martes, 15 de febrero de 2022

La Falange “de izquierdas” o los delirios del ocaso (2 de 8) - LAS COARTADAS IDEOLÓGICAS PARA EL IZQUIERDISMO FALANGISTA

 

Es necesario plantear una última cuestión: el de las fuentes doctrinales. ¿En qué se basaban los miembros de las distintas “falanges de izquierdas” para seguir considerándose “falangistas”? ¿Cuál era, en definitiva, su coartada doctrinal? Hay varios elementos en los que basaban sus pretensiones. En primer lugar, es cierto que en las Obras Completas de José Antonio hay un elevado número de alusiones a la temática social y que el mismo nombre de la doctrina era “nacional–sindicalismo”. Así pues, el “sindicalismo” era esencial en la doctrina falangista. Pero hay que realizar unas cuantas precisiones sobre este tema.

En primer lugar, tal como ya vimos en nuestra obra José Antonio a contraluz, la “práctica sindicalista” de la Falange histórica fue completamente heterodoxa. De hecho, las CONS se constituyeron cuando, en la segunda edición de los Pactos de El Escorial, los alfonsinos impusieron que un porcentaje de las cantidades mensuales entregadas fuera derivado para la creación de unos “sindicatos”. A finales de 1934, esa experiencia ya podía darse por concluida y su propio impulsor, Ramiro Ledesma, reconocía que de los 20.000 trabajadores que se inscribieron inicialmente en el sindicato, apenas quedaban 2.000. Por otra parte, los testimonios sobre la actividad de los sindicatos falangistas que se recogen de los textos escritos por quienes habían participado en sus actividades, demuestra que se trató casi de iniciativas personales. Salvo en el período de la “movilización de parados”, apenas hay constancia de actividad de las CONS. En la Falange histórica, la mayor parte de actividad “sindicalista” del partido se redujo a las declaraciones de José Antonio, especialmente en sus mítines. 

En cuanto al nombre de “nacional–sindicalismo” lo único que indicaba era la voluntad de “nacionalizar a las masas de la CNT” (consigna que había sido enunciada por el NSDAP y, concretamente por Joseph Goebbels mientras estuvo al frente de la organización del partido en Berlín). Ramiro Ledesma, que se había interesado por la experiencia del nacional–socialismo y Onésimo Redondo que la había visto de cerca, incorporaron esta consigna. Si en España, la variedad de fascismo fue “sindicalista” y no “socialista”, se debió a que en nuestro país existía un sindicato, la CNT, que agrupaba a amplias masas obreras y que estaba alejado de la frialdad y la rigidez de las organizaciones marxistas. Ramiro Ledesma y José Antonio creían que era posible incorporar ese sector a la tarea de la “revolución nacional” y para ello adoptaron una fraseología y una definición “sindicalista”, de la misma forma que, de haber creído que las masas “agrarias” eran las que se iban a incorporar antes a su trabajo político, hubieran podido llamar a su movimiento “nacional–agrarismo”. En los años treinta se atribuía a los fascismos un carácter interclasista, lo que implicaba que era preciso contar con la clase obrera e incorporarla. Lo había hecho Mussolini y lo hizo también Hitler. Así pues, si lo que se pretendía era hacer otro tanto, había que imprimir al movimiento un carácter “proletario” y, para ello, nada mejor que recurrir al término “sindicalista” habida cuenta del peso de la CNT y de su apoliticismo.

El nombre tuvo la virtud de generar cierta “sintonía” entre falangistas y anarco–sindicalistas, pero los esfuerzos por atraer a este sindicato dieran siempre resultados muy pobres. Sin embargo, es cierto que se produjeron un par de reuniones entre Ángel Pestaña y José Antonio (que no llegaron a ningún acuerdo), o que Manuel Hedilla invitó a miembros de la CNT al mitin que organizó en Renedo o, finalmente, que, una vez estallado el conflicto, se produjeron casos frecuentes de socorro mutuo entre falangistas y anarco–sindicalistas. En el mismo capítulo entraría la integración de miembros de la CNT en la CNS franquista, si bien, esto pertenece ya a la historia del franquismo y no a la de la Falange.

Con el paso del tiempo, el anarco–sindicalismo fue perdiendo vigor y cuando llegó la transición, después de un fugaz momento de esplendor –en Cataluña, especialmente– se comprobó que la situación económico–social el país había cambiado mucho y que el anarco–sindicalismo ya no estaba en las mismas condiciones de afrontar las reivindicaciones de los trabajadores como lo había estado durante la Segunda República. Sus estrategias sindicales (ocupación, sabotaje, huelga general) ya no servían y la sociedad había pasado a ser demasiado compleja para que una huelga general pudiera derribar a un régimen.

Desde los años 60 sólo había espacio para el sindicalismo reivindicativo (a pesar de que, en España, Comisiones Obreras tuviera durante el franquismo un programa político muy claro y fuera mucho más allá de meras reivindicaciones laborales en tanto que hacía causa común con la “oposición democrática” y que eran cuadros del PCE los que aportaban coherencia y estructura al sindicato entonces en clandestinidad). A partir de 1978, el marco legislativo fue ampliamente favorable para CCOO y para la UGT (hasta ese momento ausente), mientras la CNT, por su parte, quedó fuera de juego (su diseño y tácticas estaban adaptadas a una sociedad agraria, atrasada y poco industrializada, no a una sociedad con una amplia clase media urbana, ni a ese momento de evolución del capitalismo). A partir de ese momento, el drama para los falangistas (especialmente para los de “izquierda” en los que la parte “sindical” priorizaba sobre la parte “nacional”) fue que ni disponían de un aparato sindical propio (las CONS, la CTS, la UNT y demás siglas que aparecieron en la transición como desdoblamientos sindicales de grupos falangistas tuvieron una entidad minúscula, siendo meras entelequias), ni había masa obrera a “nacionalizar” en una CNT disminuida, extremadamente debilitada, y en permanente crisis interior.

En 1933–1936 parecía justificado adoptar el rótulo “nacional–sindicalista” para atraer a los amplísimos sectores de una CNT que hacía gala de su apoliticismo. Pero a partir de mediados de los años 60, cuando Comisiones Obreras evidenció su vitalidad, mientras que la dirección de la CNT en Toulouse había perdido completamente el pulso de lo que ocurría en el interior de España, puede decirse que la idea “sindicalista” empezaba a estar fuera de lugar. La fidelidad de los falangistas a la letra de las Obras Completas desembocó en un obrerismo irreal en la medida en que las masas obreras nunca estuvieron en condiciones de entender, asimilar e incorporarse al mensaje nacional–sindicalista.

Pintadas como las aparecidas en toda España entre 1976 y 1978 en las que podía leerse “Falange con el obrero” indicaban el nivel de distorsión de las direcciones falangistas, especialmente de FE–JONS(A). En lo que se refiere a los Círculos José Antonio, cuando celebraron su Congreso Nacional Sindicalista en 1976, consiguieron llevar aún más lejos el callejón sin salida al definir en la ponencia de estrategia al partido como la “correa de transmisión del sindicato”. Con ello querían indicar un obrerismo “auténtico” en el sentido de que rechazaban la concepción leninista del Partido revolucionario como una central que disponía de distintas “corres de transmisión” en distintos ambientes sociales lo que implicaba que el Partido “dirigía” al sindicato, mientras que los estrategas falangistas aspiraban justo a lo contrario, a que fuera el sindicato el que marcara la línea al partido. Obviamente, el proyecto no pudo realizarse, simplemente, por algo tan elemental y palmario como que no existía base obrera falangista que, organizada en sindicato, pudiera transmitir su fuerza y su inspiración a un partido político. En cuanto a los falangistas que pintaban ilusionados y en lo que creían era un acto de sinceridad revolucionaria “Falange con el obrero”, se les había escapado un pequeño detalle: “el obrero” no estaba con Falange.

Otro “agarre” doctrinal de estas corrientes fue la consigna “ni derecha, ni izquierda” que se repite especialmente en los textos joseantonianos. Con mucha frecuencia, los falangistas “de izquierda” no reconocían ser tales: simplemente, se presentaban como la quintaesencia de la ortodoxia joseantoniana, a pesar de que, en la práctica, los más radicales entre ellos, adoptaran todos los temas propios de la izquierda (anticapitalismo, sindicalismo autogestionario, antimonarquismo, etc). Con ello querían diferenciarse de la “derecha” (el franquismo, los grupos reaccionarios, el Opus Dei). Su idea básica era que una cosa era la Falange y otra el franquismo. El franquismo era la derecha… luego, ellos, en su antifranquismo, inevitablemente, se situaban a la izquierda de éste (algo que, por lo demás, quedaba confirmado por sus propuestas: hasta poco antes de las elecciones de unió de 1977, FE–JONS(A) se declaraba a favor de la “ruptura” y en contra de la “transición democrática” que estaba siendo pilotada por antiguos burócratas del Movimiento franquista y por la monarquía).

Ahora bien, hay que tener en cuenta dos elementos que no fueron considerados por quienes adoptaron esta postura. En primer lugar, el “ni derechas, ni izquierdas” no era una posición ideológica, sino una consigna que encerraba la oposición del grupo fundador al parlamentarismo y a la partidocracia. La diferencia entre “doctrina” y “táctica” es la misma que la que existe entre lo inamovible y lo móvil. Una doctrina no puede cambiarse sin riesgo de alterar todo el conjunto; en cambio, cada momento político pide que se aplique una táctica diferente. Pero había algo todavía más evidente: una cosa era que Falange proclamara entre 1933 y1936 como consigna ideal “ni derechas, ni izquierdas” y otra, muy diferente, aplicar esta consigna en la práctica. En realidad, la consigna pasó a ser un reclamo para indicar que España tenía que huir de los enfrentamientos partidistas. Dicho lo cual, cualquiera que conoce el recorrido de la Falange histórica sabe perfectamente que su andadura puede resumirse así: “ni derecha, ni izquierda, pero mucho más cerca de la derecha que de la izquierda”. Y no creemos que esto pueda ser cuestionado: fue con la derecha alfonsina con la que se firmaron los Pactos de El Escorial, fue con Garaicoechea con quien José Antonio siguió en contacto, incluso durante su estancia en prisión, fue a Italia a donde acudió antes de fundar Falange y a donde volvió para solicitar ayuda económica para el partido cuando se interrumpieron las entregas de fondos monárquicos, fue con católicos y carlistas con los que el SEU derrotó ampliamente a la FUE, fue con fuerzas de la derecha radical con las que conspiró Falange, fue a Falange a donde fueron a parar 12.000 jóvenes derechistas de la JAP en la primavera de 1936, fue de la izquierda de la que partieron las balas que asesinaron a un número desmesuradamente alto de falangistas y fue contra la izquierda que apuntaron las represalias y vindictas, fue en la derecha en donde nació Falange y sus primeros afiliados fueron monárquicos alfonsinos, albiñanistas y admiradores del fascismo…

En las relaciones políticas de la Falange histórica siempre hubo un palpable desequilibrio entre las relaciones que mantuvo con la “derecha radical” (múltiples) y las que mantuvo con otras fuerzas políticas de izquierda (escasísimas, salvo a tiros). Nada de todo esto puede olvidarse a la hora de establecer la importancia que tuvo la consigna “ni derecha, ni izquierda”. Fue muy relativa. Cuando la guerra quedó atrás, era evidente que los vencedores pertenecían “a la derecha” y que la mayoría de políticas del nuevo Estado se situaban a ese lado.

 A partir de entonces, para muchos falangistas, la consigna en cuestión tenía el sentido de rechazo al franquismo y al marxismo. Y por eso se rescató. Siguió sin surtir efecto. A mediados de los años 60, muchos falangistas ya habían advertido la imposibilidad de separar la imagen de Falange del Estado franquista: el hecho que éste utilizara sus símbolos, sus referencias históricas, o que las Obras Completas de José Antonio fueran reeditadas cada año por la Sección Femenina, o que en las entradas a los términos municipales o en las casas de protección oficial, apareciera siempre el emblema del yugo y de las flechas o que la imagen de José Antonio, las notas de El Cara al Sol y el yugo y las flechas se emitieran a la hora de finalizar la programación de TVE, todo ello, unido, sellaba por anticipado el destino de quienes querían negar que Falange y franquismo fueran dos cosas diferentes. Las explicaciones dadas sobre el Decreto de Unificación, sobre el programa nacional–sindicalista, sobre la reforma agraria, etcétera, eran demasiado complejas e interesaban poco o nada a una población preocupada por pagar las letras del piso de propiedad o la compra del 600, o simplemente por sobrevivir en el día a día.

Para que una consigna como ésta pudiera surtir efecto, hubiera sido necesario que el régimen de partidos hubiera entrado en vía muerta y que la población estuviera harta de falsas soluciones de derecha y de izquierda. Pero esta circunstancia ni se dio durante el franquismo ni durante la transición y solamente despuntó cuando la andadura democrática estaba muy avanzada.  Por entonces ya no existían “falangistas de izquierda”.

El último elemento doctrinal que podía justificar algunas de las posiciones de este sector falangista era la ambigüedad de José Antonio ante la cuestión monárquica. A decir verdad, y como hemos tratado exhaustivamente, la posición del fundador de Falange no fue nunca antimonárquica. El mayor ataque que prodigó a la monarquía de Alfonso XIII fue decir que había “fenecido gloriosamente”, lo que no dejaba de ser el reconocimiento de un hecho incontrovertible (el “fenecimiento”) y un elogio (la “gloria” atribuida). Nunca, en ningún escrito, aparece una crítica joseantoniana a los fundamentos de la monarquía, sino solo al último Borbón, Alfonso XIII. En realidad, como hemos demostrado, José Antonio lo que sostenía era la inviabilidad de movilizar a la juventud con el reclamo de la defensa y restauración de la monarquía. Algo de lo que se convenció en el verano de 1930 cuando era vicesecretario de la Unión Monárquica Nacional y realizó un ciclo de conferencias, junto a otros pesos pesados de la causa alfonsina. Pero esta actitud contrasta con los reiterados contactos que antes y después de la fundación de Falange y hasta su muerte, mantuvo con destacados alfonsinos.

Sin embargo, la “izquierda falangista” dio por hecho que José Antonio no era monárquico… y, si no lo era, eso implicaba que era “republicano”. Fuera de algún escrito publicado en los primeros tiempos de la República, lo cierto es que José Antonio nunca se definió ni como monárquico ni como republicano. Fue esa ambigüedad la que, doctrinalmente, permitió a esta tendencia falangista declararse “republicana” (nexo de unión con los falangistas “disidentes” del Movimiento franquista, especialmente a partir de los años cincuenta). Pero examinada de cerca la posición de José Antonio sobre la materia, pierde toda su justificación.

Quedaba un último recurso doctrinal para justificar cada paso dado por estos grupos “de izquierda”, especialmente por los más radicales. Habitualmente, cuando se considera un pensamiento político, una doctrina, se extraen de ella los rasgos más característicos y las líneas dominantes. En el caso de Falange, era fácil hacerlo porque, a pesar de que los estudios científicos sobre la historia del movimiento no empezaron a proliferar hasta los años de la transición y antes, o existían  estudios hagiográficos (los libros de Bravo, Ximénez de Sandoval, Jato, García–Venero, Zayas, etc) o estudios globales y sintéticos pero limitados (el libro de Payne, el de Mainer, el de Puga y poco más), existían reproducciones facsímil de las revistas del partido, obras completas de todos los dirigentes históricos y testimonios vivos de antiguos militantes. Y éste era el problema: si se recurría a todo este material se percibía claramente algo que no aceptaban ni los falangistas “disidentes” del Movimiento, ni los falangistas “de izquierda”: que la Falange histórica fue, simplemente, la traducción española del fenómeno mundial de los fascismos. Para evitar este planteamiento, las reacciones fueron diversas: los “ortodoxos” optaron por no aludir más que al “pensamiento de José Antonio”.

Las incrustaciones derechistas que, especialmente, estaban presentes en Onésimo Redondo, o las excesivamente “fascistas” de Ramiro Ledesma, les hicieron descartar cualquier participación de otros, aparte de José Antonio, en la construcción del pensamiento falangista. Así pues, para los “ortodoxos” todo empezaba y terminaba con José Antonio y en José Antonio. La historia del partido no se consideraba más que en función de una serie de fechas: la “fundación”, la “unificación”, el “día del estudiante caído”, el “fusilamiento del fundador”, pero sin profundizar nunca en los contenidos históricos, ni en la contextualización de Falange dentro de la historia de la República. En cuanto a la izquierda radical falangista, consciente de que algunos textos del propio José Antonio llevaban directamente al fascismo, optaron por recurrir a la “casuística”, es decir, no a la contemplación global de una doctrina, sino solamente a construir un remedo de ella mediante frases entresacadas y descontextualizadas de todos los que habían participado en la Falange histórica. Algunas, ni siquiera eran auténticas (como la tan repetida “prefiero la bala izquierdista al abrazo derechista”, falsamente atribuida a Ledesma). Con eso, lo que se lograba era hacer una doctrina “a medida” que ignorara su carácter originario, su encuadre histórico, su mismo origen y, por tanto, fuera imposible percibir similitudes con otras doctrinas coetáneas y situar al movimiento en relación a otras fuerzas políticas de su tiempo.

Decir, por ejemplo, que José Antonio era “antifascista” por haber escrito que “el corporativismo es un buñuelo de viento” (cuando hasta un período tardío el propio José Antonio en persona negoció con Mussolini una ayuda para Falange) o decir que la “Falange no es fascista” porque su fundador no asistió al congreso de Montreux (cuando sí asistió al segundo y cuando las actas del primero dan por recibido un mensaje de adhesión del “responsable de prensa” de Falange (en aquel momento Giménez Caballero), supone descontextualizar unas frases y privarlas de cualquier significado, además de una supina ignorancia histórica.

Ninguna de estas coartadas ideológicas, parece excesivamente válida, ni razonable. No es raro que para la mayoría de “falangistas de izquierda”, cualquiera que fuera su recorrido, al final del camino estaba la nada.


HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (1 de 8) – Introducción

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (2 de 8) – Las coartadas ideológicas del izquierdismo falangista

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (3 de 8) – El arranque extraño de “la Auténtica”

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (4 de 8) – El Manifiesto por la Legitimidad Falangista

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (5 de 8) – FNAL, FSR y distintos experimentos frustrados

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (6 de 8) – La imposible falange socialdemócratas de Cantarero del Castillo

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (7 de 8) – La “falange de izquierdas” de Rodrigo Royo

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (8 de 8) – Conclusión – El cementerio de las buenas intenciones