Si
grupos como el FSR o FE–JONS(A) representaban el sueño nunca realizado de crear
una “falange de izquierdas” que contara con base obrera y popular, surgidos
extramuros del sistema, a lo largo del franquismo también aparecieron intentos,
protagonizados por miembros de las estructuras del Movimiento franquista,
especialmente del SEU y del Frente de Juventudes, para constituir una
“izquierda” intramuros del régimen.
En
octubre de 1960 se había creado la Agrupación de Antiguos Miembros del Frente
de Juventudes que, desde el principio tuvo dos características propias: estaba
íntegramente compuesta por falangistas de segunda generación y era una
respuesta a la creación de la Organización Juvenil Española[1],
menos politizada. El equipo dirigente de la nueva asociación estaba formado por
Rafael Luna, Antonio Castro Villacañas y, especialmente, Manuel Cantarero del
Castillo, presidente de la Junta Nacional de la Agrupación desde 1964.
Cantarero utilizaría a la Agrupación como trampolín político dando mucho que hablar
desde la segunda mitad de los años sesenta hasta la transición.
Había
nacido en Málaga en 1926. Durante la primera parte de su vida fue un
funcionario del Movimiento Nacional: ocupó altos cargos en el SEU de la
postguerra y en la Cadena de Prensa del Movimiento (director del semanario Juventud,
subdirector de la Cadena Azul de Radiodifusión). Después de licenciarse en
Derecho y en Periodismo, fue redactor del diario España de Tánger y
luego corresponsal de ABC en Rabat. En años posteriores escribiría para
el diario Pueblo (considerado como “órgano de los sindicatos”), El
Correo Español El pueblo Vasco y para el semanario La Gaceta Ilustrada[2].
En 1970
publicó su obra más polémica Falange y socialismo[3]
que seguía a La Tragedia del socialismo español[4].
La tesis de este libro es que «el extremismo o radicalismo revolucionario,
el maximalismo, para decirlo en términos propiamente socialistas, es, en
determinadas circunstancias, y lo fue siempre en la circunstancia histórica
española, absolutamente reaccionario en sus consecuencias». Así pues, el
socialismo que representó el PSOE durante la República y en el Guerra Civil y
luego en el exilio, hay que considerarlo como una forma de “infantilismo
subversivo”. Cuando publica su libro (1971), Cantarero está convencido de que
ya existe en España una amplia burguesía que admitiría “otro socialismo”, “más
templado”. Obviamente, Cantarero está aludiendo a la socialdemocracia, pero en
su intento de armonizar su propio pasado (falangista) con lo que prevé que será
el escenario del postfranquismo, intenta hacer pasar la doctrina joseantoniana
como una forma de socialdemocracia. Para ello utiliza una casuística selectiva
expurgando las Obras Completas de José Antonio, en particular utilizando
aquel artículo titulado “Prieto se acerca a la Falange”[5].
Lo
curioso de este artículo de José Antonio es que la figura de Prieto solamente
aparece en los últimos párrafos. El escrito está motivado por el resultado de
las elecciones parciales que tuvieron lugar en la provincia de Cuenca en mayo
de 1936 y en la que se presentaba una candidatura de derechas compuesta por un
representante de la CEDA, Goicoechea presidente de Renovación Española, José
Antonio por la Falange y en la que, inicialmente, estaba incluido el General
Franco… Cantarero, obviamente no menciona este “pequeño detalle” que es
suficientemente elocuente por sí mismo, de hacia dónde iba la “política de
alianzas” de Falange en ese momento. En los tres últimos párrafos del citado
artículo, José Antonio, tras ironizar en los cinco anteriores sobre los resultados
electorales en la provincia de Cuenca (y sin mencionar que la composición de la
lista electoral por esa provincia, constituía una especie de repesca para
dirigentes de partidos anti–marxistas que no habían obtenido acta de diputado
en febrero del mismo año) se esfuerza por buscar coincidencias entre fragmentos
de un discurso pronunciado por Prieto en el curso de esa campaña electoral y
fragmentos de discursos propios. Los encuentra, naturalmente; pocos, a decir
verdad. Y señala uno: “Nadie reniega de España ni tiene por qué renegar de
ella. No; lo que hacemos cuando construimos estas agrupaciones Políticas es
renegar de una España como la simbolizada en Paredes... No somos, pues, la
antipatria; somos la Patria, con devoción enorme para las esencias de la Patria
misma”. Esta mera frase –y nada más– es lo que justifica la mención a
Prieto en el título del artículo entre piadosos interrogantes “¿Prieto se
acerca a la Falange?”.
Es
rigurosamente cierto que, por algún motivo –acaso por esa tendencia natural a
que alguien caiga bien sin necesidad de más explicaciones– José Antonio tenía
por Prieto cierta simpatía y una indudable predisposición. Se trataba de una
predisposición irracional que, por supuesto jamás tuvo contrapartidas por parte
del dirigente socialista. Y, por lo demás, Prieto no fue ningún dirigente
socialista “ejemplar”. Escoltas suyos estuvieron presentes en el asesinato de
Calvo Sotelo, él mismo, en pleno parlamento y en el curso de una trifulca sacó
la pistola, la amartilló y apuntó a un diputado derechista Jaime Oriol en la
sesión el miércoles 4 de julio de 1934[6],
sin olvidar su implicación en el “asunto del Turquesa”, buque en el que fue
descubierto un alijo de 12 toneladas de armas el 9 de septiembre de 1934 en el
puerto de San Esteban de Pravia. Se trataba de armas para los socialistas que
estaban preparando la “revolución de octubre”. El alijo había sido comprado por
Horacio Echevarrieta, amigo íntimo de Prieto. Éste, por su parte, era el
encargado de procurar armas para la insurrección[7].
Tampoco
durante la Guerra Civil Prieto dio muestras de “acercarse” a Falange, ni
siquiera de constituirse como “hombre de paz”. Se apoyó en el Partido
Comunista. Sin olvidar que cuando el gobierno republicano tuvo que dar el
“enterado” a la sentencia de muerte contra José Antonio, Prieto entonces
ministro, estaba presente en la sesión y no opuso la más mínima protesta… todo
lo cual basta, por sí mismo, para resituar la figura de Indalecio Prieto en
relación a la de José Antonio que había movilizado a sus falangistas asturianos
y cántabros contra la “revolución de octubre” y en apoyo del gobierno
radical–cedista, cuya concepción de la cortesía parlamentaria excluía
desenfundar armas en plena sesión parlamentaria… Claro está que cuando la
República perdió la guerra y Prieto tuvo que emprender el camino del exilio, o
bien realizó un sincero examen de conciencia o bien tendió a quitar hierro a su
gestión y a mostrarse arrepentido ¿sinceramente o como muestra de oportunismo
para que se le autorizara a retornar a España sin represalias?
Max Aub
escribió de Prieto: “Su influencia fue personal –extraordinariamente
simpático, ocurrente–; su fuerza, la palabra –oral y escrita–; en ella quedó,
buena para el escritor que no fue, mala para un político. Sus inquinas de
campanario, sus previsiones justas –todas resonantes– le impidieron tener un
norte al que se sacrificara; sus odios personales, enardecidos por su agudeza,
le llevaron a extremos lamentables para el pueblo que siempre esperó de él
tanto o más que de nadie. Defraudó a todos, menos con la lengua. No usurpó:
frustró, inutilizó, dejando sin resultado monumentos y renombres que había
contribuido a construir. Teniendo tantas cosas en la mano las dejaba caer al
final por desidia, cansancio o, tal vez, por haberse dado cuenta de que sirvió
para poco pudiendo haber sido tanto, refugiado en sus recuerdos de juventud.
Sabiéndose superior –lo fue durante años–, gozne sobre el que giró durante unos
lustros la política española, se desperdició y a los demás: Vivirá los años
suficientes para quedarse solo, mirar hacia atrás, y no remorderle la
conciencia. Gran degustador de zarzuelas y de toda clase de alimentos, gordo,
ojos de buey, oportuno en réplica, cazurro, dañó con su clarividencia, aplicado
más a su gusto personal que al servicio público, no a su medro. Le perdió, como
a tantos otros, el desprecio. Profundamente burgués, hijo de su siglo y no,
como quería, de su etiqueta socialista. En esta diferencia entre su marbete y
su verdadero pensamiento radicó parte de su impotencia, empeñándole en lo
contrario. Díjose disciplinado para centrar las discordias de los demás
capitostes de su partido. Así vino a reñir con todos los sobresalientes, más si
crecidos a su sombra. Quien tonto o envidioso hace daño, puede, naturalmente,
ganar el olvido. Prieto, que oye gemir el viento en las Antípodas, quedará
durante algún tiempo en el de las memorias como uno de los políticos españoles
más funestos de nuestro tiempo” [8]
¿Era algo de todo esto lo que había seducido a José Antonio? Porque sobre el
plano estrictamente político, está claro que no había dos posiciones más
alejadas, en política, en estrategia, en modelo de España, que la de José
Antonio y la de Indalecio Prieto.
Por
otra parte, no debemos olvidar que Cantarero del Castillo fue un “hombre del
régimen”, un falangista no dogmático y aperturista que intentaba generar –y
sospechamos que con el beneplácito y la aquiescencia del propio régimen
franquista– una “izquierda leal”, instalada en el interior. El estratega de lo
que podemos llamar en rigor “primera transición” fue Carrero Blanco.
Para
Carrero, estaba claro que el régimen debía evolucionar para adaptarse a la
nueva situación que se crearía tras la muerte de Franco. Había modelos a seguir
y el régimen alemán era el que, desde la segunda postguerra europea, más había
llamado la atención del franquismo. Nadie dudaba que se trataba de un régimen
democrático, pero el Partido Comunista (KPD), aun existiendo, tenía un margen
de maniobra mínimo y estaba permanente auditado por los servicios de seguridad
del Estado, infiltrado y fuera de los circuitos oficiales de la República
Federal Alemana. Además, los socialdemócratas, desde el Congreso de Bad
Godesberg (1959) habían abandonado el marxismo. Existía una alternancia entre
la CDU y el SPD, centro-derecha y centro-izquierda, sin grandes diferencias y
con pocos matices, incluso períodos de “gran coalición” con lo que la
estabilidad y la prosperidad quedaban aseguradas. Y la RFA era, además, uno de
los pilares de las Comunidades Europeas. Así que un régimen parecido instaurado
en España podía acabar con las reticencias a la entrada en este organismo. Por
otra parte, España, a pesar de no estar incluida en el dispositivo de la OTAN,
lo estaba en cierto sentido gracias a los acuerdos militares suscritos con los
EEUU desde 1953. La consigna de Carrero era, pues, “hasta los socialistas
todo, a partir de los socialistas, nada”. De hecho, durante el período en
el que Carrero Blanco ocupó la presidencia del gobierno cesó la represión
contra el PSOE y, lo que es más importante, aparecieron “asociaciones
políticas” toleradas por el régimen que enarbolaban principios y nombres
“socialdemócratas”. Reforma Social Española de la mano de Cantarero del
Castillo fue una de ellas. Esta hubiera podido ser, en el diseño de Carrero, el
“centro-izquierda leal” que aportaría al régimen una apariencia democrática.
Hay que
recordar que, en aquel momento, el PSOE era prácticamente residual en el
interior de España y solamente disponía de núcleos sexagenarios en el exilio.
En cuanto a los escuálidos núcleos socialistas madrileño, catalán, andaluz y
vasco, hacían gala de un izquierdismo más acusado que el propio PCE aquejado
por la fiebre “eurocomunista”. No era absurdo pensar que, a partir de los
principios sociales que, indudablemente, estaban inherentes en el pensamiento
joseantoniano, amputándolos de casi todo lo demás (empezando por la coreografía
fascistizante y la retórica imperial) pudiera servir como sustitutivo a la
socialdemocracia que había abandonado el PSOE e incluso operar con su mismo
nombre. Camino que, por otra parte, ya había emprendido, con muy pocos medios,
Dionisio Ridruejo y un pequeño núcleo de ex falangistas que, por entonces,
militaban en la Unión Social Demócrata Española, gozando del reconocimiento de
la “oposición democrática”.
Carrero
Blanco, en definitiva, intentó favorecer la organización de fuerzas políticas
de derechas, de centro y de izquierdas surgidas del propio régimen con la
intención de que adquirieran una entidad suficiente capaz de atraer a grupos
liberales, democristianos y socialdemócratas que en ese momento campaban en la
“oposición democrática”, desplazándolos hacia el terreno del régimen. Es en ese
contexto en el que hay que incluir la reflexión de Cantarero del Castillo sobre
la “similitud” de objetivos entre el pensamiento joseantoniano y la
socialdemocracia.
Si Tragedia
del Socialismo español, otra de las obras de Cantarero, es una reflexión
sobre la historia y la gestión de los socialistas, sobre la génesis de esta
doctrina y sobre los problemas de la “revolución burguesa” en España, Falange
y Socialismo tiende a dar una visión del movimiento fundado por José
Antonio compatible con un programa socialdemócrata. Para ello debe hacer
abstracción de la historia de Falange. Ignorarla, deformarla simplemente, o
bien dulcificarla o reinterpretarla[9].
La obra parte de una distinción justa que constituía en los veinte años
anteriores el eje de la polémica entre “falangistas” y “franquistas”. Él lo
plantea como una antítesis entre Falange y el Movimiento Nacional[10].
Alude a tres ideas que se repetían con mucha frecuencia en el ambiente
falangista: la necesidad de un “congreso ideológico nacional” (dadas las
carencias doctrinales y la necesidad de
adaptación del pensamiento joseantoniano), la denuncia de la indefinible
“ortodoxia” y del uso por parte de cada “grupúsculo” de su “particular
falangistómetro” y, finalmente, la denuncia del “escriturismo” (es decir, la
referencia obsesiva a tal o cual frase de José Antonio para justificar no
importa qué posición)…
Todo
esto resulta mucho más prometedor en sus intenciones que en el método. Porque,
a fin de cuentas, Cantarero cae en un error todavía peor que el “escriturismo”:
la reconstrucción ucrónica del pensamiento falangista basado en suposiciones
con base insuficiente sobre las que apoyarlas. Para destacar el criterio
liberal de José Antonio, resalta los paralelismos que pueden establecerse entre
su pensamiento y el de Ortega y Gasset (amputándolos de cualquier forma de
elitismo). Absuelve a Falange de cualquier vinculación con los fascismos y da
su versión del objetivo político joseantoniano de “máxima libertad, pero sin
partidos políticos” y articulada en torno a la representación “corporativa”
(palabra que Cantarero no utiliza) de Familia, Municipio, Sindicato[11].
Si seguimos sus declaraciones en ese período, aparece inmediatamente la duda de
hasta qué punto no hubiera sido comisionado por el brazo derecho de Carrero
Blanco, el coronel San Martín, para constituir una especie de “ala izquierda”
del régimen con el que el franquismo hubiera aspirado a un marchamo democrático
y, de paso, a bloquear la reconstrucción del PSOE, restándole espacio político.
Cantarero insistió en una idea: la “reforma democrática” (idea que compartida
por amplios sectores de la “oposición”, pero a la que Cantarero adjuntaba un
añadido: reforma, pero “respetando la legalidad vigente”[12]
por lo que, inmediatamente quedaba excluido de esa misma “oposición
democrática”). Lo que contribuye de nuevo a intuir vínculos entre el franquismo
y el proyecto de Cantarero. ¿Recibió, pues, el “encargo” de que intentara
constituir la “izquierda del régimen”? Desde luego, si tal encargo no existió,
resulta difícil pensar cómo Cantarero fue capaz de estructurar una teoría tan
débil y pobremente demostrada y encontrar apoyos suficientes para difundirla.
El
punto de partida no podía ser más ingenuo: “No tengo por qué arrepentirme de
mi pasado falangista, sino todo lo contrario. Lo que pasa es que luego, después
de estudiar, descubrí que todo eso es el socialismo; el socialismo democrático
de Jean Jaurés, Blanc, Bernstein, Kautsky... y que no lo es, en cambio, ni el
fascismo, que no tenía doctrina económica alguna, ni el nacionalsocialismo, que
era racista, aunque en la Falange hubiésemos aprendido modos externos que son
característicos de esos movimientos. Al decir que me siento socialista no trato
más que de poner de manifiesto esa identidad entre lo que aprendimos a querer
en las organizaciones juveniles falangistas y lo que ha sido y es el propósito
del socialismo en la Historia... Claro que hay otros que han entendido y
entienden el falangismo de manera incluso absolutamente contraria”[13].
Así pues, lo único que unía a Falange con los fascismos era “lo externo”. Fue
milagroso que no indicara que, en esos mismos momentos, todo “lo externo” (los
uniformes, las milicias, los saludos, los cánticos) era también patrimonio de
la izquierda y del socialismo...
Los
obstáculos doctrinales e históricos que tuvo que afrontar eran excesivos como
para que la empresa, abordada para aureolarse de rigor intelectual, pudiera
tener éxito: para poder cuadrar a Falange con la socialdemocracia era preciso
realizar un imposible encaje de bolillos e ignorarlo casi todo de ambos
conjuntos. Por ejemplo ¿cómo debe interpretarse el sentido de la revolución
falangista, especialmente teniendo en cuenta que la socialdemocracia ha sido
siempre reformista? Desde luego, no como el “revolucionarismo fascista”. Para
Cantarero “resulta obvio” que Falange era un partido que participaba del
reformismo autoritario propio del socialismo democrático… pero recurriendo a
medios insurrecionales del socialismo autoritario. En el nivel de los estudios
históricos sobre Falange realizados en 1973, era innegable que el partido había
participado en la conspiración que condujo a la insurrección de julio de 1936,
por tanto, lo que hace Cantarero es calificar ese proyecto como propio del
“socialismo autoritario” (una especie de asalto al Palacio de Invierno),
olvidando que Falange no estuvo sola en aquella conspiración sino acompañada,
como mínimo, por militares, alfonsinos y carlistas.
Cantarero
presenta, igualmente, la sorprendente idea de que si existen abundantes
referencias “antisocialistas” en los textos históricos de la Falange se debe a
que lo que criticaban no era el “socialismo” sino el “socialismo bolchevizado,
dictatorial y estatista o marxista–leninista”. Nada que ver, por tanto, entre
el socialismo que admiraba José Antonio (socialismo democrático) y el
marxismo–leninismo autoritario. La tesis está cogida con alfileres y es
difícilmente defendible especialmente para quien conoce la historia de la
Falange anterior al 18 de julio. En 1973, por ejemplo, todavía no se conocía
exactamente las relaciones entre José Antonio y el fascismo italiano. La
discusión en este terreno se limitaba por parte de los falangistas a la
negativa a esta presente en la “Internacional Fascista”[14].
La pirueta intelectual se realizaba de la siguiente forma: si José Antonio
negaba en una ocasión que Falange fuera “fascista” y en otra consideraba al
corporativismo como un “buñuelo de viento”, no hacían falta nada más para
concluir que Falange era “antifascista”, pirueta que asumían todas las
corrientes de la “falange de izquierdas”, eludiendo cualquier otra
consideración histórica.
La teorización
de Cantarero era excesivamente forzada. Quería demostrar que la
socialdemocracia de hoy correspondía exactamente al proyecto joseantoniano con
treinta y tantos años más y que ese mismo proyecto ya estaba en germen en la
Falange fundacional. Ni la historia, ni la casuística joseantoniana, ni
siquiera el sentido común, van en esa dirección a menos que se realice una
selección de fuentes y de frases e, incluso, se dé una versión de la
socialdemocracia que la presente como quintaesencia del anticapitalismo
democrático. La crisis económica iniciada en 2007 contribuyó a hundir la
socialdemocracia nivel mundial. Estallada la crisis, sus líderes se dedicaron a
apuntalar entidades bancarias antes que a defender a la sociedad. Cantarero del
Castillo en ese momento se encontraba gravemente enfermo y fallecería dos años
después. Si lo que siguió a 2007, marca el final de la socialdemocracia, la
trayectoria de Cantarero sugiere que, en su espíritu, había muerto mucho antes.
En
efecto, Cantarero fundó Reforma Social Española en 1976, pero sus candidaturas
obtuvieron un escuálido 0’35% (apenas 64.241 votos) en las elecciones de 1977,
presentándose en algunos distritos electorales como Alianza Socialista
Democrática constituida en 1976. En esta coalición participaba el
PSOE(histórico) de Rodolfo Llopis, el Partido Socialista Democrático Español,
escindidos de la USDE de Ridruejo, el Partido Laborista valenciano y RSE. A la
coalición no le fue mejor y, a pesar de lo pomposo de sus siglas y de la
prosapia de sus componentes, apenas cosechó 101.916 votos, el 0’56% y ningún
diputado, a la vista de lo cual se disolvió. RSE se disolvería también en
octubre de 1977 y al año siguiente, Cantarero, desdiciendo su vocación
socialdemócrata entró en Acción Ciudadana Liberal impulsada por el antiguo
jonsista José Maria de Areilza que, en 1979, se unió a Alianza Popular dentro
de la Coalición Democrática. Persistió en esta vía y se afilió directamente al
partido de Manuel Fraga siendo elegido diputado en 1982 y repitiendo en 1986. Luego
la propia dirección del partido lo excluyó de sus listas y su nombre
desapareció por completo.
Hay que
reconocerle a Cantarero habilidad y cierta perspicacia en el planteamiento. Sea
como fuere –por encargo, por iniciativa propia, o por curiosidad intelectual–
vio un “nicho de mercado” en la España del tardo–franquismo (no existía una
“izquierda del régimen”, ni un “socialismo leal” y el PSOE era, así mismo,
inexistente), y trató de asumir ese espacio como supo y pudo. Precisaba de una
base social y la cogió de sus antiguos camaradas falangistas, para llevarlos a
otros territorios en donde no muchos le siguieron. Pero era imposible que la
empresa concluyera bien a nivel intelectual: cada frase de José Antonio que
elegía para justificar una tesis, hubiera podido ser contrarrestada con decenas
de frases extraídas de las Obras Completas en sentido contrario. Ni un
solo falangista histórico asumió su tesis de “falange = socialismo”. Su
propuesta era excesivamente conformista para los jóvenes falangistas que seguían
pensando en términos “revolucionarios” y no “reformistas”. Y en cuanto a la
izquierda, la “oposición democrática” –que detentaba el marchamo de
“socialismo” en exclusiva– jamás se lo tomó en serio.
Hay que
reconocerle su claridad en la denuncia que formuló de Falange como desfasada en
relación a la línea del tiempo y para tener el valor de proclamar las lagunas y
los límites de la doctrina enunciada por los fundadores, así como para
aventurarse en terrenos, poco o mal explorados por los falangistas. El vuelo
fue perfecto hasta aquí, pero a la hora de aterrizar se equivocó de aeropuerto:
“los falangistas deben dar por acabada y perdida la vieja partida e iniciar
otra sobre la base de un socialismo sindicalista”[15].
Reconocer que la partida se había perdido era una cosa, pero proponer un
socialismo–sindicalista –sea lo que quiere– que, en ese momento ya no estaba
presente en ningún lugar de Europa, o una socialdemocracia cuyos parteners
europeos jamás reconocerían una mutación tardía de la Falange, era algo
demasiado problemático como para que hubiera podido llegar a buen puerto.
[1] La OJE creada también en 1960, dependía de la Delegación Nacional de la Juventud. Absorbió al Frente de Juventudes y a las Falanges Juveniles de Franco. De todas las organizaciones del aparato franquista es la única que sobrevivió a la transición, como una forma de escultismo apolítico y dejando de ser, a partir de 1977, un organismo público, pasando a asociación de carácter privado. A partir de entonces, la nueva OJE se definió como “una organización independiente de cualquier partido político o confesión religiosa”. En la actualidad está afiliada a la Confederación Europea de Scultismo. En 1981 fue declarada “Entidad de Utilidad Pública”. Sigue celebrando su festividad el día de su patrón San Fernando Rey como último recuerdo a sus orígenes.
[2] Datos biográficos extraídos de la nota necrológica publicada en el diario El Mundo y redactada por Fernando Suárez Fernández (http://plataforma2003.org/hemos_leido/194.htm)
[3] Falange y socialismo, Manuel
Cantarero del Castillo, Editorial Dopesa, Barcelona, 1973; 363 págs.
[4] Tragedia del socialismo español: un estudio de los procesos socialistas en España, Manuel Cantarero del Castillo, Editorial Dopesa, Barcelona, 1971.
[5] José Antonio Primo de Rivera, Prieto se acerca a la Falange, revista Aquí Estamos, 23 de mayo de 1936, Parma de Mallorca, nº 1. Editorial.
[6] El diario ABC en su edición del 5 de julio de 1934 da cuenta del incidente en la página 18.
[7] Él mismo reconoció esta implicación en Discursos en América. Confesiones y rectificaciones. Ed. Planeta, Barcelona 1991, págs. 112-13.
[8] Aub, Max El laberinto mágico. Alfaguara, España, 1978–1979.
[9] Escribe: “El libro, hace historia de la Falange en la medida mínima en que es indispensable para hacer comprensible la evolución ideológica del movimiento fundado por José Antonio Primo de Rivera. Pero, de manera fundamental, su propósito es de clarificación doctrinal y de estudio ideológico comparado. En rigor, constituye una réplica, que intenta ser razonada, a cuantos se escandalizaron de mi aludida afirmación sobre la entraña socialista de la Falange” (op. cit., pág. 14–15.
[10] “A pesar de que Falange y Movimiento no son, ni fueron nunca, una y la misma cosa, en el plano material, en la práctica, en la mente del hombre de la calle, y con base en las apariencias externas, siempre se contempló en el Movimiento esencialmente a la Falange y no a ninguna otra de las fuerzas políticas integradas en el mismo. A pesar de las boinas rojas y de las banderas blancas con la cruz de Borgoña del Tradicionalismo, a los hombres uniformados del Movimiento el pueblo siempre los designó como «los falangistas» (o «los falanges», como decía el vulgo de Andalucía). Únicamente para sectores del propio falangismo constó, a nivel de calle, que el Movimiento era una cosa y la Falange otra” (op. cit., pág. 45 y sigs.).
[11] Escribe Cantarero: “José Antonio (…) había concebido una sociedad libre, ciertamente sin partidos, que era necesario alcanzar o construir llevando a cabo «la revolución nacional–sindicalista». Realizada ésta, creadas las condiciones óptimas de organización social y económica para el ejercicio pleno de la libertad, el provisional ejercicio autoritario, y revolucionario del Poder por la Falange habría de desaparecer–y quedar históricamente justificado por sus resultados. José Antonio admite incluso la desaparición misma de la Falange, por innecesaria; una vez cumplido el objetivo revolucionario. La sociedad funcionaría entonces plenamente a través de sus niveles sociales orgánicos Familia, Municipio, Sindicato, etc. Los partidos políticos suprimidos autoritariamente en el período revolucionario no habrían de reaparecer en la sociedad justa y libre construida por la revolución, pero no porque estuviesen prohibidos cosa que constituiría una grave lesión de la libertad de asociación y de pensamiento, inimaginable en esa sociedad libre propuesta, sino, bien al contrario, porque dada la perfección social, resultarían espontáneamente innecesarios” (op. cit., pág. 125).
[12] “Hoy, a mi entender, la verdadera posición progresiva, la verdadera actitud de izquierda, no es la revolucionaria y subversiva, sino la democrática y legalista” (El socialismo y la falange, entrevista a Manuel Cantarero del Castillo, realizada por Rafael Espinós, en revista El Ciervo: revista mensual de pensamiento y cultura, nº 206, Barcelona, 1971, pág. 7–8).
[13] Ídem.
[14] Tema que forma parte del material ya visto y sobre el que no insistiremos, remitiendo al capítulo José Antonio y los Comités de Accion por la Universalidad de Roma de José Antonio a contraluz, op. cit., pág. 103 y sigs.). La mayoría de datos sobre este tema se desconocían en España en 1973 o eran muy poco difundidos, al igual que las conexiones entre José Antonio y Renovación Española y los acuerdos de El Escorial o los viajes de José Antonio a Italia y las ayudas recibidas de este país.
[15] M. Cantarero, Falange y Socialismo, op. cit., pág. 263–266.
HISTORIAS
DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (1 de 8) – Introducción
HISTORIAS
DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (3 de 8) – El arranque extraño de “la Auténtica”
HISTORIAS
DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (4 de 8) – El Manifiesto por la Legitimidad
Falangista
HISTORIAS
DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (5 de 8) – FNAL, FSR y distintos experimentos
frustrados
HISTORIAS
DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (7 de 8) – La “falange de izquierdas” de Rodrigo
Royo