si se
trata de beber, incluso te defienden que un latigazo de tu propio pis a primera
hora es “depurativo y mineraliza el cuerpo”. Políticamente escépticos, nunca
osarán criticar al “prucés”… Eso es lo que queda de la “izquierda caviar” cuya
proliferación vermicular en los meses de verano en mi pueblo me hace elevar
esta queja. Me quejo de que los viejos
hipiloyas nunca mueren.