INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

domingo, 8 de julio de 2018

376 QUEJÍOS (71) – IR A LA PLAYA ES MORIR UN POCO


La natación es un sanísimo ejercicio para el cuerpo humano,  una actividad poco agresiva, propia del verano y que puede practicarse en playas, ríos, lagos, presas y piscinas. En algunas regiones de España y en algunos años, puede irse a la playa desde principios de mayo. Si en el invierno el mejor deporte es caminar, en verano el título se lo lleva la natación. Los que vivimos cerca del mar nos podemos permitir el chapuzón todos los días. Así pues no me voy a quejar de la buena vida sino de que cuando se inicia la temporada turística (julio y agosto) las playas, incluso de zonas no particularmente saturadas, se convierten en algo masificado que llega a lo desagradable. Me quejo de que las formas modernas de ocio han transformado el placer en una experiencia lamentable.

Me pregunto qué busca la gente yendo a la playa a una hora punta: a partir de las 11:00 y hasta las 18:00, las playas del litoral español se convierten en zonas con una densidad próxima a los cuatro habitantes por metro cuadrado. Lo sorprendente no es que la gente acepte y asuma la masificación como algo natural e incluso agradable, sino que a esas horas el sol pica con más fuerza, la radiación solar es mayor y el riesgo de sufrir melanomas, aun rebozándose en cremas de protección solar, aumenta hasta lo indecible.

Servidor tiene dos métodos que recomiendo encarecidamente: en primer lugar tomarse las vacaciones fuera de los meses de verano. En junio o septiembre no existen rastros de masificación. La segunda es ir a la playa antes de las 11:00 o después de las 18:00, cuando no existe masificación o cuando ésta ya ha remitido. Con la ventaja añadida, de que a esas horas la radiación solar es menor.

Y me quejo de que esto, que parece bastante razonable, no es lo que suela realizar la mayoría de españoles y de turistas. Y, créanme, no es un plato de gusto acudir a una playa en la que el niño de al lado continuamente te está arrojando arena con sus carreras histéricas a un lado o a otro o con su pelotita de los cojones ante la mirada entre apática y pasmada de sus padres, peor si en lugar de niño es un perro pulgoso y peor aún si se combinan niño y perro (lo cual ocurre a menudo induciendo a pensar que el parque de padres masoquistas va en aumento), la que practica top-less y está a punto de sacarte un ojo con el pezón, cuando te tienes que enterar a la fuerza de la conversación de las marujas que tienes pegadas a tu toalla, cuando los horterillas de allá y aquellos otros allende sombrillas, emiten la peor música que pueda existir en sus móviles disonantes y atronadores, cuando el griterío de todos se hace ensordecedor y en lugar de deporte y tranquilidad, lo que  se vive son situaciones de estrés y tensión, cuando los colgados de uno y otro lado parecer haber entablado una competición para ver quién es capaz de liarse y fumar más porros en menos tiempos, cuando te pasan constantemente los que han venido a pagar las pensiones de los abuelos vendiendo baratijas, cuando los chorizos amenazan con llevarse tus gafas de sol, o tus deportivas, o el móvil, cuando a un lado y a otro ves personal arrojando latas vacías, envases de plástico, restos de comida y algún colgao –donde hay porros hay colgaos - que incluso se le ha roto la Xibeca y que el gilipollas hasta se ríe y todo (y no le digas que recoja los trozos de vidrio que no te entenderá); por si eso no fuera poco, el olor de sobaquillos, entrepiernas, pubises y culitrancos malolientes se mezcla con el de cremas protectoras de baratillo (que no estoy muy seguro si sirven para algo pero que, en cualquier caso, contribuyen a aumentar la explosión de aromas). Luego están, claro, los moritos que miran a ver si hay alguna pechuga generosa que se muestre y que se suman a los mirones carpetovetónicos (que no son pocos)… Esto es lo que se produce sobre la arena.

En las orillas de la playa la cosa no mejora. No siempre está limpia el agua. En ocasiones parece un caldo recién hecho. Cuesta llegar a un lugar en donde se pueda nadar. Siempre hay alguna canoa que corre el riesgo de hacerte la raya en la frente, gente practicando snorkel que, en realidad, mira los bajos de l@s bañistas, los niños y no tan niños que se tiran agua unos a otros y unos contra otros, cientos de personas que chocan entre sí, el colgao que le ha dado el pasmo por el contraste entre el calor y la temperatura del agua y que si se ahoga o no se ahoga porque lleva con el porro desde que se ha levantado y son las 17:00, los vigilantes de la playa que no se parecen en nada a los titulares de la serie por mucho que lleven la misma barquilla roja en mano y, ocasionalmente, las medusas y los medusos, los que al notar la temperatura del agua gritan y solamente son superados por otr@s que dan alaridos. Como para que vengan los giliflús de las cruces amarillas y hagan una “plantá”…

¿Lo ven cómo la masificación y el modelo de ocio moderno ha conseguido convertir a la natación y a los lugares paradisíacos de la costa en una especie de antesala del Infierno de Dante? Me quejo, claro está, aun a sabiendas de que es hora de que vaya preparando la mochila, porque es hora de ir a la playa. Eso o viviré lo que acabo de describir.