miércoles, 23 de febrero de 2022

La Falange “de izquierdas” o los delirios del ocaso (8 de 8) – El cementerio de las buenas intenciones

Sería imposible avanzar más en dirección a la izquierda falangista sin caer en ejercicios inútiles de erudición o en estudio de excentricidades políticas de muy bajo nivel. En los momentos en los que se creía que Podemos era una “alternativa” (en lugar del fiasco y la decepción que ha terminado siendo), aparecieron aspirantes a revalidar sus quince minutos de fama mediática, argumentando que “Podemos es Falange reactualizada”. Durante unos días aparecieron ocasionalmente artículos elaborados por becarios, en los que se sostenía que la “izquierda falangista se aproxima a Podemos”... A diferencia de los intentos que hemos presentado aquí, estas últimas tentativas de apuntarse al carro de la extrema-izquierda están instaladas en la indigencia política más absoluta. Vías muertas que no merecen más comentarios protagonizados por yonkis mediáticos con síndrome de abstinencia. Pero ¿qué puede pensarse de todo lo dicho hasta aquí? ¿es posible extraer alguna conclusión sobre los intentos de situar a Falange Española en la “izquierda”?

Hemos visto que se trata de intentos muy diferentes que, básicamente, pueden incluirse en dos grupos: los que se situaron “dentro” del franquismo (Cantarero del Castillo y su Falange socialdemócrata y Rodrigo Royo y su “izquierda nacional”) y los que se situaron “fuera” del franquismo (el FSR y FE–JONS[A]). Luego hay que situar en lugares indeterminados a Manuel Hedilla y a la misteriosa y nebulosa primera “junta política clandestina” creada en la postguerra. Obviamente, distinguimos “falange de izquierda” de los “disidentes del Movimiento” (FES, Círculos José Antonio) que trataron de buscar la ortodoxia joseantoniana y, por tanto, tuvieron presente el “ni derechas, ni izquierdas” de la Falange histórica. En cuanto a Hedilla, a partir de su encarcelamiento estuvo más que claro que, en la segunda mitad de su vida, solamente le interesó lograr la rehabilitación y el reconocimiento de que no había cometido delito alguno. Este es el cuadro que hemos estudiado. Hemos evitado pasar revista a grupos del SEU que a lo largo de la primera mitad de los años sesenta, en los distritos universitarios de Madrid y Barcelona, después de unos meses de “disidencia”, pasaron directamente “al lado oscuro” (al Partido Comunista o al Frente de Liberación Popular). También hemos evitado hablar en este capítulo de los intelectuales falangistas que luego pasaron a la socialdemocracia o al ámbito de la izquierda (y sobre los que ya hemos dado algunos apuntes en otro lugar[1]). En primer lugar, porque durante su período de militancia en Falange no pertenecieron precisamente a su “ala izquierda”, sino a los sectores más partidarios de ligar el destino del partido con el de los fascismos europeos mediante la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial al lado del Eje.

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Llegados aquí, cabe preguntarse ¿qué es la “izquierda”? Se suele responder que el rasgo característico de la izquierda es su aspiración a defender la “igualdad social” o considerar –en palabras de Norberto Bobbio– la desigualdad social como una aberración. La derecha, por el contrario ¿sería una forma de conservar estas desigualdades? ¿Son válidas estas definiciones? ¿lo han sido en algún momento?

Gracias a Zeev Sternhell sabemos que existió en Francia, a finales del XIX y en los primeros años del XX, una “derecha revolucionaria” y sabemos también que, a lo largo del siglo XX, los regímenes de “socialismo real” desembocaron en sociedades igualitarias dirigidas por lo que Milovan Djilas llamó la “nueva clase”: la burocracia del partido. Este fenómeno es todavía perceptible en la República Popular China, uno de los países donde las desigualdades entre campesinos pobres y multimillonarios miembros del Partido Comunista, es más lacerante. ¿Habría que considerar, pues, a estos “socialismos reales” como “derechistas” en la cúspide y “igualitarios” en la base? Por otra parte, Julius Evola, en las conclusiones de su monumental Rivolta contra il mondo moderno ya alertaba sobre el “americanismo” como cara de una moneda cuya cruz es el bolchevismo. Del capitalismo privado al capitalismo estatal, del bolchevismo al liberalismo, existe solamente una diferencia cuantitativa, en absoluto cualitativa.

Realmente, las diferencias entre “izquierdas” y “derechas” solamente estuvieron claras a lo largo del siglo XIX, cuando la primera definición aludía al lugar en donde se sentaban los diputados revolucionarios en la Asamblea Nacional francesa y las derechas albergaban a los diputados partidarios del antiguo régimen. De ahí se infirió que las derechas serían “conservadoras” y las izquierdas “progresistas”. El paso siguiente, a la vista de que en la perspectiva conservadora del XIX, la problemática social no existía, fue considerar, especialmente a partir de la publicación del Manifiesto Comunista y de los documentos de la Primera Internacional, a la izquierda como defensora de la clase obrera y a la derecha como exponente de los intereses de la burguesía. Pero este planteamiento tampoco resulta válido en la actualidad.

En Occidente, la clase obrera está reducida a la mínima expresión y el concepto de “burguesía” también aparece vago. Quizás, en la actualidad, haya que utilizar otra clasificación y debamos hablar, más bien, de clases medias, sectores próximos al umbral de la pobreza y aristocracia económica. Y no está claro cuál de estos grupos puede arrogarse el ser de izquierdas o de derechas, especialmente porque las ideas y los proyectos políticos ya tienen muy poco peso en nuestras sociedades. A partir de la globalización, todos los grupos sociales han asimilado nuevas constantes: la clase media, la que debe soportar el peso económico de un Estado que ya no tiene un contenido igualitario (como no sea el de igualar “por lo bajo”), sino que está concebido para defender a los poseedores del capital y mantener su estructura burocrática a costa de las clases medias. De ahí que, tanto las clases medias, como los grupos situados en las inmediaciones del umbral de la pobreza, no tengan tiempo de pensar, ni mucho menos voluntad de aplicar fórmulas y reformas para invertir esta tendencia, sino que sólo estén preocupadas por mantener lo que tienen y sobrevivir. Y esto compete a gentes de derechas y de izquierdas. Los primeros, si son “conservadores”, deben haber advertido que ya no existe nada digno de ser conservado y los segundos, si se trata de “igualitarios” habrán visto que, un mundo globalizado, sometido a la “corrección política” y al mundialismo cultural o a la Agenda 2030, solamente ofrece igualdad “por abajo”.

Decimos todo esto para llegar a la conclusión de que los conceptos de derechas e izquierdas, hace décadas que distan mucho de estar bien perfilados y que solamente puede aludirse, a izquierda y derecha política, mucho más que a izquierda y derecha ideológica. Sabemos qué partidos son de izquierdas y derechas, intuimos quiénes se sitúan en el centro–derecha o en el centro–izquierda, pero ignoramos que “doctrinas políticas” defienden, en la medida en que la preocupación doctrinal ha desaparecido de todas estas formaciones. Como máximo, defienden un cierto número de tópicos que, consideran suficientes como para hacerles acreedores del calificativo de derechas o de izquierdas. Poco más. La profundización doctrinal es algo que ha desaparecido en nuestras sociedades, empujada por la velocidad de los cambios en la modernidad, el repliegue a lo personal, la marejada del pensamiento único y de la corrección política y, finalmente, la globalización económica que nos sitúa a todos en situación inestable.

Si convenimos que la derecha es heredera de los conservadores del XIX y la izquierda de los progresistas de la misma época, deberemos dar la razón a los fascismos cuando, durante los años veinte y treinta sostuvieron que todo esto estaba ya superado –porque hacía referencia a momentos históricos que habían quedado atrás (las revoluciones burguesas) o a fracasos lacerantes (la revolución bolchevique) y era preciso crear “síntesis” adecuadas a las situaciones de lugar y tiempo. El “lugar”, eran los Estados Nacionales. El “tiempo”, la primera postguerra. Hay que reconocer al fascismo genérico y a sus variedades nacionales el haber tenido el valor de realizar una síntesis, a partir de la cual los términos derecha e izquierda quedaban relativizados en la medida en que muchos de sus aspectos mutuos se veían integrados en una nueva síntesis.

A partir de los fascismos la idea de “justicia social” ya no era patrimonio exclusivo de la izquierda, como no lo era el recurso a las masas y a su movilización. El patriotismo, por su parte, dejaba de ser patrimonio de la derecha. Georges Valois lo expresó en forma de ecuación: “Fascismo = nacionalismo + socialismo”.

No hemos albergado la menor duda de que Falange Española fue representante de esta corriente. Obviamente, como cualquier variedad nacional del fascismo, la ideología falangista encierra algunas diferencias con el modelo canónico, pero se debe, fundamentalmente, a las circunstancias de “lugar” (en España, la impronta católica marcó a fuego a este movimiento y el humanismo inherente limitó algunos de sus desarrollos extremos).

Vale la pena aceptar o rechazar este dato: si se acepta, se estará en condiciones de situar a Falange Española en el lugar que le correspondió en su tiempo. Y si se es capaz de hacer esto, también se podrán extraer conclusiones sobre su ubicación futura: ningún movimiento puede traicionar sus orígenes sin desnaturalizarse por completo o sin convertirse en una irrisión. Por otra parte, no basta con aceptar que Falange Española perteneció a la familia política de los “fascismos”, es preciso situar al “fascismo español” dentro del contexto político de su época. A este respecto, hemos llegado a una conclusión que nos parece irrefutable: Falange Española se situó en un “área” políticamente colindante con la “derecha radical”, la cual, a su vez, era contigua al “área de la derecha conservadora”, componiendo las tres “áreas”, sumadas, el “espacio de la derecha autoritaria”. En el otro extremo de la herradura figuraba en España el anarco–sindicalismo y, a la derecha de éste, el PCE. Los tránsitos militantes de éste al otro sector de la herradura fueron mínimos, pero, a nivel ideológico, la síntesis del “fascismo español” se realizó precisamente mediante tránsitos doctrinales del anarcosindicalismo al nacional–sindicalismo. De haber tenido Falange Española antes del 18 de julio de 1936 más entidad, es posible que amplios sectores de la CNT se hubieran sentido atraídos por esta adaptación del fascismo a España y por la síntesis que habían logrado Ledesma y José Antonio. Esto lo confirma el hecho de que durante la guerra se produjeron ayudas mutuas entre falangistas y cenetistas y que, hasta los años sesenta, existió un goteo de incorporaciones de la CNT clandestina a los sindicatos franquistas, facilitada por mediación de personajes que se consideraban falangistas. La tendencia, luego, en la segunda mitad de los setenta se invertiría relativamente con algunos tránsitos en sentido inverso, del falangismo al anarco-sindicalismo.

La derrota del Eje y la desaparición y el descrédito de los fascismos, creó una situación extremadamente difícil para Falange Española, que, en 1945, ya no existía como realidad orgánica, sino a través del Movimiento Nacional de FET y de las JONS. Eso fue lo que hizo desistir a Hedilla de comprometerse en adelante con partidos o grupos que tuvieran en mente reconstruir el partido falangista: una época había quedado atrás y no volvería. Desaparecidos los fascistas, lo que quedaba era una doctrina política (con algunos aspectos contradictorios, casi en pañales, con pocos textos de referencia y discursos eternamente reproducidos y descontextualizados, y cada vez más vacíos doctrinales en la medida en que el paso del tiempo generaba fenómenos nuevos sobre los que los fundadores del nacional–sindicalismo no habían podido decir nada. El tiempo fue discurriendo y los falangistas, cada cual a su manera, sin la existencia de una dirección única y de un mando que articulara las discusiones y los debates, fueron intentando, con mejor o peor fortuna, realizar adaptaciones, establecer ortodoxias y acomodar la doctrina a los nuevos tiempos. Unos desde dentro del franquismo, otros desde fuera. En este panorama confuso y caótico surgió la “falange de izquierdas” o la “izquierda falangista”. El único agarre doctrinal que tenía con la doctrina originaria era la voluntad manifestada por los fundadores de lograr una justicia social para todos. Hemos visto los resultados de tales planteamientos.