En la
formación de la “falange de izquierdas” existen tres tiempos perfectamente diferenciados.
El
primero es el período 1937–1956, esto es, el situado entre el Decreto de
Unificación y los acuerdos de cooperación suscritos por Franco con los EEUU. En
esa fase, el factor diferencial de unos falangistas (que todavía ni se
llamaban, ni se consideraban “de izquierdas) con otras fuerzas del régimen
(“derecha radical” alfonsina y carlista y “derecha conservadora” procedentes de
la CEDA–JAP) era la actitud en relación a dos factores: el capitalismo y la
monarquía. Los falangistas disidentes de la época, aspiraban a una “revolución
nacional”, similar a la que había tenido lugar en Alemania e Italia, actitud
que encontraba resistencias en otras componentes del régimen.
Existieron
dos tendencias: los que actuaban desde “dentro” del Movimiento Nacional de FET
y JONS y los que lo hacían desde fuera. En ambos casos y, aun alegando, que su
“revolución nacional” era “española”, tenían a identificare con los fascismos.
Cuando estos desaparecieron, se abstuvieron de realizar críticas a las
potencias y a los regímenes vencidos y siguieron con su proyecto de “revolución
nacional”. Entre los que actuaban en el interior del régimen figuran los
nombres de Ridruejo, Laín Entralgo, Antonio Tovar y el grupo de intelectuales
que habían figurado hasta 1942 en el entorno de Serrano Suñer. Fuera del
régimen, aparecen unas siglas anecdóticas de las que se sabe poco: Ofensiva de
Recobro Nacional Sindicalista, Falange Española Auténtica, etc.
En una
segunda fase que abarca desde 1960 a 1973, la izquierda empieza a dominar entre
la juventud estudiantil. El recuerdo de los regímenes “fascistas” de los que
Falange era la versión española, ha quedado muy atrás. Las nuevas generaciones
han crecido de espaldas a los fascismos y todo lo que saben de ellos es
simplemente hostil o muy hostil. En ese momento, ya se empieza a utilizar el
término “falange de izquierdas”, no tanto por los propios falangistas como por
la oposición democrática que los califica así. También existe una disidencia
intramuros del franquismo que da lugar a posiciones de lo que podría
reconocerse como una “izquierda del régimen”, mientras que extramuros del mismo
aparecen distintas tonalidades de izquierda “azul”, incluso variaciones
altamente radicalizadas: dentro del régimen, Cantarero del Castillo y el diario
SP; fuera: el FSR, el FNAL, el FES.
La
tercera fase abarca el período que media entre 1973 y 1979, es decir, entre la
formación de los primeros núcleos que luego darán vida a la Falange Española de
las JONS (Auténtica) y su desintegración. En cuanto a los núcleos moderados que
hasta ese momento actuaban en el interior del régimen, prácticamente tienden a
difuminarse a medida que este período va avanzando. Cuando se producen las
primeras elecciones democráticas, en junio de 1977, los moderados desaparecen
definitivamente y los radicales sufren el primer batacazo electoral que
constituirá para ellos el punto de inflexión que los pulverizará completamente
dos años después. Por nombres y siglas: Reforma Social Española entre los
surgidos del interior del régimen y FE–JONS(A) surgida fuera del mismo.
Todos
los grupos citados hasta aquí eran completamente diferentes entre sí: no sólo
tenían distintas sensibilidades, sino que ni siquiera eran convergentes.
Podemos establecer tres variedades, aun a riesgo de penetrar en un terreno
extremadamente confuso y en el que, prácticamente, cada miembro de estos
grupos, aportaba un matiz distinto: los “socialistas–sindicalistas”, los
“sindicalistas autogestionarios” y los “hedillistas”.
Los
socialistas–sindicalistas (Cantarero) aspiraban a constituir la “izquierda del
régimen”. Sostenían que los ideales sociales del nacional–sindicalismo y del
socialismo eran los mismos, a pesar de partir de distintas perspectivas. Su
posición puede sintetizarse así: en la medida en que Falange había sido una de
las fuerzas que habían dado origen al régimen, de lo que se trataba era de
“perfeccionarlo”, actuando dentro de la más estricta legalidad y a través de
los cauces representativos que existían: aparato sindical, estatuto de
asociaciones políticas, “tercio familiar” en las Cortes franquistas, etc.
Los
sindicalistas autogestionarios, por su parte, surgieron de la necesidad de
“profundizar” ideológicamente en la parte social de la doctrina joseantoniana.
Expurgando las Obras Completas del fundador, habían advertido lo poco
que se había concretado en este terreno y, aprovechando una serie de ideas
generales allí contenidas, intentaron completarlas con experiencias que en ese
mismo momento estaban teniendo lugar en Yugoslavia, Argelia y durante la
Primavera de Praga). De ahí surgió una tendencia que miraba con interés
cualquier experiencia realizada en el Tercer Mundo que intentara reorganizar la
producción en un sentido social.
No hay
que confundir esta tendencia con el “hedillismo”, o lo que se llamó entonces
hedillismo. Éste sería algo muy diferente a los planteamientos que adoptó la
sigla FE–JONS(A) a la que se aludía erróneamente como “los hedillistas”.
Tendremos ocasión de insistir en las ideas de Hedilla. En cualquier, caso, su rentré
política no se hizo desde el “falangismo”, sino desde una posición política
nueva, si bien, los que rodeaban a Hedilla creían que iba a reivindicar el
espíritu de la Falange antifranquista.
Esto
nos lleva a dos actitudes fundamentales en relación a la “izquierda
falangista”: la de aquellos que asumieron posiciones de izquierda manteniendo
su identidad falangista –por ejemplo, FE–JONS(A) que, en todo momento, y
paradójicamente, seguía ostentando los signos que hacían de este partido un
hermano español de las formaciones fascistas de los años 30 (uniformidad,
organización, cánticos, estilo)– y aquellos otros que, desde el principio,
negaban esa identidad, convencidos de que el nombre de Falange había quedado
indisolublemente ligado al franquismo y que era necesario partir de otra sigla
y de otra estética para poder realizar una tarea política de futuro. Entre los
primeros podemos situar a FE–JONS(A), y uno de sus precedentes, el FENS; en la
otra al FSR, al FNAL y al entorno de Cantarero del Castillo. También aquí es
preciso advertir que, en el interior, todos estos grupos no eran homogéneos y
tenían distintas sensibilidad y actitudes: desde los que sinceramente creían
que era preciso introducir correcciones a la Falange histórica y que, por
tanto, no valía la pena utilizar esa referencia y aquellos otros para los que
la nueva sigla era una mera cobertura para enmascarar lo que realmente eran.
Actitudes de este tipo hacen extraordinariamente difícil el seguimiento de
todos estos grupos: los mismos personajes que participaban en estas
actividades, iban cambiando de criterio con el paso del tiempo y no siempre en
la misma dirección.
Cabe
hablar de “tránsitos”. En efecto, para la inmensa mayoría de quienes
participaron en todas estas iniciativas, la ubicación política en la “falange
de izquierdas” no fue un punto de partida. Todos tenían una historia previa,
esto es, un punto de partida a partir del cual fueron evolucionando,
directamente o a través de etapas intermedias. Así mismo, para muchos, alcanzar
ese punto no significaba llegar a un punto final, sino tan solo a una nueva
etapa en una migración política que terminaría mucho más lejos. Todo esto marca
distintos itinerarios personales mucho más que orgánicos. No podemos hablar, en
efecto, de itinerarios colectivos debido a la escasa coherencia interior de estos
grupos y a las distintas opiniones que sostenían sus miembros que, por otra
parte, siempre fueron unos pocos centenares. Hemos identificado cinco de estos
itinerarios:
1) Del “fascismo revolucionario” a la “oposición
democrática”.– Es el camino seguido por los Ridruejo, Tovar, Laín, etc.
Partieron de la voluntad de emular la revuelta de las juventudes europeas
lideradas por los fascismos y tratar de materializar esta posición en el
interior del régimen franquista, no habituarse a la convivencia con sectores
monárquicos y reaccionarios y, finalmente, para terminar, dejando atrás el
impulso inicial y asumir los valores democráticos y parlamentarios.
2) De la burocracia del Movimiento franquista a la
derecha liberal.– El punto de partida de este itinerario no era la
Falange histórica (partido al que quienes lo siguieron no habían podido
pertenecer por cuestiones de edad; fue, un itinerario habitual para algunos
“falangistas de segunda generación”) sino el inicio de una carrera en el
interior de la burocracia franquista, bien en el Frente de Juventudes o en el
SEU de la postguerra. La actitud de los que realizaron este tránsito indica una
voluntad “adaptacionista” y el reconocimiento de que había que modificar
algunos de los postulados de la Falange histórica. Su objetivo era constituir
una especie de “izquierda” del régimen franquista, pero cuando éste descarriló
al morir Franco, se produjo una reorientación; el tránsito terminó en la etapa
final: la derecha liberal. Fue el recorrido seguido por Cantarero del Castillo
y su RSE.
3) De las organizaciones juveniles franquistas al
sindicalismo libertario.– Fue el recorrido realizado por algunos
falangistas de “tercera generación”: iniciaron su andadura en la Organización
Juvenil Española en donde recibieron una formación nacional–sindicalista.
Cuando la quisieron ampliar –se trataba de jóvenes universitarios– fue
frecuente que advirtieran problemas de inadecuación y espacios vacíos. Trataron
de completarlos en función de las modas radicales de la época: renunciaron a
cualquier forma de “nacionalismo” y les interesó solamente la parte
“sindicalista”. Los que persistieron en este camino terminaron en lo que
parecía su destino lógico: dejaron atrás el nacional–sindicalismo y pasaron al
anarcosindicalismo que intentó reconstruirse en la transición. Fueron las
gentes del FSR y de la ARS (Acción Revolucionaria Sindicalista).
4) De la búsqueda de la ortodoxia a la
desmovilización pasando por el activismo compulsivo.– Protagonizado por falangistas de “segunda y tercera generación”
fue uno de los tránsitos clásicos: habitualmente, quienes lo siguieron formaban
parte de alguna organización del Movimiento (OJE, Frente de Juventudes, Guardia
de Franco, Falanges Juveniles). En un momento dado experimentaron cierto
rechazo hacia el aparato franquismo y se embarcaron en iniciativas disidentes.
Todas estas iniciativas –FE–JONS(A), especialmente– carecían de estrategia y la
suplían con un activismo compulsivo. Esto hacía necesariamente que estuvieran
poco tiempo en activo (“la luz que brilla con el doble de intensidad dura la
mitad de tiempo”). Cuando el cansancio hizo mella –al conocerse la pobreza de
un resultado electoral o como resultado de interminables tensiones internas–
simplemente abandonaban la lucha política para no volver jamás.
5) El itinerario cíclico.– Se trata de trayectorias en las
cuales las etapas que van quedando atrás son nuevamente recorridas al cabo de
unos años y casi en los mismos términos. El paso del tiempo hace que estos
ciclos no se recorran ni a la misma velocidad, ni tengan el mismo seguimiento.
Siempre, en estos casos, se deben a falta de autocrítica sobre las experiencias
pasadas (lo que permitiría ver las causas objetivas de un fracaso) y a creer
que han fallado por causas subjetivas o voluntaristas. La imagen geométrica no
es el círculo sino la espiral centrípeta, en la que cada vuelta indica un
repliegue sobre sí misma. Es habitual entre falangistas de “cuarta generación”
y responde más a una actitud psicológica que a una reflexión política (que cuando
existe es superficial y limitada): el ejemplo algunos miembros de FE–JONS(A)
que años después de haber concluido esta experiencia (a la que dedicaron
energías y los mejores años de su vida) vuelven a intentarlo otra vez, sin
terminar nunca de reconocer el fracaso.
Si tales son los itinerarios, quedaría ahora por intentar establecer algunos rasgos comunes a todas estas actitudes. Un intento de esta naturaleza se enfrenta a la multiplicidad de estas corrientes. En realidad, globalmente consideradas, solamente podemos encontrar unas pocas características comunes:
— El reconocimiento implícito de que era necesario completar el nacional-sindicalismo con aportaciones exteriores a su doctrina pero que se consideraba que podían cubrir los agujeros que el paso del tiempo había ido dejando.
— Tendencia a priorizar el aspecto “sindical” sobre el aspecto “nacional” de la síntesis nacional-sindicalista, lo que implicaba un máximo interés en “lo social”; recuérdese la consigna “Menos patria y más justicia” difundida por FE-JONS(A).
— Intento de integrar experiencias sindicalistas surgidas fuera del nacional-sindicalismo pero que no consideraban en contradicción con él (todo lo relativo a la autogestión de moda en los 60 y en la primera mitad de los 70).
— Complejo de inferioridad ante la construcción marxista (entonces en su máximo esplendor) y ante la simplicidad efectiva de la doctrina anarquista (enunciada en forma de consignas).
— Complejo de inferioridad al carecer de base social en el medio obrero. Buscaban a la clase obrera porque creían que la presencia de este grupo social era lo que aportada una entidad “de izquierdas”.
— Falta de comprensión estratégica que les llevó al ejercicio de un mero tacticismo. Ninguna de las tendencias falangistas (de izquierdas, disidentes del movimiento o integradas en éste) fue capaz de elaborar una estrategia política autónoma, problema que se remonta a las fuentes del nacional-sindicalismo. El mismo José Antonio, solamente en un momento avanzado de su andadura política estuvo en condiciones de elaborar una estrategia en agosto de 1935.
A estas características comunes (que se manifestaban con diferente intensidad en cada una de las fracciones y personajes) se unen otras específicas, presentes en unos y ausentes en otros:
— La obsesión antimonárquica no estaba
presente, por ejemplo, en la tendencia encabezada por Cantarero del Castillo
que omitía pronunciarse sobre la cuestión, dando por sentado que en su
aceptación de la “legalidad vigente” emanada de la Ley Orgánica del Estado de
1967, aceptaba al franquismo como un estado de regencia hasta que se produjera
la instauración de la monarquía en la persona del entonces Príncipe Juan
Carlos. Sin embargo, el antimonarquismo fue un rasgo habitual entre los grupos
“disidentes” del Movimiento: FES, Círculos Doctrinales José Antonio y los
grupos que dieron vida a FE-JONS(A).
— Necesidad de escapar a la sensación de
aislamiento. La inferioridad numérica en la que se encontraban los
grupos falangistas especialmente en la universidad ante los grupos de izquierda
o extrema-izquierda, su carencia casi absoluta de base obrera, y la
incomprensión creciente en la que desarrollaban su acción, les daban una
sensación de aislamiento que aspiraban a suplir adoptando algunos rasgos
externos y consignas de estos grupos de extrema–izquierda en un desesperado
intento de evitar su aislamiento. Esta actitud fue muy clara tanto en el FSR
como en la ARS como prueba el hecho de que finalmente terminaran integrándose
unos en el Partido Sindicalista y otros en la CNT.
— Revolucionarismo: esto es, utilización constante de una fraseología ultrarrevolucionaria con el intento de superar a la izquierda en ese terreno, es decir, ser más “revolucionarios que la izquierda más revolucionaria”. Creían con este subterfugio poder hacer olvidar los vínculos de la Falange con el régimen franquista. De la misma forma que la Falange histórica intentó adaptar el fenómeno mundial de los fascismos, lo que podemos llamar la “extrema–izquierda” falangista trató de asimilar su doctrina a la “nueva izquierda” que estuvo en boga a partir de mayo de 1968. Los elementos propiamente fascistas de la doctrina originaria fueron sustituidos por elementos extraídos de la ultraizquierda.
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