jueves, 17 de febrero de 2022

La Falange “de izquierdas” o los delirios del ocaso (4 de 8) – EL MANIFIESTO POR LA LEGITIMIDAD FALANGISTA (primera parte)


La lectura del Manifiesto por la Legitimidad genera la sensación de que quienes lo elaboraron tenían un pobre conocimiento sobre la historia del franquismo y sobre las familias que habían actuado en su interior. Es cierto que los trabajos de investigación histórica en 1976 no estaban tan desarrollados como en la actualidad, pero, por el contrario, si existían personas vivas que habían conocido directamente los hechos. O bien estas personas no fueron conscientes de las correlaciones de fuerzas que se habían producido en los hechos que protagonizaron o en los que estuvieron cerca, o bien los miembros que redactaron el Manifiesto realizaron una selección discriminatoria de fuentes para llegar a donde se proponían:

1)  Demostrar que existía una línea de continuidad histórica entre aquella FEA de 1939 y FE-JONS(A).

2)  Demostrar que a lo largo del período 1939–1976, los falangistas de otras tendencias que les disputaban la sigla FE–JONS, no eran “auténticos”, sino “falsos”.

Se citan luego dos siglas (“En 1952 hacen su aparición las J.A.N.S., cuyos dirigentes son detenidos y encarcelados a raíz de la participación de esta organización en diversos disturbios callejeros. En 1954 nacen las J.O.N.S. (Hedilla), de efímera existencia, al ser encarcelados en Madrid todos sus miembros”[1]) de las que no hay más datos. Sin embargo, es significativo que en el documento no se aluda a la organización fundada por Eduardo Ezquer Gabaldón, con quien Payne también contactó:

         “Bajo la dirección de Eduardo Ezquer continuó subsistiendo un grupo clandestino denominado ORNS (Ofensiva de Recobro Nacional Sindicalista) que desarrolló, una acción de agitación y propaganda entre los jóvenes hasta bastante tiempo después de terminada la segunda guerra mundial. Su propósito era el de sustituir la Falange franquista por un movimiento fascista revolucionario y sindicalista. A lo largo de quince años, Ezquer fue detenido seis veces y compareció ante los tribunales de justicia en cinco ocasiones, sin que ello le hiciera desistir de sus propósitos”. [2]

El episodio no figura en el Manifiesto. Es comprensible: Ezquer seguía vivo en 1976 (moriría en 1981), fue procurador por el Tercio Familiar en las últimas Cortes previas a la transición y no dudaba en reconocer sus simpatías hacia los regímenes fascistas… Exactamente lo mismo que había intentado la “junta política clandestina” presidida por Tarduchy y González de Canales (algo que no menciona, por supuesto, el Manifiesto por la Legitimidad). En efecto, cuenta Payne: “En el curso de 1940, varios miembros de la junta clandestina entablaron conversaciones con el representante del partido nazi en Madrid, Thomson, comunicándole que algunos elementos falangistas estaban interesados en conseguir la ayuda alemana para implantar un régimen verdaderamente nacionalsindicalista en España”[3]. Así pues, aquella “junta política clandestina” de 1939, esperaba apoyó del Tercer Reich y no podía tener, de ninguna manera, una orientación “de izquierdas”. Pertenecían a una facción radical que, aun compartiendo el mismo programa, no del grupo de falangistas históricos que figuraban dentro del Movimiento franquista, sino estando próximos en sus orientaciones al grupo de Serrano Suñer, carecían de relación directa con él. Puede intuirse que se trataba de un grupo de base militante que había perdido contacto o que nunca lo tuvo, con el entorno en las “alturas” que gravitaba en torno al entonces Ministro de Exteriores. La otra diferencia era táctica, en absoluto de programa o de ideología.

Todos los datos que se disponen en la actualidad dan la razón a Payne cuando escribe sobre la conspiración para asesinar a Franco que “el Gobierno no tomó la cosa en serio y la mayor parte de los conspiradores no fueron ni siquiera inquietados”[4].

La lectura del Manifiesto por la Legitimidad indica que no fue sino hasta 1963, es decir, veinticuatro años después del nacimiento de la “junta política clandestina”, cuando tuvo lugar la creación de grupos que podían ser considerados como antecedentes inmediatos de FE–JONS(A). Concretamente, el FSR. Pero, antes de llegar aquí, vale la pena examinar la actitud personal de Hedilla ante todos estos intentos de reconstrucción del “partido histórico”.

El Frente Nacional de Alianza Libre, el FSR y Manuel Hedilla

“Lo que sabemos de su infancia y adolescencia nos nuestra la imagen de un Hedilla católico de una pieza, de gran obediencia moral y litúrgica, enemigo del exhibicionismo. Hedilla es un testimonio vivo de los valores de la oración sincera que parecen increíbles; de la oración cuando se llega a altos grados de perfección en la fe”[5]. Así nos pinta García–Venero a su biografiado Manuel Hedilla Larrey. Es importante retener estas características porque definen perfectamente al personaje y explican por qué al morir, uno de los pocos medios que resaltó el óbito fue la revista Fuerza Nueva, dirigida por el notario madrileño Blas Piñar que, al menos en materia de fe, compartía la misma postura que Hedilla. Lo mismo, en cuanto a fe católica, puede decirse de Patricio González de Canales. Ambos, en efecto, fueron católicos y católicos tradicionalistas.

Hedilla, cuando tenía 29 años (nació en 1902, exactamente el 18 de julio) y acababa de establecerse la República, no militaba políticamente, pero sus preferencias eran claras: “le dolió –en solitario– que el Régimen se lanzase a una estéril persecución de valores que él había sentido siempre con íntimo fervor”[6], aludiendo a las medidas anticatólicas aprobadas en los dos primeros años de vida del nuevo régimen. Sus amigos de la época eran “en su mayoría, actores en el putsch de Sanjurjo de agosto de 1932” [7], lo que permite imaginar un círculo de amistades alineado con la derecha alfonsina.

Pancho Cossío, lleva a Santander el encargo de Ramiro Ledesma de constituir las JONS. Y así se hace: el grupo inicial procede del Partido Nacionalista Español del Doctor Albiñana y, más en concreto, de su rama activista, los Legionarios de España[8]. Luego, al fundarse Falange, el núcleo impulsor entró en contacto con Hedilla que trabajaba en la empresa SAM y había constituido un sindicato autónomo. Se entrevistó con los dos dirigentes en ese momento del partido en Cantabria (ambos “monárquicos de formación conservadora y de compromisos con la extrema derecha (…) pero no los más idóneos para dirigir la naciente Falange”[9]). Se afilió al partido y fue nombrado jefe local de Renedo; García–Venero comenta: “Puede decirse que Manuel Hedilla es el único de los falangistas que aporta a la nueva organización una entidad sindical con vida propia”[10].

Cuando estalló la revolución de Asturias en octubre de 1934, Hedilla estableció contacto con la Guardia Civil y el sindicato autónomo que dirigía no acató la orden de huelga general. Hedilla se ofreció a hacer el trabajo de transportar la leche que había sido interrumpido por la huelga. En un momento dado, cuando las cosas se agravaron en Torrelavega, la propia Guardia Civil pidió refuerzos al puesto de Renedo cuyo jefe habló con Hedilla: éste asumió el mando del pueblo y sostuvo al poder constituido[11]. Así pues, hasta aquí tenemos una Falange montañesa que procede casi completamente de la “derecha radical” (alfonsinos y albiñanistas), con un jefe local de Renedo que colabora con la Guardia Civil en el mantenimiento del orden y rompe la huelga general en su comarca. No es, desde luego, el perfil que cabría esperar en aquel cuya actividad inspiró la actuación de la “Falange de izquierdas”. Menos aún, cuando en las elecciones de febrero de 1936, la Falange montañesa presentó una candidatura conjunta con la Comunión Tradicionalista[12]. A pesar de que Hedilla se retiró a favor del José Luis Zamanillo, el jefe carlista, éste tampoco fue elegido, atribuyendo la culpa a la actitud del clero[13].

Después de las elecciones de febrero de 1936, la situación se precipita y el golpe de Estado flota en el ambiente. Cuando el entonces teniente–coronel Juan Yagüe visitó a sus amigos en Burgos (falangistas todos y con Hedilla entre ellos) les dice: “Vosotros aguantad aquí que yo subiré con la Legión”[14]. En el Testimonio de Manuel Hedilla –trabajo encargado y tutelado por el propio biografiado– se exponen los contactos previos al golpe de Estado que tuvo en la primavera de 1936, con carlistas y militares de la UME. Se elogia reiteradamente a la Comunión Tradicionalista[15].

El 12 de abril deberían haberse celebrado las primeras elecciones municipales de la República. “Antes había concebido el Jefe Nacional, su plan de sabotajes y disturbios que podían suscitar un estado de urgencia incompatible, legalmente, con la celebración de las elecciones” [16] al que no fue necesario recurrir dado que la destitución el presidente de la República Alcalá Zamora agudizó la crisis e hizo que el gobierno aplazara las elecciones el 3 de abril. Estaba claro, de todas formas, que Falange Española, en ese momento, había asumido un papel desestabilizador de la República y que esa era su cometido táctico en vistas a la ejecución de una estrategia conjunta golpista.

La ruptura de la cadena de mandos de Falange, especialmente a partir del atentado contra Jiménez de Asúa, hace que José Antonio encargue a Hedilla el mantenimiento del aparato clandestino de la organización. Hasta aquí tenemos a un líder de la Falange montañesa que, siempre siguiendo las órdenes de José Antonio, se había puesto al lado de la Guardia Civil durante los disturbios de octubre de 1934, que había roto la huelga en su comarca, que había pactado la única candidatura común con los carlistas que presentó Falange, que mantenía contactos reiterados con la cúpula de las redes golpistas (Mola) y que comprendía la actitud del tradicionalismo carlista y no dudaba en elogiarlo. Nada de todo esto permite pensar en un “líder de izquierdas”, ni en un “sindicalista obrerista”.

En realidad, durante la crisis que le llevó a ser encarcelado, tras el Decreto de Unificación, no se oponía a los tradicionalistas, ni siquiera a la operación, solamente alegaba que no se le tuvo en cuenta y que, siendo la creación de un “frente único” necesaria para ganar la guerra, había que plantearse qué ocurriría después, en la paz. Manuel Hedilla negó siempre haber conspirado contra Franco y haber boicoteado el esfuerzo bélico o animar a otros a que lo hicieran. No es intención de estas páginas explicar un proceso que cae fuera del marco de esta obra, pero si hemos tocado este aspecto es porque Hedilla, a partir de ese momento, pareció no tener en su vida política otra intención más que la de lograr rehabilitar su nombre y evitar pasar a la historia como el dirigente falangista que se opuso a Franco y conspiró contra él. En efecto, a partir de entrar en la cárcel, ya nunca más se consideraría falangista, ni tendría ambiciones de encabezar una “oposición falangista” contra Franco. Consideró que la Falange histórica había muerto con el Decreto de Unificación y, él, por su parte, se negó a colaborar con todos los que fueron, especialmente durante su confinamiento en Mallorca (1941), a pedirle que encabezara una oposición azul. Es más, siempre se negó, a partir de ese momento, a seguir llamándose falangista, a utilizar el yugo y las flechas y cualquier otro símbolo o ritual de la Falange y se centró en reivindicar solamente su rehabilitación. Nada más:

         “Pero su demanda constante, expuesta al Generalísimo por escrito, es la de que se haga una revisión del proceso, o, en último caso, de que se decrete la anulación. Prefiere, ciertamente, la revisión. En carta al Generalísimo del 9 de enero de 1948, escribió: ‘Sí, Excelencia. Esto es lo único que le pido: REPARACIÓN. Pero reparación completa, de arriba a abajo; como lo fue la ofensa, como fueron los muchos y gravísimos daños inferidos: de arriba abajo’”[17].

Si perdemos de vista estos dos datos incontrovertibles (que Hedilla solo luchó a partir de 1941 por su rehabilitación y que nunca más quiso resucitar la Falange) se corre el riesgo de no entender nada de lo que ocurrió a partir de 1967 cuando su nombre apareció vinculado al Frente Nacional de Alianza Libre. Nuevamente, a pesar de la proximidad de los episodios que se iban sucediendo entonces, es difícil sacar nada en claro, fundamentalmente por tres motivos: en primer lugar porque las declaraciones y los escritos del propio Hedilla en esa época fueron escasísimos, en segundo lugar, porque muchos de los que le rodeaban parecieron querer aprovechar la figura del jefe incorruptible y que solamente aspiraba a reivindicar su nombre, en beneficio de unos proyectos que no coincidían exactamente, ni con lo que aspiraba Hedilla, ni siquiera con lo que probablemente le habían dicho al propio Hedilla que se trataba de realizar. Da la sensación de que en esa época existió un “doble discurso” entre quienes ofrecieron a Hedilla retornar al ruedo político: consideraban que era el líder, pero no estaban dispuestos a integrarse en su proyecto; simplemente tenían ideas propias y pretendían aprovecharse de su prestigio.



[1]           Ídem, pág. 2.

[2]           S. Payne, op. cit., pág. 213. José Antonio Llorens Borras, director y propietario de Ediciones Acervo que publicó el Testimonio de Hedilla, excombatiente de la División Azul y falangista, escribía en el prefacio de este libro unas líneas sobre Ezquer, que coinciden con las apreciaciones de Payne. Llorens–Borrás, emparentado con la familia de Narciso Perales, mantuvo contactos hasta finales de los años sesenta con grupos juveniles de oposición. En 1964 lanzó la publicación Juanpérez cuyos rasgos distintivos fueron tres: cierta desconfianza hacia el franquismo, inequívoca simpatía hacia los regímenes derrotados en la Guerra Mundial y actitud expectativa ante lo que pudiera nacer (incluido el Círculo Español de Amigos de Europa, en cuyo primer entorno participó gente que había colaborado con Juanpérez y con la iniciativa de Jean Thiriart, Joven Europa). No estamos, pues, ante nada parecido a la “izquierda falangista”, sino ante gente de “oposición falangista”. 

[3]           Ídem. 

[4]           Ídem.

[5]           M. García Venero, Testimonio…, op. cit., pág. 20. 

[6]           M. García–Venero, op. cit., pág. 23. 

[7]           Ídem. 

[8]           Ídem, pág. 24. 

[9]           Ídem, pág. 25. 

[10]         Ídem. 

[11]         Ídem, pág. 27. 

[12]         Ídem, pág. 33. 

[13]         “Hubo sacerdotes que, naturalmente en su actividad seglar, aconsejaron que no se votase, pues íbamos a restar fuerzas a la coalición oficial derechista”.

 [14]         Ídem, pág. 39.

[15]         “Su entendimiento de la existencia y de la problemática española les convertía en oponentes ideológicos, espirituales, del materialismo histórico (…) Ambas organizaciones aspiraban, cada una con ideas y sistemas divergentes en algunos puntos de señalada importancia, a transformar la contrarrevolución en revolución nacional (…) la dura experiencia del combate y de la sangre, determinó que el Requeté, con agilidad admirable, se situara ideológica en la fecha crucial de 1936 Conservó intacta, su pasión monárquica legitimista, pero la apertura hacia la reforma social y económica del país fue clara” (M. García–Venero, op. cit., pág. 40).

 [16]         Ídem, pág. 42.

 [17]         Ídem, pág. 329.