Llevamos casi un mes, a vueltas con la crisis ucraniana. Seamos
claros desde el principio: el problema ha sido generado artificialmente por
una sola de las partes. Biden necesita hacer olvidar al pueblo americano,
no solamente que es un líder “débil” (sobre su sombra planea la sombra del
fraude electoral y, a pesar de los ataques mediáticos, Trump sigue contando con
la máxima popularidad y la posibilidad de derrotarle de aquí a tres años), sino
que su cerebro ya ha perdido capacidades cognitivas. Otros “líderes”
occidentales -Macron, el primero de todos- quieren hacerse pasar como mandatarios
que cuentan en la escena internacional, de cara a las próximas elecciones
presidenciales francesas y acuden a Moscú para “negociar la distensión”. Tras
el encuentro con Putin, el presidente ruso declaró entre ironía y resignación,
que había mantenido un encuentro de ¡seis horas! Con Macron y que éste le había
“taladrado” con argumentos que ni eran de recibo, ni procedían, ni tenían nada
que ver con la realidad. Y hoy, a primera hora, oyendo los informativos, hemos
sacado la conclusión de que los cañones ya están hablando en Ucrania. Todo
falso, como cabía esperar.
¿QUIÉN HA CREADO EL PROBLEMA?
El cálculo de los “poderes reales” (esos que manejan los hilos de
la economía, de la alta finanza y del capital, y que colocan a figurones, cada
vez más esperpénticos, como mandatarios, para que un electorado
intelectualmente inane los elija “democráticamente”) era que la posibilidad
de sanciones económicas retraería a Putin y le haría aceptar las condiciones
impuestas por la OTAN que, en realidad, se reducían a dos: que Ucrania entrara
en la Alianza Atlántica y, sobre todo, que lo hiciera también en la Unión
Europea. El cálculo era el siguiente: Rusia no puede permitirse
disminuir sus exportaciones de gas y de petróleo a Europa y, por tanto, cederá
ante la posibilidad de sanciones. Error.
La otra parte no ha respondido como los “poderes reales”
esperaban. Una vez más, la información con la que contaban, generada por
servicios de información y analistas burocratizados que han aprendido a
mantenerse en sus cargos diciendo solamente lo que los “poderes reales” esperaban
oír, se han equivocado. En Rusia ya no existen neo-stalinistas que pretendan
reconstruir un “imperio soviético” a costa de Occidente. Los últimos se extinguieron
en la primera mitad de los 80. Con Gorvachov, de lo que se trataba era de llegar
a una mutua “coexistencia pacífica”.
Todo lo que ocurrió después -intervenciones de los EEUU,
directamente o con la pantalla de la OTAN en Yugoslavia, Afganistán, Irak,
Siria, en las “revoluciones árabes” y en la plaza Maidan, todos los movimientos
en política internacional que se han dado en el último cuarto de siglo SIN
EXCEPCIÓN han sido protagonizados por los EEUU, salvo en el período Trump que
la historia considerará como cuatro años en los que un presidente de aquel país
fue consciente de que había que reconstruir infraestructuras antes que mantener
la ficción del “único imperio mundial”. Por
primera vez desde hace más de un siglo, un presidente de los EEUU no inició una
guerra de conquista… Con Biden se recuperó la tradición agresiva y belicista. Y,
como siempre, cuando un presidente tiene problemas interiores (y en EEUU se van
acumulando), sus “asesores” le indican la conveniencia de crear enemigos
exteriores.
Ucrania estalinista, lejos de la Ucrania tradicional
La “excusa ucraniana” ha fracasado y estos días se viven los últimos chispazos. Putin no dio un paso atrás: se explicó y lo hizo con un lenguaje que todos entendimos perfectamente. Rusia no tiene ningún interés en “invadir” Ucrania, pero tampoco renuncia a la defensa de un 40% de ucranianos que se sienten ruso, se expresan en ruso y miran hacia Rusia. Y, por supuesto, Rusia no puede permitir que, en la frontera ucraniana, a menos de 500 km de las torres del Kremlin se instalen plataformas de lanzamiento de misiles que tardarían 25 minutos en caer sin dar tiempo de reaccionar a las defensas rusas. Putin lo ha expuesto con claridad: “¿Qué tal si instalamos misiles en la frontera del Río Grande? ¿Y cómo lo ven en Cuba o en Venezuela?”. Argumento inapelable.
Vale la pena recordar que la Ucrania actual no es la Ucrania
histórica, ni mucho menos la que sostienen -sin mucha convicción, es cierto-
los países occidentales y que incluiría incluso a Crimea. La Ucrania actual es la
histórica, más un agregado de fragmentos -Crimea incluida- que fueron añadidos
en la etapa estalinista, especialmente por razones administrativas y de
control, que -en su mayoría- nunca habían formado parte de ninguna entidad “ucraniana”.
Esto y su particular situación geopolítica, hacen que este país tenga una parte
que mira a Occidente y otra que mira a Rusia. No es un problema actual, ni que
se haya manifestado ahora, es un problema que está presente desde la
desintegración de la URSS.
Este problema ahora se ha reavivado, especialmente por razones
geoeconómicas. Ahora bien, además de la artificialidad territorial de la actual
Ucrania, el gobierno de aquel país está definido en el “Índice de
Percepción de Corrupción”, elaborado por una ONG llamada “Transparencia
Internacional” con sede en Berlín, como el país 122, siendo precedido por
Sierra Leona y seguido por Zambia. El ranking tiene un total de 180 países
(el último de los cuales es Sudán del Sur que sería, si nos atenemos a estos
datos, “el país más corrupto del mundo” y Dinamarca el “país menos corrupto del
mundo”). Es cierto que no hay que creer mucho estos rankings, repletos de
incoherencias y elaborados siempre según criterios “políticamente correctos” y “eurocéntricos”
(en España, esta organización está gestionada por Silvia Bacigalupo,
coordinadora de las áreas de transparencia del programa electoral del PSOE,
incluso se la mencionó como “ministrable” del pedrosanchismo…). La sensación
que da Transparencia Internacional es que “come de la mano” de los
centros de poder económicos y solo así se entiende que “Kosovo”, estado,
simplemente mafioso querido y promovido por los EEUU, sólo ocupe el lugar 87,
cuando le correspondía ir detrás de Sudán del Sur. Pero lo cierto es que el
gobierno de Kiev dista mucho de ser democrático y el poder de los oligarcas
mafiosos (y, por cierto, Rinat Ajmétov, Viktor Pinchuk, Ihor Kolomoyski,
Henadiy Boholyubov y Yuri Kosiuk, que la componen, no son precisamente
ucranianos de pura cepa, sino más bien tienen un origen judío, etnia que,
históricamente, siempre ha protagonizado en la Ucrania histórica el grueso de
la criminalidad; la “Malina”, la mafia ucraniana llegó a Nueva York y a
Israel, compuesta íntegramente por judíos y, hoy, es considerada como la organización criminal
postsoviética más poderosa que actúa en los EEUU). Pues bien, el gobierno
ucraniano está mediatizado por esta mafia que hace y deshace a su antojo. Una
buena “credencial” para entrar en la UE…
Ucrania creía poder ejercer una cómoda posición al convertirse en independiente
y ser la etapa de tránsito del gas ruso hacia Europa. Pero, desde el anuncio
del gaseoducto que llevará el gas ruso hasta Alemania, orillando a Ucrania (los
rusos alegaban que, además de pagar el peaje, las todopoderosas mafias ucranianas
se quedaban con parte del gas que debería llegar a Occidente), las cosas han
empeorado para este país.
Las consecuencias de una crisis artificial
La primera consecuencia de la crisis ha sido la reaproximación de Rusia y China que es mucho más sincera que la de EEUU con sus aliados europeos. A fin de cuentas, solamente Alemania está relativamente interesada en este conflicto: la entrada de Ucrania en la OTAN y en la UE supondría para Berlín, alejar su territorio del escenario de un conflicto con Rusia y resituarlo en Ucrania. Salvo Macron que ha querido tener su minuto de fama mediática colándose en el conflicto, ningún país europeo ha demostrado excesivo interés en la cuestión.
Es cierto que la OTAN ha tocado el pito y
los vasallos han acudido en formación, pero desganados y sin interés. De hecho,
ni siquiera la opinión pública europea ha reaccionado como se esperaba: ni
grandes manifestaciones “por la paz”, ni grandes movilizaciones a favor de la “defensa
de Occidente”. Nada, solamente los tertulianos televisivos han repetido sus
discursos tópicos y previsibles y una población como la española, harta de “alarmas”,
“miedos” e impuestos, pérdida de poder adquisitivo, covides y demás, no ha
mostrado el más mínimo interés por una cuestión que se percibía remota y
cansina.
Y, sin embargo, por nuestra parte, estamos persuadidos de que
la crisis ucraniana podría ser una oportunidad para Europa. Tanto por su
situación geográfica como por su composición interna, Ucrania no es exactamente
Rusia, pero tampoco puede ser un país volcado hacia un Occidente que sigue con
fidelidad perruna las consignas de los EEUU. En primer lugar, se trata de
que los ucranianos, región por región, decidan qué quieren ser. Las repúblicas
del Donetsk, ya han decidido, pero Ucrania es más grande y habría que oír a
otras regiones del país.
Lo que quedara de Ucrania, esto es, la Ucrania histórica o poco
más, está claro que debería adoptar una posición neutralista, similar a la que
tuvo Austria, Suecia o Finlandia durante la durante la Guerra Fría. No solamente es la más razonable, sino también la necesaria. Y,
ahora, vale la pena añadir algo más sobre Europa.
La (necesaria y lógica) neutralidad de Ucrania
No somos los nuevos conversos a la geopolítica. Hemos dicho muchas
veces que la geopolítica es una “ciencia auxiliar de la política”, no el eje,
ni la directriz de la política internacional y, mucho menos ahora, cuando se
tiende a confundir “geopolítica” con “geoeconomía”. Por lo mismo, tampoco somos
de los que creemos en la geopolítica diseñada por teóricos de alguno de los
imperialismos que han existido en la historia. No creemos que “Eurasia” tenga
hoy tres pivotes, Eurasia, China e Irán. Ni siquiera creemos que “Eurasia”
pueda ser un ente unitario desde el punto de vista geopolítico. Más bien, pensamos
que Eurasia es demasiado extensa, muy diversa interiormente y que, un país
como el nuestro, por ejemplo, tiene muchos más puntos de coincidencia e
intereses con cualquier país iberoamericano que con un tailandés, un mongol o,
incluso, un iraní. Un análisis geopolítico no puede ir desvinculado del
resto de factores que componen la realidad internacional. Y, sobre todo, de las
necesidades de “misión” y “destino” que, a fin de cuentas, son las que dan la
razón de ser a las naciones.
Este preámbulo sirve, únicamente, para manifestar que el
destino de Europa, desde antes de la Segunda Guerra Mundial, no podía ser otro
más que el neutralismo. Algunos lo llamaron “nuevo orden europeo” y consistía
en mantenerse alejados de los dos grandes centros de influencia de la época: el
expansionismo soviético y el imperialismo anglosajón. Pero el desenlace de
la Segunda Guerra Mundial partió a Europa en dos y garantizó que, en caso de
conflicto, el continente volvería a ser teatro de destrucciones sin límite.
Tras el desplome de la URSS, la Guerra Fría quedó atrás. La OTAN debió de
disolverse por “ausencia de enemigo”. Pero los EEUU inventaron otros y los
gobiernos europeos siguieron acudiendo a toque de pito, cuando el Pentágono requería
un gesto de sumisión.
Ahora estamos en otra época: Rusia no aspira a nada más que “vivir y dejar vivir”. No existe ningún motivo que justifique roces con aquella inmensa extensión, gobierne quien gobierne y se gobierne como se gobierne. Ese es el principio básico a aplicar.
La neutralidad de Ucrania debería ser el primer paso del neutralismo europeo
Europa no es débil; la debilidad europea nace solamente de tres factores: su escasez en materias primas, su división y el fracaso de la UE. El primero puede ser compensado gracias a su tecnología. Los otros dos, dependen de la calidad (o más bien, de la falta de calidad) de los gobiernos europeos.
La UE es un paquidermo burocrático que adopta resoluciones a la
velocidad de una tortuga paralítica, formada por un mosaico de gobiernos,
ninguno de los cuales alberga la idea de realizar una “misión” o de cumplir un “destino”.
Por eso, la UE es una “federación” limitada e impotente y delega en la OTAN su
defensa, esto es, en el Pentágono. Es natural que Rusia mantenga cierta
suspicacia hacia los gobiernos occidentales. Hace falta reformar, desde las
bases mismas de su creación, la naturaleza y el carácter de la UE y reformular
todos sus planteamientos, especialmente en política exterior y defensa.
Y entonces llega la crisis ucraniana y, como se verá, su
inevitable resolución para por la neutralización de aquel país. Pues bien, lo
que exige neutralización no es solamente Ucrania, sino toda Europa. Esto es
lo que Europa debe aprender: las otras dos posibilidades son, o bien la UE
sigue bajo la sombra de la OTAN y sigue las órdenes del Pentágono sin poder
manifestar la más mínima disidencia ni retraso en formar filas bajo la bandera
de la “defensa atlántica”, o bien la UE cambia de bando y cede a la
irresistible atracción gravitacional de un gigante como Rusia. De hecho, las políticas
“euroasiáticas” son fundamentalmente enunciadas por nacionalistas rusos para
mayor gloria de su país. Algo legítimo, sin duda, para un habitante de Moscú,
de Kaliningrado o de Vladivostok, pero menos comprensible para un lisboeta, un
francés o un griego.
Por eso, nos atreveríamos a lanzar la consigna de “LA NEUTRALIDAD
DE UCRANIA, DEBE PRECEDER A LA NEUTRALIDAD DE EUROPA”, “NUESTRO LUGAR NO ESTÁ
EN LA OTAN”, “RUSIA NO ES NUESTRO ENEMIGO, PERO TAMPOCO ES LA SOLUCIÓN A TODOS
NUESTROS PROBLEMAS”.
Incluso sería posible recordar la máxima española: “NO DAR
LANZADAS A MORO MUERTO”. Los EEUU son el “imperio en crisis”. Caerán por
desplome interior. Hoy, basta con contemplar la deuda pública
norteamericana, la sobrevaloración del dólar y los procesos disolventes que se
dan dentro de la sociedad norteamericana, para advertir la inviabilidad a medio
plazo de aquel país. Por tanto, a diferencia de en los tiempos de la Guerra
Fría, ya no se trata de optar entre la URSS y los EEUU. La URSS ya no existe y Putin
no demuestra ambiciones territoriales sobre Europa, le basta con una buena
relación con los vecinos. Y los EEUU, son una sombra de lo que eran en 1989
cuando cayó el Muro de Berlín. Ir a EEUU y comprobaréis…
LA NEUTRALIDAD DE EUROPA ES LA MEJOR SOLUCIÓN PARA EL CONTINENTE… a condición, de que el camino que conduce a esa neutralidad, pase por una transformación radical del continente, incluida la superación de la partidocracia, madre de todas nuestras desgracias y gracias a la cual pueden avanzar impunemente globalización, mundialismo y todo lo que acarrean.