viernes, 31 de agosto de 2018

365 QUEJÍOS (124) – DEPRESIÓN POSTVACACIONAL


Llega septiembre. Se han terminado las vacaciones y la temática recurrente (desde los años 90) es iniciar el mes con algún artículo denunciando y advirtiendo sobre el “síndrome de la depresión post vacacional”. ¿Es algo nuevo? Lo conocían los romanos que habían elaborado aquella magistral sentencia: “Post coitum omne animal triste est”, en lengua de Cervantes, “todo animal está triste después del coito”. Porque si las vacaciones son un placer, su final, claro está genera, en la estricta interpretación freudiana, dolor. La psicología moderna tiende a inventar la sopa de ajo: ante cada problema del alma descubre un nuevo síndrome psicológico. El ser humano modelado por la psicología actual es tan frágil y quebradizo como una porcelana de Sevres mal cocida. Y el hecho de que, efectivamente, a muchos les falte un hervor, no es como para lanzar el grito de alarma por el hecho de que se han acabado las vacaciones y vienen las oscuridades otoñales. No me voy a quejar, claro está, de que hayan terminado las vacaciones, de lo que me quejo es de la fragilidad del hombre moderno que se derrumba ante cualquier cosa que se suponga una cuesta arriba.

Los romanos solían consultar a los arúspices. Lo que ocurría es que el espíritu romano era particularmente racionalista. Así que si la previsión del vidente no le satisfacía, simplemente, se cambiaba de nombre y ahí queda eso. Análogamente, yo recomendaría a los que fueran sensibles al síndrome postvacacional y a los rigores del mes de septiembre, que reubicaran sus vacaciones: en lugar de irse en agosto, váyanse en julio o en septiembre. Asunto resuelto.

Yo no recuerdo haber sufrido ningún síndrome postvacacional. ¿Motivo? Mis padres me enseñaron que todo tiene su momento: hay un momento para comer y otro para estudiar, uno para divertirse y otro para dormir. Si te han educado en esta verdad tan simple, no te sorprende el que haya un momento para trabajar y otro para irse de vacaciones. Y si en las escuelas se enseñaran rudimentos de psicología budista (el budismo, más que una religión, es una psicología introspectiva que enseña mucho sobre el ser humano y sobre sus reacciones) los jóvenes aprenderían que no hay que alegrarse excesivamente con las vacaciones porque terminarán, como no hay que alegrarse demasiado por la juventud, porque le seguirá la vejez, ni con un coche nuevo, porque, antes o después dejará de funcionar. La estabilidad mental solamente puede salir de una correcta asunción de la realidad y de un esfuerzo continuado por alcanzar un nivel de objetividad que permita ver el mundo tal cual es, sin prismas deformantes, sin falsas esperanzas, sin alegrías extremas que llevarán a dolores igualmente extremos.

Pero la educación moderna transmite solamente valores “finalistas”, en absoluto valores “instrumentales”: nos dice cuales son los valores de los mundos de fantasía, pero no nos dice nada sobre los valores que deberían acompañarnos en el día a día. Y en esto del “síndrome postvacacional” es donde se nota esta carencia. Ignoramos como sobrellevar el día a día.

Tenemos trabajos con los que no nos identificamos, que nos cuesta reemprender porque nunca hemos tenido vocación para ejercerlos, han sido para nosotros simples modus vivendi. Tenemos vidas y nos vemos obligados a convivir con gentes con las que estamos completamente disconformes. Vivimos en entornos urbanos agresivos y si queremos sobrevivir debemos comportarnos casi como psicópatas. No somos seres integrados, sino rotos: hemos roto con nosotros mismos, ignoramos nuestro verdadero rostro, confundimos el look con nuestra personalidad real, desde los medios se facilita la ruptura generacional, la guerra de sexos, se desvaloriza cualquier sentido comunitario, creemos que tenemos alma, pero es como si tuviéramos un teléfono móvil sin batería que además hemos olvidado cómo recargarlo. Andamos “libres” pero perdidos por el mundo y extraviados por una vida que no comprendemos. Como todo ser vivo, tendemos al placer y huimos del dolor. Somos débiles. No es extraño que el “síndrome postvacacional” afecte a muchos de nosotros.

Así que si usted siente a partir de mañana cansancio generalizado, fatiga, insomnio, dolores musculares, falta de apetito, incapacidad para concentrarse, irritabilidad, tristeza, desinterés y nerviosismo, es que usted ha sucumbido al síndrome postvacacional. Pero sería engañarse dejar la cosa ahí: hay algo más. Eso le dice que usted es débil, que usted no está preparado para la vida, que su vida no termina de funcionar. ¿Pastillas? No, cambie su vida. Asuma otra concepción del mundo, endurézcase. Golpe a golpe. Septiembre a septiembre. Como se endurece el acero. Eso, o cambie sus vacaciones a julio o a septiembre. O a fin de año que también está bien. Haga como yo: sea feliz en cualquier cosa que haga. Incluso quejándose.